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LOS SINDICATOS DESPUÉS DE LA HUELGA GENERAL DE 1973

 Publicado: 02/05/2018

Tiempos turbios... (II)


Por Eduardo Platero


Un buen día apareció Telechea en la sede del sindicato.

Se había vuelto frecuente la presencia del Comisario Telechea en bancarios, OSE, municipales y alguna otra sede. Venía como zonceando a preguntar alguna tontería y se quedaba renovando su archivo de caras y estudiando el movimiento.

El Canario, o el Caballo Telechea, era un hombre grandote, robusto, panzón, con la ropa que le ajustaba y el buzo que se le subía mostrando parte de la barriga y la culata de la famosa pistola Browning 9mm con la que lo había retratado el gallego Aurelio en el instante mismo en que le disparaba.

Nunca supe de nadie torturado por él; no era lo suyo, pero su presencia era amenazante.

Morochón, cara redonda y achinada, voz aflautada de paisano y sonrisa de canario inocente, era un verdadero fichero con patas.

De poca instrucción, compensaba esa carencia con una actividad incansable; por eso le decían el Caballo. Y una memoria fotográfica y metódica.

No sólo recordaría tu cara para siempre; también atesoraría en su archivo mental tus hábitos, la gente que conocías y que te conocía y todo aquello que le sirviera para su tarea.

Creo que toda su vida había sido tira de Inteligencia y, con mucho, era quien mejor conocía el oficio.

Pese a que no había dicho nada, él y nosotros sabíamos que la cosa terminaría por cerrar contra los sindicatos y se preparaba actualizando su archivo personal.

La Huelga General, con su masividad y su descentralización, le había indicado que era hora de hacerlo ya que, además de los viejos y conocidos dirigentes, había una multitud de caras nuevas que fichar.

Así, se me aparecía en ADEOM; temprano, en horas en que sabía que yo no estaría y, con el pretexto de esperarme, se sentaba en el primer patio, de cara al zaguán y allí hacía su manyamiento privado.

Tenía esa cualidad, tan importante en un tira como en un clandestino, de borrarse si se quedaba quieto.

Ese “color pared” que vuelve invisible a una persona si no llama la atención sobre sí. Ese “camuflaje” natural que siempre envidié y con mi panza y mi vozarrón nunca pude tener.

Y que él tenía pese a ser más grande que yo.

Yo que sé… ¡Oficio o don!, la cuestión es que parecía invisible y los compañeros entraban desprevenidos y hasta conversaban con él mientras esperaban.

Este Canario bandido se me sentaba en el patio a fichar.

Y cada vez, pese a los esfuerzos por avisar, cazaba muchas caras y, a veces, alguna información, ya que eran muchos los compañeros que diariamente iban por la Sede.

ADEOM siempre fue un lugar de mucho movimiento y ahora lo era más.

Militantes con la sangre todavía caliente que iban a consultar problemas de sector; compañeros que iban a consultar al abogado o al entendido en jubilaciones, a requerir algo de la Biblioteca, a los nuevos servicios, o simplemente a conversar.

Era costumbre “darse una vuelta por ADEOM”.

Compañeros que habían tenido que venir al Palacio por algo, o que habían venido al Centro con la patrona para comprar algo en la Cooperatíva, y pasaban por el Sindicato a charlar un poco.

Modestita como era nuestra casa, era también nuestro orgullo, la habíamos pagado con mucho trabajo luego del ‘60 y quienes habían comprado bonos y rifas “pro Sede” querían verla y mostrársela a su familia.

O venían a preguntar: ¿cuándo pagan?, inicio sacramental de toda conversación cuando te abordaban por la calle.

Casi una especie de santo y seña entre municipales, consagrado en los tiempos en que la fecha era incierta y después del 28 empezábamos a parar si no lo habían anunciado.

¡En los días previos creo que todos los municipales escuchaban la audición esperando que Latorre, el tesorero, anunciara los pagos!

Yo heredé la responsabilidad, pero hasta que se jubiló el “Viejo Latorre” cuidó celosamente que nadie le usurpara el derecho de anunciarlos por la audición.

Con el cierre de los locales políticos, incluso se nos agregó gente que no era municipal; que simplemente pasaba a conversar y tratar de enterarse de algo en un medio en el cual la información dependía cada vez más del boca a boca.

