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IN MEMORIAM. LUIS C. TURIANSKY. VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 68 (MAYO DE 2014). OLIVOS DE LA IRA

 Publicado: 01/02/2023

Dos pueblos que deben convivir


Por Luis C. Turiansky


Muro de Cisjordania. (Fuente: Wikipedia).

Permítanme una digresión personal previa: en 1987, al estallar la 1ª Intifada, la Federación Sindical Mundial, donde yo trabajaba, me envió en misión de solidaridad a los territorios palestinos ocupados. Esa visita contó con el apoyo generoso de un amplio movimiento de solidaridad con los palestinos, que se abría camino en el mismo Israel y en el que también participaban algunos israelíes de origen uruguayo. Pude comprobar los resultados de la represión en los territorios ocupados, la destrucción de casas y campos (incluidos los olivos, que crecen durante decenas de años), así como el coraje de los manifestantes palestinos, casi niños, que se defendían con piedras en la mano, como hace muchos siglos su coterráneo, el rey judío David. Y también sentí la calidez humana de ese pueblo. Poco antes de partir, fui testigo de una emocionante manifestación conjunta de judíos y árabes de Tel Aviv por la paz y la convivencia. Guardo estos recuerdos entre mis experiencias personales más enriquecedoras.

En un principio fue el imperio

Suele señalarse la Declaración Balfour de 1916 como el origen de las disputas entre árabes y judíos por el territorio de Palestina. Lo que entró en la historia con ese nombre es en realidad una carta dirigida por el entonces Secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Arthur James Balfour, a Lionel Rotschild, líder de la comunidad judía británica, rogándole hacerla llegar a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda. En dicha carta, el ministro hace notar que el Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos ("with favour") el posible establecimiento en Palestina de un "hogar nacional" ("national home") para el pueblo judío.[2]

Obsérvese la extrema precaución con que se expresa el diplomático inglés: no habla de "Estado nacional" sino de "hogar nacional", lo cual, en el fondo, bien podía ser una simple "estancia" en el medio del desierto. Tampoco está muy claro por qué tiene que utilizar de intermediario a Lord Rotschild y no manda la carta directamente a sus destinatarios. El viejo león imperialista nunca se quemará ni largará la presa si no se ve obligado.

Pero también podrían buscarse las raíces del conflicto más atrás, por cuanto la carta hace referencia a una "Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda", que lógicamente tuvo que haberse creado después de que Theodor Herzl fundara, a fines del siglo XIX, el movimiento sionista, cuyo objetivo es la emigración de la población judía a la tierra prometida de Sión. O antes aun, puesto que esta idea surgió como respuesta a los crímenes, las vejaciones y las humillaciones que sufriera la diáspora judía a lo largo de su historia. Por último, si seguimos infiriendo causas y efectos, llegaríamos hasta los textos bíblicos, los que, para algunos fundamentalistas, desgraciadamente hasta hoy influyentes, justificarían la reconquista del Canaán por los judíos modernos, haciendo caso omiso de la presencia milenaria de otro pueblo en el mismo espacio.

Lo que movía a Mr. Balfour, sin embargo, eran objetivos más inmediatos y terrenales. Estamos en plena guerra mundial y Palestina forma parte del Imperio Otomano, aliado de Alemania. La desestabilización de uno conduce al debilitamiento de la otra y el movimiento sionista aparece como un aliado interesante. De ganarse la guerra, está claro que el Imperio Otomano tendrá que ceder sus posesiones y Gran Bretaña tiene interés en administrar la "Tierra Santa" en nombre de la "civilización occidental".

Finalmente, los aliados occidentales ganaron la guerra y, en 1922, la flamante Sociedad de Naciones otorgó a Gran Bretaña el "mandato" de administrar el territorio de Palestina conquistado a Turquía, que incluía también lo que hoy forman Israel y Jordania. Las autoridades británicas reiteraron seguidamente los términos del compromiso formulado por Balfour en su famosa declaración, pero aprovecharon para hacer una primera división administrativa, en lo que siempre fueron expertos, tomando como línea divisoria el río Jordán: Cisjordania, que junto con Gaza se consideran hoy territorios palestinos, y Transjordania, hoy Reino de Jordania. Las demandas similares de independencia por parte de los palestinos árabes no se tomaron en cuenta. Se consumaba así una injusticia histórica, puesto que el "hogar nacional judío" iba a establecerse y desarrollarse en un territorio donde ya residía un pueblo mayoritario y era cedido por quien no tenía ningún derecho a disponer de él.

