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IMPLICADA BITÁCORA FRANCESA
El “dribling” temerario del Sr. Trump
Por Luis C. Turiansky
Si en mi artículo anterior[1] me referí a la oferta de colaboración en los asuntos internacionales efectuada a EE.UU. por el ministro ruso de relaciones exteriores Serguei Lavrov, la respuesta ha superado todas las expectativas por su sorpresiva violencia, demostrando que el mar está agitado y ni sabemos lo que pueda pasar de aquí a mañana. También echa por tierra mis dudas en cuanto a que los Estados Unidos “(t)endrán bastantes problemas que resolver en lo interno como para enfrascarse en la refacción de las relaciones internacionales”, por lo que pido disculpas a los lectores.
Para empezar, en abril le tocó a Estados Unidos presidir el Consejo de Seguridad de la ONU. En el programa figuraba, entre otras cosas, un debate sobre las Fuerzas de Mantenimiento de la Paz, con la participación del Secretario General António Guterres. Estas operaciones han demostrado su ineficacia frente a los ataques de los grupos islamistas, principalmente en África. Nada parecía indicar el propósito de Estados Unidos de atacar las instalaciones militares de Siria. Es más, el 31 de marzo la Representante Permanente de EE.UU. en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Nikki Haley, declaró ante la prensa que la expulsión de Bashar Al Assad “no es ya una prioridad para EE.UU.”, puesto que, “en lugar de quedarse sentados” había que “mirar la realidad y poner las cosas en movimiento para que el pueblo sirio vea que hay cambios”.[2] Al mismo tiempo, el vocero de la Casa Blanca, Sean Spicer, corroboró que el gobierno estadounidense se concentraría más bien en la derrota del Estado Islámico, dejando a un lado el problema de Bashar.
¿Qué sentido tiene, después de lo dicho, mandar los cohetes? ¿O fueron las declaraciones anteriores una maniobra de engaño para aletargar a las defensas sirias? La noche del bombardeo, el presidente Trump estaba cenando placenteramente con su huésped chino, el presidente Xi Jinping, en la “casa de campo” que el primero posee en Florida. El invitado no pareció importunarse por la noticia. Simplemente, el anfitrión había sacado del ropero el hacha de guerra, una costumbre típica del país.[3]
EL MOTIVO EN LA ERA DE LA POSVERDAD
¿Qué razones adujo el presidente para abrir el fuego? El 4 de abril, aviones identificados como pertenecientes a la Fuerza Aérea Siria atacaron la localidad de Khan Sheikhun, distrito de Idlib. Seguidamente se observaron en la población signos inequívocos de intoxicación con gases de uso bélico, que se suponía habían sido eliminados de los arsenales de las fuerzas gubernamentales. Estados Unidos y sus aliados acusan de este crimen al régimen sirio. Rusia y su aliado sirio sostienen que el ataque aéreo habría destruido un depósito de municiones rebelde, de donde probablemente los gases tóxicos provenían de bombas ilícitas allí guardadas. Hasta el momento, no se ha llevado a cabo ninguna investigación fidedigna que nos permita encontrar la verdad.
Obsérvese, no obstante, que las acusaciones solo se basan en afirmaciones, sin aportar prueba alguna. Solo contamos con los testimonios de los médicos sirios y extranjeros que trataron a los damnificados. Pero quién es el responsable de la tragedia, esto nadie lo ha demostrado. Sin embargo, unánimemente, los políticos del bloque occidental felicitan a Donald Trump por su coraje y fustigan a Bashar Al Assad por haber cometido un acto de barbarie injustificable.
Si algunos aspectos de la actual crisis recuerdan a la de octubre de 1962 en aguas del Caribe, que puso al mundo al borde de la guerra nuclear, hoy se desarrolla en un contexto diferente, caracterizado por la “posverdad” en la información y la falta total de reglas. La sociedad en la que vivimos se habría “licuado”, según la imagen utilizada por Zykmunt Bauman para diferenciarla de la “solidez” del capitalismo industrial.[4] No quita que lo de la guerra nuclear sea en cambio una posibilidad sólida y real.
“Cui bono”, decían los clásicos de la novela policial: ¿quién saca provecho? Imaginemos por un instante la eventualidad de que, efectivamente, Assad ordenara el bombardeo del pueblo en cuestión con dispositivos llenos de cloro y sarín, como se ha difundido. ¿Qué ganaría con eso, sabiendo que la responsabilidad caería sobre sus espaldas? Resalta más aún lo absurdo de semejante acto cuando poco antes EE.UU. había declarado que la eliminación de Assad ya no estaba en sus planes.
La otra alternativa, que naturalmente no puede excluirse, es que Assad está loco como una cabra. En este caso habría que concluir que los rusos se equivocaron feo al darle su apoyo. También es posible, por supuesto, que la base naval de Tartús y parte de las instalaciones del aeródromo de Shairat cerca de Homs, cedidas a Rusia, bien valen ese riesgo.
Sin embargo, ni por asomo la oposición beligerante siria ha acusado jamás al presidente Assad de haber perdido el juicio. Eso sí, más bien podría pensarse que son ellos, junto con el “Estado Islámico”, los primeros beneficiados de la campaña actual contra el gobierno sirio y su Presidente. Desde luego, no pretendo acusar a nadie porque, en realidad, no hay pruebas. ¿Pero las hay contra Bashar Al Assad?