Obligados por los años de Medidas de Seguridad casi permanentes, y a veces no públicas como en el ’69, habíamos desarrollado nuestro propio servicio de vigilancia y advertencia en torno del local de la calle Canelones 1330.

Desde Ejido, viniendo desde el Palacio, un par de lustradores eran municipales jubilados; el quiosco de la Explanada también avisaba y estaba el manisero que coordinaba todo.

Un tipazo al que estuvieron por desalojar de la Explanada cuando subió Tabaré.

Tuve que hablar con Azucena y recordarle que, durante toda la Dictadura, no en el ’85 o en el ’90, durante toda la Dictadura su tacho había estado pintado de blanco, azul y rojo.

Luego, siempre había alguien en la Pasiva del Palacio, el quiosco de Soriano y enfrente en el boliche.

Y, como si eso fuera poco, la borrachería de la mitad de cuadra, muy frecuentada por municipales que se “lambían algún vidrio” acodados al mostrador y que hoy es un “Cybercafé” y el paraguayo de la provisión que tomaba mate cachaciento en la vereda.

¡Jesualdo, que quedó todo emocionado cuando se mudó al barrio y nosotros hicimos una especie de delegación para irlo a saludar!

Después venía el Bambi en la esquina de Canelones y Ejido, verdadera sucursal de ADEOM donde, en general, el Gordo Romero, cumpliendo con sus funciones de responsable de nuestra seguridad, vigilaba y leía el diario.

La vigilancia volante la ejercía Walter, el “mozo mixto”, y los dueños, Pepe, Paco e Ismael, gallegos, republicanos y zurdos que nunca vacilaron en “aguantarnos algo”, recepcionaban toda la información y la pasaban discretamente.

Yo, por ejemplo, siempre compraba “La Paz” suaves antes de entrar y recibía las novedades.

Por la otra calle la vigilancia espontánea empezaba en “El Tesoro”, el boliche de enfrente a Limpieza, los porteros de Servicio Fúnebre y algún compañero suelto del Cementerio, sin olvidar que al “Chileno”, delegado de los choferes de Cantón 1 a quien, como represalia, lo tenían barriendo Gonzalo Ramírez frente a la Dirección.

Nos cubría la mirada de Héctor Manuel Vidal, que atendía un saloncito en Yaguarón casi Maldonado, y más arriba el viejo Guichón, sus hijas y todos los que trabajaban allí.

El viejo era de Wilson y siempre nos reprochaba el voto a Seregni que impidió que su caudillo ganara, pero nos guardaba las roscas y los bizcochos viejos, cosa que venía más que bien en aquel año de especial malaria.

Teníamos a un sanitario que paraba en el Andorra y todavía, por si fuera poco, los porteros de Canelones, el Gordo Walter, el encargado de la amueblada, el vidriero de la casa lindera, la señora de la pizzería, amiga de Montero, ¡y hasta las muchachas que hacían la calle!

Con ellas y el vidriero tuvimos que hacer un arreglo especial, ya que una de las primeras consecuencias del Golpe fue la pérdida de la protección que les daba nuestra personería.

Antes, cuando las razzias, se refugiaban en ADEOM y los funcionarios paraban a los policías en la puerta con el argumento de que “¡teníamos personería!”

Funcionó hasta el Golpe; de allí para adelante estos atrevidos se nos metían y las sacaban a los tirones.

Con lo cual trasladamos el refugio.

Hablamos con el vidriero, un “comunista de estalino” como nos decía, y él les dejaba su zaguán y la puerta del taller abierta.

El barrio protegía y ese era su modo de “resistir”.

No hubo delatores.

Me importa destacarlo porque, como “la Resistencia”, en general, consistía más en actos de no hacer que en actos de hacer, en el pueblo uruguayo gracias a los llorones de la derrota se terminó por formar una idea equivocada de lo que había hecho y a culparse.

Una especie de sentimiento de culpa por lo que no habían hecho que no tiene en cuenta que, precisamente, lo importante es lo que no hicieron.

No delataron, ni colaboraron.

No creyeron en los milicos ni en la encendida retórica de la “orientalidad”. No les fueron a los desfiles. Siguieron diciendo “Convención” y no “Latorre”. Se reafiliaron a sus sindicatos y votaron “NO” en el ’80... ¡que te parece!

