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ACERCA DE NOVEDOSOS ENFOQUES DE LA HISTORIA. (II)
Los objetos en la historia
Por Fernando Rama
Analizar los sucesos del pasado a través de la descripción de objetos seleccionados del Museo Británico exige algunos comentarios previos, algunos de los cuales ya fueron adelantados en un artículo anterior. La historia que emerge de estos objetos seleccionados puede parecer poco familiar. Como señala MacGregor no hay nombres de célebres batallas ni eventos canónicos como el Imperio Romano, la destrucción de Bagdad por el imperio mongol, el Renacimiento europeo, las guerras napoleónicas o el bombardeo de Hiroshima. Pero estos procesos están presentes, refractados a través de los objetos individuales, como veremos en algunos ejemplos. Lo más novedoso de este enfoque de la historia ‑que sólo pretende ser un complemento a lo conocido‑, es el hecho de que si se quiere narrar la historia de la humanidad no es posible basarse exclusivamente en documentos escritos. Esto ocurre por la sencilla razón de que la mayoría de las comunidades humanas nunca produjeron textos y durante la mayor parte del tiempo histórico tales textos no existieron. La escritura es una adquisición relativamente reciente. Es más, escribir la historia a partir de textos es un proceso conocido y progresivamente enriquecido por un nutrido aparato crítico. Pero referirse a los objetos de las comunidades no letradas exige un esfuerzo de imaginación muy grande, para poder recolocar el objeto elegido en su lugar original y rodearlo de muchos datos conocidos para poder aproximarse a una cierta interpretación de aquello que ocurrió en un determinado momento y lugar. Este aspecto se complica cuando nos enfrentamos a culturas que desaparecieron. En algunos casos encontraremos objetos cuyo valor histórico es imposible imaginar y sólo podemos contentarnos con algunas hipótesis producto de la reimaginación. Otra limitación del trabajo histórico a partir de objetos es lo azaroso de su existencia. Muchos objetos se conservaron de acuerdo al material de que estaban hechos y en función de las condiciones climáticas que permitieron su preservación. Eso explica la menguada cantidad de objetos obtenidos en las regiones tropicales. Otra limitación es la falta de contexto disponible para obtener una interpretación aceptable; por ejemplo, la extraordinaria cueva de las manos situada en el sur de la Patagonia argentina espera la prosecución de trabajos arqueológicos que deben realizarse en los alrededores, antes de que la explotación minera destruya los datos necesarios que con seguridad se encuentran en el entorno.
La historia que estamos acostumbrados a imaginar es demasiado lineal y centrada en el Mediterráneo. Suponemos, por ejemplo, que algunos logros de la especie humana fueron inventados en algún lugar y luego se expandieron, a través de la imitación, a otro lugares. Y eso no es cierto como veremos a propósito de la cerámica. También es interesante saber que a partir de cacharros abandonados en una playa de Tanzania es posible comprender que el Océano Índico fue, por la misma época, un mar mediterráneo de igual o mayor importancia que lo que estamos acostumbrados a considerar.
LA CERÁMICA. La construcción de vasijas para guardar alimentos, cocinarlos y preservarlos del deterioro es algo que las comunidades humanas lograron en determinado momento. Esto les permitió vivir de manera diferente y asumir una vida sedentaria. Sin embargo, existe una serie de objetos de esta naturaleza que fueron hechos hace aproximente 16.500 años, en plena edad de piedra, cuando los humanos todavía tenían una vida nómade basada en la caza de grandes animales. Nadie pensó que en esa época se pudiese inventar recipientes como el que vamos a describir. En realidad los primeros cacharros fueron hechos en Japón. El que se conserva en el Museo Británico está confeccionado hace 7.000 años a partir de una tradición con 10.000 años de existencia. Tiene una altura de unos 15 centímetros. Cuando se lo observa de cerca se constata que consiste en un entramado de fibras vegetales incrustadas en una pared de barro. Es una especie de balde de playa construido como una cesta embebida en barro cocido al fuego.
