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¿CUESTIÓN DE RELATOS?
La peripecia variadamente relatada de Amir Nasr Azadani
Por Néstor Casanova Berna
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Jorge Luis Borges – Ajedrez
No hay teorías falsas. Todas las teorías son verdaderas. No porque encuentran la Verdad, sino porque existen para producirla.
Manuel Delgado – Nada es irracional
Un futbolista condenado a muerte por las protestas feministas en Irán
Mientras se desarrollaba el Mundial de fútbol, una noticia inquietante empezó a circular, primero por las redes sociales y luego por los medios de comunicación masiva: un futbolista iraní, Amir Nasr Azadani, podría ser condenado a muerte por expresar sus opiniones en favor de los derechos humanos y, en particular, de los derechos de las mujeres en su país. A la información se le adjuntaba una petición mundial por su excarcelación. También circulaba el reclamo acerca de que los futbolistas que estaban jugando el Mundial debían expresar su solidaridad con el compañero.
Si la consigna resultante es Protestemos por la condena a muerte de un sujeto por ejercer su derecho a la opinión, es verdaderamente difícil no encontrar un amplio consenso favorable. Por estos lares, se suele abominar de la condena a muerte, en primer lugar. También es condenable, desde la corrección política, el agravio al derecho humano a expresar su opinión, sobre todo, si esta coincide, al menos en líneas generales, con la nuestra.
Resulta llamativo, con todo, el generalizado mutismo de los jugadores más renombrados al respecto. Esto aporta una sospecha confirmatoria a un contexto de creencias que parten de considerar que el sistema político iraní tiene claramente un semblante propio de una teocracia musulmana autoritaria, donde la disidencia religiosa y social se castiga de un modo especialmente cruel y que la FIFA, organismo políticamente autoritario, se cuida mucho de permitir protestas de sus deportistas estrella, más aún en un Mundial organizado en Catar, país también musulmán, dominado asimismo por un régimen autoritario. Todo, como se ve, envuelto en una ominosa atmósfera autoritaria.
Un integrante de un grupo delictivo culpado del asesinato de policías condenado a 26 años de prisión
Mucho más tarde, cuando los medios de comunicación masiva que se ocupan del asunto suman sus voces en una común congoja por la situación, un relato alternativo[1] comienza a circular por las redes. Allí se nos narra que en realidad, no se trata de un futbolista en ejercicio de su derecho a la opinión, sino de un integrante de un grupo delictivo culpado del asesinato de tres policías. En el momento en que comienza a circular esta versión, el juicio se encuentra en desarrollo, por lo que se desmiente que el sujeto haya sido condenado de algún modo. El periodista que ofrece este relato se presenta a sí mismo como un competente conocedor de la realidad social y política iraní.
Antes de seguir, debo hacer notar que el hecho de presentar esta última versión en segundo lugar (cronológico) no debe interpretarse como es común en la redacción de los noticiarios, como de una figura retórica de concesión. Para que se entienda, cuando los medios de comunicación masiva dan dos versiones de un mismo asunto, colocan en último lugar la que consideran más plausible o, en todo caso, la interpretación de los hechos propia del editor jefe. Eso sí, sin dejar de escuchar las dos campanas y aparecer como “objetivos” o “ecuánimes”. De manera que, en el presente contexto, hay dos versiones diferentes acerca de un ¿mismo? hecho y quien esto escribe no cuenta con pruebas contundentes para inclinarse por ninguna, al menos de momento.
Resulta por demás llamativo que ningún medio masivo (de cualquier orientación editorial) se haya hecho eco de este segundo relato, teniendo en cuenta, sobre todo, que allí se denuncia una operación de prensa originada por una oscura y más que dudosa fuente de la oposición política iraní, con sede en Londres. Después de todo, podría pensarse, no es ni la primera ni la última vez que un régimen autoritario condena a sus opositores con causas criminales fraguadas. Apenas emerge una tenue duda cuando el mismísimo presidente colombiano Gustavo Petro se pronuncia en defensa del futbolista y el gobierno iraní le responde.
