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NUEVOS APORTES SOBRE EL ORIGEN DE LA CRIMINALIDAD
Verdad redentora y técnicas de neutralización
Por Fernando Rama
En nuestro artículo anterior sobre la criminalidad y las posibilidades de rehabilitación, incursionamos en el pensamiento de Shadd Maruna, Thomas Lebel y Charles Lanier[1], quienes introducen el tema de la “verdad redentora” sobre la sociedad carcelaria.
Según estos autores, la investigación criminológica se centra en los procesos que desencadenan el comportamiento delictual. Por los general, estos estudios se subdividen en aquellos trabajos que comparan los niveles de delincuencia en diferentes áreas geográficas o período históricos (nivel macro) y aquellos que se focalizan en responder la pregunta de por qué algunos sujetos delinquen dentro de cierta área y período de tiempo (nivel micro). Ambas dimensiones pueden estudiarse empleando el concepto de generatividad (ver también Entre el nada sirve y el abolicionismo, en el número 137 de Vadenuevo).
Como ejemplo de la relación entre delincuencia y generatividad a nivel macro, Maruna y colegas mencionan algunas situaciones. Debido a que la delincuencia en las calles la cometen jóvenes, por lo general antes de los 17 años, es importante analizar la relación entre adultos y niños en una cultura o comunidad. Es probable que las culturas y las comunidades caracterizadas por fuertes redes de apoyo y contralor social tengan tasas de delincuencia más bajas.
Existen numerosos ejemplos empíricos que demuestran que esto es así. Se ha comprobado que los adultos mayores respetados en una comunidad actúan como un amortiguador entre los jóvenes y la misma, lo que disminuye las conductas desviadas. A medida que estas redes de apoyo comunitario merman, es el Estado, bajo la forma de justicia penal, el que es llamado a tratar el problema de la delincuencia juvenil. Pero cuando interviene el Estado lo que suele suceder es que viejos y jóvenes van por distintos caminos y se pierde la oportunidad de intercambio que fortalece la disminución del delito.
En cuanto al funcionamiento de la generatividad a nivel micro, se ha estudiado detenidamente a partir de la criminología del desarrollo. Esta perspectiva aborda el estudio de la delincuencia de manera longitudinal y el principal hallazgo de esta línea de investigación es la existencia de un proceso de desistimiento del comportamiento delictual que parece comenzar a comienzos de la adultez. Se han llevado a cabo trabajos donde se demuestra que el rol del trabajo estable, el matrimonio y la creación de una familia aleja a los jóvenes del comportamiento delictivo. Debe aclararse que en todos los casos se trata de ex-infractores. También el desistir de la delincuencia se correlaciona con la asunción de responsabilidad financiera y social de padres ancianos o de hermanos con necesidades.
Por otra parte, se ha investigado la relación entre participar en trabajo voluntario y el posible desistimiento de conductas antisociales. Estos estudios se han realizado en una población de infractores menores de 21 años que trabajan voluntariamente en el abastecimiento de alimentos a personas necesitadas o que visitan ancianos hospitalizados. Estos estudios encuentran una fuerte relación negativa entre dicho trabajo voluntario y el arresto. Los autores del trabajo concluyen que el voluntariado puede reducir la criminalidad por medio de un proceso gradual de socialización prosocial.
Otro aspecto de relevancia lo proporcionan las investigaciones de los propios Maruna, Lebel y Lanier con ex-reclusos, que terminan forjando una identidad como “sanadores heridos”, es decir personas que logran transformar sus historias de vida llenas de vergüenza en relatos esperanzadores de redención para jóvenes infractores. En todos estos casos se encuentra el deseo de “entregar mi vida a la gente, o sea, experiencias por las que ha pasado”. De hecho, señalan Maruna y colegas, “el heroísmo moral del «sanador herido» sirve para que las malgastadas partes cargadas de culpa de la vida de una persona sean aceptables, explicables e incluso merecedoras”.
Otro aspecto que exponen los autores es la visión alternativa que denominan “cárceles basadas en fortalezas”, las que podrían sustentar la generatividad como núcleo. Los argumentos a favor de un mayor contralor o tratamiento adicional de los reclusos se basan en sus debilidades. El enfoque basado en las fortalezas invierte esta visión y se focaliza en proponer visiones que permitan a los reclusos pensar en cómo hacer que sus vidas tengan una utilidad y un propósito.
Todas las jurisdicciones de los Estados Unidos han tenido alguna experiencia con servicio comunitario como forma de sanción y, aunque parezca extraño, estas instancias han sido evaluadas como historias de éxito penal. Dar algo a cambio es algo importante como forma de disminuir la reincidencia. Dicen Maruna, Lebel y Lanier: “Los proyectos de libertad condicional donde los infractores de manera directa y visible producen cosas que la mayoría de la comunidad quiere, como jardines, barrios sin graffiti, callejones menos peligrosos, viviendas habitables para indigentes... también han ayudado a construir comunidades más sólidas y han forjado canales en el mercado laboral para los infractores que participan en ellas”.