Este tipo de cerámica se conoce con el término japonés de “Jomon”, pero el nombre también hace alusión al pueblo paleolítico que los construyó. También el nombre alude al extenso período histórico durante el cual vivieron. Los europeos supusieron siempre que los pueblos que fabricaban vasos y jarras de cerámica era agricultores. Estas suposiciones se basaban en que tales objetos servían para almacenar los alimentos para los meses de invierno. Pero los vasos Jomon tienen el interés de que quienes los construyeron no eran agricultores. Se trataba de un pueblo de pescadores que también consumían nueces y otras bellotas, al tiempo que cazaban animales salvajes. Para todos esos alimentos empleaban los cacharros. Todo indica que la comunidad Jomon tenía una vida confortable respecto a su alimentación. Al vivir cerca del mar disponían de peces en abundancia; tenían también fácil acceso a frutas y plantas y por lo tanto podían sobrevivir sin domesticar animales y sin preocuparse por cosechar algún tipo de cultivo. Quizá sea esa la razón por la cual la agricultura demoró mucho en implantarse en Japón en comparación con el resto del mundo. El cultivo de arroz comenzó en Japón hace 2.500 años, muy tarde a escala internacional.
Antes de la invención de las vasijas de cerámica la gente almacenaba comida en huecos en la tierra o en cestos simples. Pero ambas estrategias tenían un índice de fracaso importante por la acción de los insectos y la humedad. Por eso la invención de las vasijas fue una gran innovación. La colección de vasijas Jomon alcanzó niveles de refinamiento asombroso. Se han descripto 400 tipos locales de entrelazado de las fibras y variedades de materiales.
Uno de los aspectos más asombrosos de este arte de la cerámica no reside únicamente en su estética; también son notables las propiedades prácticas de estos utensilios que se empleaban para cocinar y debían resistir el fuego. Los contenidos puestos a cocinar no eran únicamente bellotas y frutas, sino que también se cocinaba carne mezclada con otros ingredientes, por lo que puede decirse que Japón es el lugar de nacimiento de la sopa y el guisado. Las pruebas científicas que demuestran la antigüedad de estos utensilios provienen precisamente de los restos carbonizados de las comidas y demuestran que algunos de estos potes tienen 14.000 años de existencia. También existen pruebas de que este tipo de cocción de los alimentos no cambió significativamente durante más de 14.000 años. Es curioso, por otra parte, que esta técnica no se haya expandido más allá del norte de Japón. Se trata, entonces, como señalábamos más arriba, de una invención que se produjo en diferentes tiempos en diferentes partes del mundo. Los primeros cacharros provenientes del Medio Oriente y del norte de África fueron confeccionados miles de años después que en Jomon y un poco más tarde ocurrió lo mismo en América, pero siempre se trató de una invención relacionada con nuevas formas de cocinar y con la invención de un menú más variado.
No obstante la historia de los potes de Jomon no se agota en lo dicho hasta ahora. En determinado momento algunos artesanos inventaron la técnica que permite revestir el interior de esas vasijas con una lámina de oro. Esto ocurrió en el transcurso de los siglos XVII, XVIII y XIX, perfeccionándose progresivamente. Quiere decir que después de 7.000 años de existencia las vasijas que exhibe el Museo Británico comenzaron una nueva vida, como mizusashi, o jarras de agua, que se utilizan en el más típico ritual japonés: la ceremonia del té.
