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“NEOMARXISMO”, “POPULISMO” Y OTROS EPÍTETOS

 Publicado: 01/04/2020

Para qué sirven las palabras


Por Luis C. Turiansky


Pido disculpas por usar prestada, y alterar, una frase famosa: Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del neomarxismo.[1] El término “neomarxismo”, de significado equívoco, aparece hoy frecuentemente en la prensa y la literatura política para descalificar a los que piensan distinto. De izquierda o de derecha, quien ose apartarse de ciertos postulados inamovibles, a juicio del dueño de la verdad, será un “neomarxista”, incluso si su sistema de ideas no tiene nada que ver con Carlos Marx.

Si es inaceptable la política que impone a sus miembros la Unión Europea, ello se debe a que está plagada de “neomarxistas” (una sería la canciller alemana Angela Merkel, ¡quién lo hubiera dicho!). Un gobierno de derecha se quejará de no poder gobernar bien porque los “neomarxistas” están incrustados en el aparato estatal y todo lo sabotean.[2] Si el gobierno con problemas es de izquierda, dirá que los “neomarxistas” frenan las reformas de fondo. Llegará el día en que el vocablo se volverá un insulto genérico, para usar con las personas que no amamos: “neomarxista de m…..”, por ejemplo.

Algo parecido ocurre con “populismo”, que hoy ha desplazado a su sinónimo de raíz griega “demagogia” y se aplica a cualquier programa político no convencional, cuyo contenido sea particularmente atrayente para “el populacho”. Curiosamente, se trata por lo general de corrientes de derecha, pero el término se utiliza también para atacar a los gobiernos de izquierda.

Hoy, sin embargo, nos vamos a ocupar solo del primer concepto contencioso, el “neomarxismo”. 

TAMBIÉN EN URUGUAY EL GÉNERO TRAE PLEITOS 

El caso más sorprendente es el presunto lazo que, según se pretende, une la doctrina del “género” con el tal “neomarxismo”. El tema ya llegó a nuestras costas. Sirva de ejemplo la polémica que, sobre la dicotomía machismo-feminismo, disputaron en El Observador de Montevideo hace casi tres años el grupo Varones Unidos y Rafael Porzecanski, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. En la ocasión, uno de dichos varones acusó al profesor de “colectivista” y neomarxista”, para estampar finalmente este veredicto fulminante: 

A nuestro juicio, las posturas neomarxistas cuyos ecos se perciben en la nota de Porzecanski son el producto de un proceso de crítica destructiva de nuestras tradiciones culturales, desmedida y políticamente motivada y que, al igual que el comunismo al que viene unida, solo pueden (sic) traer discordia, enfrentamiento y miseria humana.” ("Varones Unidos es feminista", en El Observador, 29.10.2017; el autor de la nota no figura).

En verdad, solo cuando el o los autores de un trabajo sobre la mujer son marxistas declarados, cualquiera sea su género, es que puede hablarse de una relación directa entre marxismo, eventualmente neomarxismo, y las reivindicaciones femeninas, entre otras la de usar el término “género”. La activista de origen canadiense, radicada y fallecida en EE.UU., Shulamith Firestone, por su parte, se propuso aplicar en su programa feminista el marxismo y, más particularmente el libro de F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, ejemplo que ha servido al Dr. Francisco E. Estévez Carrizo, en El País uruguayo, más o menos por la misma época en que tuvo lugar la polémica antes citada, para vincular el feminismo contemporáneo con la herencia marxista.

Pero la opción de Shulamith Firestone solo la involucraba a ella y, además, fue un acto intelectualmente irreprochable, por lo que de ninguna manera se merece los vilipendios que le propina el doctor Estévez Carrizo, quien concluye con un verdadero anatema político, anticipo de la contraofensiva electoral de la derecha uruguaya en 2019: 

No dejemos que ideologías contranaturales, ambientadas, promovidas y financiadas desde ‘prestigiosas’ organizaciones globales, y que son recibidas con beneplácito por nuestro progresismo neomarxista vernáculo, se atrincheren en lugares claves del poder para deconstruir (como gustan decir) los cerebros de nuestros hijos. Tenemos que parar esta marea pestilente que ha llegado hasta nuestras costas para erosionar nuestra herencia de más de cinco milenios de moral civilizatoria judeocristiana.” ("Ideología de género y el neo-marxismo", en El País, Montevideo, 13.12.2017) 

El estilo recuerda la histeria anticomunista de los años 50 o incluso el lenguaje demente de la Inquisición (salvo la referencia al judeocristianismo, que por razones obvias el Santo Oficio jamás habría utilizado). Se agrega a la nueva ola de la derecha radical de EE.UU., uno de cuyos objetivos, en el plano de las ideas, es precisamente sofocar las inquietudes izquierdistas de la juventud, principalmente en los “terrenos” (campus) universitarios.

