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EL TERRORISMO QUÍMICO EN LA ERA DE LA POSVERDAD
El atentado de Salisbury
Por Luis C. Turiansky
Desde los tiempos heroicos del muy británico James Bond (“con licencia para matar”) se da por sentado que el espía traidor debe morir. Serguei Skripal, a quien iba dirigido el ataque con una sustancia tóxica en Salisbury, Inglaterra, había sido lo que se llama un agente doble: siendo oficial del servicio de inteligencia militar ruso GRU, se puso a trabajar para el MI6 británico y prosiguió esta colaboración incluso tras retirarse y entrar como jubilado en el Ministerio de Relaciones Exteriores en Moscú. Entre sus proezas figuraría la entrega de las identidades de unos 300 agentes rusos en Gran Bretaña. En 2004 fue detenido por la policía rusa y condenado a trece años de prisión. En 2010 lo pusieron en libertad en el marco de una operación de canje de espías con Estados Unidos y se radicó en Salisbury.
En el caso de los agentes dobles nunca está claro si ambas partes lo saben y se engañan mutuamente, o es solo una o incluso ninguna (alternativa poco probable, pero teóricamente posible si el espía es alguien que trabaja por su cuenta sin estar enrolado). Como sea, el involucrado siempre está doblemente amenazado. El 4 de marzo último, un policía que casualmente patrullaba la zona encontró a Skripal y su hija Yulia, postrados sin conocimiento en un banco de una plaza de Salisbury. El policía sufrió también síntomas de envenenamiento, pero de menor intensidad. En momentos de escribir este artículo, las víctimas se recuperan y la joven ya ha salido del hospital, pero su paradero se desconoce.[1] Oficialmente se afirma que el veneno aplicado es una sustancia letal de creación soviética, el agente nervioso "novichok" – "el nuevo" en ruso.
LA HISTORIA MALDITA DE LAS ARMAS QUÍMICAS
Fue en Alemania, con su poderosa industria química, donde nacieron las armas químicas modernas. Su primer uso en un conflicto bélico tuvo lugar durante la primera guerra mundial. En 1915 la bestia dio el primer zarpazo cerca de Ypres, Francia, bajo la forma de un gas clorhídrico sumamente tóxico que terminó llamándose iperita o ”gas mostaza“. En 1936 el químico alemán Gerhard Schrader, al trabajar sobre nuevos insecticidas, descubrió el efecto fulminante de los compuestos organofosforados, pero tuvo que abandonar el proyecto porque el producto era demasiado peligroso para el personal a cargo. Ahora bien, estamos en pleno esplendor del régimen nazi y el interés bélico fue lo predominante en las políticas del Estado. Un año después, el mismo químico sintetiza el primer gas nervioso, llamado sarín hasta hoy.
En nuestro país Samuel Blixen ha contribuido en gran medida a que se conociera por el mundo el asesinato del químico chileno Eugenio Berríos en Parque del Plata en 1993, como un acto cuyo objetivo fue eliminar a un testigo esencial en la investigación de los planes de Pinochet destinados a producir sarín, durante la dictadura en Chile.[2]
El mismo gas u otro similar fue utilizado por la secta ultrarreligiosa Aum Shinrikyö en el Japón, entre 1993 y 1995. Se ha usado también en conflictos bélicos, por ejemplo durante la guerra entre Irak e Irán, y probablemente también en Siria.
En cierto momento de la guerra fría del siglo XX predominó el criterio de que las armas químicas jugarían un papel fundamental en un futuro conflicto. Por entonces, científicos soviéticos sintetizaron un nuevo agente nervioso paralizante, sumamente volátil y eficaz, el tal "novichok" del que tanto se habla ahora. Expertos de la Universidad Militar de Brno, República Checa, señalan que del novichok soviético existían unas 60 variedades diferentes, todas con sus respectivos códigos (Jan Klužník, Daniel Jun, iDnes, 29.3.2018). Su existencia se conoció gracias a la publicación clandestina de algunas fórmulas por un participante en el proyecto, probablemente también el que lo designó con la palabra rusa novichok, traducida al inglés como ”newcomer“. Gracias a su eficacia, en que una gota es suficiente para matar a alguien y la consiguiente facilidad con que puede transportarse e introducirse subrepticiamente en otro país en pequeñas cantidades, así como la relativa seguridad de su uso, que no pone en peligro la vida de los homicidas, se expandió por el mundo y lo adoptaron como el medio ideal para matar en forma individual, por ejemplo, el terrorismo internacional y algunas bandas criminales del delito común.
