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PASADO Y PRESENTE. O VICEVERSA

 Publicado: 04/01/2023

“Aftersun”: huellas


Por Andrés Vartabedian


Sugestiva en sus tres acepciones: por lo que sugiere sin necesidad de un decir explícito y, mucho menos, de apelar al grito o la estridencia; por las emociones que suscita y que se van acumulando lentamente hasta desbordarnos el cuerpo; por lo atrayente que resulta, desde el vínculo filial que plantea, su delicado y complejo abordaje, la temática aludida, las actuaciones logradas y uno de los crescendos dramáticos más finos, sutiles y sin complacencia de los últimos años.

Un filme profundamente lírico, tanto por su comunicación de sentimientos y emociones íntimas mediante el ritmo y las imágenes, como por el valor que adquieren sus aspectos sonoro-musicales (lo que incluye las letras de las canciones elegidas, que comentan como a medida las situaciones en las que se incluyen).

El sonido es un componente esencial de Aftersun. Incluso antes de las primeras imágenes, el de una cinta en reversa nos sitúa en otro tiempo, fuera de esta era digital que habitamos. Un elemento analógico, un elemento de(l) pasado que ya comenzará a incidir en nuestra percepción de los hechos. Es una videocámara que hará las veces de nexo entre Sophie y su padre Calum (memorables composiciones y memorable química lograda entre Frankie Corio y Paul Mescal), tanto durante las vacaciones de aquel verano veinte años más viejo, como en la actualidad de la vida de Sophie que -dadas ciertas referencias que tenemos de aquel período- se encuentra próxima a cumplir sus treinta y un años. Una generación ha pasado desde ese momento y muchas cosas han cambiado en ese lapso, no solo a nivel tecnológico.

Veinte años son también los que se lleva con su padre, un hombre del que iremos recibiendo información en detalles, pero al que no podremos explicar desde una narrativa lineal convencional. Sabremos que practica taichí, que se encuentra separado de la madre de Sophie, que esto no implica que se lleven mal, que su situación económica no es del todo estable, que cuando cumplió la edad de Sophie -once años- sus padres no recordaron su cumpleaños, algo en lo que Sophie reparará particularmente... Y sabremos que es un padre afectuoso, presente, que intenta comunicarse de la mejor manera con su hija, aunque por momentos parezca no resultarle del todo sencillo (como sucede con cualquiera de nosotros), y que aún ve en ella a una niña más que a una adolescente o preadolescente. De todos modos, hallaremos algo de enigmático en él y su comportamiento. Cierta idea de intranquilidad se irá instalando en nosotros de manera sutil y subrepticia, reforzada por ciertas pausas efectuadas por Charlotte Wells en la acción, ciertos tiempos enlentecidos -a semejanza de esas tardes de estío en las que si no hay siesta, hay solo aburrimiento-, cierta sonoridad perturbadora -aun cuando no seamos del todo conscientes de ella-, ciertas tomas, ciertos ángulos, que nos intranquilizan de algún modo… Entenderlo llevará su tiempo, su proceso, su dolor. También para Sophie. Aftersun es sugerente como el agua que domina buena parte de sus imágenes.

Ese goteo de detalles que comienza, lentamente, a tomar sentido de conjunto, no significará acumulación de evidencias en torno a algo concreto que fácilmente podamos determinar. Sin embargo, será disruptivo de la calma, la tranquilidad, de ese verano compartido entre padre e hija, de su reposar al sol, de sus baños de mar, de sus zambullidas de piscina, de los espectáculos compartidos, de la ternura profesada mutuamente, de sus charlas más íntimas y cómplices… del inicio del despertar sexual de Sophie, la que, también lentamente, durante ese verano en Turquía, comenzará a alejarse, casi imperceptiblemente, del mundo infantil que habitaba, para pasar a formar parte del más netamente juvenil. De ese proceso iniciático, Charlotte Wells (Edimburgo, Escocia, 1987) también tendrá algo para señalar. Y lo hará de manera cálida, apuntando rasgos lenta y dulcemente.

Con el paso de los minutos, ese goteo disruptivo comenzará a actuar en nosotros, comenzará a decirnos algo que quizá no queramos ver, nos cueste asumir en nuestro fuero más íntimo o tal vez rechacemos, lisa y llanamente. Algo tan profundo y enorme como esos ojos de mar que posee Sophie. Enfrentarnos al dolor nunca es fácil. Y este es un dolor hondo, al igual que esos ojos.

En definitiva, Aftersun es un ejercicio de memoria, un flashback mental compuesto de retazos de aquel estío. Un ejercicio duro, difícil, pero bello a la vez. Hay un pasado que se hace presente aquí y ahora, y nos altera. Aunque para nosotros, durante todo el filme, sea el presente el que irrumpe en el pasado, desconcertándonos, desorientándonos, es el pasado el que irrumpe en el presente, como corresponde a la naturaleza de las cosas -condición sine qua non que únicamente el cine puede romper-. Tal vez el cumpleaños, ese cumpleaños, lo haga más notorio, lo haya traído con más fuerza, con más brío. Sin embargo, lo sabemos: eso estuvo siempre allí, nunca abandonó a Sophie. Difícil es imaginar lo contrario. Por lo tanto, quizá este sea un momento de quiebre en su memoria, un momento de reencuentro reparador, de algún modo, con aquel pasado. Igualmente, puede ser que ello sea solo nuestra ilusión, nuestra esperanza. Sabemos que la memoria duele, pero también reconstruye, y a ello quizá nos aferramos: Sophie y el inicio de un proceso en ese sentido. No lo sabremos. Hay cosas que no son fáciles de explicar ni poseen resoluciones simples. Afortunadamente, Wells lo sabe. Algunos dolores arropan.

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