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IN MEMORIAM. LUIS C. TURIANSKY. VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 84 (SETIEMBRE DE 2015). LAS VÍCTIMAS Y SUS EXPOLIADORES

 Publicado: 04/01/2023

La crisis migratoria


Por Luis C. Turiansky


"Necesitamos redescubrir qué representa un ser humano y que cada uno importa".

Rev. Trevor Willmott, Obispo de Dover, Gran Bretaña[1]

 

Dover, la ciudad británica donde oficia el obispo cuyas palabras abren este artículo, es el mayor puerto marítimo del Reino Unido, situado no lejos de la boca del "Eurotúnel" que une a Gran Bretaña con Francia por debajo del Canal de la Mancha. La construcción de dicho túnel fue una proeza tecnológica y se dijo que iba a unir a los pueblos. Una manera de decir, porque lo que importa realmente, como se ha visto, es el tránsito de mercancías, no el de personas.

La recriminación del prelado estaba dirigida al gobierno conservador que preside David Cameron, para quien la solución pasa por el aumento de la vigilancia y la represión. Con el fin de acrecentar las medidas de seguridad a la entrada del túnel, la Secretaria (Ministra) de Asuntos Interiores del Reino Unido, Theresa May, y el Ministro del Interior de la República Francesa, Bernard Cazeneuve, acordaron en Calais, Francia, precisamente donde el túnel empieza, hacer frente conjuntamente a los intentos continuados de pasar ilegalmente al otro lado del Canal.

En el otro extremo del "espacio Schengen",[2] el Gobierno de Hungría ha decidido responder a la afluencia de inmigrantes clandestinos desde Serbia mediante una barrera metálica semejante a la que se eleva en la frontera entre Estados Unidos y México. Austria, otro de los países afectados por esta ola sin precedente,[3] ha acordado con su vecina Eslovaquia el traslado de un grupo de refugiados que ya no caben en los establecimientos de alojamiento transitorio austríacos. No obstante, la población de Gabčíkovo en Eslovaquia, donde se prevé el reasentamiento de este grupo a cambio de una contribución financiera de Austria, ha rechazado la idea en un referéndum consultivo, sin poder vinculante.

El convidado de piedra

Dada la magnitud del problema y la rapidez de su propagación, cunde el nerviosismo y se expande el rechazo instintivo de lo foráneo, cuya imagen es esa gente culturalmente diferente, económicamente pobre y de difícil integración, que pide limosna en las calles. Se les atribuye, además, ser causantes de distorsiones en el mercado laboral, así como del aumento de la delincuencia y la inseguridad, achacándoles incluso la tozudez con que inculcan en sus hijos las tradiciones de los ancestros, en lugar de adaptarse mansamente. En esto residiría, según se dice, la tendencia de algunos jóvenes a descargar sus odios y complejos contra la sociedad que los recibe.

Se trata, en general, de ideas preconcebidas, aunque, en algunos casos, puedan basarse en hechos reales. Pasan por alto el reverso de la medalla: en la segunda mitad del siglo XX, los nuevos inmigrantes que llegaron a Europa occidental lo hicieron para suplir la falta de mano de obra, sacrificada en la Segunda Guerra Mundial. Contribuyeron con su esfuerzo al renacimiento capitalista de posguerra, pero no fueron recibidos con alborozo. Víctimas de discriminaciones, celos y desprecio, tuvieron que aceptar condiciones de vida muy inferiores a las que ya habían logrado los sectores comparables de la sociedad establecida. Posteriormente, fueron las primeras víctimas de la recesión y el desempleo. Los jóvenes que no conseguían triunfar en el fútbol u otros deportes profesionales de gran público acrecentaron la sensación de fracaso heredada de sus padres, y los que no aprendieron a compartir sus preocupaciones con sus compañeros de trabajo nacionales en los sindicatos y otras organizaciones sociales, cultivaron su rechazo al mundo representado por el lugar que les acordó el destino.

El atentado a las Torres Gemelas de Nueva York en setiembre de 2001 tuvo consecuencias nefastas para la inmigración de origen árabe o de religión musulmana. Las intervenciones militares en el Medio Oriente exacerbaron las manifestaciones de xenofobia contra los inmigrantes musulmanes, extendida luego a quienes les brindaban solidaridad, hasta llegar a brutales actos de violencia, como la matanza de jóvenes socialistas noruegos perpetrada por un fanático neonazi cerca de Oslo en 2011. Solo faltaba, para completar el cuadro, la incidencia de la nueva Guerra Fría y su corolario, la guerra psicológica, cuando todo se junta en un mismo enjambre de enfrentamientos y odios al servicio de los grandes objetivos estratégicos.

