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UTOPÍAS

 Publicado: 07/04/2021

Los intelectuales y la revolución


Por Jorge Meléndez Sánchez


“…tan leve soy, / tan dentro de las cosas, / que camino con los cielos”.

Salvatore Quasimodo

 

“Fueron los grandes decepcionados del fracaso de la revolución francesa, que prometió fundar una Grecia sin esclavos y solo fundó una sociedad de banqueros y un proletariado explotado y gris, al que Karl Marx intentaría en vano convertir en redentor de la historia”.

William Ospina

 

Toda utopía requiere ser pensada y en eso radica la grandeza. Pensar en otra clase de mundo, divisarlo, acercarse a él, darle entorno geográfico y destacar el desarrollo armónico, por ningún motivo puede verse como locura. A lo sumo, como impertinencia para quienes prefieren el mundo estático y disponible a sus gustos y posibilidades.

Proponer utopías requiere argumentos. Construir con pensamientos y palabras el espejismo de la racionalidad, ha sido tarea de filósofos y pensadores. Los hijos de los sueños de mundos mejores no abundan, poco tienen que hacer frente a los encubridores de la realidad, recurriendo a la resignación y a la caridad.

Frente a todos los organizadores de sueños surgió la propuesta marxista recalando en las estructuras como punto de partida para sueños, para proyectos y para frustraciones. El renombrado hijo del siglo XIX, concluyó que al hombre no se le emancipaba con buenos deseos, si antes no se le ilustraba con la historia donde la lucha de clases había exprimido los siglos y producido el legado de formas superiores. La referencia histórica, la menos trabajada, lo encumbraba frente a los despropósitos del desespero que movían los socialistas utópicos.

Recurriendo a los puntos de partida del Romanticismo, realiza la crítica a Hegel y como por deslumbramiento concluye que el mundo dialéctico está al revés porque no es la idea la que mueve al mundo, sino al contrario, el mundo, la realidad, es la que promueve pensamientos y hasta razonamientos, que serán, en el mejor de los casos, conceptos. La conclusión no se incluye en la tradición filosófica sino en el punto de partida de la economía política que pretenderá, de ahí en adelante, destetar la miseria de las quejas y ofrecer la salida de la utopía comunista, para encauzar el desenlace humano. Buena utopía tiene en las manos, porque descubre el milagro del capitalismo en la holgura de la mercancía y en la apropiación de la plusvalía para mantenerla en circulación. El meollo del problema está en la apropiación de la plusvalía por parte de los propietarios de los medios de producción y de ahí, en adelante, el análisis abarca todo el proceso.

La conclusión de Marx serviría al movimiento obrero y a la propuesta política de un mundo mejor. Como excelente utopía, requería la sensibilidad de intelectuales para la difusión y la decidida valentía del obrero para convertirse en motor de vanguardia de la gran propuesta. Los intelectuales no se conformaron con el papel de ideólogos y aspiraron a la conducción del movimiento. Así hasta que Lenin acaparó el proyecto para llevarlo a la práctica, no sin antes lograr que la fuerza militar entrara bajo su dominio y, entonces, el socialismo se hizo realidad en la versión posible, en ese momento y con ello logró el máximo protagonismo que sirvió a otros pueblos y naciones para desempañar otras utopías.

Desde un primer momento, el papel de Trotsky, encarnación del intelectual puro y comprometido, produjo algunos altercados con el equipo dirigente que aspiraba a burocratizar los logros “revolucionarios”. La discrepancia de métodos y propuestas fueron ahondándose y, a partir de allí, las ejecuciones con argumentos de Estado y la condena a disidentes -algunos no podían clasificarse de reaccionarios- no se hizo esperar. El movimiento estalinista que heredó la gesta de la Revolución de Octubre tenía la cicatriz de la violencia, y con ella creó la imagen tenebrosa de sus actos y, sobretodo, de sus proyecciones internacionales, con la cual, “argumentaban” los fascistas de todo pelambre, sus respuestas preventivas y sangrientas ante la amenaza comunista. Los intelectuales fueron víctimas de la burocratización y desde sus miradas críticas empezó a verse una revisión teórica que enriqueció el debate humanístico y sirvió de refugio mental a muchos. Con las disidencias, los intelectuales de otros países empezaron a producir nuevos conceptos humanísticos que llegaron a la filosofía y a la literatura, con gran influencia social; los nombres de George Luckas, Gramsci, Sartre, etcétera, sirvieron de guía de estudio.

En palabras de cronología, la posguerra, que tanto prestigio dio al poder soviético, se vio menguada por el rechazo a la metodología soviética que descansaba sobre el ejercicio brutal del gobierno de Stalin. Desde luego que el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), el “pecus”, desde la cumbre del Kremlin quiso corregir rumbo con la propuesta de coexistencia pacífica, en 1955, generando, con ello, la división del movimiento comunista internacional y abriendo camino a la estabilización del proceso, aturdido en su interior y cruelmente tratado por las hordas hitlerianas. El decenio de los cincuenta mostró cambios de rostro en el Vaticano, en la URSS, en la política exterior norteamericana, en China, en el Japón; la revolución científico-técnica tuvo un enorme empuje con el inicio de la era espacial; el mundo comenzó un gran cambio, marcado por una fuerte laicización y con el predominio de los Estados Unidos.

