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LOS RESULTADOS DE LA INEPTITUD DE UN PRESIDENTE
La Casa Blanca, un castillo de naipes
Por Fernando Rama
Recomiendo la lectura del libro autobiográfico de John Bolton “La habitación donde ocurrió – Memorias de la Casa Blanca” (The Room Where It Happened – A White House Memoir, ediciones Simon and Shuster, Nueva York, EE.UU., 2020). El autor es un veterano en las filas del republicanismo. Abogado de 71 años de edad, se graduó en la Universidad de Yale y tiene en su haber la participación en tres campañas de su partido. En su temprana juventud participó en la campaña de Barry Goldwater en 1964, quien no llegó a obtener la candidatura. Se declara seguidor de Adam Smith en economía, de Edmund Burke en sociología y de Foster Dulles en seguridad nacional. Entre los años 2005-2007 se desempeñó como embajador de Estados Unidos en las Naciones Unidas.
En su libro, el autor comienza señalando las dificultades que se repiten cada vez que se da una transición en la Casa Blanca. Así fue con Nixon y volvió a repetirse cuando Trump accedió a la Presidencia. Solo que esta vez las cosas fueron más complicadas. Durante los primeros 15 meses del mandato de Trump, este se mostró muy inseguro y se vio rodeado de funcionarios deseosos de capturar un pedazo de la torta, debido en especial a la percepción generalizada de que el nuevo inquilino de la Casa Blanca mostraba tener, según algunos, una edad mental de 10-11 años. Otros, un poco más malignos, le asignaban la edad de un año, queriendo significar que solo se interesaba por su destino, o sea obtener un segundo mandato presidencial.
Al referirse a aquellos primeros meses Bolton cita la frase de Hobbes “bellum omnion contra omnes”, es decir una guerra de todos contra todos. A ello se suman las diversas burocracias que pululan en los pasillos de la Casa Blanca tratando de mantener su estatus.
La primera entrevista de Bolton con Trump tuvo lugar el 17 de noviembre y para ese entonces el cargo de asesor para la seguridad nacional le había tocado a Tillerson, un destacado miembro de la Exxon, experto en los negocios del petróleo pero poco versado en cuestiones de política internacional. Durante varias reuniones en las que participó Bolton, Trump quedó impresionado con sus ideas y llegó a insinuarle un posible nombramiento para diversos cargos, incluso como Secretario de Estado. Sin embargo, Bolton se atuvo al consejo de un veterano de estas lides, ni más ni menos que Henry Kissinger, quien le había dicho: “nunca aceptes un trabajo en el Gobierno sin una bandeja de entrada”. Con la burocracia atrincherada en sus lugares, a Bolton le ofrecieron la embajada en Libia, Uganda y Corea del Norte.
En los inicios, Trump estaba preocupado por el tratado con Irán y con el “ObamaCare”, es decir el programa de salud pública extensiva a toda la población, uno de los escasos éxitos de Obama en ocho años de mandato. Para Bolton era claro que el acuerdo con Irán debía ser derogado y se alegró cuando Trump liquidó los acuerdos de París sobre el calentamiento global, una farsa según él. Bolton también celebró la idea de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, para reforzar la idea de que la ciudad santa era la capital de Israel exclusivamente.
Finalmente, Trump logró entender que el hombre más indicado para el cargo de Asesor en Seguridad Nacional era Bolton y procedió a nombrarlo. En el libro nos recuerda que en los días previos recordó las palabras del duque de Wellington cuando enviaba sus tropas a la batalla de Waterloo: “Una dura paliza esto, caballeros. Veamos quien golpea primero”. Antes de asumir habló con Kissinger, Colin Powell, George Shultz, Jim Baker, Dick Cheney y George Bush, o sea los grandes halcones del pasado.
El Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por su sigla en inglés) tenía, al llegar Bolton al mando, 430 funcionarios. Cuando dejó el cargo había 350. Para Bolton el cargo de Asesor en Seguridad Nacional era el cargo más difícil y pronto iría a comprobarlo en forma muy concreta.
Al asumir sus funciones, Bolton comprobó que Trump, además de odiar a los Bush, estaba preocupado por los sucesos de Medio Oriente y sus vacilaciones eran palpables. Al-Assad, al que apoyan Irán y Rusia, estaba involucrado en un ataque con armas químicas en el sur de Siria. Finalmente, Estados Unidos respondió en setiembre de 2018 con buenos resultados, pero Assad volvió a atacar al año siguiente.
El tema principal era, entonces, cómo parar a Al-Assad, contando con el beneplácito de Gran Bretaña y Francia, para lo cual Trump se reunió con Macron y Boris Johnson, este último a la sazón jefe de las relaciones internacionales del Partido Conservador. A pesar de la alternativa que propuso Macron -y más tibiamente Gran Bretaña-, Trump se decidió finalmente, como Bolton lo deseaba, a romper definitivamente los acuerdos con Irán y pasar a la ofensiva contra Teherán. A Bolton le gustaba citar la máxima de Tucídides: “El miedo, el honor y el interés son los principales impulsores de la política internacional”.