¿Choque de civilizaciones o huida en masa?

Estos inmigrantes llegan en un mal momento, cuando arrecian en el mercado de trabajo los efectos de la crisis financiera iniciada en 2008. Aun cuando, tradicionalmente, la izquierda es solidaria con los inmigrantes, sobre todo si son fugitivos que escapan de las guerras y la represión, una buena parte de las poblaciones oriundas, incluidos a veces también los inmigrantes de vieja data, ven con temor esta afluencia inesperada de advenedizos. En algunos círculos intelectuales resurge como tema la ya casi olvidada teoría de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones.[4] Algunos traen a colación la guerra declarada a Occidente por los rebeldes del llamado "Daesh" o "Estado Islámico", como si todo inmigrante fuera por definición un agente terrorista. La realidad es muy distinta: en la inmensa mayoría de los casos, son la miseria sin esperanza y las guerras lo que ha empujado a esta masa a abandonar su terruño y buscar asilo en un medio sobre el que han oído maravillas.

 

Las llegadas por la ruta del Mediterráneo han sido unas 250.000 en 2015. "Deaths" = muertes. Líneas punteadas = rutas marítimas. Líneas continuas = rutas terrestres. Obsérvese el bajo número de arribos a España y el papel creciente de Italia y Grecia como lugar de desembarco y de las rutas terrestres turcas y balcánicas. Fuente: Organización Internacional para las Migraciones.

 

Puede ser que algunos de estos nuevos peregrinos hayan iniciado su derrotero en Madagascar, tras conocer el infierno de Ilakaka, el "Valle de los Zafiros".[5] Allí, hace 17 años, un campesino de la región encontró en un arroyo una piedra transparente de gran belleza y decidió usarla como amuleto, colgada alrededor del cuello. Con el tiempo, se hizo célebre, todos venían a admirar su adorno excepcional, hasta que se enteraron los que saben de estas cosas, quienes examinaron la piedra y determinaron que era un zafiro de gran valor. Se produjo el aluvión consiguiente de aventureros ávidos de enriquecimiento rápido, equiparable a la famosa "fiebre del oro" en América del Norte. Los que tomaron rápidamente la delantera fueron, lógicamente, los comerciantes y los técnicos europeos e indios. El Estado repartió "concesiones" y los concesionarios contrataron a gente pobre, dispuesta a dejarse explotar con la esperanza de encontrar un tesoro. El método es digno de las historias de los mensúes que nos relata Alfredo Varela en "El Río Oscuro": los excavadores y los buscadores de gemas, entre ellos 19.000 niños (su baja estatura es una ventaja en los pasadizos subterráneos), no reciben sueldo alguno; al contrario, el dueño de la "concesión" les cobra por el simple derecho a excavar en su dominio una suma equivalente a 6.400 pesos uruguayos por semana. Si el trabajador tiene suerte, las gemas que encuentre, después de entregar la parte que debe al concesionario, las puede vender a la compañía a los precios que ella le imponga. Transportadas sin pulir al otro lado del océano, en la India adquieren de pronto un valor cien veces superior. Y ni qué hablar de lo que pueden llegar a costar las piezas trabajadas de joyería fina en los comercios de lujo de las capitales del mundo desarrollado.

El negocio es redondo, y la miseria de los mineros, inconmensurable y aplastante. Son 120.000 en total, malgaches o de otros países africanos, tailandeses, cingaleses, y algunos blancos, los jefes. De la seguridad, no hay ni de qué hablar: simplemente no existe y los accidentes fatales debido a derrumbes son frecuentes. Escapar, atravesar el África entera y entregar todos sus ahorros a los contrabandistas de hombres para intentar un viaje azaroso, en los que no siempre se llega a destino, pero con la esperanza de avizorar la soñada Europa, tal el objetivo declarado al preguntárseles qué harán con el dinero ganado.

Imaginemos, luego, que un país así sea arrasado por las bombas en una guerra, o que un grupo deseoso de encaminar la resistencia por el lado del fanatismo religioso ocupe la zona. ¿No se volverá una necesidad el deseo de partir? No es el caso de Madagascar, desde luego, pero la hipótesis es perfectamente aplicable a cualquier otro país pobre o envuelto en conflictos regionales o étnicos y que además posea yacimientos de interés estratégico, como el petróleo, por ejemplo. Siria, Libia, Irak y otros países de Medio Oriente se han convertido en fuentes inagotables de refugiados. El Uruguay ha dado asilo el año pasado a varias familias sirias, y se esperan otras.