La Dictadura nació aislada por la Huelga General, ¡no, carajo, por los discursos!, o como le he sentido a algún sesudo economista, por el quiebre de la “Tablita”.

Vivió aislada porque desde la reafiliación no pudo hacer base sindical y sus políticos de cuarta no pudieron reunir ni gente, ni aparato, y murió aislada luego del ’80.

¡Mucho antes de la “Tablita”, en plena “plata dulce”, la gente les votó en contra!

Nuestro caso particular no fue más que eso, la forma en que las cosas se dieron en un sitio dentro de un proceso mucho más general y abarcativo.

Creo que también, junto al sentimiento generalizado de rechazo a la Dictadura, jugó a nuestro favor una política de buena vecindad constante, y de principios, que tuvimos desde que nos mudamos en el ’60.

El barrio nos recibió con recelo, ya que no era chica cosa que, en el lugar en donde había estado un tranquilo Laboratorio de Análisis Clínicos, se instalara nada menos que ADEOM, pero nosotros siempre fuimos respetuosos de nuestra vecindad.

Hasta una casa de enfrente, “la que no cuaja en el barrio” como dice el tango, que en tiempos de Pacheco era frecuentada por Angel Rath, un diputado de ese grupo con pinta de sumerio, y que, por eso, ¡por pachequista, no por sumerio!, le desconfiábamos, se mantuvo al margen.

¡Seguro!, esa protección y simpatía del barrio a lo sumo nos avisaba pero no impedía nada.

¡Y el Canario Telechea me hacía el manyamiento a placer!

Para frenar un poco ese abuso descarado y tantear hasta dónde pensaba llevar las cosas, trasladé la Oficina a la primera pieza, antes de la puerta cancel, abrí una comunicación entre ambos zaguanes y mi Secretaría la ubiqué en la última pieza de la Planta Alta, donde antes habían estado las cooperativas de vivienda, las “Covi”.

Con orden de que, cuando apareciera el Comisario, lo condujesen allá a esperarme.

Que le ofrecieran mate, café o lo que quisiera pero que lo instalasen allí y le hiciesen sala a fin de evitar que anduviese lechuceando.

La primera vez que vino y le aplicaron el tratamiento prescripto me esperó pacientemente y cuando vine, rápido porque me avisaron, me dijo socarrón: “Platero, ¿qué pasa, que me puso en penitencia aquí en el fondo?” Y yo con toda formalidad le contesté lo que ya tenía pensado.

Le dije, algo así como: “Usted viene a mi casa como invitado, porque tiene que preguntarme algo, y, como es mi casa yo lo recibo donde quiero. Ahora, si lo que quiere es venir como Comisario se viene con una Orden de Allanamiento o con cuatro compañeros suyos armas en mano como han venido sus colegas”.

Calculaba que el Canario iba a aguantar, porque le servía tener un contacto abierto, y tal cual... Se la aguantó con una sonrisa de “no te creo nada” y empezó a charlar como si estuviera hablando de bueyes perdidos.

Pero… nunca era sin un propósito.

Él había elegido a dos o tres del Movimiento Sindical para confiarles lo que quería que se supiese.

No decía: “Quiero pasar mensaje”, y tampoco nosotros contestábamos: “Mensaje recibido”. Pero era así.

No era el único, y otros dejaban sus mensajes en otros depositarios; así como nosotros teníamos, en caso de necesidad, con quien enviar los nuestros.

Asunto turbio; propio de esos tiempos turbios en que los bordes no eran precisos.

Esa vez me parece que lo que quería el Canario era limpiarse de la responsabilidad por una muerte.

La de Nibia Sabalsagaray, compañera mía en el IPA y alma pura y fraterna que mataron en el cuartel de Peñarol en pocas horas con el submarino seco.

Un cuerpo que le hicieron entregar a él, y tenía especial interés en limpiarse de la responsabilidad de la muerte.

Creo que por eso.

Me dijo, y yo recibí la confidencia con un comentario incidental, pero la pasé para que llegara a donde estaba destinada, que a él le habían dado el cuerpo en el Hospital Militar con orden de entregarlo y esa había sido su única participación.

