Compartir

LA REFORMA

 Publicado: 05/01/2022

Priorizar resultados por sobre contenidos y aprendizajes


Por Julio C. Oddone


Las tensiones sobre el currículum reflejan las tensiones en el campo educativo y lo atraviesan en diversos aspectos: desde el proyecto del sistema escolar o el de una simple institución educativa, hasta los planes y programas y, en general, todo lo que ocurra en el ámbito específico del aula.

Estas tensiones son producto de la multiplicidad de miradas respecto a la educación y sus objetivos: la preparación de las y los estudiantes para un determinado futuro o para una determinada sociedad. En definitiva, para qué futuro educamos.

Mucho se ha hablado acerca de que la educación debe preparar a las personas para una sociedad del conocimiento y ese objetivo encabeza las reformas que se han intentado realizar en nuestro país; sin embargo, extrañamente, en estas reformas el papel del conocimiento es muy marginal.

El conocimiento ocupa un lugar central en todos los procesos de enseñanza y aprendizaje porque continúan siendo importantes las cuestiones sobre qué deben aprender nuestras alumnas y estudiantes o qué debemos enseñar los docentes, maestras y profesoras.

La importancia del conocimiento en los procesos educativos y en los aprendizajes está siendo cuestionada desde hace tiempo y asistimos a un proceso de “vaciamiento de contenidos [… con el] énfasis puesto en la apertura al acceso, mayor participación y promoción social” de las y los estudiantes (Young, 2016: 80).

El acceso universal en todos los niveles educativos hizo visible, por las propias condiciones de las instituciones, el fenómeno del fracaso escolar, que designa aquellas situaciones por la que las estudiantes y alumnos no aprenden según lo que se espera o no culminan su ciclo, repiten o abandonan. El fenómeno del fracaso escolar fue el que estableció la tensión actual entre los conocimientos y la experiencia escolar, poniendo el foco “en los aprendices, sus diferentes estilos y sus intereses [… y apuntando a] resultados medibles, competencias y cómo hacer el currículum relevante para sus experiencias y su futura empleabilidad” (Young, 2016: 80).

El camino elegido para intentar reducir los índices de fracaso escolar ha pasado, invariablemente, por una reducción o vaciamiento de los contenidos, buscando asegurar -incluso sin negar sus buenas intenciones- el “éxito” de la mayoría de las y los estudiantes en las instituciones educativas. Parece ser lo contrario al eslogan inicial repetido incansablemente: estas reformas no priorizan los conocimientos y los aprendizajes para, precisamente, una sociedad del conocimiento.

Si vamos a darle un sentido serio a la importancia de la educación para una sociedad del conocimiento es necesario volver la cuestión del conocimiento nuestra preocupación central y eso involucra el desarrollo de un abordaje del currículum basado en el conocimiento y en las materias, no en el aprendiz como presume la ortodoxia actual”. (Young, 2016: 80)

Los problemas sociales, económicos y familiares con los cuales deben convivir nuestras alumnas y nuestros alumnos han hecho de un “currículum instrumental” la solución preferida entre los promotores de las reformas. 

Se espera que los problemas de abandono, violencia y malnutrición que afectan a las y los estudiantes, problemas que no son propios de las instituciones educativas, sean solucionados mediante una propuesta curricular “centrada” en ellos.

De esta manera, el currículum sitúa en primer plano el interés del estudiante y no lo que es esencial, el desarrollo de los conocimientos y el desarrollo de nuestras y nuestros jóvenes. La educación se convierte así en un medio y no en un fin. 

Un medio orientado hacia el crecimiento económico exige para su desarrollo que las personas estén preparadas en ciertas competencias instrumentales, alfabetización y nociones básicas de matemática o informática (Nussbaum, 2017; cap. II Educación para el lucro, educación para la democracia) y los Estados deben garantizar el acceso, el progreso y la promoción.