Uno se pregunta sobre el estatuto de la propia realidad. Es la vieja ingenuidad de considerar que, más allá de los relatos, existe algo llamado realidad objetiva, donde resplandecen con su propio fulgor terminante los hechos y la información es el modo en que los sujetos podemos comprobar en qué mundo vivimos. Pero estos son tiempos cínicos y desilusionados. La convicción en la verdad se ha reemplazado con el pliegue que hace coincidir un relato cualquiera con las creencias propias. Si usted, amigo lector, cree que el régimen iraní es capaz de mandar a la horca a un sujeto por sus opiniones sociales o políticas, entonces le será funcional atender al primer relato y confirmar, sin fisuras y con automática convicción, sus propias creencias previas (las que han sido construidas a lo largo de su existencia con el mismo procedimiento de cuasiverdad...). En cambio, si usted, asimismo amigo lector, cree que el imperialismo globalizador no cesa de manipular la información para sus fines políticos de dominación y sojuzgamiento de las masas portadoras impenitentes de celulares, la segunda versión le será, seguramente, confirmatoria de lo que ya sospechaba y temía (en todo caso, el que esté libre de conspiranoia, que lance su primera piedra...).
Hechos e interpretaciones
Uno de los resabios de la vetusta educación que nos han infligido tiempo atrás es el arcaico prejuicio que la verdad de una proposición es una correspondencia probada con los hechos de la realidad. De acuerdo con la añeja lógica aristotélica, si una proposición resultara verdadera, una distinta o contradictoria resultaría falsa si versara sobre el mismo asunto. Esto nos conduciría a preguntarnos cuál de estos relatos es el verdadero o si hay que buscar un tercero o cuarto que corresponda con los hechos. Pero nuestros informadores nada hacen. Es comprensible que la diaria o Caras & Caretas carezcan de recursos suficientes para enviar a uno de sus sagaces periodistas a Irán a averiguar la verdad de los hechos, pero en estos tiempos de redes y de sociedad de la información, parece que es difícil chequear la verosimilitud de un relato. En realidad ¿es necesario decidir entre dos relatos disímiles?
En definitiva, caemos en un equívoco cuando consideramos que, al leer la prensa, consultar los portales o contemplar la TV, nos informamos con el propósito de saber del estado del mundo. En realidad, lo que hacemos es abonar diversas teorías que asumimos, por lo general, de un modo ligeramente arbitrario, pero en todo caso siguiendo un patrón de preferencia según nuestra pertenencia de clase y grupos de interés, así como de singularizadas formas del capital cultural. No nos exponemos ante las noticias para averiguar cómo son las cosas, sino que escuchamos con dispar atención e interés ciertos relatos que nos construyen la creencia en el mundo que cultivamos según nuestra precisa ubicación en el archipiélago social.
Lo poco cierto que, aparentemente, se sabe es que Amir Nasr Azadani ha sido condenado a 26 años de prisión. Esto, porque es el único solapamiento entre los dos relatos, lo que no constituye una prueba muy decisiva. Por suerte, el desdichado no será ahorcado en una plaza pública y esto ya no es poco. Pero nos quedamos con la inquietud acerca si el propio juicio no será acaso un tercer relato, sustentado tanto en pruebas tan contundentes como fraguadas, veraces o falsas, tanto da, si el relato judicial, en definitiva, como todo relato, es funcional al que detenta el poder.
Ahora, amigo lector, le invito cordialmente a someterse a un experimento imaginativo. Suponga que un día cualquiera, usted sale de su casa y... No importa lo que usted haga, diga, crea o cometa. Muy lejos suyo, Alguien tomará su nombre, su apariencia y su situación como sujeto de un relato que en algo muy mínimo se parece a lo que usted haga, diga, crea o cometa, y elaborará por su cuenta un relato que lo precipite a la condición de héroe, víctima, villano o mártir. Una parte suya, que se parece ligeramente a usted mismo, se termina por conducir, como en el drama de Pirandello, como un actor en busca -por demás involuntaria- de un Autor. Y usted puede terminar inmolado en el altar de la notoriedad, enceguecido por las luces de la fama no buscada o hundido en la penumbra de la más inicua de las mazmorras.
Antes, Jorge Luis Borges podría conjeturar que apenas nuestras vidas no son otra cosa que los sueños de un Dios distraído. Pero desde que nos enteramos, con Friedrich Nietzsche, que Dios ha muerto, ahora cualquiera puede soñarnos y relatarnos. No sé
usted, querido amigo, pero a mí me corre un frío por la nuca... ¡y eso que hace un calor...!