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IN MEMORIAM. LUIS C. TURIANSKY. VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 70 (JULIO DE 2014). VER PARA CREER

 Publicado: 04/01/2023

El caso Suárez


Por Luis C. Turiansky


La pena impuesta por el órgano disciplinario de la FIFA contra el jugador más eficaz de nuestra selección nacional es exorbitante, si se compara su acto con otros incidentes dudosos o ataques a mansalva contra la integridad física de los contrincantes, incluso en el curso de este Mundial de Brasil. La prohibición de ejercer "cualquier actividad ligada al fútbol" es arbitraria y podría entenderse como una violación de su derecho al trabajo y a entrenarse para estar en condiciones de volver a ejercer su profesión una vez cumplida la pena. La posible atenuación del castigo, en lo que habría que ver no solo el efecto de la apelación de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), sino también el interés comercial despertado por el jugador en Europa, no remedia la injusticia cometida en plena competición.

El caso ha sido objeto de una mediatización sin precedentes en todo el mundo. En nuestro país, la reacción casi unánime fue de rechazo total y apoyo irrestricto al jugador. El propio presidente Mujica se encargó de politizarlo y, de paso, agregar una nota bolichera al mensaje. Aun después de haber declarado, el maestro Tabárez, en conferencia de prensa, luego de haber visto las imágenes del incidente, que "había una posibilidad bastante cierta de sancionar a los protagonistas de la acción, tanto a Luis Suárez como a Chiellini",[1] se siguió hablando con patriótico empeño de la "supuesta" mordedura del delantero uruguayo.[2]

¿Por qué tanta insistencia en negar lo evidente? Millones de telespectadores en el mundo vieron la escena: un contacto en el área, Suárez inclina por atrás la cabeza sobre el hombro de Chiellini, el italiano responde con un codazo, ambos caen o se tiran al suelo, Suárez, sentado en el césped, se cubre los dientes con ambas manos y Chiellini da entonces comienzo a su número en el mejor estilo de la commedia dell'arte, recorriendo a los gritos buena parte de la cancha para mostrar a diestra y siniestra que el uruguayo lo mordió en el hombro izquierdo.

Suárez, en su alegato remitido a la comisión disciplinaria, afirmó que no fue así, que "perdió el equilibrio" y su boca "tocó el hombro" del defensa italiano. Dados el tamaño y la disposición de sus incisivos, Suárez suele jugar con la boca entreabierta, por lo que su argumento es tan plausible como cualquier otro, pero es difícil creer que, al trastabillar, no la haya cerrado instintivamente.

Uno de los motivos de nuestra incredulidad digna del apóstol Tomás puede ser el pudor. El hecho en sí es tan insólito, que la fama que rodea a Suárez al respecto resulta enojosa. El término injurioso de "caníbal", introducido por la prensa holandesa luego del primer incidente de notoriedad que protagonizó el salteño defendiendo los colores del Ajax, es doblemente inapropiado proviniendo de una nación con un pasado colonial en las Antillas, la patria de los caníbales de verdad, cuyas costumbres antropófagas fueron tal vez exageradas con mala fe por los conquistadores. El gran Shakespeare lo inmortalizó en La tempestad intercambiando las consonantes n y l (¿intencionalmente o por error?), lo que le dio “Calibán” para el nombre del salvaje de la obra. Al rechazar esta campaña deshonesta de infundios contra un muchacho de origen humilde, tenemos tendencia a limpiarlo de toda culpa. Nos identificamos con él, sufrimos con él y lo convertimos en nuestro ídolo.

Sin embargo, lo que él necesita es nuestra ayuda, y ocultar los errores no lo ayudará. Está claro que el gesto de morder, al repetirse, se convierte en un hábito, una válvula de escape ante situaciones de extremo estrés, como lo es sin duda un Mundial, agravado por la conciencia de ser el elemento decisivo del plantel y de que se espera mucho de él, tal vez demasiado; su responsabilidad es enorme, y he aquí que un zaguero en el área lo bloquea, en forma lícita o no (la cámara no lo mostró), cuando, si Uruguay no anota un gol, en diez minutos más queda eliminado...

Situaciones como esta son el plato cotidiano del futbolista profesional de alto rango. En su mayoría vienen al Mundial después de culminar agotadoras campañas en sus clubes respectivos (Diego Godín llegó hasta la final de la Champions League europea, partido que se jugó tan solo un mes antes en Lisboa). Sin tener un mínimo de descanso, se presentan como gladiadores de la Roma antigua ante multitudes enardecidas, en recintos monumentales que sintomáticamente hoy llaman "arenas". Es la gran fiesta del fútbol, y en situaciones extremas es fácil perder el control. Según especialistas consultados, en momentos de total entrega la corteza cerebral se "desconecta", lo que explica por qué es tan común que un jugador no recuerde lo que hizo y sus discusiones con el juez del partido pueden ser sinceras. Asimismo, las exigencias del club empleador están en proporción a los millones que ha invertido. El jugador, cuyos ingresos no dejan de ser privilegiados, se convierte finalmente en instrumento del gran negocio del fútbol moderno.

