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EN EL 50 ANIVERSARIO DEL FRENTE AMPLIO

 Publicado: 04/08/2021

Repensar el progresismo


Por Enrique Rubio


Siempre pensamos que una izquierda que no se actualiza a partir del contraste con la realidad y del contraste con la investigación corre serios riesgos de esterilizarse. Lo primero, el vínculo con los ciudadanos, permite identificar la evolución del pensamiento y de los sentimientos colectivos en su vasta diversidad social y territorial. Lo segundo, la articulación con la academia, porque investiga el mundo que nos toca vivir al tiempo que recorre su pasado y prospecta su futuro.

¿El mundo persiste sustancialmente igual después del fulgurante ascenso de China, de la extensión de cambios técnicos y sociales que pueden trastocar los fundamentos del capitalismo, de la introducción del control personalizado de todos los seres humanos con el manejo de los big data o luego de la profunda conmoción provocada por la pandemia de Covid-19? Los ejemplos podrían multiplicarse.

El Frente Amplio, nuestra fuerza política, acaba de cumplir sus cincuenta años de existencia en febrero. En su ya largo periplo, ha sorteado con éxito las pruebas más difíciles: la de autoproclamarse en 1971 a partir de la amplia diversidad; la de soportar estoicamente la más dura persecución bajo la dictadura cívico-militar, la cual usurpó el poder entre mediados de 1973 y comienzos de 1985; la de realizar una acumulación política y social exitosa que le permitió crecer, cuidando celosamente su unidad en la diversidad, hasta alcanzar el gobierno departamental de Montevideo en 1990 y después el gobierno nacional en 2005 y otros gobiernos departamentales desde esa fecha en adelante.

No obstante, en 2019 el Frente Amplio fue derrotado en las elecciones nacionales, y en 2020 perdió varios gobiernos departamentales. El proceso de autocrítica en el que se encuentra deberá identificar las causas de su derrota tras quince años de notables avances económicos, sociales y culturales.

A partir de la ardua tarea de esa identificación de los orígenes de su derrota, el Frente Amplio deberá otear el horizonte y elaborar un nuevo programa de cara al futuro. Este trabajo de innovación no será nada sencillo. No se debe ofrecer a la ciudadanía más de lo mismo, porque, así como tuvimos grandes aciertos, también incurrimos en errores importantes. Por otra parte, los datos de la realidad internacional revelan cambios importantes, y otros se producirán mientras dure el mandato conservador en el país.

Tenemos el propósito de enfatizar la inserción de nuestro Uruguay, un pequeño país del Sur Global, en la agenda mundial. No creemos posible un desarrollo nacional en condiciones de insularidad, y tampoco consideramos convenientes algunas de las apuestas del pasado reciente y mucho menos las principales del gobierno actual.

De cara al futuro, estamos convencidos que existen alternativas viables e importantes para el desarrollo social y nacional y que resulta imprescindible transitarlas en profundidad. Ventanas de oportunidad en tiempos escasos. ¿Será posible? Estimamos que sí.

No obstante, no seremos exitosos como país si no realizamos el esfuerzo para identificar los cambios y nuevos datos que definen los escenarios internacionales, regionales y nacionales en todos los órdenes. El mundo y la región han cambiado en distintos aspectos, y la pandemia ha trastocado profundamente las rutinas colectivas. Las fracturas expuestas del neoliberalismo son inocultables, y difícilmente pueda cooptar la crisis y elaborar un relato que permita que otros la paguen mientras prosigue con su reinado.

Reiteramos lo que muchos han sostenido en las décadas recientes: los problemas globales solo se pueden enfrentar con políticas globales. Pero no se alcanzan respuestas globales si no se avanza en respuestas locales.

Por una parte, la geopolítica de la bipolaridad Estados Unidos-China persistirá durante un tiempo histórico prolongado, y no es buena cosa que el Mercosur se extinga ni que juegue como un peón de alguno de los grandes actores.

Por otra parte, vale proseguir con la estrategia de inserción en las cadenas regionales y mundiales de valor agregado, pero ello resulta más complicado y exigente que en el pasado y no es viable sin una profunda diversificación de nuestra matriz productiva. A su vez, esta diversificación no tiene la menor chance para Uruguay sin una apuesta vigorosa a la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación social. Es ahí donde radica la clave de nuestro desarrollo nacional y la única variable independiente y verdaderamente resiliente.