En 1935 Sir Percibal David compró 1.500 piezas de cerámica china. Entre ellas se destacan dos jarrones de enorme belleza y perfección técnica y artística. Se los conoce como los jarrones o vasos de David. Se trata de piezas elaboradas durante el reinado de Qubilai Khan, un emperador que ejerció su poder durante buena parte del siglo XIII y que era nieto de Ganghis Khan, jefe de los mongoles desde el año 1206 y terror del mundo. Su imperio superpoderoso se extendía desde el Mar Negro hasta el Mar de Japón y desde Camboya hasta el Ártico. Qubilai Khan extendió aun más el imperio y se transformó en emperador de China. Durante este período China desarrolló una serie de productos de lujo entre los que se destaca la porcelana azul y blanca, ambicionada por toda la aristocracia europea durante centenares de años. A pesar de que esta porcelana se produjo en China, su origen arquetípico proviene de Irán, hecho que se conoce debido al hábito chino de escribir sobre los objetos. Sabemos, entonces, quién mandó producir los jarrones de David. En Europa la porcelana azul y blanca es sinónimo de China y se le asocia erróneamente con la dinastía Ming. Este tipo de cerámica surgió, como quedó dicho antes, bajo el reinado de la dinastía del mongol Qubilai Khan, que controló China hasta mediados del siglo XIV, desde la capital Xanadu, que es la forma inglesa de la palabra china Shangdu. Existe un contraste entre el conocido Genghis Khan, temible guerrero y autor del saqueo de Bagdad, y Qubilai, que también fue un gran guerrero; pero fue, además, un gran gobernante. Promovió la alfabetización, apoyó las artes y estimuló la manufactura de objetos de lujo. Estableció, por así decirlo, una “Pax Mongolica”, un período de estabilidad y prosperidad. El imperio mongol se expandió a lo largo de la vieja ruta de la seda y la tornó segura. Gracias a ello fue que Marco Polo pudo hacer el camino entre Italia y China en medio del siglo XIII y regresar a Europa vivo. Uno de los vocablos introducidos por Marco Polo es, precisamente, el término porcelana. El término italiano porcellana se refiere a la superficie lisa y lustrosa de ciertas conchas marinas con las cuales el insigne viajero italiano identificó la textura y la calidad de las piezas de cerámica.
La porcelana es una cerámica especial que requiere someter el material a 1.200‑1.400 centígrados, lo que provoca una vitrificación de la arcilla. Las salvajes andanzas de la invasión de los mongoles desestabilizaron y destruyeron la mayor parte de las industrias de vasijas a lo largo y ancho del Oriente Medio, especialmente en Irán. Luego, cuando retornó la paz, Irán se transformó en el principal mercado para los objetos fabricados en China. Debido a ello y para satisfacer el gusto de los iraníes la porcelana obtiene el color azul del pigmento de cobalto proveniente de Irán. En resumen, la cerámica tiene un capítulo en que lo principal es el valor decorativo y no su papel en la alimentación. Dicho capítulo contiene varios malentendidos: es de origen mongol y no solamente chino; no pertenece a la dinastía Ming; y en su configuración final Irán, y también Irak, jugaron un papel decisivo. Los jarrones de David tienen, como dijimos, inscripciones. Una de ellas nos dice que fueron terminados el martes 13 de mayo de 1351. Precisión china, que le dicen.
No podemos extendernos en la descripción de situaciones parecidas. Pero baste decir que lo mismo ocurrió con el papel moneda o el dinero mundial, inventos mucho más antiguos de lo que solemos pensar.
EN UNA PLAYA DE TANZANIA. En la playa de Kilwa Kisiwani (Tanzania) se encontraron fragmentos de cerámica. Esos cascotes desordenados permanecieron allí entre los años 900 y 1.400 de nuestra era. En 1948 un curioso paseante de esas playas recogió varios fragmentos y en 1974 los presentó al Museo Británico. Se trataba de piezas rotas, desechadas, sin ningún valor comercial. Esos fragmentos, sin embargo, permitieron descubrir el intenso comercio existente entre el África Oriental y el resto del mundo a través del Océano Índico. Indonesia y África están separados por una distancia de 8.000 kilómetros. A pesar de ello la comunicación entre ambas regiones es más fácil de lo que parece. Esto se debe a la orientación de los vientos en dicho océano, que soplan del noreste la mitad del año y del suroeste la otra mitad. Este simple hecho meteorológico explica el intenso comercio que durante siglos unió el Oriente Medio, la India y China con África. El comercio no es simplemente el traslado de bienes, sino que genera intercambios de personas, lenguajes y religiones. No es un accidente inexplicable, entonces, que los habitantes de Madagascar hablen un lenguaje de origen indonesio.
