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CRÓNICAS DEL ESTUPOR
¿A quién le están hablando?
Por Néstor Casanova Berna
A Raúl Ávila, con un abrazo.
Acerca de la constitución de las audiencias
Recuerdo, de mi ya lejana infancia, el signo identificador de una firma gramofónica que dibujaba una vistosa victrola enfrentada a un manso y atento perrito. El lema de la compañía, nada inocente, según se verá, era: La voz del amo. El publicista había encontrado la expresión cabal del sueño húmedo del propio dueño de la compañía: su aparato transmitía la música del poder a los domesticados espíritus que constituyeran la audiencia.
Hoy el lugar de la victrola está ocupado por la televisión, pero tanto la voz del amo como la dócil audiencia permanecen casi idénticas a las originales. La música del poder alterna la estentórea arenga con la más discreta romanza dedicada a los mansos, a los crédulos, a los olvidadizos. Quizá lo que antaño se dejaba mencionar con la locución vox populi se fue, de modo paulatino, mudando en una desolada escucha. Antes, los sujetos sujetados al menos teníamos una voz; hoy somos todo oídos.
Quizá fuera por eso que, cuando mi compañera de toda la vida pronunció la inquisitiva cuestión que reza: ¿A quién le están hablando? (Con especial énfasis en el quién) ya no tuve más dudas. Ya tenía sobre qué escribir este mes para Vadenuevo.
Lo que tenemos que oír
El señor presidente, ante la detención de su custodia, Sr. Alejandro Astesiano, afirma que nunca hubiera confiado lo que más aprecia en su vida, como la seguridad de los suyos, a un sujeto con antecedentes y requisitorias judiciales. Ustedes me conocen, dijo. En efecto, comenzamos a conocerlo cuando los mensajes del propio encausado muestran que el Sr. presidente sí había sido informado, tanto en forma pública y abierta, así como en modo discreto y reservado, sobre los antecedentes de este personaje
En el medio de una interpelación parlamentaria, el prosecretario de Presidencia llega a afirmar, impávido, que el Sr. Alejandro Astesiano no era el Jefe de la custodia presidencial, sino un simple subordinado. Al tiempo nos enteramos que el subordinado de marras había sido presentado, por el anterior ministro del Interior, como el vocero del mismísimo presidente, nada menos que ante la cúpula de la Policía. En virtud de ello, un jerarca policial ahora encausado por la justicia no estaría más que obedeciendo a requisitorias de un superior, mandatado por quien sus inmediatos subordinados apodan, cariñosamente, “El número 1”.
Un ministro nos espeta un día la proposición que reza que, gracias a los éxitos en la gestión de la seguridad pública, el gobierno ha decidido destituir a la cúpula de la Policía Nacional. A los ingenuos creyentes en el sentido común se les desafía de modo abierto a sospechar que lo que en realidad debe haber pasado es que los jerarcas defenestrados con todos los honores han cumplido de forma tan completa con su deber, que ya pueden ser licenciados por la puerta grande: ya no hay más de qué preocuparse; los sicarios ya no seguirán descuartizando a sus víctimas, los rateros dejarán de merodear las casas de veraneo del propio ministro y las carteras, finalmente podrán volver, orondas, a los barrios.
¿Es que algo hemos entendido mal?
La voz del amo hechiza a su perruna audiencia, no se puede negar. Es que la música del poder hace mover la cola de modo aprobador a las masas obedientes. Nosotros, los sujetos sujetados preferimos creer en las sentencias y prescripciones del poder, sin que la inquietud nos conmueva. Precisamente porque es el estupor ante la voz del amo la que nos amansa el ánimo, nos promueve la generalizada benevolencia, nos fija bien fijos en el asiento que el teatro del mundo reserva para nosotros en la audiencia.
Cicerón se preguntó, en cierta oportunidad ¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia? Claro que Cicerón era un empoderado noble romano, no, por cierto, un fragmento de audiencia. Tenía voz para proferir y ánimo para luchar, arrestos que suelen faltar en las audiencias mansas. ¿Acaso tuvieran una paciencia que perder las multitudes tibias de docilidad más que probada? La constitución específica de audiencia despoja de cualquier desasosiego crítico: los puros oyentes de la voz del amo no consiguen escandalizarse con absolutamente nada, sea la mendacidad, el caradurismo o la estolidez olímpica del que se sabe impune (o inimputable).
¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?
¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya?
Cosas de Cicerón, asuntos de otros tiempos. Sigamos escuchando.
En 2015 (tan cerca y tan lejos), el Gran Umberto Eco afirmaba en La Stampa que «Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas».
Esa afirmación, fácilmente constatable en la actualidad, reafirma la idea de que los actuales perritos de la RCA Víctor, no sólo oímos atentos «la voz del amo», sinó que -además- «salimos» destempladamente a reproducirla y defenderla (incluso a dentelladas), con tal de mantenernos en nuestra cómoda y sumisa postura.
Por aquí los posadistas creemos que vivimos tiempos donde predomina lo desigual frente a lo combinado.. sobre todo que las fuerzas del progreso no hemos logrado levantarnos de algunos golpes significativos… aunque, para nosotros, previsibles, como caída de la ex burocracia ex soviética.. Confundida por ingenuidad o vacilación teórica con la caída del. Socialismo, la solidaridad, el Estado, el Partido, etc etc.
Saludos y gracias por la publicación..
Raul Campanella