Además, las tensiones sociales muy probablemente se acentuarán en el futuro del mundo y de la región, pero ello no implica la continuidad o el retorno del progresismo. Si este aspira a alcanzar o mantener su legitimidad deberá contribuir a impregnar la vida colectiva con un nuevo universo de sensibilidades y valores. Para ello, a nuestro juicio, necesitará realizar una autocrítica profunda, propiciar una apertura radical a la sociedad, comprender las nuevas formas de control social desarrolladas por los poderes dominantes e identificar las características de la subjetividad de las personas desarrolladas como consecuencia del impacto social, cultural y psicológico de la pandemia de coronavirus.

El nuevo diseño geopolítico mundial

En solamente tres o cuatro décadas naufragaron, sucesiva o simultáneamente, el anunciado fin de las ideologías, caro a Francis Fukuyama, la pronosticada debacle del Estado nacional en el marco de la globalización neoliberal, el mundo unipolar con el reinado incuestionado de EE.UU., la eterna postergación del Sur Global con el empuje de China, el sudeste y sur asiáticos; se pasó de una tímida multipolaridad asimétrica (que suponía otro poder para la Unión Europea, Rusia o Brasil) a la actual bipolaridad; a la vez, el liberalismo político exhibió fuertes traspiés y los organismos internacionales (OMC y resto) ocuparon un lugar muy secundario en este mapa.

¿Qué propone la estrategia china? En un interesante texto, Katherine Morton[1] (2016) sostiene que China impulsa tres orientaciones o líneas en política internacional. En primer lugar, aspira a colocarse en el centro del axis este-oeste, tanto en el dominio continental como en el marítimo, al tiempo que protege su periferia con la Franja y la Ruta. En segundo lugar, China procura el liderazgo en la gobernanza global. Su presencia y compromiso en todos los asuntos se incrementan constantemente, las Naciones Unidas persisten como su punto focal, pero al mismo tiempo se involucra en foros regionales y en instituciones informales como el G20, y muestra su determinación con sus iniciativas financieras y con otros proyectos en la disputa por el centro de las reformas de la gobernanza económica global. Por último, según la autora, la tercera tendencia consiste en el acento puesto en el civilisational revival como contrapeso de los conflictos ideológicos. Sus élites políticas e intelectuales abogan por la coexistencia pacífica entre las civilizaciones, fundada en una comprensión del pluralismo de la cultura global. La promoción del gong sheng, el concepto chino de «simbiosis» busca colocar la relación cultural entre el Este y el Oeste en el centro de las relaciones globales.

A su vez, los estadounidenses se conciben como una nación misionera y los chinos más como una civilización omnicomprensiva. Todo ello sin considerar la diferente idea acerca del tiempo en cada uno de estos ámbitos: unos muy centrados en el presente y otros con una mirada de larga duración, medible en términos de décadas o aun de siglos.

Por otra parte, de la mano de Biden, EE.UU. aparentemente está dando un fuerte giro hacia una nueva política que combina neokeynesianismo, agenda de derechos, bipolaridad, agenda global y hegemonía del soft power del que hablaba Joseph S. Nye. El futuro indicará si esta orientación tiene capacidad para actuar y vencer a los grandes conglomerados de poder o si solo se trata de un nuevo compromiso que no cambia sustancialmente las realidades dominantes.

Uruguay en el mundo internacional

No estamos en la época en la cual se formularon las distintas versiones de la teoría de la dependencia, pero el auge de las commodities no solo la mantuvo, sino que además profundizó la primarización (fuerte predominio de la producción de productos con bajo valor agregado), fundamentalmente sudamericana. Y no parece que el posterior declive de los precios y su actual repunte haya alterado esta situación, sino que, por el contrario, la consolidó en la mayoría de nuestros países.

Es cierto que el Mercosur no ha logrado avanzar significativamente. El comercio intrarregional, medido por las exportaciones, no ha logrado superar el 15 al 20% del total. Pero, sin embargo, tiene aún un enorme potencial. Con casi 300 millones de habitantes, formidables reservas en biodiversidad y agua dulce, gran potencial energético en fuentes renovables y no renovables y en toda clase de recursos naturales, increíble riqueza en diversidad cultural y grandes posibilidades para desarrollar intercambios sobre la base de cadenas de valor, el Mercosur puede constituir una formidable plataforma conjunta para el cambio de la matriz productiva en y de la región. Aparte de todo ello, el Mercosur es nuestro segundo mercado de bienes, y sigue siendo el primero en turismo receptivo.