CÓMO ECHARLES EL FARDO A LOS RUSOS
Sorprende la fuerte inclinación de las autoridades británicas a utilizar términos vagos como "probablemente" y "verosímilmente" en sus declaraciones oficiales, sin aportar ninguna prueba material. Es de creer, sin embargo, que ni en el Reino Unido es suficiente la probabilidad o la verosimilitud para condenar a un sospechoso en un tribunal.
Lo cierto es que, una vez descartada la posibilidad de intoxicación por la comida ingerida en una pizzería cercana, la policía dijo que la causa “más probable” era el envenenamiento por un agente nervioso de efecto paralizante, suministrado intencionalmente. La jefa del gobierno Theresa May fue más explícita al señalar que la sustancia en cuestión era un tipo de novichok, designado con el código A234. En cuanto a su proveniencia, afirmó que "la única explicación plausible" es que era de origen ruso.
Por su parte, el Secretario (ministro) del Exterior, Boris Johnson, enfatizó a través de la BBC, según lo cita The Guardian, 16.3.2018, que era “abrumadoramente probable” (overwhelmingly likely) que la orden de usar el agente nervioso en las calles del Reino Unido había sido dada por el mismísimo Vladímir Putin. Posteriormente, el inefable canciller británico declaró, en entrevista concedida a la emisora alemana Deutsche Welle, que la culpabilidad de los rusos se desprendía de las conclusiones del equipo científico militar de Porton Down, y dijo: "Cuando eché una mirada a las pruebas con la gente de Porton Down, el laboratorio, ellos fueron categóricos. Yo mismo le pregunté al tipo ("the guy" en el original): ¿Está seguro? Y él me contestó: No hay ninguna duda. De modo que no teníamos otra alternativa que tomar las medidas que tomamos" (reproducido por The Independent, Londres, 4.4.2018).
Pero he aquí que "la gente" del laboratorio en cuestión (oficialmente, el Laboratorio Científico-Técnico de Defensa) lo niega categóricamente. Su jefe, Gary Aitkenhead, explicó por la cadena Sky News, que lo único que habían certificado era el tipo de veneno utilizado, y no su origen, el que en todo caso no estaban en condiciones de probar. Esto obligó a aclarar, en nombre del Gobierno, que la señora May nunca había pretendido lo contrario y que su convicción de que fueron los rusos se basaba también en "otras" informaciones complementarias de sus servicios de seguridad, no difundidas.
Puestas así las cosas, ya no hay campo para opinar. Si las pruebas decisivas no se pueden presentar porque provienen de fuentes secretas, hay que "creer o reventar". Sencillamente se invita a los Estados a tener fe en la palabra del gobierno británico, el mismo que desató con Estados Unidos una guerra contra Irak basándose en “pruebas irrefutables” acerca de la existencia de armas de destrucción masiva en aquel país, ¿se acuerdan?, que nunca se encontraron. Puesto que alegatos de igual fuerza de convicción sirven hoy para atacar a Siria, hay que pensar en cómo parar toda esta locura.
¿SON POSIBLES OTRAS EXPLICACIONES?
En primer lugar, el almacenamiento de sustancias tóxicas de uso bélico en cantidades limitadas, para la investigación y la creación de antídotos con los cuales defender a la población en caso de agresión, está permitido por la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) en el marco de la Convención sobre las Armas Químicas de 1997. Se entiende que estas existencias deben estar bajo rigurosa custodia y supervisadas por la OPAQ. Pero no pueden excluirse los robos o la producción ilícita, como tampoco el contrabando y la venta bajo cuerda por algunos Estados.
