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IN MEMORIAM. LUIS C. TURIANSKY. VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 99 (DICIEMBRE DE 2016). LA MUERTE DE UN ÍDOLO DEL SIGLO XX

 Publicado: 01/02/2023

La gran ilusión


Por Luis C. Turiansky


“Esta revolución, crecida en el castigo, es lo que pudo ser, no lo que quiso ser”.

Eduardo Galeano



Cuando los guerrilleros cubanos comandados por el Dr. Fidel Castro Ruz entraron en La Habana en enero de 1959, quien esto escribe era un joven estudiante con inquietudes e ideales semejantes a los de muchos de su generación. En el invierno de 1960, el hombre se acercó a nuestras costas y pude verlo “en vivo”, hablándole al pueblo montevideano en la Explanada Municipal. Nunca olvidaré la impresión que me causó ese diálogo entre un líder revolucionario y un público ajeno que lo aclamaba como suyo porque representaba el cambio que todos ansiaban.

Hoy partidarios y enemigos se unen en reconocer que con él parte un ídolo genuino del siglo XX. Por encima de las discrepancias, el pueblo cubano le rinde un homenaje sincero y emocionado. Las “Damas de Blanco” han suspendido su tradicional marcha de los domingos. Un acto de protesta programado oficialmente en Miami por la oposición en el exilio, tampoco tuvo lugar. ¿Quién fue este líder carismático de multitudes, famoso por sus discursos de siete horas y su truco guajiro de atraer las palomas mientras hablaba?

Nacido en Oriente, patria de todas las revoluciones cubanas, hijo extramarital de un hacendado, fue en su juventud un estudiante de Derecho rebelde, luego abogado de los pobres y toda la vida un luchador por la justicia social. También de espíritu aventurero y curioso, testigo de eventos históricos en Nicaragua, República Dominicana y Colombia, finalmente se consagró a combatir la dictadura corrupta y sanguinaria de Fulgencio Batista en Cuba.

Con un ejército de guerrilleros improvisados, en el que también se destacó un médico argentino, Ernesto Guevara, al que, por el uso frecuente de esa interjección rioplatense típica se le llamó “Che”, consiguió ganar el apoyo de la población y triunfar estrepitosamente. Los héroes guiados por Fidel consiguieron seguidamente imponer la Reforma Agraria y resistir con éxito la invasión organizada por la CIA en la Bahía de Cochinos en 1961. Entre los innegables logros de la Revolución Cubana figuran la erradicación del analfabetismo, la gratuidad de la enseñanza y la medicina, y la superación de la miseria absoluta. Hoy, según las estadísticas, la sociedad cubana es la menos injusta del continente.

Sin embargo, al convertirse el revolucionario en estadista, las cosas fueron mucho más difíciles de lo previsto. Si la búsqueda de caminos nuevos le ganó la simpatía de una izquierda en busca de renovación, la falta de alternativas conocidas hizo necesario improvisar muchas veces las soluciones, con el material humano a disposición. Y se cometieron errores, algunos graves, como la concepción agraria del monocultivo de la caña azucarera. O el apego al modelo de lucha armada. Finalmente, no quedó otro remedio que ir a pedir ayuda a los países del bloque soviético. Pero Nikita Jruschov, a la sazón al frente del Partido Comunista de la Unión Soviética, no iba a entregar su dinero, armas y petróleo sin asegurarse antes de que el proyecto cubano era de fiar. Fidel tuvo que hacer a un lado su orgullo y plegarse a la concepción del socialismo que parecía tener andamiento universal.

No quiere decir esto que él y sus compañeros hayan sido forzados a adoptar el modelo soviético de socialismo. Habían estado cerca de la ideología comunista desde un principio. Pero fue la necesidad la que los llevó a dar el paso final y adoptar oficialmente la ortodoxia marxista-leninista. A Cuba llegaron miles de consejeros políticos y “expertos” en todas las esferas de la economía. Al mismo tiempo, la literatura soviética y de los demás países socialistas inundó las bibliotecas y centros de estudio y fue canonizada como la única verdad.

La adaptación no costó, porque el pueblo cubano ya estaba preparado. Creía en el futuro socialista y admiraba de lejos, sin conocer sus problemas, el ejemplo de los países socialistas. Por cierto la experiencia de la crisis de los misiles en 1962 demostró que la independencia de criterio y la solidaridad tenían sus límites, dictados por la suprema estrategia global. Poco después, en 1968, el mismo humillado comandante, el que fuera líder de un comunismo heterodoxo, devolvió la bofetada declarando su apoyo a la invasión de cinco países del Tratado de Varsovia a Checoslovaquia, culpable esta de intentar un camino independiente. Muchos de nosotros, que seguíamos creyendo en él, tuvimos que asimilar el golpe y, junto con él, aceptar que la Unión Soviética seguía siendo la única alternativa al imperialismo y que nuestras cuentas las arreglaríamos después.

El endurecimiento ideológico producido tras la derrota del reformismo checoslovaco se reflejó también en la isla, donde se impuso la concepción autoritaria común a los países del “socialismo real”. Para un movimiento surgido de la guerrilla y en las condiciones del cerco imperialista, esto tampoco presentó dificultades. El Estado cubano ejerció su coerción consecuentemente y con rigor. Cuando las dificultades económicas y el bloqueo alimentaron el descontento, sus manifestaciones indeseadas se reprimieron con dureza. Hubo presos, confinados, exiliados, proscritos, y hasta fusilados.