Vale la pena detenerse, por ejemplo, en la expresión “progresismo neomarxista vernáculo”, sin duda una alusión al Frente Amplio y sus quince años de gobierno nacional. El uso del término “progresismo” en este contexto tampoco es precisamente vernáculo, ya que procede directamente de filas republicanas en Estados Unidos, donde se utiliza con insistencia para denunciar las posturas de los sectores más combativos del Partido Demócrata.

EL POSIBLE ORIGEN DE LA CAMPAÑA

Esta similitud hace pensar que tal vez sea la ultraderecha norteamericana la que esté detrás del uso desmedido del epíteto “neomarxista”, cuando lo adoptan mundialmente los seguidores de la política hegemónica estadounidense. Al caer en 1989-1992 el sistema de socialismo de inspiración soviética, pensaron que, en consecuencia, el marxismo, con o sin el complemento leninista, moriría también. Francis Fukuyama lo plasmó en 1992 en su famosa tesis sobre el “fin de la historia”. Pero hete aquí que el fantasma de Marx resurge y se convierte nuevamente en un instrumento fiable de interpretación de la sociedad actual. En el 200º aniversario del nacimiento del hombre, los homenajes sobrepasaron de lejos la tradición socialista y comunista, y hasta Jean Claude Juncker, entonces presidente de la Comisión Europea, se hizo presente junto al busto del guía del proletariado en la Tréveris natal.

Por cierto, la palabra, como tal, ya existía. En los años 20 del siglo pasado, el neomarxismo serio estuvo encarnado por un grupo de filósofos reunidos en lo que se llamó “escuela de Frankfurt”. Al implantarse Hitler en el poder, tuvieron que emigrar, sobre todo a Estados Unidos, donde se desempeñaron en diversas universidades, lo que tal vez explique la popularidad alcanzada allí por el término que hoy nos ocupa.

Paralelamente, en la década de los 30, el comunista italiano Antonio Gramsci escribió en las mazmorras del fascismo mussoliniano sus famosos “Cuadernos”, que contienen un análisis crítico de la “praxis” del socialismo y son hoy una fuente de inspiración en la búsqueda de nuevos caminos.

Pero la nueva ola de protesta contra la realidad del capitalismo global abarca tal diversidad de tendencias que es imposible encasillarlas a todas bajo la denominación única de marxismo, con todas sus variantes. Fue necesario entonces recurrir al viejo concepto de “neomarxismo”, pero no como lo usaron Herbert Marcuse y otros pensadores del siglo XX, es decir para actualizar el marxismo clásico en función de las nuevas condiciones creadas por el capitalismo, sino más bien para designar su búsqueda como nuevo flujo de una ola recurrente del radicalismo revolucionario, el cual, desde su punto de vista, va y viene como la moda. Para facilitar las cosas, bastó atribuirles un sello global conocido, por ejemplo “neomarxistas”, palabra que da a entender que sus voceros tratan de renovar al difunto socialismo por otros métodos. 

Por supuesto, también existe un negacionismo radical, tal vez inspirado en los postulados de Francis Fukuyama y su tesis sobre “el fin de la historia”, que va más allá, y sus voceros hablan más bien de “posmarxismo”, término que, a la vez de subrayar el carácter fenecido de esta ideología, sirve para ponerse en onda con el “posmodernismo” y su rechazo a las “narrativas”, entre las que sin duda cabría incluir el marxismo doctrinario del período estalinista y que predominó hasta la crisis final de su implementación “real”.

Se trata de una visión globalizante del lenguaje, acorde con la filosofía hegemonista del capitalismo global y, desde luego, es posible aplicar semejantes neologismos a cualquier autor o movimiento que no guste a las élites, ya sea porque promueve cambios radicales en la economía y la sociedad, o simplemente por tratarse de la obra de un artista comprometido con los sectores populares. 

