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IN MEMORIAM. LUIS C. TURIANSKY. VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 132 (SETIEMBRE DE 2019). RUSIA Y CHINA EN LA ESCENA MUNDIAL
Los restos del banquete
Por Luis C. Turiansky
Con la disolución de la Unión Soviética tras el derrumbe del “socialismo real” se cerró el período que Eric Hobsbawm llamó el “siglo breve” (1914-1991). En el caso de la República Popular China, su transformación fue menos desordenada al estar dirigida centralmente por el Partido Comunista en el poder.
Las diferencias entre ambos procesos son notorias, pero el objetivo fue el mismo: integrarse al sistema global instaurado por el capitalismo triunfante y asegurarse un lugar privilegiado en la escala de performances. El interés individual solo estuvo asegurado para los ganadores de la competencia económica.
Rusia: la nostalgia por la época soviética
Rusia, el mayor país heredero del conglomerado plurinacional que fue la Unión Soviética, impuso internacionalmente sus atributos de Estado sucesor. La comunidad internacional lo aceptó sin chistar, entre otras cosas porque Rusia "tenía la bomba" y no convenía pelearse inútilmente con otro miembro del club. En particular heredó las potestades de miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo que abarca también el derecho de veto; tantas veces se usó la palabra "Rusia" para referirse a la Unión Soviética que el lapsus, inocente o premeditado, se convirtió en un hecho.
La política aplicada por el presidente Vladímir Putin[1] desde el comienzo de este siglo favoreció el crecimiento económico junto con la formación de una poderosa oligarquía nacional. Si nos atenemos a la propaganda oficial, la inmensa mayoría de los rusos estaría con el Gobierno y es verdad que, desde su fundación, el partido “Rusia Unida” del Presidente suele ganar las elecciones sin dificultad. Pero esto no quiere decir que el pueblo esté contento con la situación imperante. Que el oficialismo se lleve los votos puede responder a diversos motivos circunstanciales:
- El carisma personal del líder.
- La ausencia de una alternativa electoral viable y las medidas discriminatorias y de coerción con que las autoridades limitan la acción de las demás fuerzas políticas.
- El hecho que, dentro de todo, la política oficial responde a los intereses nacionales rusos.
- O también por los efectos incuestionables de la propaganda masiva del Estado, combinado con algunos casos hasta ahora aislados de irregularidades electorales.
Para conocer la verdad de lo que piensa el ruso medio, hay que valerse de los estudios de fuentes independientes, lo cual no es tarea fácil dada la expansión de la industria de noticias elaboradas por encargo. Entre los organismos de investigación que han sabido guardar su independencia pese al asedio al que están expuestos figura el Centro de Análisis Yuri Levada (www.levada.ru), que desde 1988 se dedica a destruir los mitos y devolver los grandes temas de actualidad al terreno de la objetividad. El 07.08.2019 divulgó los resultados de una encuesta destinada a medir la opinión de los rusos sobre el pasado soviético. La publicación oficial de la Agencia Checa de Prensa České Noviny titula su nota al respecto diciendo que “Los rusos según las encuestas valoran más el régimen soviético que el actual”. La afirmación, siendo una interpretación veraz de los resultados de la encuesta, no deja de ser maliciosa en un país donde no se ama precisamente a los rusos y por el contrario el pasado soviético se asocia con la invasión de Checoslovaquia en 1968: por un lado preferir el régimen soviético sería el colmo de la ingenuidad mientras que, por el otro, es una prueba de que Rusia en su conjunto representa un peligro.
En todo caso, de las respuestas a las preguntas formuladas se desprende que, efectivamente, el ruso medio de hoy añora el régimen soviético de las últimas dos décadas de su existencia (que no obstante se consideran un período de estancamiento económico), porque:
- “estaba más cerca del pueblo” (29% de las respuestas);
- “era rico y fuerte” (25%);
- “sus decisiones se inspiraban en la justicia” (22%).
En cambio, el régimen actual se gana otra clase de epítetos:
- “corrupto” (41% de las respuestas);
- “arrogante y alejado de los intereses de la gente común” (31%);
- “burocrático” (24%);
- “miope” (19%).
Tan solo un 8% de las respuestas calificaron al régimen actual de "justo, amigo del pueblo y honrado".
