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VALORES ÉTICOS EN EL HABITAR (II)
La dignidad del hábitat y el valor de la solidaridad
Por Néstor Casanova Berna
La solidaridad como valor
A la idea de solidaridad le precede, históricamente, la noción de fraternidad, esto es, la consideración del prójimo como hermano, como semejante y afín. Esta idea, elevada a principio, fue vindicada por la Revolución Francesa, junto con la Libertad y la Igualdad. Alude al concepto ético por el cual nos asociamos de modo cordial y concertado con nuestros semejantes.
El valor solidaridad constituye una versión secularizada del valor fraternidad, que es el tercero de los que defendió la Revolución Francesa. La fraternidad exige en buena ley que todas las personas sean hijas del mismo Padre, idea difícil de defender sin un trasfondo religioso común. Por eso la fraternidad de origen religioso cristaliza, secularizada, en la solidaridad; uno de los valores más necesarios para acondicionar la existencia humana y que sea habitable [...].[1]
Aparte de una generalización por obra de la secularización, el valor ético de la solidaridad apunta a una elongación del sentido del carácter del semejante, que ya no es solo aquel al que me une un origen, empresa o interés común, sino que se extiende a todo integrante del género humano. El valor de la solidaridad aparece implicado por la pacífica coexistencia, con la concertada convivencia y con la cohabitación en el ámbito mundano. Como se verá más adelante, es factible argumentar, con cierto sustento antropológico, que este valor proviene de una entrañable condición de seres corporales situados.
La solidaridad, como valor ético, solo puede ejercerse de modo legítimo cuando se obra en beneficio de las personas en su dignidad de tales. Y la dignidad constitucional de todas las personas radica en su específica condición humana situada. La solidaridad, entonces, interesa particularmente a la Teoría del Habitar por su compromiso con el carácter situado, circunstanciado en lugares, de toda ocurrencia humana. Es así que la solidaridad puede reclamar para sí, no ya un carácter de principio a priori, sino de un valor constitucional ético deudor de un aspecto fundamental de la condición humana.
La insolidaridad del mecanismo del mercado inmobiliario
Precisamente allí donde es necesaria la ética, es el lugar propio en que habitan los seres humanos, sujetos que bien pueden, incluso, llegar a creer que un mecanismo ciego y radicalmente extra-ético puede acaso sustituir los desvelos de la solidaridad. Puesto que no sería muy defendible una ética de suyo insolidaria. Concebir un mecanismo que sí lo sea, de modo involuntario, eficiente e implacable, supone una abdicación de la propia ética como opción.
Vistas de tal modo las cosas, puede aparecer llamativo que aquellos que se maravillan con la presunta racionalidad insolidaria de los mecanismos del mercado, presenten su opción en términos de realismo, cuando en el fondo, el fenómeno no puede entenderse sino como una resignada y culposa renuncia ética:
Se vuelve imperativo construir una nueva idea del realismo, como condición para cualquier proyecto con pretensiones de ser alternativo. Debe ser un realismo moral que se base en la subjetividad trascendental, en el reconocimiento entre sujetos que se reconocen en la convivencia. Pero, como lo veíamos antes, es realismo que surge de una apuesta, de una opción por la vida.[2]
Por cierto, es necesario vindicar el realismo humanista de un mundo y una economía regidas por una ética solidaria en su sentido más profundo: como seres humanos existimos, lo que implica que forjamos, de modo inevitable, de modo activo y consciente, las circunstancias que habitamos. Si dejamos que mecanismos ciegos e intrínsecamente insolidarios, como el mecanismo del mercado, terminen por prevalecer, no solo estaremos realizando una resignada opción por el poder económico hoy instituido, sino que, al mismo tiempo, estaremos cometiendo una renuncia a la ética como posibilidad normativa. En definitiva, toda opción por una ética solidaria no puede tener otro carácter que el de una empecinada actitud militante.