En los días de furor del caso Suárez se citaron declaraciones de sicólogos, en particular de Tom Fawcett, de la Universidad de Salford, y de Pablo Martínez, de nuestra Universidad de la República. Ambos dan a entender, independientemente uno del otro, que cierta atención médica le fue proporcionada al jugador después del segundo incidente conocido (ya jugando en Inglaterra). Sin embargo, no parece suficiente, puesto que antes de desatarse el escándalo, incluso en los momentos de euforia tras la victoria sobre Inglaterra, gracias a sus dos goles magníficos, él no dejó de mencionar lo mucho que había sufrido.

Pero cualesquiera que sean los pormenores del incidente, la acción cometida y su desenlace disciplinario (que podía no producirse, si no fuera por el escándalo que hizo el defensa italiano, ya que el árbitro no vio lo ocurrido) perjudicaron seriamente al equipo. En estos casos, es normal que el jugador sancionado asuma su responsabilidad. Suárez merece apoyo y solidaridad con todos sus defectos, no glorificación.

La epopeya celeste en Brasil terminó prematuramente. ¿Incidió en ello la separación de Suárez? El Maestro, un caballero bajo cualquier circunstancia, rindió homenaje al equipo colombiano, el que, según él, "fue mejor en todo sentido". También Diego Godín, el capitán en la emergencia, afirmó que la ausencia de Suárez no podía invocarse como causa de la derrota. Tienen razón, los cafeteros fueron muy superiores. Pero tal vez el encuentro habría sido más peleado con el Pistolero haciendo de las suyas en el campo (sin morder) y, sobre todo, sin el peso sicológico del sentimiento de infamia sufrida por jugadores y aficionados. Al parecer, la FIFA ordenó requisar las caretas y camisetas con el rostro de Suárez, que algunos pretendían ingresar al estadio. No solo en persona tuvo prohibida la entrada, también su efigie estuvo proscrita. Consta también que la trasmisión evitó todo el tiempo mostrar a la hinchada uruguaya (salvo en los últimos minutos, con las caras tristes).

Ahora bien, la experiencia vivida deja un sabor amargo también por otros motivos. En la reacción de la gente afloraron elementos de nacionalismo barato y fanatismo que nada tienen que ver con la sed de justicia. Los uruguayos somos todos especialistas en fútbol, sobre todo cuando el cuadro pierde. No es necesario, sin embargo, que la pasión futbolera nos ciegue hasta el punto de caer en el chovinismo grosero, ni tampoco necesitan los políticos acompañar esta corriente malsana para ganarse las simpatías del pueblo. Poco ayuda a superar el mal momento y volver a triunfar en estos eventos el pensar que simplemente hemos sido víctimas de una confabulación mundial contra nosotros, sin ver las insuficiencias propias.

Diego Forlán, otro personaje que se caracteriza por la lucidez de sus comentarios, dijo que el equipo requiere una "renovación generacional". Sin duda, no lo dijo solamente por él (esto lo viene diciendo desde hace tiempo). La edad promedio del elenco es de 27 años. Si algo se notó en la actuación celeste, en comparación con la de hace cuatro años en Sudáfrica, fue su pesadez, la imprecisión en los pases y tiros libres, así como la falta de velocidad cuando era necesario neutralizar un contragolpe adversario. La renovación de la que habla Forlán no será tarea fácil después de haberse apostado durante cuatro años a la solidez colectiva de un equipo consagrado, con jugadores experimentados en las contiendas europeas, pero que obviamente no son eternos. De pronto, no estaría mal dar mayor cabida a los talentos jóvenes que todavía juegan en Uruguay.[3]

Por último, la renovación que se necesita tal vez vaya más allá del fútbol, puesto que toca a la escala de valores en la que tiene lugar este fenómeno de masas. Esto tiene que ver con la educación y el papel de los medios. Hubo épocas en que al Uruguay se le admiraba no solamente por su fútbol, sino también por su escuela pública, su democracia, su cultura. La dictadura arrasó con todo esto y nos dejó sus secuelas. En la hora de "transformar la matriz productiva" en el plano económico, conviene también cuidar los valores culturales de nuestra sociedad, que representan otras tantas divisas en el exterior. Y entonces, el tema futbolístico aquí tratado se convierte en asunto político.

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