La encuesta tuvo lugar entre el 24 y el 28 de noviembre de 2017, en una selección de aglomeraciones urbanas y rurales de toda Rusia. Participaron 1.600 personas mayores de 18 años en un total de 137 localidades situadas en 48 regiones del país. Las respuestas se recabaron en visitas personales a los hogares respectivos.[2]
¿Significa esto el preámbulo de cambios en la orientación del país? Algunos observadores piensan que la crisis que se avecina en Rusia estará ligada al fin de la era Putin, quien deberá abandonar el cargo definitivamente en 2024, cuando termine su segundo mandato consecutivo, si es que no opta nuevamente por dejar la presidencia durante un ejercicio a una persona de su confianza, como fue el caso de Dmitri Medvédev entre 2008 y 2012. Pero 25 años de poder personal parecen mucho con todo. Se señala, en este contexto, que el factor decisivo pueden ser los servicios de seguridad, cuya dureza represiva probablemente sobrepase las intenciones del propio Gobierno. Así por ejemplo, en relación con los recientes sucesos en Moscú, durante los cuales la policía reprimió brutalmente a manifestantes que protestaban contra la exclusión de candidatos en las próximas elecciones locales, el portavoz de la Presidencia Andrei Peskov minimizó la reacción del mandatario al señalar que "el Presidente recibe siempre información de una gran variedad de fuentes, de modo que está al tanto de las diversas opiniones al respecto" (TASS, 20.08.2019).
Cabe pensar que el temor a las represalias en caso de triunfar electoralmente una corriente opositora habría agregado una dosis personal de furia y saña a la actuación de las fuerzas del orden, tal como evidencian algunas escenas difundidas. Lo sintomático es la sensación de que algo así hoy afecta la imagen del poder.
En definitiva, Rusia no es una excepción en el mundo y la agitación política gana terreno.
China: el individuo sometido a la maquinaria estatal-privada
La ventaja de la vía china es que todo ha transcurrido sin sobresaltos, bajo la mirada escrutadora y paternal del Partido y en nombre de la misma ideología que reina sin interrupción desde 1949. En Pekín, desde la muralla de la Ciudad Prohibida, el gran retrato de Mao Tse Tung sigue contemplando el ir y venir de la Plaza de la Paz Celestial (Tian An Men), teatro de la rebelión estudiantil de 1989. Nada de nostalgias, por lo tanto. Ni en relación con la Gran Marcha ni el Gran Salto con sus minúsculos talleres siderúrgicos atendidos por aldeanos, ni menos aún respecto de la Revolución Cultural. No volver al pasado, hay que avanzar unidos y en forma organizada hacia las nuevas metas.
El régimen chino es una fenomenal combinación de centralismo político y desarrollo industrial propiciado por la inversión extranjera, en un país donde el inversor puede contar con millones de personas ávidas de trabajar por un salario ínfimo, comparado con los del mundo avanzado. Esta "ventaja competitiva" fue aprovechada al máximo y los sindicatos, como siempre adictos al régimen, tampoco protestaron; por cierto, al menos se expandía el trabajo. Y en definitiva, la construcción de una democracia no figuraba entre los nuevos objetivos. Al fin y al cabo, desde tiempos inmemoriales -y también después de fundarse la República Popular- la disciplina y la obediencia fueron el pan diario de los chinos, así que se supone que estaban acostumbrados.
El sistema económico creado de esta forma resultó funcional para la inserción de China en el mercado global. Como resultado, se profundizó en la sociedad la brecha entre una capa privilegiada y la masa de pobres. China se lanzó a la conquista del mundo a través de préstamos benignos y sin condiciones políticas. El plan de la Nueva Ruta de la Seda sería su complemento, a fin de competir con los otros grandes, en primer lugar los Estados Unidos, que respondieron de inmediato desatando la "guerra comercial".
El sistema implantado en ese inmenso país necesitaba un método de control y a la vez de incentivo de la población, a la altura de los nuevos tiempos. Surgió así la idea del "crédito social", cuya forma concreta debe entrar en vigor el año próximo. Inspirado en el sistema de puntos de las compañías de seguro, el plan consiste en evaluar el comportamiento de cada ciudadano, premiar a los que se esfuerzan por el bien común y castigar a los desobedientes quitándoles puntos.
El efecto no es exclusivamente moral, ya que los puntos en cuestión permiten acceder a ciertas ventajas en el plano de artículos de lujo de venta limitada, la posibilidad de viajar al exterior, alojarse en hoteles de primera, reservar pasajes de avión o tren en épocas de gran demanda y otras primas similares. En cambio, los de mala conducta se verán inhabilitados, con el agravante de tener que sufrir la vergüenza de figurar en "listas negras", ya que se propone que sean públicas. De tal modo, quien solicite un préstamo bancario para pagar sus deudas tendrá que aceptar que el empleado consulte la lista correspondiente, por lo que con toda probabilidad rechazará el pedido. A la postre esa gente pasará a engrosar las filas de parias que son cada vez más numerosos en las grandes ciudades del país.
