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AL PIE DE LAS LETRAS
Poemas
Por Pasqualino Bongiovanni
FRATERNIDAD
Es bastante triste
vivir
sentados
en la página
arrugada
de la propia
soledad.
Más sabio
sería
tal vez
tenderse la mano
y
en un abrazo
recostarse
el uno
en el corazón
del otro,
como hacen
en el viento
las espigas
de trigo.
ODA AL PINO LORICATO[1]
Había hace tiempo
valerosos guerreros de paz
que por juramento
se retiraron a nuestros montes
para hacer guardia de las nubes.
Después,
convertidos en árboles,
eligieron con coraje
morir de pie
y quedar así
para siempre entre los vivos
sin la gloria
de la victoria
o de los muertos en batalla.
Arraigados
en paredes de roca
o diseminados
entre los bloques erráticos
de las mesetas,
a la lluvia
dieron en prenda
parte de la tierra
custodiada celosamente
a sus pies.
Al viento
donaron
agujas de plata
como botín.
A los rayos tiranos
sacrificaron
las ramas más bellas
y a veces
la misma cima.
Al tiempo y al hielo
pagaron finalmente
con la propia armadura
cediendo cada coraza
como legado
de antiguas monedas.
Así,
todavía hoy
en las noches de estrellas
árboles de marfil
engañan la eternidad
con la complicidad
de la luna.
RESISTIR
(A Mario Rigoni Stern)
Para resistir
no siempre
es necesario
ser
piedra en el puño
escollo en la tormenta
roca en el viento.
Se puede,
tal vez con más coraje,
resistir dóciles
como prímula en la helada.
MANOS DE MUJERES
Estaban lívidas y frías
las manos de las mujeres
agachadas para lavar a lo largo del río
o en las piletas de cemento
en el Muraglione.[2]
Uñas consumidas
por recoger aceitunas
entre hojas secas
y piedras de arenales,
por rasguñar la tierra
(como gallinas y perros)
por desenterrar papas
o buscar achicoria y tallos
a lo largo de los senderos.
Eran manos de mujeres
para encender los hornos,
para amasar
la harina con el agua
y la fatiga con la sal.
Manos para deshojar viñas
como páginas del almanaque
y de un año entero
de arrancar amargo.
Manos pacientes
para remendar la vida,
manos para tejer
dentro del telar.
Manos fuertes
para machucar el pan,
el pan duro y negro
dentro del mortero.
Manos azules
para disolver en el pozo
la piedra del sulfato de cobre,
manos de tinta
inmersas en el mosto
buscando racimos
para limpiar.
Manos niñas
que traen el sueño
tiernas y dulces
manos para acunar,
juntas y silenciosas
en las noches frías
debajo de las frazadas
manos para orar.
Eran estas
(y lo son todavía)
las manos de muchas mujeres:
manos adorables y calmadas
que sin embargo no fueron
rozadas nunca
por dos labios de amante,
por un beso galante
o una caricia apenas.
(Traducción de José M. Carcione)