El chivo expiatorio

Dado el giro que tomaron los acontecimientos en los decenios siguientes, con el ascenso de Hitler al poder y el desencadenamiento de la segunda guerra mundial, no es de extrañar que una buena parte de los judíos del mundo vieran su salvación en la emigración a Palestina. El sionismo, hasta entonces minoritario en la conciencia colectiva judía, se convierte en ideología dominante. Hubo incluso un momento en que el gobierno británico, por motivos tácticos, pareció querer olvidar las promesas anteriores y comenzó a hablar de "un Estado palestino único" donde árabes y judíos convivieran en paz, acompañando tal cambio de postura con restricciones a la inmigración masiva de judíos de Europa. Pero el "Holocausto"[3] terminó rompiendo todas las barreras. En 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba la "partición" de Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío, pese a la oposición de los países árabes. Un año después cesa el Mandato Británico y se proclama el Estado de Israel, dando lugar a la primera guerra árabe-israelí.

La guerra y la adquisición generalizada de tierras por los colonos judíos produjeron el desplazamiento de enormes masas de palestinos árabes, que buscaron refugio en los países vecinos. Comenzaba así el drama del pueblo palestino, que hasta hoy no ha terminado. Junto con él, también los sufrimientos del propio pueblo israelí, obligado a armarse y a crear una máquina de guerra y morir en nombre de su derecho a la existencia.

Detengámonos un momento en este aspecto crucial, ya que es decisivo para comprender lo que está en juego. Toda la descripción que antecede valida la afirmación de que la colonización judía de Palestina constituye un acto de expoliación injustificable. Chivo expiatorio, el pueblo palestino debía pagar las culpas de otros, el antisemitismo europeo y los crímenes de la segunda guerra mundial. Al mismo tiempo, sin embargo, esas familias judías que huían del infierno nazi con lo que llevaban puesto, eludiendo muchas veces el bloqueo naval inglés, lo hacían con la esperanza de vivir en paz y construir su patria en lo que consideraban la tierra de sus ancestros. Tampoco ellos son los culpables del drama palestino. Sus descendientes forman hoy un nuevo pueblo establecido en la región, con su propia manera de ser y sus propias preocupaciones cotidianas. Está en su interés llegar a un arreglo con los palestinos. ¿Qué lo impide?

Alternativa fatal

El año 1948 se considera también el comienzo de la guerra fría. Winston Churchill, después de haber perdido las elecciones, habla de que una "cortina de hierro" separaba a Occidente de los países que han optado por otras formas de desarrollo, no capitalista, en el este europeo.[4] El joven Estado de Israel tiene ante sí dos opciones: unirse a las aspiraciones antiimperialistas de las naciones árabes circundantes, o fundar su independencia en el apoyo económico, militar y logístico de Estados Unidos. La segunda alternativa parece más realista, dada la hostilidad manifiesta del entorno árabe.

Paralelamente cambia también la actitud de la Unión Soviética y demás países socialistas de Europa oriental respecto del Estado judío: si al principio lo apoyaban, considerando que la experiencia histórica del pueblo judío lo predisponía a convertirse en su aliado, pronto pasan a la postura opuesta, que se combina internamente con la lucha contra la influencia real o supuesta del sionismo, dando lugar a discursos y actos antisemitas de graves consecuencias.  

Por consiguiente, cuando avanzan las tendencias antiimperialistas del nacionalismo árabe, Israel se convierte en el instrumento del imperialismo en la región. El punto culminante será, en 1953, su participación en la guerra contra Egipto junto a Francia y Gran Bretaña, por la reconquista del Canal de Suez, nacionalizado poco antes por Gamal Abdel Nasser.