Por el momento se ha autorizado a algunas compañías privadas, como la sociedad de ventas por internet Alibaba, a aplicar en forma experimental el proyecto entre sus clientes. Pero cuando el sistema se generalice y comience a entrar en juego toda la gama del análisis informático de los grandes números, las consecuencias son inimaginables.
Oficialmente, la agencia de prensa china Xinhua cita las palabras del primer ministro Li Ke Giang: “La reglamentación basada en el crédito es esencial para el funcionamiento adecuado de las instituciones del mercado. Al desarrollar la economía socialista de mercado, el Gobierno está obligado a reformar sus funciones y procurar la instalación de un entorno favorable a los negocios. Mediante la reducción de la administración y la delegación de poderes vamos a mejorar el clima allí donde sea necesario. La reglamentación basada en el crédito es la base de este esfuerzo”.[3]
En Occidente, los críticos del proyecto lo comparan con la angustia del individuo bajo dominación de un sistema opresor según se describe en la serie de video Black Mirror ("El espejo negro") que difunde Netflix, o sacan a colación las predicciones de George Orwell en “1984”. En España, Javier Borràs i Arrumí defiende sin embargo en esglobal las aludidas “listas negras”, ya que en China son numerosos y visibles los problemas de inconducta social. Tampoco parece importarle que estas consideraciones se apliquen a las relaciones económicas sin que intervenga un órgano judicial competente.[4]
Independientemente de las intenciones de la ley, es evidente que el factor humano quedará relegado a un segundo plano. China por cierto no es pionera en este terreno,[5] pero su sistema coercitivo es particularmente riguroso, por lo que se justifican los temores de que el tal "crédito social" solo sirva en última instancia para afianzar el control de la población.
Por otra parte, si el objetivo de desarrollo económico y de fortalecimiento de la presencia internacional de China puede responder a algoritmos sofisticados y su aplicación se base en criterios racionales, el elemento de riesgo es, como siempre, el factor humano. En China se combina con algunas herencias del pasado.
El Gobierno tiene ante sí a un conglomerado de pueblos de diverso origen y que incluso hablan idiomas distintos. Los casos más conocidos son el Tibet y la región autónoma uigur de Sinkiang, incorporados al territorio nacional durante el régimen imperial. Pero también son causa de tensiones las ex colonias de potencias europeas Hong Kong y Macao. En los últimos tiempos ha ganado notoriedad la isla de Hong Kong, devuelta a China en virtud del Tratado de Retrocesión de 1997. Este territorio de administración autónoma al que se garantizó que nada cambiaría con su reintegro a China, es hoy escenario de masivas protestas populares contra la intención de las autoridades de trasladar a la jurisdicción de la República Popular determinados casos de actividad delictiva, pese a la autonomía judicial de que goza la isla.
Desde luego, tampoco debe olvidarse la llaga que constituye la isla de Formosa, conocida hoy como Taiwán, último baluarte de las fuerzas nacionalistas al terminar la guerra civil en 1949 y que desde entonces funciona como Estado soberano, pero que la República Popular no reconoce como tal. Después de la guerra, gracias a la protección de Estados Unidos, los secesionistas siguieron utilizando el nombre y demás símbolos de la vieja República de China y como tal Taiwán ocupó el lugar de China en las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad hasta 1971, en que Estados Unidos y la República Popular China normalizaron sus relaciones.
Estos elementos han configurado la sensibilidad de los dirigentes chinos en el terreno de la política nacional. Su expresión es la doctrina de "una sola China", que practican con una perseverancia asombrosa en las relaciones internacionales, hasta el punto de imponerlo como cláusula en acuerdos bilaterales sobre temas no políticos, como el de las relaciones comerciales o culturales.
Debe recordarse que, en un momento histórico diferente, también existió la "Doctrina Hallstein", aplicada por la República Federal de Alemania de 1955 a 1969 y por la cual la RFA se atribuía la representación de toda Alemania y condicionaba sus relaciones diplomáticas con otros Estados a que estos no reconocieran al mismo tiempo a la RDA. La "Ostpolitik" del canciller Willy Brandt finalmente desembocó en el reconocimiento mutuo entre las dos Alemanias, pero sin que la RFA aceptara de iure la soberanía de la RDA. Es probable que este ejemplo haya inspirado a los políticos chinos de hoy.
Cuando el consumidor uruguayo, eminentemente carnívoro y vacuno, se queja de que el asado de tira está por las nubes porque se lo llevan los chinos para hacer sus sopas, eso no es nada comparado con el diferendo diplomático que ocurriría si una parte de la sabrosa carne uruguaya se vendiera a Taiwán sin autorización de Pekín u olvidando agregar al nombre del país insular el adjetivo "Chino". O peor, si en los documentos aparece como país de destino "República de China", como gustan llamarse los taiwaneses.