En 1989, en vísperas del derrumbe final del modelo soviético, fueron enjuiciados varios militares, encabezados por el General Arnaldo Ochoa, Héroe de la Revolución y de la guerra de Angola, acusados de corrupción, narcotráfico y traición a la Patria. Los acusados confesaron todos los actos imputados y el propio Ochoa pidió para sí la pena de muerte, “porque los delitos cometidos, tratándose de un militar de la Revolución, deben ser castigados severamente”. Se ha dicho que, ante el pelotón de fusilamiento, gritó “¡Viva Fidel!”, pero esto no está comprobado. En todo caso, quien lea las actas del proceso público y la intervención de Fidel Castro ante la sesión del Consejo de Estado que ratificó la pena, convendrá en que se parece demasiado a los procesos políticos en la URSS y las “democracias populares”, cuando los acusados aceptaban los cargos y colaboraban con los acusadores, convencidos de cumplir con ello una tarea de honor asignada por el Partido.[1]

Esto correspondería a la teoría según la cual Ochoa, los coautores y cómplices, habrían caído víctimas de una trampa de los jefes, que luego los liquidaron a fin de depurar las filas de posibles acusadores. Más bien me inclino a pensar en una promesa de sentencia benevolente en caso de colaborar, promesa que al final no se cumplió. Lo otro es que corrupción sí existió, alimentada por la escasez y ciertos privilegios instituidos en una sociedad igualitaria. Vale como testimonio sobre la opinión de los cubanos lo que dice al respecto el escritor Leonardo Padura:

Lo trascendente de aquellos juicios fue 'descubrir' lo que jamás hubiéramos podido imaginar: las dimensiones y la profundidad de la grieta que en realidad tenía la aparentemente monolítica estructura política, militar e ideológica cubana. Porque resultó que en las entrañas, muy adentro de esa estructura, había generales, ministros y figuras del partido corruptos (aunque eso lo colegíamos ya) e incluso narcotraficantes”.[2]

Hay que asignar las responsabilidades a quien corresponde, y sí, Fidel entre ellos. Pero esto no significa que haya que considerarlo un asesino y un tirano. Lo mismo podría decirse de los Libertadores de América. Existe desde siempre el fenómeno del “síndrome de mando” y su complemento, el de mandado. Es lo que ocurre con el jefe indiscutido que se mantiene largo tiempo en su puesto, sin control de la base. Cuando surgen las dificultades, la tendencia es considerar que la culpa la tienen los subalternos y que su castigo ejemplar es necesario para mantener la disciplina y preservar la indispensable cohesión del movimiento o de la nación. Suelen citarse al respecto las palabras de Simón Bolívar en el Congreso de Angostura, en 1819:

Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El Pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertad republicana y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente”.[3]

Poco después de los procesos mencionados y la ejecución de los sentenciados, se vino el mundo abajo: el comunismo fue derrotado en la totalidad de los países socialistas de Europa central, Alemania se reunificó como potencia capitalista y miembro de la OTAN y la URSS dejó de existir. Cuba entró en el llamado “período especial”, consistente en una brutal austeridad y serias penurias para el pueblo.

Es opinión generalizada que la supervivencia de la nación y la ulterior reanimación económica que tuvo lugar tras la liberación del sector privado y la inversión extranjera fueron un verdadero milagro. Sin el sistema de racionamiento (la famosa “libreta”) y la red de servicios básicos de salud ya creada, quizás el resultado habría sido el caos y una crisis humanitaria de graves proporciones. No se puede negar en esto el mérito especial del gran organizador en situaciones de emergencia que fue Fidel Castro.

Ya entrado el nuevo siglo, enfermo y debilitado tal vez por el enorme esfuerzo de los últimos años, Fidel entregó el poder a su hermano Raúl. Y bien, en esto cabe asimismo preguntar: ¿por qué no al Vicepresidente, que existía y no era Raúl Castro?

Diríase no obstante que la sucesión fue una decisión acertada. Raúl Castro ha demostrado hasta ahora habilidad política, diplomacia y sabiduría, con no pocos éxitos en el plano internacional. Es el factor protagónico de la apertura. Ha tenido además el mérito de proponer la limitación de la edad y la duración del ejercicio del poder de las personas con cargos de responsabilidad.

Fidel Castro siguió opinando, imposible que no fuera así, hasta el fin de sus días. ¿Qué le deja al mundo? Fuera de los aspectos polémicos de su actuación, que son los de todas las grandes personalidades, lo principal es su porfía, la de Numancia, del Quijote y de otros tantos “locos” que todavía corren por el mundo. Fue un ardiente defensor del derecho a luchar por un mundo mejor, bajo cualquier circunstancia. ¿Habría sufrido menos el pueblo cubano en caso contrario? La pregunta es lícita, pero personalmente lo dudo. Seguramente habría tenido que pagar, como en otros sitios, un alto precio por el retorno de los amos, incluso en el plano moral.

Apropiándome de un título célebre de la historia del cine, diría que ha personificado la gran ilusión de nuestro tiempo, todavía válida.

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