El aporte de las guerras a la emigración masiva es la novedad que nos trae este nuevo siglo de tonos apocalípticos. No había ocurrido en tal grado desde la Segunda Guerra Mundial. Uno de los resultados es que ya no afecta únicamente a las clases pobres, tradicionales clientes de las organizaciones clandestinas del tráfico de personas, sino también a las clases medias, dispuestas a pagar sumas importantes a fin de escapar de las matanzas sin razón. La otra consecuencia, dada la ubicación geográfica de los países involucrados, es el uso creciente de la "ruta balcánica" con base en Turquía. De ahí los migrantes tratan de dirigirse a Europa central y Alemania, mientras que la "ruta del Mediterráneo", desde el África del Norte, queda reservada a los más pobres, esencialmente africanos. Con suerte, estos terminarán en las costas italianas y de ahí tratarán de llegar a Francia y luego a Gran Bretaña.

El negocio del contrabando de personas

El sistema mercantil actualmente dominante, al que, para llamarlo de algún modo, le digo "capitalismo global", se caracteriza por su absoluta falta de escrúpulos. Como sentenciara el maestro Enrique Santos Discépolo, su lema es: "Lo que hay que hacer es empacar mucha moneda, vender el alma, rifar el corazón".[6] Allí donde la compasión dicta ayudar al prójimo, surgen espontáneamente empresas secretas encargadas de expoliarlo aún más aprovechando su desesperación, que le hace caer fácilmente en las trampas del contrabandista.

A precios exorbitantes, que pueden llegar a 10 mil euros por adulto desde un puerto turco, les presentan el señuelo de la Europa rica y los embarcan en buques cargueros, con la complicidad de los respectivos capitanes, como polizones tolerados, ocultos durante el día en las bodegas, para evitar las miradas curiosas de los helicópteros y navíos de la armada turca, hasta salir de las aguas territoriales. Este trayecto es ciertamente incómodo, pero relativamente seguro. Está reservado a refugiados "de primera", más adinerados, no precisamente a los míseros mineros de Ilakaka.

La ruta terrestre es más económica, pero más peligrosa. Utilizable es cualquier vehículo, aunque predominan los camiones de larga distancia que transportan los productos del Medio y Cercano Oriente a los confines más apartados de la Unión Europea. Su "cargamento" humano viaja entre las cajas, semiasfixiados, en condiciones higiénicas lamentables. Si los descubre un control fortuito se sentirán aliviados de que se les obligue a descender, pero habrán perdido toda la inversión si el incidente se produce antes de la famosa "frontera exterior" del espacio Schengen, que en la ruta marítima está representada por las costas de España, Italia y Grecia, y en la terrestre meridional, por Bulgaria y Rumania.

 

La llegada a Europa. Frontera greco-macedonia, 21.08.2015. Fuente: Reuters

 

Pero no son estos los lugares más apetecidos por los inmigrantes, para quienes representan apenas sendas paradas antes de la verdadera aventura a través de toda Europa Central hasta llegar a su objetivo preferido, Alemania, de la que tienen las mejores referencias y otros tantos vínculos personales, o el Reino Unido, por motivos lingüísticos. Esto da lugar a que el negocio con la tragedia ajena se prolongue a escala local, con la participación de bandas emprendedoras de todas las nacionalidades encontradas en la ruta. Por algo el sistema que las produce es global. También se suben al tren "clientes" locales, que aprovechan la avalancha para ir, ellos también, en busca de mejores condiciones de vida, cuando normalmente no les sería posible obtener la visa o aspirar a la calidad de refugiados, por pertenecer a "países seguros". Frecuentemente, el viaje termina por el camino, retenidos en los centros eufemísticamente llamados "de acogida", más parecidos a presidios y separados de la población local con alambradas de púas, donde esperan meses, hacinados, el decreto de "protección internacional", como llaman ahora al asilo, o más frecuentemente el de expulsión.

La ruta marítima desde el norte de África, por su parte, es famosa por la elevada incidencia de accidentes fatales. En 2014, en total, unas tres mil personas perdieron la vida en el Mediterráneo durante su intento de cruzarlo para llegar a Europa. También resalta la crueldad de los métodos empleados. Conocidos son los casos de embarcaciones abandonadas en alta mar por la tripulación, dejando a los pasajeros a merced de las olas, así como de barcos que no se detienen para recoger a náufragos que de otro modo hubieran podido salvarse. Pero, por si esto no fuera poco, tampoco la ruta terrestre de los Balcanes se salva: un camión abandonado en una autopista austríaca reveló hace poco, una vez abierto, el macabro contenido de 71 cadáveres asfixiados, probablemente fugitivos sirios, incluido algunos niños. ¿Será que los traficantes de seres humanos han llegado a la conclusión de que más vale eliminar a los "clientes" por el camino, antes que se conviertan en un estorbo?