En cuanto al uso de nuestros recursos naturales, en particular, cabe preguntarse ¿cuánto invertimos en I+D en nuestro territorio marítimo? ¿En qué medida podemos convertir en un bien cultural -más allá de la dilatada cinta de las playas fluviales, platenses y oceánicas- a nuestras aguas territoriales? ¿Podemos replantear y relanzar el proyecto de un puerto de aguas profundas? ¿Continuaremos dando libre curso a la apropiación tanto como extranjerización o como monopolización de recursos naturales finitos, como las tierras, y de puntos estratégicos de vinculación con el mundo, como lo es el Puerto de Montevideo?

Como sabemos, la cuenca del Río de la Plata tiene una enorme gravitación en el abastecimiento mundial de proteínas vegetales y animales. En ese marco, la propuesta país debe incorporar los cambios producidos y proyectados en los medios de transporte marítimo, fluvial y terrestre, las rutas, canales, puertos y sistemas logísticos. Sin perjuicio de ello, resulta absolutamente relevante la orientación del proceso de cambios. Como lo advertimos antes, las transformaciones que se están produciendo, y las futuras, se podrán realizar en el marco de políticas integracionistas y de complementación de modos de transporte y articulación de países (Bolivia, Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay) o en un escenario de competencia y enfrentamiento. Ese es el dilema.

En suma, corresponde interrogarse: ¿hemos asumido los desafíos de la innovación no solamente en la explotación de recursos naturales, sino también en lo relacionado al disfrute de la naturaleza y el fortalecimiento de la resiliencia estratégica ante el cambio inevitable?

Geoeconomía y nuevas exigencias

En la última década se han producido algunos cambios importantes en la geografía económica mundial. Recordemos que hacia 1980 había cobrado un notable impulso el proceso de globalización, el cual incluía una acelerada fragmentación o división del trabajo a escala internacional y que en ese marco las Empresas Transnacionales (ETN), verdaderos motores de la globalización, construyeron las cadenas mundiales y regionales de valor. Pero que, de acuerdo con diversos estudios, la maduración de las cadenas estuvo pronta ya hacia 2012. Antes se había iniciado la crisis de 2007-2008, y pronto se decidiría un cambio estratégico en China con el Made in China 2025.

El comercio internacional se había desacelerado y las Inversiones Extranjeras Directas (IED) menguaron. Las Empresas Transnacionales, por otra parte, habían profundizado la denominada curva sonrisa (o curva en U bien abierta), es decir, la curva de valor agregado que se inicia con la Investigación y el Desarrollo (I+D) y termina en los consumidores finales. Como se sabe, en los diferentes eslabones se genera distinto valor. En la expresión gráfica de la cadena, los eslabones iniciales y finales se representan con muy alto valor y los centrales, con muy bajo.

¿Qué significa que profundizaron la curva? Significa que recapturaron los eslabones claves del inicio y término de la cadena recentrándolos en los países desarrollados. Este proceso se acentuó, a su vez, con los cambios políticos conservadores y con el despliegue de tendencias proteccionistas en países centrales, y culminó con la reciente guerra comercial Estados Unidos-China.

En consecuencia, si no realizamos grandes inversiones en Educación, Ciencia, Tecnología, Innovación y Sociedad (ECTIS), continuarán sonriendo otros.

Diversificar la matriz productiva

De acuerdo con Pittaluga,[2] la geopolítica del nuevo paradigma se juega en forma importante a la disponibilidad de biomasa, la fortaleza de las infraestructuras, el desarrollo de la investigación biológica y de los recursos financieros para la inversión productiva.