Los fragmentos recogidos en la playa de Tanzania se agrupan en tres categorías. Algunas piezas son lisas y de un verde pálido, lo que delata su origen chino. Existen otras piezas pequeñas, de color azul. Un tercer grupo está formado por piezas de arcilla natural decoradas con relieves. Kilwa, donde está situada la playa a la que hacemos referencia, es una isla poblada hasta el día de hoy por pequeñas aldeas de pescadores. Pero allá por el año 1200 era un puerto de importancia, tal como lo describe un visitante portugués en 1502. En aquella época tenía unos 12.000 habitantes. Kilwa era entonces el punto más sureño de una cadena de ciudades que se extendían por todo el este de África, incluyendo a Mombasa en la Kenia moderna y Mogadiscio en Somalia. Esas ciudades estaban en permanente contacto unas con otras y se mezclaban constantemente con comerciantes provenientes de puntos remotos del Océano Índico. Los estudios arqueológicos realizados indican que parte de las piezas son de origen chino, otras provienen de Irak o Siria, otras tienen su origen en el Golfo Pérsico. Pero el comercio no se limitaba a la cerámica. Según relatos de navegantes portugueses, a Kilwa llegaban algodón de la India, sedas provenientes de China, vidrio, joyas y cosméticos. Las exportaciones que partían de África incluían lingotes de hierro, madera que era muy requerida en el Golfo, cuernos de rinoceronte, caparazones de tortuga, piel de leopardo y, por supuesto, oro y esclavos. Fue este comercio a partir de Kilwa lo que, hace 800 años, hizo de Zimbabwe un poderoso reino, capaz de construir el misterioso monumento o muralla conocido como el Gran Zimbabwe. Durante los meses de espera entre embarque y embarque, debido al capricho de los vientos, se produjo un intenso intercambio humano, un profuso mestizaje y gracias a los comerciantes árabes las ciudades costeras se convirtieron al Islam. La mezcla de palabras árabes y persas con el lenguaje bantú local creó una nueva lengua: el suahili. Lo cierto es que el Océano Índico fue un transitado mar mediterráneo, tanto como el que conocemos en detalle a partir de los fenicios, griegos, etruscos, romanos, etc.
LAS CULTURAS PERDIDAS. Existió en Perú una cultura ignorada durante mucho tiempo. La cultura moche se puede reconstruir parcialmente a partir de una serie de estatuillas de gran factura técnica. Esta civilización moche no pudo tener contacto alguno con las sociedades que por el mismo tiempo florecían en Europa y Asia, a pesar de lo cual presenta numerosas similitudes con ellas. La historia se ha ocupado seriamente de algunas de las culturas americanas, en especial los aztecas y los incas. Solo en los últimos años los expertos se han comenzado a ocupar de la recuperación de civilizaciones de sofisticación igual o parecida a las europeas.
