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EL APOCALIPSIS PUEDE NO SER CIENCIA FICCIÓN

 Publicado: 05/01/2022

“No miren arriba”: ¡cuidado con el espejo!


Por Andrés Vartabedian


Si de géneros se trata, se puede hablar de comedia, drama, ciencia ficción, cine catástrofe, todo ello junto, todo ello y más… poco importa. Se la ha tildado de sátira cargada de humor negro, de metáfora sobre el tiempo que nos toca vivir, de “ejercicio mental”, de “viaje emocional”, de “insulso reproche”; se la ha llamado “deprimente”, “divertida”, “salvaje”, “tonta”, etcétera, etcétera. Y la tinta sigue corriendo. Que no ha resultado indiferente ni para la crítica ni para el público en general, es un hecho, y eso ya es más que meritorio. Es cine, es arte, por lo tanto, si de gustos se trata...

Adam McKay (Denver, EE.UU., 1968) es el mismo director de El vicepresidente (2018) y La gran apuesta (2015), quizá sus más reconocidos filmes anteriores; también es comediante, guionista, productor... En definitiva, un versátil y multifacético talento hollywoodense, ni más ni menos. Aquí, en No miren arriba desempeña -con éxito, de acuerdo a este comentador- varios de esos roles; con ellos sigue concitando la atención, tanto de panegiristas como de detractores.

En esta oportunidad, McKay nos sitúa a 6 meses y 14 días, y contando, de la colisión con nuestro mundo de un “asesino de planetas” -como lo llaman-, un cometa de dimensiones muy, muy importantes. Dicha colisión nos ubicaría frente a lo que los científicos denominan un “evento de extinción”, un acontecimiento que significaría el fin de la vida en la Tierra tal como la conocemos y concebimos actualmente. A partir de este descubrimiento, realizado por la doctoranda de la Universidad Estatal de Michigan Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), McKay nos pondrá frente a varias situaciones y dilemas a resolver, tanto por nosotros, simples mortales, como por quienes poseen el conocimiento científico y pueden transmitir la gravedad del asunto o, directamente, por las autoridades más encumbradas y poderosas, que son, en definitiva, las que podrían adoptar las decisiones que modificaran el curso de los acontecimientos.

Entre esos científicos mencionados, se encuentra el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), profesor de Astronomía y tutor de la antes mencionada Kate Dibiasky, quien, como responsable del equipo de investigación universitario, compartirá la tarea y, más que tarea, la misión de hacer llegar la noticia al gobierno de los Estados Unidos de América y a la misma Presidenta (Meryl Streep) en persona.

En el camino, conoceremos al Dr. Teddy Oglethorpe (Rob Morgan), director de la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria de la NASA (organismo que, aunque parezca casi inverosímil, existe en la vida real), quien será el primero en dar crédito a la dupla de anonadados y aterrados científicos descubridores, los acompañará en la ardua campaña de comunicación que tienen por delante, y terminará jugándose su cargo y hasta su vida -por qué no decirlo- en la defensa de la verdad irrefutable de la colisión y en el intento de lograr generar acciones efectivas que puedan impedirla.

Nada de esto será sencillo. En el camino, se toparán con la ignorancia, la necedad y los intereses de la clase política; su cinismo; la diferente concepción de “lo prioritario”; la corrupción y el amiguismo que campean; la valoración de “la imagen” frente a la opinión pública y el manejo de esta a través de diversos mecanismos; los tiempos electorales… También comprobarán -comprobaremos- que cuando todo ello se encuentra tan arraigado y resulta tan propio de la idiosincrasia de un sistema, poco importa si quien ocupa el Primer Lugar es un hombre o una mujer. De igual modo, sea uno u otra, todo deviene en una gran puesta en escena en la que lo real y lo aparente se confunden y nadie puede creer ni confiar en nada ni en nadie. Todo es pasible de ser transformado en show, espectáculo, divertimento.

En esto, los medios masivos de comunicación juegan un rol clave, sobre todo la televisión y las redes sociales, a las que ya debemos incluir en aquella categoría. La prensa carroñera, los programas magazine que todo lo abarcan, los “posteos” de cualquier índole… Nada se jerarquiza y todo es funcional al “pan y circo”. Los problemas concretos y reales se diluyen, se licúan, se alisan… “Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”. Hemos permitido que los inmorales nos igualasen y estamos “en el mismo lodo, todos manosea’os”. Cualquier acontecimiento parece poder sintetizarse y transformarse en un reel de Instagram o un videito de TikTok, y toda épica es un bluff: “Necesitamos un héroe”, sostiene la Presidenta, al organizar la misión que puede salvar al planeta, aunque su presencia sea completamente inútil y aunque el elegido vaya contra todos los principios que hemos decidido defender en el siglo XXI.