La economista considera que la bioeconomía se constituye en una opción para diversificar la matriz productiva de los países con disponibilidad de biomasa con base en productos y servicios de alto valor agregado. Coloca como ejemplo a los biopolímeros, los compuestos químicos intermediarios, los biofármacos y los nutracéuticos o alimentos funcionales. Uruguay cuenta con una amplia base de biomasa, instituciones muy vinculadas al sector agropecuario y agroindustrial y «relativa capacidad científica en las disciplinas en las que se sustentan los nuevos desarrollos. A esto se agrega que el sector forestal es un candidato ideal de la bioeconomía, dado que produce biomasa no alimentaria. Las biorrefinerías son la nueva planta industrial del nuevo modelo industrial que refina la biomasa y la transforma en bioproductos». 

Por otra parte, estas plantas industriales pueden ubicarse territorialmente cerca de la generación de biomasa. No obstante, si no se agregan actividades de preproducción como de I+D, de innovación y de logística, Uruguay puede crear biorrefinerías y mantenerse en actividades de bajo valor.

¿Podemos superar esto? ¿Es posible darle relieve a la I+D? ¿Se pueden desarrollar políticas industriales con esa orientación?, ¿realizar inversiones en ciencia y tecnología de gran porte?, ¿hacer los cambios educativos necesarios para una vía al desarrollo de estas características?

Debemos tener en cuenta que, en menos de una década se multiplicaron los recursos, fundamentalmente públicos, para Actividades de Ciencia y Tecnología (ACT) y para Investigación y Desarrollo, aunque en términos relativos medidos como porcentaje del PBI nunca se alcanzaron las metas planteadas en las campañas electorales. De cualquier manera, la inversión pública en ACT «pasó de alrededor de 40 millones de dólares en 2005 a poco más de 200 millones de dólares en 2010, y la relación ACTpública/PBI pasó de 0,21% en el año 2005 a 0,55% en el año 2010» (Rubianes,[3] 2017).

Hubo a su vez una muy fuerte innovación y creación institucional que acompañó esa asignación de recursos. La creación de la ANII y el desarrollo del Instituto Pasteur-Uruguay y del Centro Uruguayo de Imagenología Molecular (CUDIM) quizá sean tres de las novedades más significativas. Esta línea de trabajo siempre encontró dos escollos: uno proveniente de la escasa innovación realizada por el sector privado (quizá las primeras novedades significativas se pueden encontrar en el registro que hace la Memoria de la ANII de 2019) y, en segundo lugar, los bloqueos existentes en algunos sectores del sistema educativo.

Ambiente y pandemia: somos vulnerables

Como decía hace pocos años en una entrevista la talentosa Carlota Pérez[4] (2016): «La orientación que podría ser efectiva ahora es lo que yo llamo el «crecimiento verde e inteligente» -es decir-, transformar los problemas ambientales en soluciones para los agudos problemas de falta de empleo y de inversión, con el apoyo de la informática. Se trataría de aumentar la proporción de intangibles. Eso abriría un mundo amplísimo de innovación en nuevos materiales […], economía circular con reciclaje, reutilización y cero desperdicios, conservación de energía, además de producirla por métodos renovables, economía colaborativa, arquitectura sustentable, materiales biodegradables, y así sucesivamente».

Para alcanzar ese horizonte nos falta muchísimo. En algunos trabajos, hemos aludido al modelo de acumulación capitalista, a su expansión planetaria (en dos sistemas) y a su base ecológica insostenible (como consecuencia de doscientos cincuenta años de modelo predatorio y extractivista fundado en las energías fósiles). También a sus consecuencias ambientales en materia de contaminación, calentamiento global, daño severo a la biodiversidad y urbanización insostenible (desarrollo incontrolado de la urbanización y en particular de las megalópolis), a la crisis de la biósfera (seres vivos y medio físico) y al daño agudo de los ecosistemas. Pero no insistimos en las interacciones bióticas y en una de sus expresiones: las pandemias.

Es sabido que para muchas zoonosis el ganado sirve como un puente epidemiológico entre la vida silvestre y las infecciones humanas. A su vez, como hemos devastado los ecosistemas, estos drásticos cambios ambientales inducidos por el hombre han modificado la población de vida silvestre y reducido la biodiversidad, lo que ha derivado en nuevas condiciones ambientales que han favorecido los huéspedes, vectores o patógenos particulares. En otros términos, hemos alterado, eliminado o dañado, varios eslabones entre la vida silvestre y la vida humana.