Por eso el alegato ruso de que otros países también, incluida Gran Bretaña, están en condiciones de proveer el veneno, tiene su lógica. El ejemplo extremo es el llamado "Estado Islámico", conocido por la sigla ISIS o DAESH en árabe, cuyos arsenales cuentan también con un poderoso armamento químico, utilizado en Irak (concretamente en Mosul, según denuncias de las propias fuerzas de EE.UU.) y probablemente también en Siria.
En este contexto, la OPAQ fue solicitada por el Reino Unido para que analizara algunas muestras sanguíneas de las personas afectadas de Salisbury, en el marco de su asistencia técnica. En el informe resumido público dado a conocer el 12.4.2018, la OPAQ confirma los resultados de los análisis efectuados en Gran Bretaña en cuanto a la identidad del agente utilizado, pero no se pronuncia sobre el origen de dicha sustancia.[3]
EN BUSCA DE UN MÓVIL
Vieja es la tradición inglesa de la novela policial. Los lectores de Agatha Christie, por ejemplo, saben que el inteligente Poirot siempre insistió en el papel decisivo que juega en sus deducciones la cuestión del móvil. Cuando los indicios sobre el origen de la sustancia utilizada comenzaron a fallar debido a sus ramificaciones, se pasó a demostrar la culpabilidad de los rusos señalando que eran "los únicos interesados" en la muerte de Serguei Skripal. El silogismo era simple: 1) la víctima es un ex espía ruso; 2) los rusos matan a los desertores; 3) ergo, fueron los rusos. Esta teoría se contradice sin embargo con el hecho que el objetivo era un "agente doble" para los británicos. Por consiguiente, un "arreglo de cuentas" es perfectamente verosímil también en el sentido opuesto.
Para salvar este otro escollo, se revelaron seguidamente ciertas informaciones no divulgadas antes, que confirmarían, por ejemplo, que los servicios secretos británicos conocían el lugar preciso de fabricación del producto en Rusia y estaban al corriente de que se habían realizado experimentos a fin de comprobar su posible uso con fines homicidas (véase Mirror, 6.4.2018). ¿Por qué no previnieron el golpe? Esto nadie lo explica.
Ahora bien, si los atentados contra personas de origen ruso comprometidas en actividades de espionaje parecen ser moneda corriente en el Reino Unido,[4] en cambio no se conocen casos similares en otros países donde también viven e incluso trabajan en puestos de responsabilidad a nivel del gobierno o de los servicios de inteligencia no pocos rusos que desertaron de Rusia (notoriamente en Estados Unidos e Israel). Parecería como si la pretendida ”ley de Moscú“, por la cual la felonía se castiga con la muerte, solo se aplicara en Gran Bretaña. ¿Será que la protección suministrada en el Reino Unido es menos eficaz que en otros sitios, o que Rusia tiene especial interés en socavar la seguridad de los británicos?
Otra posibilidad, sugerida por los medios rusos y alimentada por las contradicciones que surgen de los diversos relatos, sería que todo es un "complot de los servicios secretos", esencialmente británico y norteamericano. No es que sea descabellado suponerlo, pero quienes lo afirman tampoco presentan pruebas fehacientes.
LA VERSIÓN RUSA
La primera reacción rusa fue la negativa rotunda. El presidente Putin declaró a la prensa, el 18.3.2018: "Lo primero que se me ocurrió [al enterarme] es que si fuera un agente nervioso de tipo militar, esa gente habría muerto al instante". (El Presidente, recientemente reelecto, quiere así tranquilizar a la población: no se preocupen, lo que preparan nuestros militares no falla). Y prosigue: "En segundo lugar, Rusia no posee este tipo de sustancias. Hemos liquidado todas nuestras armas químicas bajo la supervisión de organismos internacionales y ello antes que los demás, que lo prometieron pero desgraciadamente no lo cumplieron." (citado por The Guardian, 18.3.2018).
Posteriormente, Rusia dio una vuelta de 180 grados, para defender con ahinco la tesis de que, en todo caso, no son los únicos capaces de producir y almacenar agentes tóxicos. Una sustancia semejante al novichok, producida en Gran Bretaña con el indicativo VX, fue por otra parte la que mató al hermanastro del líder norcoreano Kim Jong-un en 2017, en el aeropuerto de Kuala Lumpur en Malasia.
El nerviosismo inicial de los rusos podría ser consecuencia de que no esperaban un ataque frontal de tal magnitud. Gran Bretaña expulsó a 23 diplomáticos rusos y, a instancias suyas, otros países, entre ellos la mayoría de los miembros de la Unión Europea más Albania, Macedonia y Ucrania, así como Estados Unidos, Canadá y Australia, adoptaron medidas similares, elevando el número de diplomáticos rusos expulsados a 96, de 27 misiones nacionales y la representación ante la OTAN.
Al mismo tiempo, el Consejo Ejecutivo de la OPAQ rechazó una propuesta rusa destinada a establecer un mecanismo mixto ruso-británico a fin de investigar el caso de Skripal y su hija. Si se agrega a esto el fracaso reiterado de las iniciativas rusas en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con respecto a la situación en Siria, es natural que un sentimiento de aislamiento internacional tienda a apoderarse de las mentes de la gente en el Kremlin. Esto se refleja en los traspiés propagandísticos de los medios rusos allegados al Gobierno.
Serguei Lavrov, Ministro de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa, vuelve entonces a la idea de que el veneno utilizado no fue el novichok (Reuters 14.4.2018). Se remite para ello al contenido del informe confidencial de la OPAQ, que no fue distribuido, en el que figuraría la fórmula química de la sustancia, detectada por un laboratorio suizo con sede en Spiez. Según el ministro, la fórmula presentaría trazas de otro agente, conocido como BZ, que tienen los arsenales de Estados Unidos y Gran Bretaña, pero nunca se produjo en Rusia. Se negó no obstante a dar más detalles, dado el carácter confidencial de la información.
También repite la afirmación un tanto cínica de que, "si los Skripal sobrevivieron, no era novichok". Pero al fin y al cabo los rusos son los acusados, por lo que pueden permitirse algunas libertades.
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Es probable que esta polémica prosiga un tiempo más y el intercambio de alegatos a favor y en contra no tendrá fin. Al lector corresponde encontrar "su" verdad, escondida bajo el cúmulo de afirmaciones contradictorias.
La intención de este artículo no fue dilucidar el misterio de Salisbury sino invitar al lector a pensar con espíritu crítico, a fin de defenderse de la avalancha de desinformación que caracteriza a nuestro mundo en la era de la posverdad. Entretanto, vale también el viejo precepto latino: "En caso de duda, dad preferencia al acusado" (In dubio pro reo).
[1]La policía (sí, la policía, aunque parezca mentira) ha difundido una declaración de Yulia Skripalova, en la que agradece y declina la oferta de ayuda de la embajada rusa, y promete dirigirse a la prensa cuando su estado de salud lo permita, pero ruega por el momento que no intenten contactarla. Una frase da que pensar: "Cuento con funcionarios especialmente entrenados que me ayudan, cuidan de mí y me explican el curso de las investigaciones que se están realizando" (The Guardian, Londres, 11.4.2018).
[2]Sirvan de referencia los numerosos artículos de Samuel Blixen en Brecha, así como su libro "El vientre del cóndor" y, en inglés, "Berríos, the Bothersome Biochemist", The International Institute, 1997.
[3]Un informe completo, probablemente con inclusión de la fórmula de la sustancia detectada, habría sido entregado a los gobiernos con carácter confidencial.
[4]El caso más notorio últimamente, aunque no el único, fue el asesinato del ex agente ruso Alexander Litvinenko con polonio radioactivo en 2006.