En definitiva, los marxistas auténticos, ya sean conservadores o renovadores, pueden quedarse tranquilos: no es a ellos a quienes el epíteto se dirige. Pero tanto mayor es el desafío en el momento actual, en que crece la exigencia de cambio, que reclama un frente de fuerzas diversas en favor de la transformación de la sociedad en su conjunto. Entonces, el terreno lingüístico se convierte en un campo de batalla.

A CUALQUIERA LE PUEDE TOCAR 

Sucede que del epíteto en cuestión hoy tampoco se salvan corrientes ajenas al marxismo, como los fabianos,[3] a quienes se ha comenzado a acusar de “criptomarxistas” o portavoces del neomarxismo “progresivista”, aun cuando sea un contrasentido histórico. Ello ocurre en momentos en que este viejo movimiento se ha radicalizado con el ingreso de una juventud ubicada ideológicamente en la izquierda del laborismo, lo que provoca la furia de algunos, como Luis Riestra en vozpópuli (Madrid, 26.9.2019): “El «progresismo» que venden los lobos con piel de cordero no equivale a Progreso, más bien va camino de ser lo contrario. Que no le engañen [a usted]” ("Fabianos" contra 'Repúblicos' en la generación Greta).[4]

El laborismo británico como tal, bajo la conducción de Jeremy Corbyn, también es blanco de ataques arteros por su giro a la izquierda. Se acusa a su líder de figurar en ciertas listas de agentes soviéticos o de adoptar posiciones “antisemitas”, prueba de lo cual serían… sus críticas a Israel y al sionismo en general. No es casualidad que esto haya coincidido en el tiempo con el “caso Vivián Trías” en nuestro país, desarrollado a partir de artículos marcadamente tendenciosos, de cuya lectura a lo sumo puede desprenderse que el difunto ex Secretario General del Partido Socialista habría aceptado ayuda financiera de un agente secreto instalado en la embajada de Checoslovaquia en Montevideo.

No es de extrañar entonces que a alguien se le haya ocurrido afirmar que los “neomarxistas” actuales han decidido inspirarse en los fabianos y se presentan como los campeones del progresivismo. Particularmente los ex países socialistas representan un terreno virgen ideal para este tipo de elucubraciones. En la República Checa, un músico dedicado hoy a los temas políticos y filosóficos, Pavel Chrastina, escribió en el informativo virtual Parlamentní listy de Praga, el 25.2.2020, un comentario que lleva el ambicioso título “Sobre el neomarxismo y el fabianismo”, y del que extraigo uno de sus párrafos más virulentos (por lo que sé, solo existe en checo):

Los nuevos maestros de la izquierda se han apropiado del método fabiano. Aparentan haber abandonado el radicalismo y actúan con paciencia y, sobre todo, discreción. Su influencia en los centros educativos occidentales crece y su ascendencia aumenta. Paulatinamente se va creando así un ejército político no organizado de intelectuales, de cuya fuerza e influencia política apenas hoy nos damos cuenta. Poco importa que los protagonistas de la idea de modernización del marxismo se declaren de izquierda o de derecha. Esta separación obsoleta de posturas políticas, hoy ya superada, viene muy bien a los efectos de facilitar la manipulación, gracias a la inercia política de la mayoría de los votantes.” (Traducción propia)

El hecho que estos críticos pongan en la misma bolsa a todas las corrientes críticas del capitalismo global dominante demuestra más bien su buena percepción de la realidad que les rodea. Desgraciadamente, los involucrados aún no se han dado cuenta y persisten en la línea defensiva de “a mí no me toca”. Conocida es la historia en la que el protagonista confiesa que no dijo nada cuando en Alemania los nazis vinieron a buscar a los comunistas, porque él no lo era, ni a los judíos, porque él no lo era, ni luego a los sindicalistas, porque él tampoco lo era, etcétera, y cuando vinieron por él, ya no quedaba nadie que pudiera reclamar.

No quiero decir con esto que estemos ante el umbral de un nuevo período de fascismo (aunque nunca se sabe), pero la regla aprendida entonces es que no se debe callar cuando un compañero que piensa distinto es objeto de ataques injustificados.

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