La agenda ambiental pendiente

Ciertamente, en Uruguay hemos avanzado decididamente en los últimos quince años. Basta con recordar algunos datos: las energías renovables cubren más de la mitad de nuestra matriz energética primaria y la casi totalidad de la generación eléctrica (los parques eólicos, en particular, han tenido un desarrollo notable). A su vez, se ha fortalecido en forma importante la capacidad pública para evaluar los impactos ambientales de los proyectos de inversión, así como también se incluyó en esta valoración el enfoque territorial y patrimonial.

En ese contexto parece claro que nuestra principal contribución debería pasar por la centralidad de la cuestión ambiental en la estrategia de desarrollo, más específicamente por la diversificación y transformación de la base productiva agropecuaria.

En un documento para Fesur,[5] sosteníamos que era preciso avanzar mucho más en materia de desarrollo de infraestructuras, tarea que el país debería afrontar conjugándola con fuertes consideraciones ambientales. Teníamos en cuenta los logros en energías alternativas y renovables, telecomunicaciones o plataformas logísticas. Pero recordábamos los déficits existentes para ese momento en el modo ferroviario (que ahora muy recientemente inició su recuperación -parcial- con el proyecto del Ferrocarril Central), en el transporte fluvial y la navegación de cabotaje y en todo lo relacionado al sistema de puertos

Desde ese punto de vista, Genta[6] menciona que «se ha estimado que una barcaza en una hidrovía equivale a 20 vagones en el modo ferroviario y a 60 camiones en el modo carretero de transporte. Esta orientación de política pública es, quizá, aquella en que más se aplica un decidido esfuerzo incremental. Y también la más fácil de acordar a amplia escala regional».

¿Hacia los estallidos de protesta?

El irritante contraste entre las posibilidades de las sociedades opulentas y los mundos de la pobreza ha dado, en otro escenario, un muy fuerte impulso a las migraciones hacia los países centro. Como ha dicho en su brillante ensayo Sami Naïr[7] (2006): «Al liberalismo salvaje de la economía mundial corresponden unas emigraciones anárquicas» (p. 278).

Por otra parte, la fuerza de las migraciones ha chocado violentamente con respuestas como el auge de la xenofobia, el racismo, el nacionalismo proteccionista y otras expresiones de la ultraderecha en esos mismos países centro, en parte sustentadas en las frustraciones sufridas por los denominados perdedores de la globalización, lo que se ha manifestado como un corrimiento en el espectro político en lo que va del siglo XXI, fundamentalmente en Europa y EE.UU..

La consecuencia de la desigualdad y de los irritantes contrastes aludidos, se ha traducido en la crisis de la democracia: «La pérdida simultánea de confianza en el neoliberalismo y en la democracia no es coincidencia o mera correlación: el neoliberalismo lleva cuarenta años debilitando la democracia» (Stiglitz,[8] 2019).

Asimismo, distintos trabajos vienen señalando que las pandemias que estamos sufriendo constituyen una manifestación de la crisis civilizatoria, no solamente de la globalización, sino de la crisis ecológica, del capitalismo consumista y de la extensión incontrolada de los asentamientos urbanos. Debemos tomar en cuenta que en una década y media hemos tenido una sucesión de crisis sanitarias regionales o globales. El impacto diferencial de estas crisis sanitarias ha dependido en gran medida de la fortaleza o debilidad de los sistemas de salud y de las estrategias adoptadas ante ellas. Los trabajos de investigación que se realicen en el futuro sin duda echarán luz sobre estas cuestiones en los próximos años.

Estas crisis provocan profundos dilemas éticos, así por ejemplo, el 10 de febrero de 2021 la Red Latinoamericana y del Caribe de Educación en Bioética de la Unesco (Redbioética) manifestaba que «es urgente que las patentes farmacéuticas sean suspendidas mientras dure la pandemia, con el objetivo de garantizar que las poblaciones más vulnerables sean vacunadas y de evitar que nuevas mutaciones sean generadas» y demandaba «implementar un sistema internacional basado en la justicia global, que tome distancia del modelo mercantilizado que rige hoy la venta y distribución de insumos y vacunas contra el coronavirus». La Redbioética plantea que los insumos para enfrentar al coronavirus «sean bienes públicos globales, libres de las barreras que imponen las patentes y otros tipos de propiedad intelectual».

