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A TREINTA Y TRES AÑOS DE SU MUERTE
Zitarroseando
Por Miguel Millán Sequeira
Estos son algunos de mis pretextos para volver a escuchar a Alfredo Zitarrosa, el cantor mayor por milongas de todos los tiempos… y que vayan saliendo.
Tengo recuerdos personales con el cantor, pero son tan mínimos e intrascendentes que solo quedan guardados en el ego que todos llevamos. Hay dos biografías del cantor, dos biógrafos, que recomiendo: uno es Guillermo Pellegrino, que publicó Alfredo Zitarrosa. La biografía en 1999, y el otro es Daniel Mañana, quien publicó poco antes de morir Zitarrosa: apuntes para una biografía, año 2016.
Hoy, en octubre de 2021, escucho en Spotify “Si te vas”, la última compilación publicada en esta aplicación de internet, una exquisita selección de lo mejor del maestro, algunas composiciones de él mismo, otras, versiones de otros grandes compadres del cancionero oriental por milonga.
Todo es milonga; la milonga viene del candombe, como el tango. Todo es milonga, porque el tango viene de la milonga como antes la milonga vino del candombe. Lo repite incesantemente desde un tema de Bajofondo. Zitarrosa fue el rey Midas de la milonga oriental, todo lo que tocó lo convirtió en oro.
1.
¿Me siguen? Un saludo cordial pues para quienes zitarrosean.
Nos gusta de vez en cuando escuchar esa voz de otro sonando en nuestros oídos. Voz de otro le llamaron alguna vez cuando lo vieron aparecer tan chiquito y flaquito y solamente habían escuchado por la radio esa voz profunda como salida del más allá. Es el cantor nacional por excelencia, en esto hay unanimidad, sin distinción del lugar de nacimiento de un uruguayo, sin importar raza, credo religioso o político, sabiendo que el cantor se definió comunista, frenteamplista, con raíces anarquistas... y si no escuchen “Guitarra Negra”, la mayor expresión poética del exilio uruguayo. La voz que nos dice todo, la de los amores más desgarrados, la del amor estallando por todos los poros, la que describe personajes como Becho, el loco Antonio, doña Soledad y que uno los ve caminando por las calles. La voz que reverencia al hombre de la tierra y a la mujer de trabajo, la que toca la existencia de la humanidad, y por eso los hermanos argentinos lo sienten tan cercano, los peruanos, chilenos y mexicanos también.
Becho Eizmendi, Carlos Julio Eizmendi, violinista de la orquesta sinfónica del SODRE, oriundo de la ciudad de Lazcano en Rocha, fue uno de los amigos de Alfredo Zitarrosa, la bohemia de la noche montevideana los unió. Cuentan, luego que Alfredo compusiera “El Violín de Becho”, que se lo hizo escuchar a su amigo y a este no le gustó. Era uno de los talleres de la creación zitarroseana, observaba mucho la vida y los seres humanos y luego ponía a prueba su obra primero en la intimidad de su cuarto de soltero, en la pensión de su madre frente al Cementerio Central de Montevideo. La poesía de “El Violín de Becho” supera largamente la anécdota, porque además de una voz única, Zitarrosa era poeta, había ganado el primer premio en la categoría Poesía del concurso de la Intendencia de Montevideo del año 1959, seis años antes de hacerse famoso como cantor.
Y el tercer ingrediente que lo hace un artista de nivel internacional, representativo de la música, el canto y la poesía uruguaya, es el cuarteto de guitarras que lo acompañaba. Fueron varios cuartetos en Uruguay, Argentina, España y México, todos sonaban igual, era la milonga. Todo es milonga como decía él, el sonido del Uruguay. La milonga es el tangó y el candomblé interpretado por ese cuarteto de guitarras que tiene el sello inconfundible del Uruguay y de Zitarrosa.
2.
¿La llevan? De las canciones de amor desgarrado, esas que don Atahualpa Yupanqui le había dicho que no compusiera más, la que más pegó en el centro del pecho de los uruguayos y de la humanidad -que la escuchó una vez y no pudo parar de escucharla-, sin dudas “Stefanie” es la más señalada. Andan muchas Stefanies que le deben su nombre a esta canción.
La anécdota de cómo se le ocurrió a Zitarrosa escribir la letra de “Stefanie” es bastante pueril y pasada de época, incluso él evitaba revelar el origen de aquella historia de vida. Según algunos investigadores de la vida de don Alfredo, a principios del año 1976, ya radicado en Buenos Aires, huyendo de la dictadura uruguaya que lo había prohibido, le consiguieron un contrato para cantar en San Pablo, Brasil. Allí conoció a una prostituta yugoslava -serbia, croata, no se sabe, porque Yugoslavia se balcanizó después de 1991 y ahora son seis países- de la cual se habría enamorado, llegándole a proponer que se fueran a vivir juntos. Incluso, cuenta uno de sus biógrafos, se gastó todo el dinero del contrato por sus actuaciones en San Pablo, volvió a Buenos Aires sin un peso y con el sabor amargo de aquel amor perdido. No se sabe si aquella mujer se llamaba Stefanie, pero la canción seguirá sonando en nuestros oídos como lo que es, una de las más bellas composiciones musicales uruguayas de todos los tiempos.
3.
Tal vez haya quienes recuerden la vez que estuvo Julio César Castro, Juceca, en Mercedes, en diciembre de 1991. Los amigos de un grupo de teatro iban a representar cuentos de Don Verídico y lo alojaron en mi casa, ni corto ni perezoso hice de anfitrión durante dos días. Al final del estreno, el grupo tenía organizado un cordero a las brasas y damajuanas tintoreli en el ex bar Onda. Lo sometimos a una entrevista en vivo y en directo, desde el secreto creativo para el lenguaje y el punto de vista de Don Verídico hasta lo que se le ocurriera al escritor compatriota. Entre las cosas que contó, relató cómo conoció a Zitarrosa.
Juceca tuvo muchos empleos antes de convertirse en un escritor profesional, entre otros oficios también fue taxista. Una madrugada levantó a dos clientes para llevarlos hasta un bar a tomarse la penúltima. De pronto, comenzó a escuchar lo que conversaban en el asiento trasero. Eran dos poetas hablando de poesía y él se entusiasmó tanto que se bajó con ellos en un bar frente a la “Plaza de los Bomberos”. Desde ese día, y para siempre, se hicieron grandes amigos los tres: uno era Zitarrosa, el otro era Bécquer Puig, otro locutor con una voz muy parecida a la del cantor.
Si el Señor te canta una flor con 48, vos cantále una milonga, Alfredo, para que vaya aprendiendo lo que son milagros, escribió Juceca a modo de despedida urgente y desgarrada, aquel enero de 1989.
Maravilloso y sensible homenaje, al compañero/hombre, hecho Milonga.
Mejor homenaje… imposible, vos también estás entre los grandes Miguel, abrazos