DRAGÓN A LA VISTA
Desde su asunción a la máxima magistratura del país, el señor Donald Trump ha chocado con grandes dificultades para encontrar a su enemigo. Que lo necesita no cabe duda, en primer lugar porque eso corresponde al arte de supervivencia del capitalismo en crisis, luego porque forma parte del acervo nacional, identificado con la tradición del “lejano oeste”, y que sin duda está profundamente arraigado también en la propia experiencia personal de businessman del Presidente.
Se recordará que, durante la campaña electoral, el actual mandatario centró su retórica en los males producidos por la administración anterior, la burocracia del aparato estatal con sede en Washington y su centralismo. Ellos tenían la culpa de la crisis, la desocupación y el desaliento de millones de buenos blancos norteamericanos, y no las presuntas amenazas del exterior. Esto le valió el voto de los desplazados y las llaves de la Casa Blanca por cuatro años.
En su campaña, el candidato republicano se notaba dispuesto a superar la política de guerra fría y llegar a un acuerdo con los rusos para colaborar en la solución de los conflictos regionales y, sobre todo, derrotar al “Estado Islámico”, principal amenaza a la seguridad mundial. Era natural, por lo tanto, que Vladímir Putin haya expresado abiertamente el apoyo a su candidatura. Esto desató una furiosa campaña de descrédito desde filas demócratas, que acusaron a Trump poco menos que de ser partidario de los rusos, lo que incluso hoy, a veinticinco años de disuelta la Unión Soviética, sigue siendo en EE.UU. algo equivalente a la figura de traición a la patria.
Pero todo fue inútil, y el hombre ganó la elección. Solo que la realidad de la política, que no es lo mismo que la “realpolitik”, resultó ser muy diferente de los discursos populistas, sobre todo en ese poderoso país donde los intereses económicos pueden aplastar al político mejor intencionado (que no es el caso de Trump, desde luego) o incluso, si es necesario, asesinarlo.
Un personaje como Donald Trump, habilísimo en los negocios pero ignorante en política, iba a tener que depender de los servicios de un sólido equipo de asesores. Su composición fue su principal preocupación hasta la entronización en el cargo. Eligió a gente allegada, todos derechistas de la clase alta, pero con poco rodaje en los asuntos del Estado. El personaje más controvertido es Steve Bannon, Jefe de Estrategia (sic) de la Presidencia, quien fuera miembro fundador de la publicación de derecha alternativa Breitbart News, donde su presencia parece haber incidido en el recrudecimiento de las posiciones extremistas que difunde.
Una relevancia particular tiene la alineación de los servicios de seguridad (la llamada “Comunidad de Inteligencia”, esencialmente la CIA, el FBI y la Agencia de Seguridad Nacional) en el campo anti-Trump, donde también juega su papel el Poder Judicial, aunque en este caso, debe reconocerse, para responder a excesos del Ejecutivo. Estas poderosas instancias se han centrado en la búsqueda de posibles agentes rusos entre los colaboradores del presidente y seguramente ejercen sobre él una presión mucho más avasalladora que su propio equipo.
Recientemente, a raíz de la caída en desgracia de Michael Flynn como consejero de seguridad cuando trascendieron sus relaciones con funcionarios rusos, Steve Bannon dejó de asistir a las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional, puesto que, según se dijo, “su tarea consistía en controlar a Michael Flynn y ahora ya no es necesario”. Todo esto tuvo lugar en vísperas del ataque a Siria, lo que permite toda clase de conjeturas.
En determinado momento, la actitud crítica del nuevo presidente hacia China, en relación con la concepción de “una sola China”, así como el reforzamiento de la presencia china en el mar próximo (incluida su original idea de construir islas artificiales con fines militares), se suavizó un tanto ante la perspectiva de la visita del presidente chino, pero sin abandonar el objetivo estratégico de jugar un papel decisivo en Extremo Oriente. Vino de perillas la problemática ambición nuclear de la RPD de Corea, que pasó a remplazar a China en las funciones del “dragón malo”. Al mismo tiempo, esto sirvió para presionar a China, tradicional aliado de los norcoreanos.
Es así como, envalentonado con el éxito de su operación contra Siria, el Presidente no tardó en centrar su atención en el régimen de Pyongyang, convertido en una nueva amenaza nuclear, y ordenó el avance de la flota norteamericana hacia la frontera marítima de Corea, en una nueva operación de amedrentamiento.
De tal modo, junto con su predilección por los golpes de efecto, prevalece hoy un estilo belicoso que ni la señora Hillary Clinton, famosa por su apego a las soluciones de fuerza, se hubiera animado tal vez a poner en práctica. ¿Será este giro inesperado de Donald Trump el resultado de la telaraña tejida en su torno por los servicios secretos, o toda su campaña electoral fue una cortina de humo? En tal caso, la actitud de Vladímir Putin, que optó por apoyarlo abiertamente, puede haber sido un error fatal de apreciación. ¿O es que todo encaja en el plan de construcción del “triángulo” evocado por Serguei Lavrov en su entrevista con congresistas norteamericanos y que cita mi artículo ya mencionado? Pero, ¿qué culpa tenemos los habitantes de este planeta?