Control y cambio cultural

En otro orden, se ha transformado profundamente los contextos en los que se configura la subjetividad de las personas. Desde este punto de vista, trataremos de discriminar tres impactos de las sociedades posmodernas (que no son, por cierto, todas las sociedades del planeta): el debilitamiento de la duración y de la temporalidad, del nosotros y de los vínculos sociales y, por último, de la privacidad y la intimidad.

Todo parece indicar que la persuasión y el consenso mayoritario que históricamente conquistaban las clases dominantes a través de las instituciones y organizaciones públicas o privadas de la sociedad civil, como las familias, escuelas, iglesias, gremios, empresas, organizaciones territoriales, deportivas, ONG, medios masivos de comunicación, etcétera, están siendo aceleradamente sustituidas y están dando paso a formas más sutiles de control de las conductas a través de las plataformas digitales y de la extensión de una cultura en donde cada quien se aísla y autoexige en la persecución de bienes ilusorios.

Sobre estas cuestiones, el aporte de Zuboff[9] (2020, p. 21) nos parece muy relevante, desde el inicio de su importante trabajo, plantea en su tesis central que «El capitalismo de la vigilancia reclama unilateralmente para sí la experiencia humana, entendiéndola como una materia prima gratuita que puede traducir en datos de comportamiento. Aunque algunos de dichos datos se utilizan para mejorar productos o servicios, el resto es considerado como un excedente conductual privativo («propiedad») de las propias empresas capitalistas de la vigilancia, y se usa como insumo de procesos avanzados de producción conocidos como inteligencia de máquinas, con los que se fabrican productos predictivos que prevén lo que cualquiera de ustedes hará ahora, en breve y más adelante. Por último, estos productos predictivos son comprados y vendidos en un nuevo tipo de mercado de predicciones de comportamientos que yo denomino mercados de futuros conductuales».

Por sociedades de inclusión

Entre las transformaciones desarrolladas en el siglo XX para reducir las desigualdades, Piketty[10] destaca el sistema de impuestos progresivos sobre la renta y sobre las herencias originado en EE.UU. entre 1865 y 1900, cuando este país se alarmó «ante la idea de convertirse en un país tan desigualitario como la Vieja Europa. Este invento también debe mucho al Reino Unido, que comenzó a dar la espalda a un pasado fuertemente desigualitario, aristocrático y propietarista a través de impuestos progresivos sobre las rentas y las herencias» (pp. 47-48).

Luego del auge de la socialdemocracia (1950-1980) vinieron cuatro décadas de neoliberalismo y retornó el incremento de la desigualdad, el cual se había documentado en los trabajos anteriores del equipo conducido por Thomas Piketty.

Importa debatir acerca de la cuestión del costo marginal cero, como producto de las nuevas tecnologías. Como bien lo ha explicado Juan Manuel Rodríguez[11] (2018), en la economía artesanal el costo adicional es parecido al original (al reproducir la innovación), en el fordismo el costo de la innovación se distribuye entre todos los productos y decrece al aumentar la escala, mientras que en la producción digital el costo marginal es casi cero.

En la misma línea, Rifkin[12] (2016, p. 125) llegó al punto de afirmar que, aunque se seguirían produciendo bienes y servicios con costes marginales elevados, «en un mundo en el que más y más cosas sean prácticamente gratuitas, el capital social desempeñará un papel mucho más importante que el capital financiero, y la vida económica se desarrollará cada vez más en el procomún colaborativo».

De acuerdo con Paul Mason,[13] Marx entrevió el problema en los Grundrisse, en «The Fragment on Machines». De acuerdo con dicho texto, el telégrafo o la locomotora a vapor dependen, más que del trabajo directo empleado en producirlas, del estado general de la ciencia y la tecnología.

De esta forma, cuando el conocimiento deviene una fuerza productiva, el conocimiento incorporado en las máquinas es social. Mason da un paso más y sostiene que Marx sugiere que la gran cuestión se convierte no en salarios versus ganancias, sino en quién controla el poder del conocimiento.

En suma, en el fragmento aludido habría dos ideas claves: cuando la fuerza conductora de la producción es el conocimiento y este conocimiento se incorpora en las máquinas, es social, lo que crea una contradicción entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción dominadas por la propiedad privada de los medios. El conocimiento general y social deviene una fuerza de producción bajo el control del intelecto general. Para Marx, el capitalismo del conocimiento crearía esa contradicción (Rifkin, 2016).