La figura que logra imponerse en el mundo intelectual es Jean Paul Sartre con su literatura existencialista y sus manifestaciones de intelectual comprometido con la crítica a la guerra y al mundo de la posguerra, lo cual no quiere decir que otras figuras no incidieran lo suficiente para ser tenidos en cuenta. El destaque de Sartre se debe a su personalidad y a su propuesta de crear un puente entre Sigmund Freud y Marx para dar al debate un tinte humanístico y el pliego del compromiso histórico, a la manera gramsciana, diríamos sin más.

Colombia

El efecto en Colombia no se hizo esperar, pues la veneración a los productos intelectuales de Francia ha sido parte de nuestra liberalidad, al menos utópica, hasta bien avanzado el siglo XX. Unos jóvenes, que por su condición urbana lograron rebelarse contra el sistema educativo tradicional y esterilizante, se formaron como autodidactas debidamente actualizados con las tendencias del pensamiento marxista internacional. Otros rebeldes como los nadaístas abrieron fuego contra la cultura tradicional sin percatarse mucho de las avanzadas del pensamiento europeo, aunque sembraron la inquietud del rompimiento con todo lo que los ataba.

El grupo de intelectuales desafiantes del manejo del concepto revolucionario por parte del Partido Comunista, que en poco incidía en la cultura colombiana, lo constituyeron jóvenes que pronto brillarían por su lucidez y definición política: Estanislao Zuleta, Mario Arrubla, Jorge Orlando Melo, Guillermo Mina, Bernardo Correa y otros. Zuleta fue excelente conferencista, Mario fue notable presentador crítico de la teoría de la dependencia, Jorge Orlando sorprendió con una reconocida erudición y con los primeros aportes de la Nueva Historia, aunque optara por los desempeños administrativos de carácter público, Guillermo y Bernardo buscaron en la docencia su proyección. Estos jóvenes fueron vistos con mucha prudencia por los comunistas, a quienes censuraban sin ambages, y podrían verse como trostkistas de nuevo cuño, por su lucidez intelectual.

Estos jóvenes que quisieron emular a Lenin, con aquello de que sin teoría revolucionaria no hay revolución, pronto entraron en marginamiento revolucionario, porque al intentar la organización partidista, Partido de la Revolución Socialista, fueron acosados por otros insatisfechos con la tradición del Partido Comunista, pero con una diferenciación de propuestas que llevaron, irremediablemente a la disolución del proyecto. Desde el triunfo de la Revolución Cubana, la idea de unos jóvenes victoriosos en la Sierra Maestra había dado para soñar en repeticiones, “toleradas” por el imperialismo, y por ello, la propuesta era la de armarse y tomar el monte, es decir, “enmontarse”, tal como lo expresaban en el argot popular. Otros mostraron simpatías por China, otros por Albania; en fin, la izquierda heredaba el milagrerismo de la cultura tradicional y, lo más grave, la tendencia a la osadía, antes que el estudio.

Para una idea más clara del nuevo partido, tomemos la explicación de Jorge Orlando Melo:

El partido estaba, como puede adivinarse, formado por jóvenes estudiantes y profesionales, por escritores y dirigentes sindicales que muchas veces acababan de abandonar el Partido Comunista. Sus dirigentes soñaban con una organización política capaz de combinar la acción política, la organización sindical y los movimientos de masas con un esfuerzo intelectual serio, con un análisis profundo de la realidad del país, con una lucha cultural para incorporar al pensamiento colombiano las ideas de Sartre, Gramsci, Freud, Levi.Strauss y otros mandarines intelectuales de la época. (“Los caminos de Sartre”, en revista Al Margen, núms. 15-16, 2005)

Con esta síntesis, se logra ver que el proyecto resultaba gigantesco y romántico, sin negar la estirpe leninista. Se trataba de intelectuales generosos con el país y a ello dedicaron sus vidas.

A pesar de lo brillantes, el punto de partida definido en el estudio de la realidad colombiana, a pocos comprometió, realmente. Los estudiantes de estos años pensaban más en sus definiciones personales para el mundo en que servirían en mejores condiciones profesionales antes que hacer el sacrificio de su vida. Los que se sacrificaron lo hicieron por la valentía basada en la sinceridad o en el apasionamiento, por el cambio que pensaban “revolucionario”, y de eso hay nombres de “héroes” que actuaron dentro de la misma ingenuidad. 

En 1963, los cuadros del PSR (Partido Socialista Revolucionario), prácticamente, estaban más dedicados a su ilustración humanística y científica que a los ajetreos distractores de los movimientos que empezaban a llamarse revolucionarios y que darían guerra en los períodos académicos. Algunos grupos guerreristas hasta despreciaban olímpicamente al estudioso. Desde luego, la actividad intelectual requiere alguna soledad y aislamiento, aunque la riqueza está en el análisis de la misma realidad; esto nos da para destacar que muchos intelectuales de esta época se enrumbarán por la Historia para ilustrar el desenvolvimiento de la sociedad y sus perspectivas de progreso. Pero esa será otra historia, ya más complicada en la mirada de los pacifistas y desde luego, entre la de los demócratas.

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