Claro que McKay realiza este planteo con más ritmo, humor y entretenimiento que este comentador de ocasión. Eso sí, quizá con no menos intención de grandilocuencia. Así parecen sugerirlo producción, duración, elenco y recursos expresivos -además de la propia temática- de No miren arriba. Para quien hoy opina, se puede decir que el riesgo asumido ha dado sus frutos: los protagonistas se lucen y sostienen el pacto con el espectador, haciendo que, en su lógica interna, todo luzca verosímil y que la sátira mordaz, la ironía y el absurdo -incluso la emoción- funcionen sin demasiadas fisuras; los temas abordados siguen haciéndonos escribir un artículo tras otro, algunos de los cuales trascienden el campo de lo estrictamente cinematográfico; la musicalidad que acompaña a las imágenes, la propia musicalidad del pulso elegido para el relato -aun presentando caídas- se logra sostener de principio a fin; la propia alternancia, dentro de la ficción, de imágenes variadas del mundo que habitamos, y su propia estética, refuerzan la idea de que lo que sucede nos sucede a todos y logran que salgamos de la comodidad de la risa para incomodarnos con la posibilidad de la pérdida de tanta vida y tanta belleza; el empleo de diversos contrastes (lo humorístico y lo circunspecto, el chiste y el alegato, la calma y el ruido, el silencio y la música, lo limpio y hermoso de ciertos principios y ciertas acciones humanas y lo sucio de nuestras miserias y mezquindades) nos llevan y traen por distintas emociones, poniéndonos en cuestión si reír o si llorar; el hábil manejo de los clichés, incluso de los que parecen utilizados en forma paródica, hacen que dudemos si nos encontramos frente al relato o al metarrelato, por lo que también hacen su trabajo.

Pero en este mundo donde hay quienes decantan todos los problemas que enfrentamos como especie en juegos, realities o productos de consumo masivo, donde hay quienes se excitan con la posibilidad del fin de la vida, y donde los científicos no tienen lugar si no es por investigaciones funcionales al gran capital, el pánico, de todos modos, en determinado momento se activa. Es así que la rueda comienza a girar nuevamente y asistimos a discursos que incorporan elementos de preocupación medioambiental junto al más llano mesianismo de manual, discursos que buscan disfrazar intereses económicos de la más baja calaña con promesas de un futuro mejor para la humanidad en su conjunto, en los que se incluyen todos los tópicos de la corrección política, asegurándonos la posibilidad del abatimiento de muchos de los males que nos aquejan. Y no importa si son donantes de campaña nivel “Águila de Platino” o representan la tercera mayor fortuna de la historia: ellos también son destrucción. Destrucción, entre otras cosas, de las preocupaciones genuinas, las ideas honestas y las acciones verdaderamente loables.

Expectativas, ilusiones, esperanzas, sueños… todo es manipulable, comercializable y descartable. La humanidad más elemental no cuenta. La minoría, la ínfima minoría más rica, lucra con todo ello y continúa agigantando la brecha con el resto de los mortales.

Sin embargo, mientras el mundo se desmorona alrededor, nosotros seguimos haciendo “memes”; parecemos no tolerar la crudeza de vivir en peligro. Para algunos, el propio tono de comedia elegido por McKay es prueba de ello. Tal vez debamos conformarnos con que, al fin y al cabo, también es humana la capacidad de negación y bloqueo de lo que nos hace daño. Quizá la sobrevivencia dependa de ello y logre dar paso a la resiliencia. De lo contrario, será solo locura.

De todos modos, sin pretender juzgarlo tan duramente como otros, ni tildar de “fiasco” su apuesta, se impone decirlo: McKay parece quedar atrapado en la misma red de lo que intenta criticar y lava la contundencia del final con dos innecesarios chistes inter y pos créditos. Tal vez él mismo, o quizá ese ente al que solemos denominar “industria”, tal vez ambos, no podían permitirse esa dureza e intentaron suavizar, “aliviar”, la amarga sensación en la que los espectadores podíamos quedar sumidos. Sin mayor aportación ni sentido, es probable que la decisión haya sido parte de la “necesidad” de que el negocio, como lo entienden ciertos empresarios, siga siendo todo lo redituable que imaginan.

Igualmente, y a pesar de ello, al final del día, cuando los simples mortales sin acciones en la Bolsa apagamos la televisión y cerramos nuestras polarizadas redes sociales, solo nos quedan las cosas sencillas, esas pasibles de ser evocadas con una mezcla de sonrisa cómplice y nostalgia; solo nos queda ser auténticos con lo que sentimos y actuar en consecuencia; a cara lavada, sin maquillaje ni filtros de aplicaciones. Esas mismas aplicaciones creadas por algunos de los hombres más ricos de la Tierra.

En la disyuntiva planteada por muchos acerca de si somos parte del problema o de la solución, tal vez trocar la “o” por la “y” nos comience a brindar mayores respuestas y logre reavivar el fuego de la lánguida esperanza.

3 comentarios sobre ““No miren arriba”: ¡cuidado con el espejo!”

    1. ¡Muchas gracias por la lectura, Rosario! Efectivamente, los versos de Cambalache surgieron casi automáticamente mientras escribía.
      Cordial saludo.

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