Si lo mismo sucede con la producción de materias primas y de energía (aunque no es tan sencillo resolver los problemas de la escasez de los recursos naturales y los ambientales), entonces todo ello nos conduciría a una economía no solo crecientemente automatizada (instrucciones con impacto en el mundo físico o digital), sino también crecientemente no mercantil y de la abundancia.

Realizado este recorrido, observamos que la lucha por una sociedad justa y la lucha por una sociedad poscapitalista de inspiración socialista (con el alcance limitado que tiene incluso en las reflexiones de Mason) es probable que converjan durante un dilatado tránsito histórico en un mismo programa, un programa al que en nuestras tierras hemos denominado progresista.

Repensar el progresismo

Como consecuencia de factores estructurales y también de la incidencia creciente de las TIC, se han debilitado, estallado o modificado grupos y valores de referencia e inclusión de las personas (arreglos familiares, centros de trabajo, vecindarios, instituciones educativas, iglesias, entre otros). Las instituciones clásicas de formación del consenso en la sociedad civil o de socialización fueron profundamente alteradas por la globalización, las transformaciones productivas y tecnológicas, las nuevas tecnologías de la comunicación interpersonal, la fragmentación social y la exclusión territorial, el incremento de la violencia en las sociedades y la crisis ambiental, la aceleración del cambio y el debilitamiento de los sistemas democráticos.

De acuerdo a Ferguson,[14] por aquello de la atracción de la similitud, las redes sociales tienden a formar grupos de personas con propiedades o actitudes similares. Es decir, cada quien se comunica con sus iguales. En ello se origina una de las confusiones más frecuentes en los ambientes políticos: la tendencia a pensar que las corrientes de opinión en las redes se corresponden más o menos exactamente con los alineamientos en la sociedad.

En verdad, las dinámicas de cambio social progresista se conjugan mal con esta cultura posmoderna. Pero esta constatación no debe conducirnos a la conclusión de que el camino consiste en retornar a los grandes relatos de la modernidad, sino, por el contrario, en apuntar a una superación de la posmodernidad con el cultivo de los valores de la inclusión y el reconocimiento (con lo que implican en materia de libertad, igualdad, solidaridad o democratización).

El impresionante inventario de logros, que defenderemos con uñas y dientes, no debe ocultarnos la inconsistencia estratégica del progresismo. Si un bloque aspira a predominar en forma sostenida debe implementar políticas coherentes en todos los frentes, continuas a lo largo del tiempo, que conquisten el aval del consenso ciudadano predominante en todo el territorio y que sean sostenibles en distintas fases del ciclo económico y en diferentes contextos internacionales (hoy crisis y auge de las derechas). No puede ir atrás, ni distante de dicho consenso predominante ni adoptar medidas que solo sean sostenibles en la fase de bonanza. Y el progresismo no se atuvo a esas reglas. No mantuvo una línea de continuidad adecuada. Implementó en sus políticas públicas estrategias de agregación. Con marchas y contramarchas. Empujes sectoriales y manejo de los tiempos con independencia del consenso y el ciclo. Y no tuvo capacidad para crear poder en manos de la sociedad civil y del movimiento popular. Como se ha dicho, gobernó más en favor que con el pueblo.

Las gestiones del progresismo en el gobierno en nuestros países ayudaron a ganar en derechos e ingresos, elevaron las expectativas y promovieron la autovaloración de los individuos, fundamentalmente de los más postergados. Sin embargo, por diferentes motivos, no se sintetizó discursivamente dicho proceso ni enroló en luchas y movilizaciones, salvo excepciones como -en el caso uruguayo- la defensa de los derechos humanos, las movilizaciones por los derechos de la mujer, por la diversidad, contra la rebaja de la edad de imputabilidad o determinadas luchas sindicales y de otros movimientos sociales, los cuales, justo es reconocerlo, han impactado en los valores y en los intereses sociales.