Una vez dado este paso, Bolton viajó a Miami para examinar los temas de Venezuela y Cuba, visitó Japón para tratar con el primer ministro Abe la cuestión de Corea del Norte y de China, para analizar el asunto de las relaciones comerciales que se encontraban en un caos.
Al tiempo que Bolton relata, con lujo de detalles, sus ideas y sus acciones, va dejando caer los infantiles comentarios de Trump sobre diversos temas. Cita, por ejemplo, lo que dijo Trump después de una de las visitas de Merkel: “La Unión Europea es peor que China, pero es más pequeña”. Según el primer mandatario estadounidense, la Unión Europea se había creado para aprovecharse de Estados Unidos (debido a su renuencia a la hora de aportar un 2% más al presupuesto de la OTAN). Trump simplificaba todos los problemas. Bolton señala, por ejemplo, que Merkel era prisionera de Rusia debido al nuevo oleoducto en construcción en el Báltico.
A lo largo del libro -cuyo objetivo manifiesto es impedir la reelección de Trump- Bolton va contrastando sus ideas republicanas con los dichos y las acciones de su ocasional jefe. Por ejemplo, en agosto de 2018 y luego en enero de 2019, Bolton viajó a Israel para entrevistarse con Netanyahu. En ese período se produjeron los ataques chiitas a las embajadas de Estados Unidos en Bagdad y Basora, pero no dieron lugar a la respuesta que Bolton había sugerido. Otro tanto puede decirse en relación al Brexit: mientras Bolton se había mostrado dispuesto a colaborar con el proceso y así se lo hizo saber a Johnson, Trump se callaba la boca.
Otro asunto tratado al detalle en el libro es la complicada trama que rodea las relaciones con Corea del Norte. Por un lado, Pyongyang ya había vendido un acuerdo a Estados Unidos a cambio de beneficios económicos. Esto se había dado varias veces durante los ocho años de la administración Obama, lo que obviamente Bolton consideraba un error. Por otro lado, el Japón estaba interesado en suprimir los ensayos con cohetes de mediano y largo alcance que Corea del Norte realizaba repetidamente, entre otras cosas porque algunos de esos misiles podían caer en el este del archipiélago japonés. El gobierno de Seúl (Corea del Sur), por su parte, estaba interesado en lograr la reunificación de ambas Coreas, mientras China seguía planeando el suministro de petróleo a la república establecida en la parte septentrional de la península. La estrategia de Corea del Norte era continuar con sus incesantes ataques y separar a Bolton de Trump con el objeto de que perdurara el mismo esquema. En este cuadro se inscribe la reunión entre Trump y Kim-Song Un en Singapur. Ya cerca de la fecha, no obstante, Estados Unidos logró rescatar a tres rehenes que estaban en manos de Corea del Norte y se redoblaron los insultos de los coreanos al vicepresidente Pence. A los surcoreanos no les gustó la postergación de la reunión en Singapur y menos aún la oposición de Trump a las operaciones conjuntas entre Estados Unidos y Corea del Sur.
Entretanto, se produjo la reunión del G7 en Canadá. En esa instancia, Trump demostró que no entendía casi nada de lo que allí se conversaba y no logró afinidades con ninguno de los asistentes. Su único aporte fue incluir a Rusia en el G7, con lo que logró que la reunión fuera una pérdida de tiempo.
Resulta muy difícil resumir la densidad de acontecimientos relacionados con la seguridad nacional de Estados Unidos, muchas veces mezclados con dilemas financieros y comerciales. Pero es interesante visualizar algunos episodios que marcan los progresivos desencuentros entre Bolton y Trump. Aun cuando Bolton concordara con las decisiones de Trump, los persistentes -y con frecuencia inoportunos- tuits del Presidente complicaban el trabajo de su asesor en seguridad.
Por ejemplo, después de la reunión en Singapur, Trump señaló: “Acabo de aterrizar. Fue un largo viaje, pero ahora todos pueden sentirse mucho más seguros que el día que tomé el cargo. Ya no hay amenaza nuclear de Corea del Norte. Corea del Norte tiene un gran potencial para el futuro”. Ante esta salida de Trump, Bolton comenta: “Japón y Corea del Sur estaban preocupados y perplejos. Ni Pompeo ni yo podíamos comprender, e incluso ambos estábamos seguros de que Trump tampoco”. En los hechos, Corea del Norte, presionada por China, siguió con sus ejercicios nucleares; apenas cambió las localizaciones militares.
Bolton relata a continuación las reuniones mantenidas en Bruselas, Londres y Helsinski. En Bruselas el tema central fue la OTAN y las relaciones con su secretario general, Stoltenberg. Trump repitió allí sus quejas sobre los costos de la organización militar europea y exigía mayores contribuciones. La reunión en Londres tuvo como eje el Brexit que tanto Trump como Bolton apoyaban.