Los dividendos políticos

También el juego político interviene en este drama. La defensa de los intereses nacionales ha quedado olvidada al elaborarse los programas de la izquierda histórica reformista, y esto facilitó el auge de las corrientes nacionalistas de derecha, inclusive de ultraderecha. La jugada era fácil: mientras los gobiernos socialistas centraban su accionar y su prédica en el sistema basado en la unidad institucional europea, bastaba con levantar del suelo las banderas despreciadas de la soberanía nacional. Hoy, estas fuerzas cercanas del fascismo son las adalides de la defensa de los "valores europeos" frente a la invasión de extraños que, para colmo, profesan otra religión. Aprovechan los temores de la sociedad establecida, que observa con malos ojos que sus ciudades se transformen en aglomeraciones cosmopolitas en las que se sienten ajenos. El término en boga de "populismo", equivalente a "demagogia" pero con raíz latina, suele aplicarse hoy a los programas destinados a atraer a las masas desorientadas; no es un término muy feliz y da lugar a equívocos, pero no sería la primera vez que extremismos de derecha se sirven de la ignorancia política cultivada durante años por la burguesía, para imponer dictaduras totalitarias.

Estos movimientos están presentes en casi toda Europa y no se limitan al espacio de la Unión Europea. En Francia, el Frente Nacional ha sabido aprovechar las vacilaciones del gobierno de François Hollande y gana adeptos en sectores que de otro modo se horrorizan ante las declaraciones racistas y antisemitas de su fundador, Jean Marie Le Pen. Por otra parte, su actual líder, Marine Le Pen, hija del anterior, se ha deslindado de las manifestaciones extremistas de su padre y se plantea, luego de trabajar hábilmente su imagen personal, ganar incluso las próximas elecciones presidenciales en 2017. Su acercamiento a Rusia es significativo. Los motivos rusos para este acercamiento, evidentemente mutuo, están ligados a la búsqueda de fisuras en el campo contrario, que hostiga a Rusia con sanciones y otras medidas inamistosas. El final de la partida, sin embargo, todavía no está muy claro.

Un motivo de optimismo es la reacción de los sectores sensibles al drama que se solidarizan con los refugiados y repudian a los agresores que atacan los centros de asilo en Alemania, así como son dignas de destaque las manifestaciones espontáneas de congoja por las víctimas de los traficantes en Austria.

Sin solución a la vista

La actual crisis migratoria no tiene una salida visible porque sus causas no son coyunturales sino estructurales. Mientras siga existiendo el sistema que estimula y acepta las injusticias que dan origen a esta situación, sistema que Yanis Varufakis llamó "El minotauro global",[7] nada impedirá que prosiga el éxodo de los parias del mundo hacia las metrópolis, cuyos mismos medios culturales se encargan de exportar la imagen de paraísos terrenales. El presente artículo se refiere al caso de Europa en particular, pero situaciones similares se producen también en Asia y el Pacífico, y tampoco faltan en América. Junto con los focos de tensión existentes, se acerca peligrosamente la guerra como desenlace, con sus consecuencias inimaginables.

La actual ola migratoria, como manifestación de la crisis mundial, se acrecentará mientras esta prosiga. Ahora le toca a la crisis bursátil china. Entretanto, lo único a que atinan los países desarrollados para impedir la propagación de las corrientes migratorias es cerrar las fronteras, levantar murallas y cercos electrificados, perseguir y expulsar a los indocumentados, enviar el ejército a vigilar las fronteras y la marina a patrullar los mares, todo lo cual puede aún perfeccionarse.

Veinticuatro años después de la jubilosa demolición del Muro de Berlín y veinte desde la entrada en vigor del Acuerdo de Schengen, tal vez renazcan en Europa las murallas, semejantes a las medievales o a las de la primera Guerra Fría. Diferirán tal vez en su esencia política de la "cortina de hierro" que popularizó en su tiempo Sir Winston Churchill, pero tendrán las mismas consecuencias humanas y sociales.

Incluso puede acabarse la era del euro, para gran pesar del gobierno griego dimitente, que hizo lo indecible para conservarlo. La otra alternativa es cambiar el sistema. Todavía hay tiempo.

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