Y ¿por qué abandonamos el territorio? Porque la izquierda se estatizó.[15] Cientos de «cuadros» fueron a parar al Estado (abandonaron sus trabajos y profesiones durante diez o quince años y quedaron prisioneros de las lógicas y estructuras públicas) y no tuvieron relevo alguno en la fuerza política y en el territorio. Lo que explica, además, la creciente fragmentación y vaciamiento de las estructuras políticas y el arrasador predominio de las dinámicas electorales (paradójicamente cuando más se ha debilitado el complejo partidos-Estado en el marco de la globalización neoliberal en gran parte del planeta). Como consecuencia, el internismo y el perfilismo pasaron a constituir las dos caras de la misma moneda, la de la disputa por un lugar en el Estado.

Para ello, es preciso que los intelectuales y partidos de izquierda y los movimientos sociales avanzados se relegitimen. La cuestión política principal para los partidos de izquierda y progresistas consistirá en lograr que las sociedades los perciban como organizadores y portavoces de las demandas más sentidas y que muestren su capacidad para traducirlas en programas y en políticas públicas.

Sin embargo, no podemos ignorar, reiteramos, los cambios en la subjetividad que se están produciendo o acentuando. Algunos psicólogos advierten que la pandemia del coronavirus ha conmocionado, como situación total y transversal, todos los vínculos y relaciones. Que ella reveló y profundizó, al decir de la psicoanalista argentina Alicia Leone,[16] el desauxilio de las personas en el procesamiento del dolor. Que se visibilizó la desigualdad social estructural en todos los órdenes (ingresos, hábitat, conectividad a internet y otros). Que se produjo la pérdida de los espacios personales en el trabajo o en los centros de estudio y una alteración radical de las rutinas, así como la crisis de las certezas y de los imaginarios sobre el futuro. Que irrumpió la privación de los rituales como el festejo de los cumpleaños o los propios velorios como instancias del procesamiento del duelo. Que advino el aislamiento como modo del cuidado de sí mismo, incluso en el proceso de la muerte, e inversamente a la práctica social milenaria del cuidado de los otros. Que se radicalizó la evacuación de esta y de los muertos convertidos en números (Audepp, 2021). Las consecuencias subjetivas son, a no dudarlo, inconmensurables. Y los impactos políticos contradictorios.

No se trata de instalarnos en la añoranza de una modernidad que ya fue y no se repetirá, y en el rechazo de la posmodernidad que después vino. Por el contrario, se trata de evolucionar hacia un mundo inclusivo. Esta pandemia ha venido para recordarnos que sin un entramado colectivo y sin la ética de la responsabilidad social nuestra sobrevivencia como especie está siendo desafiada.

(Repensar el progresismo, el libro completo, se encuentra disponible en nuestra sección Documentos)

2 comentarios sobre “Repensar el progresismo”

  1. UNOS DE LOS VACIOS, X LO CUAL NO HUBO RENOVACIÓN, CREO Q FUE LA DISCONTINUIDAD DE LAS BASES EN LOS COMITÉ.
    * CUANDO SE REFIERE A LA PRODUCCIÓN COMO CREADORA DE MASA, NO SE PENSÓ EN UN DESARROLLO PLANIFICADO, SOSTENIDO Y ORIENTADO. SIMPLEMENTE LO Q SE HIZO SEGUIR EL PADRON INTERNACIONAL. (EJ. : LA SOJA, LA FORESTACIÓN, CON EL DAÑO Q ESTOS GENERAN EN LOS SUELOS, NO SOLO X EL MONOCULTIVO, TAMBIÉN X LOS FITOSANITARIOS Q SE USAN.
    * IDI FUE XA MI LA MEJOR IDEA Q SE PUDO PLANTEAR EN TIEMPOS Q TODAVÍA NO SE PODÍA ANALIZAR. ESA NUEVA FORMA (VISTO CON EL DIARIO DEL LUNES HUBIERA CREADO LA UNIDAD Q SE CARECE) HUBIERA CREADO EL CAMINO A UN CAMBIO FIRME, SOSTENIDO Y DE CARA A LAS REALIDADES ACTUALES Y FUTURAS.

  2. AL COMENTARIO Q HICE, ME GUSTARÍA AGREGAR Q LA A. E. A. MÁS EGRESADOS, DOCENTES, FORMARON UNA COMISIÓN CON RESPECTO AL TEMA AGRONOMICO. COMO FORMA DE TENERLO EN CUENTA A TALES EFECTOS.

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