El sionismo como tal pierde rápidamente su retórica progresista, que le había valido cierta simpatía en la izquierda, para reducirse a su esencia nacionalista y fundamentalista. Con el ejército más poderoso de la región, probablemente dotado de armas nucleares, Israel se convierte en el principal enemigo de los árabes, para quienes es sinónimo de guerra y opresión. A iniciativa suya, en 1975 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución más bien parcial, que asocia el sionismo con el racismo.

En el pantano

Sin embargo, no se puede remediar una injusticia histórica cometiendo otra. Los dos pueblos están condenados por la historia a convivir. Así lo han entendido Yassir Arafat y la Organización por la Liberación de Palestina (OLP), al aceptar como única salida posible la existencia de dos Estados, en las fronteras existentes antes de la guerra de 1967, junto con su reconocimiento y garantías mutuos. Ello condujo a los Acuerdos de Oslo de 1993 y al "Plan de ruta" con vistas a la solución definitiva del conflicto. El plazo acordado de cinco años se sobrepasó en más del triple sin llegar a alcanzarse el objetivo trazado; uno de los signatarios, el primer ministro israelí Itzak Rabin, fue asesinado; la "línea dura" volvió a dominar el ambiente político de Israel y, en el lado palestino, el movimiento islamista radical Hamás rompió con la mayoría Al Fatah en la OLP y se hizo fuerte en la franja de Gaza.

Cisjordania y la Franja de Gaza constituyen hoy los territorios palestinos reconocidos internacionalmente. El estatuto de Jerusalén sigue estando en litigio. (Fuente de las fotografías: Wikipedia).

El intercambio de cohetes y bombardeos de un lado a otro de la frontera entre Gaza e Israel es desde entonces moneda corriente. En enero de 2009, Israel lanzó una mortífera operación militar de represalia contra Gaza, conocida con el nombre de "Plomo fundido", que causó más de un millar de muertos en la población civil y grandes destrucciones. Estas acciones y el uso de bombas de fragmentación contra civiles inocentes fueron calificados de crímenes de guerra por observadores imparciales de las Naciones Unidas.

Hoy las negociaciones están empantanadas. Mientras la Autoridad Palestina (Estado de Palestina desde noviembre de 2012) sufre los efectos de la división entre la corriente oficial con sede en Ramala, Cisjordania, y los islamistas en el poder en Gaza, el gobierno israelí de Benjamin Netanyahu insiste en su tesitura intransigente, pese a las presiones de muchos gobiernos del mundo. En particular la continuación de la política de nuevos asentamientos israelíes en los territorios ocupados es el principal escollo para la reanudación de las negociaciones.

¿Hay salidas?

Es necesario que la voluntad de diálogo triunfe sobre los viejos esquemas. Por el momento, es la parte palestina la que parece más dispuesta a ello. La OLP ha roto con su irredentismo original al reconocer oficialmente el derecho de Israel a la paz y la seguridad junto al Estado palestino.

En un pasado reciente, las luchas de liberación nacional eran maximalistas. Así por ejemplo, en 1962, cuando Francia perdió la guerra de Argelia, los argelinos franceses (los "pieds noirs"), en su mayoría se vieron obligados a abandonar la tierra que habitaban desde hacía varias generaciones. Las cosas cambiaron en Sudáfrica, donde, gracias a la sabia política de Mandela, los colonos blancos se integraron en la nación liberada del apartheid.

La disyuntiva que tienen ante sí israelíes y palestinos es la convivencia o la destrucción mutua. Pese a todas las barreras, que simboliza el arbitrario "muro de seguridad" construido por las autoridades israelíes en torno a los territorios palestinos, el camino menos doloroso sigue siendo la búsqueda de un acuerdo sobre la convivencia. Basta empezar con poco. Más tarde puede ser que, una vez atenuados los odios producidos por tantas tragedias, ambos pueblos, histórica y culturalmente cercanos, consigan estrechar sus vínculos, entre otros en el plano económico, en beneficio mutuo y de la paz en la región.

Digamos "ojalá", palabra que hemos heredado en nuestro idioma de la cultura morisca de España. Es decir, "insh'Allah" en árabe o "alevay" en hebreo.

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