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DE IDENTIDADES, HUIDAS Y LLEGADAS

 Publicado: 04/08/2021

“Sinónimos: un israelí en París”: cuestionar para cuestionarse, o viceversa


Por Andrés Vartabedian


Alguien camina firme y rápidamente por una zona muy transitada de la ciudad. La cámara acompaña el movimiento agitado de sus piernas, camina algunos metros con él; lo recorre brevemente para tomarlo de espaldas, elevándose hasta la altura de su nuca; vemos apenas por encima de su cabeza. Es un hombre y carga una mochila. Parece alejarse, pero está llegando. Cruza la calle, la cámara sigue a sus espaldas; se mueve con él. Se detiene luego de pasar -y atisbar hacia- el café de la esquina. El hombre sigue su rumbo. No parece hacer buen tiempo. El día se presenta gris y lluvioso.

Su primera noche, la pasará en un enorme y glamuroso apartamento vacío y frío. Mientras se ducha y se masturba, alguien roba misteriosamente sus pocas pertenencias. Nunca sabremos quién. Probablemente, no importe; o importe menos que el signo.

Yoav, que así se llama, es un hombre joven, alto, esbelto y fornido. Está circuncidado. Observamos todo el esplendor de su figura. Es un adonis. Es apolíneo. Es israelí y está desnudo. Es su primera noche en París.

Una joven pareja de amigos, o algo más que amigos -no sé si lo sé-, lo socorre en ese, su primer e importante contratiempo parisino. Durante su estancia de siete meses en Francia, entablará con ellos una estrecha relación. Serán sus amigos, sus amantes, sus “mecenas”… Mejor dicho, él quizá sea una especie de mecenas o cierto sostén económico; ella llegará, incluso, a ser su esposa. Son Emile y Caroline, y disfrutarán de su compañía en diversos sentidos. Cultivarán el arte, el sexo, la seducción... Compartirán sus historias personales mientras construyen la suya propia, hecha de entrecruzamientos no siempre claros ni precisos. También compartirán el vino, el pan y la risa… algunos silencios.

Yoav viene huyendo de Israel, su país de origen, al que adjetiva de decenas de formas diferentes, todas negativas (“Ningún país es todo eso a la vez”, sostiene Emile). Una huida interior que intenta reforzar con la exterior. En cierto momento y lugar, dirá que es perseguido por los servicios secretos israelíes, lo que resulta, a todas luces, falso (también dirá por allí que nunca se masturba). Pretende transformarse en francés. Abandona el hebreo como símbolo de su rechazo (¿cómo se abandona una lengua, la primera?). Solo hablará francés. Además de sus conocimientos previos, compra un diccionario. En sus salidas por la ciudad, mientras camina, repetirá palabras cual ritual, cual imposición, cual enfermedad: adjetivos, sustantivos, verbos… Resultará prosódico. Tendrá un efecto poético en nosotros, será cuasi litúrgico.

Yoav habla en forma “literaria”, como repitiendo lecciones aprendidas, lecturas incorporadas, como ensayando algo que no está muy claro qué es; el nuevo idioma, la nueva realidad. Suena impostado; intentando pertenecer. ¿Se puede “ser” por autoimposición? La identidad no se decreta. La identidad no es algo únicamente adquirido, deseado. ¿Todo se puede elegir? Oprimido y opresor conviven. Somos pasado y presente a la vez, con idea de futuro. Su abuelo materno fue un terrorista, o un revolucionario -según el cristal...-, quien luchó por liberar a Israel del yugo británico. Yoav se cruza con una joven palestina.

Otros antes que él abandonaron el yidis y el ladino en pos de Israel. Yoav dirá en hebreo solo lo procaz, será blasfemo. Nadav Lapid provoca, desafía, se cuestiona, se piensa a sí mismo permanentemente. Valentía y cobardía se confunden por momentos; anverso y reverso de la misma moneda. Tal vez Francia… pero no. La separación de la Iglesia y el Estado, los valores de la República, la libertad de expresión… Reluce, pero es solo una pátina. La satisfacción material oculta otros vacíos, otros tedios. La insatisfacción nos abraza. Cargamos una nueva mochila. Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé!

Algunas puertas ya no se abren. Yoav, estructurado, como su Estado, en la violencia, la deja ver. También es un síntoma de desvalimiento. 

Mientras tanto, Lapid nos seduce. Música, texturas, sonidos, palabras, movimientos de cámara, contrastes, humor, miradas… Todo asoma sensual, irreverente, por momentos absurdo... despierta deseos y fantasías. ¿Qué es lo que nos interesa, nos conmueve, nos identifica? ¿Cuáles son sus formas? ¿Dónde se ubican las fronteras? ¿De qué se trata la identidad?

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