Entre los muchos ejemplos registrados, se destaca la contribución de los reclusos en el trabajo de apagar incendios forestales en forma voluntaria. En el año 2000 participaron en la lucha contra los incendios forestales muchísimas personas, y una de cada seis eran reclusos. Uno de los presos participantes señaló: “estar en el programa hace la diferencia... ahora puedo contarle a mi hijo de cuatro años que su papá no está preso, sino que está apagando incendios”.
Son muchos los ejemplos de “sanadores heridos” que se comportan del mismo modo que las personas que lograron abandonar el alcohol o las drogas a través de Alcoholicos Anónimos y Narcóticos Anónimos. Es decir, una vez que han superado el problema, casi siempre después de muchos años, se quedan en la organización no tanto por lo que necesiten recibir sino porque el hecho de orientar a otros puede ser enriquecedor y terapéutico.
Un par de ejemplos permiten reafirmar el valor de estas experiencias. Uno de los modelos existentes y exitosos es el programa para ex-reclusos Delancey Street, con sede en San Francisco, fundado en 1971 y que actualmente cuenta con 1.500 residentes en cinco instalaciones autodirigidas y 20 empresas que operan como escuelas de capacitación. El programa es de autoapoyo y no cuenta con personal profesional. Otro ejemplo, más reciente, es el movimiento New Recovery, donde los sanadores heridos deben “ir más allá de su trabajo de servicio personal y convertirse en activistas de rehabilitación”.
Otro aspecto destacado por Maruna, Lebel y Lanier es el potencial de rescate que proviene del hecho de ser padre desde la cárcel. Existen muchos programas basados en este aspecto. Ser padre en forma activa mientras se está en la cárcel puede proporcionar una “zona de estabilidad” para los reclusos y reducir el impacto psicológico del encierro en una prisión. Existen quienes cuestionan estos enfoques aduciendo que gran parte de los reclusos se comportan como oportunistas, es decir trabajan como voluntarios porque la comida es mejor, o trabajan en residencias para enfermos terminales porque esta tarea los pone en contacto con enfermeras. Sin duda, estos casos existen, pero el balance general es que las distintas actividades de trabajo comunitario tienen un valor sanador predominante.
El otro enfoque al que nos queremos referir está contenido en el trabajo de Gresham M'Cready y David Matza.[2] Estos autores comienzan por definir que el comportamiento delictivo es una conducta que se aprende en el proceso de interaccion social. Estos autores refieren a Sutherland, E. H. (1995), que establece con claridad qué es lo que se aprende en este proceso: 1) técnicas para cometer delitos, y 2) motivos, impulsos, racionalizaciones y actitudes a favor del incumplimiento de la ley.
La principal escuela de pensamiento orientada a comprender la naturaleza del comportamiento delictivo se ha centrado en la existencia de una subcultura delictiva. Esta subcultura está conformada por un sistema de valores que representa la inversión de los valores de una sociedad respetable que se somete a la ley.
Esta postura supone que el delincuente considera su comportamiento ilegal como moralmente correcto. Pero existen pruebas de que en muchos casos esto no es así. En general, cuando llega el momento de su detención o encierro el infractor manifiesta sentimientos de indignación o martirio. Muchos delincuentes experimentan un sentimiento de vergüenza o culpa y esto no siempre puede desestimarse como un gesto manipulador para apaciguar a la autoridad.
Por otra parte, se ha observado en múltiples ocasiones que los delincuentes juveniles profesan admiración y respeto por las personas que sí cumplen con la ley. Cuando existen vínculos fuertes con madres humildes y devotas o con sacerdotes rectos y clementes, los antedichos sentimientos pueden ser descartados por considerarse expresiones sentimentales. Pero fuera de situaciones de este tipo, en muchas circunstancias el infractor parecería reconocer la validez moral del sistema normativo dominante.
Aún pueden observarse otros hechos que no se explican por la teoría de la subcultura delictiva. El hecho de que el comportamiento supuestamente basado en ciertos valores tienda a dirigirse contra otros grupos sociales cuyos comportamientos no se basan en valores -no robarse entre amigos, no vandalizar a miembros de la propia iglesia-, sugiere que los delincuentes reconocen la “maldad” de su conducta mucho más ampliamente de lo que la literatura da cuenta.
En suma, la postura teórica que considera que tanto la delincuencia juvenil como el comportamiento de obediencia de la ley se basan en normas y valores de una subcultura delictiva y de la sociedad en su conjunto, respectivamente, genera varios cuestionamientos.