Hace unos 2.000 años el pueblo moche construyó una sociedad que incorporó la primera estructura estatal en Sudamérica. Su desarrollo tuvo lugar en la delgada franja de tierra semidesierta situada entre el Océano Pacífico y la cordillera de los Andes y tuvo una duración de unos 800 años. El Museo Británico posee una colección de esculturas provenientes de esta civilización. Se trata de piezas pequeñas, de unos 23 centímetros de altura, en su mayoría, pintadas de crema y marrón. Representan lechuzas, murciélagos, un león marino comiendo un pez. Pero también hay sacerdotes y guerreros. Este universo moche está lleno de sorpresas. La figura más interesante es la de un guerrero arrodillado que en la mano derecha tiene una especie de cubo de piedra destinado a destruir cráneos y en la izquierda lleva un pequeño escudo circular, que no es de carácter defensivo. La piel es de un color cobrizo intenso y los ojos están pintados de blanco. Numerosos escultores profesionales han coincidido en afirmar que la destreza técnica de esa y las demás estatuillas es perfecta. Las excavaciones realizadas en diferentes lugares permitieron descubrir una gran cantidad de estas esculturas, lo que indica que la civilización moche operó en gran escala, con numerosos centros de producción y distribución. Por lo que hasta el momento se sabe, el afincamiento mayor de esta cultura se dio en la ciudad peruana de Trujillo, que fue la primera ciudad de gran tamaño en Sudamérica. Allí se encuentran calles, canales, plazas y áreas industriales muy semejantes a las de cualquier ciudad romana contemporánea. Aún hoy son visibles los restos del sistema de canales utilizados para dominar las aguas de los ríos que bajan de los Andes. También existen datos que indican que los moche pescaban en gran escala en pleno Océano Pacífico. Con un entorno bien irrigado los moche cultivaban maíz y otras plantas, tenían rebaños de llamas, patos y cobayos. En este caso, sin embargo, no fueron las grandes obras de irrigación lo fundamental del desarrollo de esa sociedad. Lo que predomina en las estatuillas es la celebración de la guerra y los guerreros, de manera parecida a lo que ocurrió con los romanos y los anglosajones. No obstante entre los moche la guerra y la religión estaban ligadas de una manera desconocida en Europa. En la estatuilla que describimos antes el pequeño escudo era una mera protección divina y no un artefacto defensivo en sentido literal. No había caballos en esa región hasta que mucho después fueron introducidos por los españoles, de modo que los guerreros se desplazaban a pie. Las piezas recogidas demuestran que eran frecuentes los combates singulares en los cuales el guerrero que perdía era sacrificado sin piedad. Se han encontrado sitios donde se aprecian decenas de guerreros sacrificados durante diversos rituales. Este aspecto del modo de vida moche sigue siendo bastante misterioso.
Existen varias hipótesis para explicar la desaparición de esta cultura. La más aceptada es que se produjeron varias décadas de lluvias intensas que arruinaron la agricultura y la infraestructura de diques y canales. Cualquiera que sea la causa, lo cierto es que alrededor del año 600 de nuestra era la cultura moche colapsó. Su legado parece haber prefigurado lo que luego sucedió con los mayas, los incas, los aztecas.
Otro objeto que nos habla de civilizaciones perdidas es el banco ritual taíno, hallado en la República Dominicana pero repetido en otras localizaciones del Caribe. Es el caso del pueblo taino, que poblaba las islas caribeñas antes de la llegada de Colón. El objeto conservado en el Museo Británico es un banco ceremonial, muy extraño, con rasgos humanos y animales, que transportaba a sus dueños de un lado a otro confiriéndoles el poder de la profecía. No sabemos si este asiento pudo ayudar a los taínos pero lo cierto que al pueblo taíno le esperaba un terrible futuro. Cien años después del arribo de los españoles en 1492 la mayoría del pueblo había muerto a causa de las enfermedades traídas por los europeos y sus tierras habían sido confiscadas por los conquistadores. Este hecho se repitió en América pero los taínos fueron los primeros y quizá los que más sufrieron por la llegada de los europeos. El término “taíno” se utiliza generalmente para describir al grupo dominante entre los pueblos que habitaban las mayores islas del Caribe: Cuba, Jamaica, Puerto Rico y La Española. Algunos objetos rituales se han recogido en estas islas y dan cierta idea de la vida que llevaban estas comunidades. Se han encontrado máscaras diseñadas para ocultar el rostro, estatuas de madera e inhaladores para aspirar alguna sustancia psicotrópica. Los objetos más evocativos se estas trazas sobrevivientes son estatuas de piedra conocidas como “duhos”. El pueblo taino creía que vivía en paralelo con un mundo invisible de dioses y ancestros, a partir de los cuales sus líderes podían obtener un conocimiento del futuro. Un “duho” sólo podía ser propiedad de los miembros más importantes de la comunidad, ya que tenían acceso al mundo de los espíritus. De ahí que estos carruajes portadores de líderes profetas tenían el aspecto extravagante de una silla larga y curvada con patas, con un frente donde aparecía un rostro de enorme boca y ojos saltones y genitales masculinos.