Las principales prioridades de las reformas […] fueron dar menos peso al contenido de las disciplinas y más a los temas que atraviesan un amplio espectro de disciplinas y buscar maneras de personalizar el currículum [demasiado] sobrecargado y con demasiados alumnos descontentos. Las reformas intentaban vincular las dos para explicar el fracaso de las escuelas en motivar una proporción significativa de estudiantes”. (Young, 2016: 80)

El currículum no es lo que debe motivar a las y los estudiantes, la motivación debe partir del docente y de su pedagogía, del propio estudiante, su familia y, en general, de la importancia que la sociedad asigne al conocimiento y la cultura. Desde la visión instrumental, el currículum tiene asignado el rol de motivador de las y los estudiantes, cercenando, de esta manera, las posibilidades de acceso al conocimiento.

Desde las reformas en curso, el rol del currículum y el rol de la escuela quedan reducidos a “proteger” las trayectorias educativas y “atender” las situaciones por las cuales las y los estudiantes abandonan sus estudios, lo que no solo hacen -desde esta lógica- por razones socioeconómicas o de su contexto familiar, sino también por aburrimiento o porque perciben que lo que se les enseña es poco relevante.

Motivar y entretener a las y los estudiantes: ese es el nuevo rol de las instituciones educativas, apenas un instrumento para formarse en competencias, con el único fin de favorecer el crecimiento económico.

El gran eje conductor de la función educadora ha dejado de ser el derecho de todos y de cada uno a crecer, en la libertad y en la autenticidad, para reducirse al aprestamiento de hombres y mujeres en tanto que insumos contribuyentes al crecimiento de las economías, núcleo motor del insolidario modelo que se nos viene imponiendo”. (Soler Roca, 2014: 385)

Las instituciones educativas, en sus diversos niveles según la organización de cada Estado, son las encargadas de la transmisión y conservación del legado cultural de las generaciones anteriores para que los más jóvenes puedan “comprender mejor el mundo en el que viven y las vías y orientaciones precisas para su gobierno y posible transformación” (Liria, et al., Cap. I, La revolución educativa). La misión esencial de la escuela y el currículum deben ir más allá de la mera instrumentalidad. Afirmamos enfáticamente esta concepción.

El currículum está conformado por los conocimientos que una sociedad considera importantes de ser transmitidos por la escuela a las y los estudiantes. Se refiere a los conceptos y conocimientos que deben adquirir, separándose radicalmente de la mera experiencia. Al decir de Young (2016), “nadie imagina que la creación del nuevo conocimiento podría comenzar con la experiencia o con el día a día”.

No estamos aquí descartando las experiencias que nuestras alumnas y nuestros alumnos traen cuando llegan a la escuela o el liceo. Las expresiones “conocimiento en el mundo” y “conocimiento del mundo” parecen expresiones neutras, pero en el fondo encierran una concepción del mundo, la institución escolar y el rol de esta en aquel.

En las escuelas, en el liceo y en cualquier otra institución educativa, el mundo debe ser tratado “como un objeto accesible a nuestro conocimiento y no como un ambiente, un lugar de experiencia o de vivencias” (Charlot, 2009: 93). Las asignaturas y el conocimiento tienen una relevancia central en el sentido de permitir a nuestras alumnas y estudiantes relacionarse con el mundo más allá de sus experiencias personales o sus experiencias de vida. El conocimiento, a través de las diferentes asignaturas, permite poner el énfasis en aquello que es relevante que la escuela transmita por sus docentes a las alumnas y estudiantes.

El énfasis puesto en el conocimiento y en las asignaturas evita una consecuencia nefasta al abordar el problema del fracaso escolar: evita tomar el camino fácil licuando el currículum en una cuestión de motivación para mejorar los resultados y “atender” los problemas sociales.

Es necesario que currículo y pedagogía, sugiero, sean vistos como conceptualmente distintos. Se refieren a responsabilidades distintas de diseñadores de currículo y profesores, y los unos dependen de los otros. Mientras que los profesores no pueden crear ellos mismos un currículo, sino que necesitan de este para guiarlos en lo que deben enseñar, los diseñadores curriculares apenas pueden estipular los conceptos importantes a los cuales los alumnos requieren tener acceso. Los formuladores de currículo cuentan con los profesores para motivar a los estudiantes y transformar esos conceptos en una realidad para los alumnos”. (Young, 2016: 4)

La reformulación del currículum para hacerlo “más motivador” es una tentación que implica desconocer el rol de la escuela: llevarnos más allá del conocimiento en el mundo al conocimiento del mundo, es decir, más allá de nuestras experiencias inmediatas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *