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DE EXILIOS, IDENTIDAD, AMOR Y LIBERTAD

 Publicado: 01/08/2018

Djam: orgullo y melancolía del camino


Por Andrés Vartabedian


“[…] Yo canto por ser antiguos
cantos que ya son eternos;
y hasta parecen modernos
por lo que en ellos vichamos.
Con el canto nos tapamos
para entibiar los inviernos... […]

Por la juerza de mi canto
conozco celda y penal.
Con fiereza sin igual
más de una vez fui golpeao,
y al calabozo tirao
como tarro al basural.

Se puede golpear un hombre,
pueden su rostro manchar;
su guitarra chamuscar.
¡Pero el ideal de la vida,
esa es leñita prendida
que naides ha de apagar! […]

Detrás del ruido del oro
van los maulas como hacienda;
no hay flojo que no se venda
por una sucia moneda;
mas siempre en mi patria queda
criollaje que la defienda. […]

Nadie podrá señalarme
que canto por amargao.
Si he pasao lo que he pasao
quiero servir de advertencia.
El rodar no será cencia
pero tampoco es pecao. […]

Yo he caminao por el mundo
he cruzao tierras y mares,
sin fronteras que me paren,
y en cualesquiera guarida,
yo he cantao, tierra querida,
tus dichas y tus pesares. […]

Pobre de aquél que no sabe
del canto las hermosuras.
La vida, la más oscura,
la que tiene más quebrantos,
hallará siempre en el canto
consuelo pa su tristura.

Dicen que no tienen canto
los ríos que son profundos.
Mas yo aprendí en este mundo
que el que tiene más hondura
canta mejor por ser hondo,
y hace miel de su amargura. […]”

Atahualpa Yupanqui – “El payador perseguido”

“Cuando te vas al exilio no llevás nada, excepto tus recuerdos y tu cultura. La tierra queda atrás. Y cuando dejás la maleta, surge la necesidad de hablar sobre tus raíces. Ese es el momento que me gusta”, ha sostenido Tony Gatlif al presentar Djam: una joven de espíritu libre -otro de los insufribles títulos con los que la distribución internacional nos subestima por estos lares-.

Nacido en Argel cuando esta ciudad aún formaba parte del imperio francés (1948), él mismo se considera en permanente exilio. Dichas raíces, sumadas a las de sus antepasados gitanos, parecen reafirmar ése, su devenir vital. De allí que lo autobiográfico se cuele constantemente en sus filmes, no ya como algo inconsciente, sino plenamente sabido y elegido. Latcho Drom (1993), Vengo (2000; conocida como Gitano en Uruguay), Exils (2005; estrenada aquí como El viaje inolvidable), son sólo algunas muestras de ello en diferentes períodos de su carrera cinematográfica.

Dentro de esta lista podemos ubicar su última realización: Djam. Dejando por un momento a un lado los propios exilios que lo acompañan, su atención se deposita en el desarraigo griego y su forma de cantarlo. Y, en este caso, cantarlo es contarlo. Tanto para el pueblo heleno como para el propio Gatlif. Es aquí que hace su aparición el rebético.

El rebético es uno de los géneros más populares de la música griega. Surgido hacia fines del siglo XIX dentro del Imperio Otomano, completó su desarrollo en los arrabales de las ciudades griegas luego de la expulsión de los habitantes de dicho origen de lo que restaba del Imperio durante la segunda década del siglo pasado. Por su origen marginal y los temas que aborda -amores trágicos, drogas, cárcel…-, se lo vincula, de algún modo, al fado, al tango y al blues. Por la melancolía que le da tono, sin dudas. Sus instrumentos: el buzuki y el baglamá -el que sabe cargar y ejecutar nuestra joven heroína, Djam, durante sus andanzas-, la guitarra como compañera, y los posteriores e insoslayables acordeón y violín. Desde diciembre de 2017 integra el patrimonio inmaterial de la humanidad, por decisión de UNESCO. De la mano van lo de turco que tienen los griegos, lo de griego que tienen los turcos.

Djam se sitúa en la isla de Lesbos y, desde allí, habla también de otros viajes, otros migrantes, otros exilios. Nuevos viajes, nuevos migrantes, nuevos exilios. Nuevos rostros de antiguos trayectos emprendidos. Ir y venir del planeta que no cesa de buscarse buscando sumar horizontes. Muchas veces por opción. Muchas muchas, no. Otros que también son nosotros intercambiando distancias y cercanías, sueños y pesadillas.

Lesbos, ubicada en el mar Egeo, muy próxima a la costa de Turquía, ha sido noticia en los últimos años, no por su afluencia turística tradicional, sino por esa ubicación mencionada y su rápida transformación, para quienes huyen de países de Oriente Medio llagados por la violencia rampante, en uno de los puntos más importantes de acceso al continente europeo. En Djam, la visión es la de un lugar casi abandonado a sus pobladores locales, cementerio de embarcaciones diversas y chalecos salvavidas, ya sin turistas, ya sin migrantes, ya sin siquiera los cientos de socorristas de diversas organizaciones humanitarias llegados hasta allí a intentar preservar la vida de tanto mar y tanta mezquindad.

Pero los exilios no tienen dueño, y también los griegos contemporáneos los conocen. Hechos de otra violencia, la económica. La que no mata al ritmo de metralla o bombardeo, la que aprieta y desangra lentamente, más de llanto discreto y menos grito.

En plena crisis se encuentra el negocio de María y Kakourgos; los bancos acechan. Kakourgos, padre postizo de Djam, es el ex compañero de su madre ausente, muerta de tristeza. La Dictadura de los Coroneles (1967-1974) la había alejado de su tierra natal. La conoció en París: el exilio cantaba a través de su voz y su garganta. No pudo más que enamorarse. Para ella no parece haber sido suficiente. Tercer exilio griego del que da cuenta Djam. Tercer exilio en poco menos de cien años. Avatares de entradas y salidas, entre la predestinación y el libre albedrío.

Kakourgos (un gran Simon Abkarian) necesita una biela para su embarcación averiada; antiguo ingreso en el hogar por concepto de paseos turísticos. Le solicitará a Djam (Daphne Patakia, revelación de talentos varios, histrionisa avasallante) que obtenga la pieza en Estambul. Ese será el punto de partida de un viaje que nos hará pensar en varios más. Un viaje iniciado por Djam en solitario, pero del que retornará acompañada. Avril (Maryne Cayon), una joven francesa, aparecerá sin rumbo ni pertenencias durante el febril andar de aquélla. Dispuesta, como voluntaria, a colaborar en el devenir de los migrantes en su pasaje por Turquía, ha sido abandonada y, de algún modo, “asaltada” por su novio. Sin dinero, sin misión, sin demasiado -deducimos- por lo que pensar en tornar, decidirá seguir a Djam en su trayecto. Trayecto que, como todo buen viaje, deparará preguntas, replanteos, cambios y crecimientos diversos, estación tras estación. Su vínculo crecerá con ellas -lo de identitario que comportará el camino también hablará de construcción de sexualidades-.

Y en ese ir y venir del viaje y de la búsqueda, Avril y Djam deambularán por anchos caminos, solitarios en su mayoría: amplitud que puede ser la de la libertad; soledad que puede ser también la que sienten los migrantes al recorrerlos. Es que Gatlif eligió hacer ese recorrido y no otro. Elección sin rastros de inocencia. Elección política, sin dudas. Su pasaje, su presencia, se percibe en diferentes puntos, aun sin ellos. Ausencia física que no es ausencia. ¿Dónde se encuentran esos sujetos a los que nadie quiere ver? Sus huellas hablan.

Huellas sobre huellas. Viajes sobre viajes. Devenires sobre devenires. Que eso somos, aun en el rechazo propio y ajeno. Y aquella tristeza de algunos tiñe estas melancolías. Y se cantan. Se cantan para contar, que es contarse; para saber que fueron y que son, que existieron ayer estando hoy. Que nada ha sido en vano a pesar de tanto dolor y tanto sufrimiento. O por ello: intentar creer que nada ha sido en vano. Convencer para convencerse.

Como en un meticuloso trabajo musicológico, como en un cuidadoso trabajo de antropología musical, Gatlif va al rescate de ciertas tradiciones, del folclore sonoro de una región y unas gentes. Y lo hace para decir desde el hoy, para traer su vigencia. Su Djam se cuenta a través de esa música como la propia Djam, la joven libre y libertaria, en su sinuoso trayecto. Para ser. Como se han contado los griegos desde hace más de un siglo. Los griegos más humildes, los más desfavorecidos, los más expulsados -literal y simbólicamente-. Y esas canciones no son un mero adorno, un simple pintoresquismo, un fondo ilustrativo. Esas canciones dicen y hablan con la historia, dialogan, la comentan, son parte de los hilos que la hilvanan. Interpretan e interpelan el camino. También se disfrutan, sin dudas. Y el “ellos” y el “nosotros” se mezclan grata y cálidamente.

Mientras tanto, Djam cruzará las fronteras como cruza ciertos límites, entre lo lúdico y lo exploratorio, con el afán y la necesidad de descubrir, que es descubrirse. Tomando riesgos. Que de eso se trata vivir, en definitiva.

Y en ese caminar, aparecerán los antiguos dolores y sinsabores mezclándose con los recientes, los que restallan, los aún en eco. Pero también surgirá el sabor de caminar, la alegría de saberse vivo y capaz de rebeldía. La idea de ser en el tiempo, de continuar más allá de las heridas. Y la canción será cómplice y testigo. Y una vez más el mar se abrirá para recibirlos, tan hondo como la identidad, tan ancho como la libertad.

Ficha técnica

Título original: Djam
Francia/Grecia/Turquía, 2017, 97 min.

Dirección: Tony Gatlif

Producción: Delphine Mantoulet

Guión: Tony Gatlif

Fotografía: Patrick Ghiringhelli

Música: varios artistas; Tony Gatlif (arreglador)

Edición: Monique Dartonne

Elenco: Daphne Patakia (Djam), Simon Abkarian (Kakourgos), Maryne Cayon (Avril), Eleftheria Komi (María)

3 comentarios sobre “Djam: orgullo y melancolía del camino”

  1. ESTABA ANSIOSA POR VER ESTA PELÍCULA Y OH! SORPRESA CUANDO ME LA IBA AGENDAR PARA VERLA YA NO LA DABAN. NO ENTIENDO POR QÉ RAZÓN ESTUVO TAN POCO EN CARTEL.

      1. Entre el 23 de agosto y el 19 de setiembre, Cinemateca Uruguaya la exhibe en dos salas. Si ingresás a su página web, podrás consultar los detalles.

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