Una de las preguntas más fascinantes del comportamiento humano, sostiene entre otros Morris Cohen -citado por Maruna y colegas-, es el porqué los hombres violan la ley en la que creen. Sucede que, en realidad, los valores y las normas se presentan como guias para la acción, contextualizadas y de aplicabilidad limitada en función del tiempo, del espacio, de otros individuos y de las circunstancias sociales. Por ejemplo, el principio moral que desaprueba el acto de matar no rige para el enemigo en combate en tiempos de guerra, a pesar de que la prohibición se vuelve otra vez válida para un enemigo que se torna prisionero. También sucede que muchos consideran justa la apropiación y distribución de bienes escasos en tiempos de profunda necesidad social, a pesar de que, en otras circunstancias, la propiedad privada se considera inviolable.
Por lo tanto, y de acuerdo a Sutherland, el delincuente no representa una oposición radical a la sociedad que cumple la ley, sino que la conducta delictiva parece más un fracaso por el que hay que arrepentirse y que suele ser condenada por los otros, más que por el mismo delincuente.
En función de lo que antecede, los investigadores de las Universidades de Virginia y Berkeley, M'Cready y Matza, denominan a las justificaciones del comportamiento desviado como técnicas de neutralización. Dichas técnicas constituyen un componente esencial de las definiciones favorables para el incumplimiento de la ley. Y es a partir del aprendizaje de dichas técnicas de neutralización que un joven se convierte en un delincuente y no a través del incumplimiento de valores morales. Dichas técnicas pueden dividirse en cinco grandes tipos.
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- La negación de la responsabilidad. Esta negación se extiende más allá de alegar que los actos desviados son un “accidente”; el delincuente suele alegar que sus acciones se deben a fuerzas que están fuera de su contralor como, por ejemplo, las malas compañías, la carencia de afecto familiar o vivir en barrios bajos. Al aprender a reconocer que no actúa “libremente” sino por la influencia de factores externos el infractor prepara el terreno para su desviación del sistema normativo dominante sin necesidad de un ataque frontal a las normas imperantes.
- La negación del daño. Con frecuencia el delincuente siente, de un modo confuso, que su compotamiento, en realidad, no ocasiona daños importantes, aunque contradiga la ley. De este modo, el infractor puede considerar que un acto de vandalismo de su parte es una travesura, el robo de un auto puede considerarse un préstamo y las peleas callejeras, discusiones privadas al margen de la sociedad.
- La negación de la víctima. En ocasiones, aunque se asuma la responsabilidad, el delincuente puede sostener que el daño no es realmente un daño sino un castigo, de modo que el delincuente es un vengador y la víctima se transforma en un delincuente. Por ejemplo, ataques a homosexuales, a miembros de minorías que se considera fuera de lugar, a una autoridad de un colegio que se considera autoritario, al dueño de un negocio que es deshonesto, pueden percibirse como daños que, a ojos del delincuente, se infligen a un transgresor. Negar la existencia de la víctima es transformarla en una persona que merece un castigo. Otras veces, la negación de la víctima puede deberse a un debilitamiento del conocimiento de la víctima, como suele ocurrir en los delitos contra la propiedad donde la víctima es un desconocido o una vaga abstracción.
- La condena a quien condena. En algunos casos el delincuente puede alegar que quienes lo van a condenar son hipócritas, desviados encubiertos o personas guiadas por un rencor personal. Suele señalar que los policías son corruptos, estúpidos o crueles, que los maestros siempre tienen a sus favoritos o que los padres se desquitan con sus hijos.
- La apelación a lealtades superiores. Aquí el contralor social, inerno y externo, puede ser neutralizado apelando a las demandas de grupos más pequeños a los que pertenece el delincuente: sus hermanos, la pandilla o sus amigos de siempre. Los lemas utilizados en estos casos son tales como: “siempre hay que ayudar a un compañero”, “nunca se delata a un amigo”.
Estas definiciones de la situación que llevó a determinada conducta delictiva representan desviaciones respecto al sistema normativo dominante o la creación de una ideología propia. No se trata de excusas creadas de la nada.
Es cierto que algunos delincuentes pueden estar tan aislados del mundo que cumple con la ley que las técnicas de neutralización ni siquiera entran en juego. Pero los investigadores que estamos difundiendo consideran que las técnicas de neutralización son decisivas para disminuir la eficacia del contralor social y descansan tras gran parte del comportamiento delictivo.
En suma, las llamadas técnicas de neutralización parecen ofrecer una línea de investigación prometedora para comprender tanto la delincuencia juvenil como la desviación de los sistemas normativos. Siempre y cuando se tenga en cuenta que dichas técnicas no son aplicables en todos los casos y a todos los delitos.