Yo le creí sobre la base de que no veía ningún propósito ulterior más que el de desligarse personalmente; pero mi función no era creer o no, sino pasar la información.

Mi papel en estos casos era simplemente ser receptor no voluntario de una noticia y encargarme de hacerla circular hacia arriba para que quien debía saberlo, lo supiera.

¡Sin adornos ni comentarios!

Había que tener mucho cuidado con el traslado boca a boca a fin de no ir introduciendo variantes o acentos que terminaban por desvirtuar la noticia.

Es prácticamente inevitable que en cada etapa el tono, pesimista u optimista, de quien traslada entone la noticia.

¡Cada cual, inconscientemente, pone lo suyo!

También recibí y pasé de la misma manera el “mensaje” acerca del asesinato de Álvaro Balbi.

Telechea conocía y respetaba a su padre, Selmar, en verdad una gran personalidad, vinculado toda la vida a la Escuela Pública, y quería que se supiese que a él le habían dado la orden de entregarlo pero que no había tenido nada que ver ni con la detención, ni con la tortura, ni con la muerte de su hijo.

Esa vez discutimos porque yo le reproché que agarrara esos viajes y luego viniera a limpiarse conmigo; pero a los dos nos servía el contacto.

Por eso no lo rompíamos.

Mejor dicho, y que quede claro: le era útil a la causa que cada uno de nosotros servía.

Para mí, mantener esos contactos era un peligro que asumía consciente de los riesgos y de que, más allá de que de arriba me estimulaban a mantenerlos, si algo salía mal el que la iba a quedar era yo.

Estaba la posibilidad, siempre latente porque no hablaba con un milico nabo, de que, sin querer, pescara algo a través mío y porque había otros a los que no les gustaba nada el asunto y un día podrían decidir interrumpir los contactos arremetiendo contra mi o poniéndome una trampa que hiciese pensar que era un traidor.

Nunca me pasó nada, pero, tengo la impresión de que si por casualidad o porque me habían preparado una celada, se vinculaban estas charlas con alguna desgracia no faltaría alguno que me señalase con el dedo.

Y en lo que respecta a la otra parte, bueno, creo que había muchos que le tenían ganas a Telechea.

Recuerdo que una vez me mandó citar “por un Acta” y hasta me lo aclaró por teléfono a ADEOM, con lo que fui al Departamento a la hora de la mañana en que me había citado.

Me dijeron que “había reunión de comisarios arriba” y me sentaron a esperar en un banquito justo donde doblaba la escalera.

Como a la hora empiezan a bajar tipos de a dos o de a tres y me rodeaban sin siquiera mirarme hasta que uno, de saco sport a cuadritos marrones y beige, alrededor de 40 años, cara colorada, como si recién se la hubiese refregado con papel de lija, y labios sin borde, se detuvo y me increpó sin darme sitio ni tiempo a que me parara.

Empezó con algo así como que “ahí estaba yo, el amigo de Telechea” y con que “ese Canario zonzo se cree muy vivo porque habla con ustedes pero ya se la va a terminar”... ¡”a él y a ustedes también”, y seguia con la perorata en la cual repetía lo de “amigo”.

Me calentó.

Como pude me paré tratando de no empujarlo para mirarlo de frente a los ojos y le dije que a los amigos yo los elegía. Que Telechea era un Comisario que me había citado y que por cierto conocía, pero que “a los amigos los elegía yo” y que si tenía algo que decirle a Telechea se lo dijera a él y no me usase de mandadero.

Los comisarios siguieron pasando y el tipo se fue refunfuñando y amenazando.

Supongo que tan caliente como me había dejado a mí. Cuando por fin Telechea me hizo pasar a su despacho y me preguntó cuatro pavadas que había mandado preguntar el Director General, aprovechando que el que tomaba la declaración se había ido, le conté el incidente.

Me dijo que ya sabía quién era y que él se iba a retirar tan pronto cumpliera los años porque ya sabía que nunca más iba a ascender y terminarían por ladearlo.

Mencionó, en forma más vaga, algo así como que la hora de los viejos funcionarios, de los policías policías, se había terminado y que ahora venían los que hacían cursos en el exterior, andaban bien con los “verdes” y politiqueaban.

-“Yo no hablo inglés” me dijo como conclusión.

