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VISITA DE LULA DA SILVA, INCIDENTE Y REFLEXIÓN
Ciudadanía devaluada en una democracia devastada
Por Julio C. Oddone
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, visitó nuestro país el pasado 25 de enero. El acontecimiento, por la trascendencia de la figura del presidente y por el particular contexto que vive América Latina, como era de esperarse, no pasó desapercibido ni para tirios ni para troyanos.
El presidente brasileño tenía programada su agenda del día con la reunión con el presidente de la República Luis Lacalle Pou, la visita a la Intendencia de Montevideo y el encuentro con Carolina Cosse y una visita al expresidente José Mujica en su chacra de Rincón del Cerro.
Hasta aquí, la descripción cuasi periodística de la crónica de la visita de un jefe de Estado extranjero a nuestro país. Nada más que agregar para algo que ocurre con relativa frecuencia más allá de la lectura y de la interpretación que cada cual pueda realizar.
Sin embargo, un acontecimiento menor se robó los titulares de la prensa, los titulares de los diversos noticieros y los tuits y retuits en las redes sociales.
Una mediática militante del Partido Nacional concurrió a la concentración programada en la explanada municipal de Montevideo, donde el presidente brasileño tenía previsto dirigirse a las personas reunidas luego de recibir el premio Más Verde en la Intendencia del departamento.
En determinado momento, se produjeron disturbios y corridas debido a las provocaciones de esta militante, lo que trajo como consecuencia la intervención policial, su detención y el guinchado del vehículo que, además, se informó que tenía las chapas de su matrícula con cierta irregularidad.
Todo esto se ha transformado en tendencia por efecto de las redes sociales y la repercusión que se le dio en los medios de comunicación.
Esto nos motiva a escribir estas líneas que, además, tienen mucho que ver con la desvalorización de la educación en ciudadanía que sostenemos en un artículo de este mismo número de Vadenuevo.
La Reforma Educativa impone un modelo regresivo que incluye la desvalorización del conocimiento, la desvalorización del rol de las y los docentes, la permisividad en la evaluación y la protección de las trayectorias educativas, no por políticas públicas de protección a la infancia, sino por un tránsito educativo que de lo que menos se preocupa es de los aprendizajes.
La educación tal cual está planteada, fomenta en todos los ámbitos una merma de los conocimientos, de las tareas, de los contenidos y de la formación, por lo que las personas serán incapaces -como dice Torres Santomé (2017)- de entender por qué es necesario aprender y por qué es necesario salir definitivamente del ¿esto para qué sirve?
La educación en ciudadanía se ha transformado en una formación meramente instrumental que no aporta, para nada, ningún conocimiento jurídico y sociológico que instruya a los estudiantes en su formación ética y política. Por eso son cada vez más comunes los episodios de intolerancia, las políticas de odio y las posturas intransigentes que atraviesan todo el debate público y la convivencia social.
Los perfiles científicos de las asignaturas de la enseñanza secundaria tienden cada vez más a disolverse porque el edificio mismo de la enseñanza pública se desmorona más y más, viniendo a ocupar su lugar una especie de ‘asistencia social’ gestionada por educadores, pedagogos, psicólogos e incluso por guardias de seguridad como si se fuese muy consciente que mientras [la enseñanza privada] prepara para la universidad, el futuro de la enseñanza pública viene más bien marcado por la cárcel, el paro o el inframundo laboral del trabajo basura. (Fernández Liria et al, 2007, Prólogo)
Esta situación tiene en la conformación de una ciudadanía devastada su principal consecuencia.
La ciudadanía devastada y su formación, en estas circunstancias, no deja que las personas puedan aspirar a algo más que ser refrendadores de programas políticos puestos a su consideración cada cinco años en oportunidad de llevar a cabo su voto.
El ciudadano devaluado es incapaz de sostener y confrontar ideas, de exponer argumentos. Por el contrario, cae en excesos y en insultos rápidamente porque su formación es incompleta y porque su lectura no va más allá de un tuit o de un programa de televisión basura. ¿Cómo participar con estas carencias en el debate de lo público?
El ciudadano devaluado pasa por la educación como un trámite para ingresar al mercado de trabajo.
La escolaridad obligatoria es un paso más en la vida de la persona, pero no constituye una verdadera experiencia educativa (Luri Medrano, 2020) como forma de trascender los límites de la propia vida personal y familiar. ¿Cómo valorar el aprendizaje, como valorar el saber por el saber mismo, cuando las necesidades quedan limitadas a la satisfacción de los egos y los instintos?
Una sociedad crece o se desarrolla según sea su educación en ciudadanía, según sea la cantidad de recursos públicos que se destinen y según el lugar en el que situemos los conocimientos que se imparten en los centros educativos. De lo contrario, continuaremos generando como sociedad, los modelos de personas o los incidentes que dieron origen a esta nota, como espejos en los que se refleja el debate público.
Se trata del modelo de educación que queremos, la política educativa que se debe desarrollar, los contenidos esenciales que queremos transmitir a las futuras generaciones. Se trata de analizar al servicio de quién se diseñan, a quién favorecen y qué tipo de sociedad ayudan a construir. Porque, en definitiva, cualquier práctica educativa cotidiana tiene que ver esencialmente con las cosmovisiones y las estructuras económicas y políticas actuales y futuras. (Díez Gutiérrez, 2022, cap. 3 Por una educación antifascista)
En definitiva, antes de escandalizarnos, denostar, ridiculizar, ver con curiosidad o interesarnos por los episodios como el que reseñamos al principio, nos corresponde cuestionarnos si, con nuestras acciones u omisiones, no los estamos ayudando a construir.
De lo contrario, somos responsables de ese episodio y de tantos otros que impregnan nuestra realidad cotidiana.