El encuentro en Helsinski tuvo más densidad debido a dos cuestiones contrapuestas. Por un lado, Trump y Putin establecieron una mayor colaboración. Por el otro, Estados Unidos buscaba salirse del Tratado INF (por la sigla inglesa de Fuerzas Nucleares de Alcance Medio). La razón estribaba en los cambios tecnológicos que se habían producido desde su firma y en las múltiples violaciones perpetradas por China, la India, Irán y Corea del Norte, las nuevas potencias nucleares. Este asunto quedó sin decidir, otra perla que reafirmaba la idea de Bolton acerca de que Trump no era un presidente apto para ejercer el cargo.
Pese a todo Bolton logró obtener dos triunfos. Uno: Trump se fue de París sin firmar el Acuerdo sobre el cambio climático. Para Bolton ese acuerdo era una linda torta con velitas, que no obligaba a nadie y que substituía la política por una especie de teología. Dos: que Trump reconociera que hubo interferencia de Rusia en las Elecciones norteamericanas, que Bolton califica de acto de guerra que no debía repetirse. Estados Unidos debía defender la primacía en el ciberespacio, lo que requería una legislación acorde, que finalmente se logró a pesar de los tijeretazos de las cámaras legislativas.
Como contracara, Bolton no logró que Trump condenara la anexión de Crimea y señala que las opiniones y decisiones inconstantes de Trump sobre Rusia complicaban el trabajo de la política de seguridad nacional norteamericana.
Según Bolton, la guerra de los terroristas islámicos contra Estados Unidos comenzó mucho antes del ataque del 11 de setiembre de 2001 y continuará por mucho tiempo más. Debido a esto no podía entender la política de Trump en relación a Siria, Turquía y Afganistán. Bolton cita varios ejemplos de torpeza y errores de cálculo político del Presidente, entre ellos sus reuniones con los talibanes, la suba de aranceles a Turquía en el aluminio y el acero y las vacilaciones en torno al ISIS o “Estado Islámico”. Con los talibanes llegó incluso a firmar un acuerdo con el que Bolton discrepaba.
En un capítulo que tiene como título “El caos como forma de vida”, Bolton señala que, a partir de cierto momento, Trump comenzaba su trabajo en la Casa Blanca apenas al mediodía, cosa que nunca había sucedido con Nixon y los Bush, que iniciaban sus labores temprano por la mañana. Por el contrario, Trump dedicaba sus mañanas a “tuitear” con todo el mundo, no solo con empleados del Gobierno sino también con personas ajenas a su equipo. Fue en estas conversaciones que trató temas tan delicados y sensibles como la política fronteriza con México -incluida la separación de niños de sus padres- y la idea de invadir a Venezuela con tropas norteamericanas.
Tal vez la acusación más seria de Bolton se refiera a sus tratos semi-secretos con Xi Jinping para lograr que -aun en medio de la guerra de aranceles entre ambos países- China le apoyara a conseguir un segundo mandato mediante la compra de la producción en los territorios del Medio Oeste de Estados Unidos, que son su base de apoyo electoral.
Otro motivo espinoso que Bolton denuncia es la renuencia de Trump a condenar la anexión de Crimea por parte de Rusia. Cuando los rusos atacaron a tres barcos ucranianos en el mar de Azov, Trump se limitó a darle dinero a Ucrania y, al mismo tiempo, cayó bajo la influencia de Giuliani y Zelenski, que comenzaron a desgastar el prestigio de Bolton.
Durante el mandato de Trump, las decisiones importantes se tomaban en una habitación que todos denominaban Resolute Desk (“Mesa Resolutiva”). Se trataba de un despacho totalmente desprovisto de adornos, apenas con un escritorio vacío y unas cuantas sillas alrededor. Fue allí donde el 9 de septiembre a 2019 Trump le comunicó a Bolton que no estaba contento con su trabajo, pero que le diera 24 horas para pensar qué hacer con él.
Bolton se limitó a indicar a su secretaria que entregara al día siguiente, es decir el día 10, una carta de renuncia que ya había redactado meses antes. Se tomó un breve tiempo libre y luego se dedicó a escribir el libro que glosamos. La aparición del libro se filtró y la CNN dio a conocer su contenido general, lo que, como es lógico, desató la ira de Trump que persiste hasta el día de hoy.
En suma: el libro constituye una seria advertencia dirigida al pueblo norteamericano respecto a las capacidades de Trump para dirigir un país. No es, por cierto, un libro escrito por un demócrata sino un documento redactado por un republicano de pura cepa, conocedor profundo de lo ocurrido en todas las campañas y administraciones de su partido desde los lejanos días de 1964.
Me da mas miedo Bolton que Trump, un halcón vs. un tordo.