Les habían cambiado la Ley Orgánica y ahora los oficiales militares podían mandarlos.

También pasé en su momento esa información y nunca más se tocó el tema.

Afortunadamente, nunca quedé en manos de “cara colorada” porque me parece que me las hubiese hecho pasar. Bueno... otros se esmeraron por él.

Ahora que lo estoy narrando me doy cuenta de que eso de “pasar la noticia para arriba” es muy impreciso; pero la verdad es que había compañeros que uno sabía que estaban oficiando de enlace y a ellos se les pasaba la información en encuentros aparentemente casuales pero que concertábamos cada vez para la siguiente.

Y la información circulaba tanto en una como en otra dirección.

Otra vez, una noche, víspera de uno de los tantos intentos de hacer el Paro General que no pudimos hacer, estaba trabajando más tarde de lo aconsejable, tal vez por la frustración del Paro, tal vez por el alivio de que no se hubiese confirmado porque habría sido un desastre, y se me apareció.

Sin que nadie lo acompañase, porque conocía el camino y se le coló de sopetón al Nene que era el único que quedaba abajo.

El pretexto era preguntarme si el Paro se hacía o no, ya que, pese a que ellos habían informado que se había suspendido, “los verdes” seguían insistiendo.

Por supuesto que le confirmé que no, que no se hacía, que no me hubiese encontrado en ADEOM a esa hora si realmente lo fuésemos a hacer y con esas, que eran un preludio formal, se sentó y continuamos la charla por el lado de las diferencias entre ellos y “los verdes”.

La conversación dio unas vueltas en torno al tópico y, mientras todavía yo estaba tratando de darme cuenta de qué era lo que me había venido a decir, el hombre puso el gato arriba de la mesa.

Doy por seguro que era lo que quería, porque nunca la conversación era sin un propósito y a ese tigre no se le escapaban cosas.

La cuestión es que ahondó en el tema de cómo “los verdes” no sabían nada; de cómo les habían pirateado la información con la cual habían obtenido los “éxitos del 14 de abril“ y de la derrota de los Tupamaros, y allí largó.

-“Ese día” me dijo con tono casual “cuando mataron a Motto, en la mañana a mí me ordenaron que fuese y yo les dije que no valía la pena. Que había que proteger a Acosta y Lara porque, cuando los tupamaros actuaran contra uno de los de la lista del Escuadrón (la famosa lista del fotógrafo Bardesio), golpearían simultáneamente a los otros”.

-“Pero no me dejaron” continuó, siempre con el tono neutral con el que nos hablaba. “No me dejaron y me mandaron a Las Piedras a cuidar a un muerto”.

-“Y ya ve” concluyó, siempre calmado como si hablara del tiempo, “nadie lo cuidó y mataron a Acosta y Lara”.

¡Ese era el mensaje!: ¡lo habían dejado matar!

Eso era lo que me había venido a decir y yo así lo entendí, entre otras cosas porque lo que seguimos conversando como media hora más era absolutamente intrascendente.

Yo ardía por pasarlo, pero me cuidé muy bien de salir corriendo, no fuese que me hubiera tentado con una carnada grande para ver a quién corría a decírsela.

Por otra parte, reflexioné, era mercadería vieja ya que nada había que hacer.

El 14 de abril del ’72 era algo ya lejano, concluido y agotado; a lo sumo tendría valor histórico si era que podía ser confirmada por otra fuente.

Algún día....

Como siempre, pasé la información cuando pude y seguí en mis cosas que estaban centradas fundamentalmente en ADEOM y la Federación, en la cual estábamos enfrentando un intento de división financiado y dirigido por la ORIT y la Embajada Americana.

Un comentario sobre “Tiempos turbios… (II)”

  1. Gracias Eduardo por recordar esas vivencias TAN importantes, que comenzaron el camino de la resistencia ininterrumpida a la dictadura. Un ejemplo para los pueblos del Mundo. Una huelga general que marcó el camino, porque tenía una orientación correcta y era producto de largos años de discusión, lugar por lugar. Y luego la represión, la cárcel, la torura salvaje, la muerte, las desapariciones, el exilio, la clandestinidad. Hasta lograr la derrota de la dictadura.
    Abrazo fuerte Eduardo

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