En lo que refiere a la habitación, el mercado inmobiliario promueve, de modo activo y ensañado, una rigurosa segregación socioespacial: cada sujeto, tiende a ocupar el emplazamiento al que accede con sus ingresos y según mecanismos que aseguran una desarticulación social del tejido urbano en un mosaico socioresidencial. Así, la mano invisible del mercado pone a las personas en el lugar que cada cual pueda permitirse, en vecindarios en donde se recluyen los asemejados por su nivel de ingreso, constituyendo enclaves relativamente exclusores de personas y familias relativamente menos pudientes. De este modo, los desheredados van a dar, por fuerza, a los guetos urbanos, donde se los recluye, asediados por la represión policial y el miedo. La ciudad del capitalismo tardío es una urbanización excluyente e insolidaria: su mecanismo más contundente es la segregación y el relegamiento que le sigue.
En esta urbanización desarticulada tenemos barrios acomodados para gente correspondientemente pudiente y barrios carenciados para la población empobrecida: una misma ciudad puede contener en su perímetro poblado realidades sociales y urbanas profunda e hirientemente diferenciadas. No es necesario que los privilegiados ejerzan un poder económico y político asistidos por una ética insolidaria manifiesta: de esto se ocupa, silencioso, el propio mercado inmobiliario, mediante la expeditiva ley del valor del suelo y de la explotación de su renta. La ciudad, dejada en manos del mercado inmobiliario, distribuye atroz las distintas cuotas de la dignidad en la habitación urbana.
El valor de la dignidad en el hábitat
Es el hecho hiriente de la segregación insolidaria lo que desencadena la emergencia de una exigencia ética en pos de asegurar, para todos, un hábitat digno. Para todos ha de haber lugar, habitado en común. Para todos ha de asegurarse una cohabitación condigna con la propia constitución de urbanitas. Para todos ha de asegurarse una coexistencia en donde cada uno encuentre la esfera propia para poblar y el laberinto particular para desarrollar su propia vida como acaecer. Un hábitat digno solo puede emerger de una arquitectura y un urbanismo éticos y de suyo solidarios, que opere en oposición moral a las artimañas del mercado.
Una arquitectura y un urbanismo éticos deben luchar por proliferar la dignidad en el habitar social: no pueden conformarse con dar forma a los mecanismos de segregación socioespacial que el mercado inmobiliario inflige en las ciudades. Hay un imperativo ético que comprende no únicamente el ejercicio profesional sino que también involucra a la movilización social general en torno al valor ético de la solidaridad y la defensa que el valor de la dignidad tiene cuando afecta la habitación social. Esto supone un compromiso específico que apela al examen ético tanto de la conducta profesional como al comportamiento político ciudadano.
La atención al valor de la dignidad en el hábitat supone una precisa atención a las operaciones de las políticas públicas de vivienda, que suelen proveer soluciones pobres y segregadas, para pobres, con lo cual afrentan los valores de solidaridad y dignidad. Todos nos merecemos un hábitat socialmente integrado y la dignidad de cada uno de los enclaves es el testimonio del grado efectivo de solidaridad social alcanzado. La ciudad solidaria no admite en su seno ni zonas erróneas ni guetos autoconstruidos.
Excelente artículo!
Sobre la propiedad de la tierra
«El derecho de habitar -derecho de estar- cada individuo en su planeta y su nación sin precio ni permiso, es el minimun de derecho humano…»
Carlos Vaz Ferreira (Uruguay, 1918)
Editorial: Ministerio de Educación y Cultura
«El derecho de habitar -derecho de estar- cada individuo en su planeta y su nación sin precio ni permiso, es el minimum de derecho humano; -derecho que no ha sido reconocido ni bien establecido a causa principalmente de tanto los que defienden como los que combaten el orden actual, no distinguen bien el aspecto de la tierra como medio de habitación de su aspecto como medio de producción.
El reconocimiento doctrinario y práctico de ese derecho individual, es una solución mínima que debería ser asumida por todos los pensadores y por todas las escuelas; un punto de partida común para las investigaciones y soluciones sobre los demás problemas de la tierra y en general sobre los demás problemas sociales.»
http://bibliotecadigital.bibna.gub.uy:8080/jspui/handle/123456789/1095