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SABER E INFORMACIÓN
La mercantilización del conocimiento en una sociedad de la ignorancia
Por Julio C. Oddone
El término conocimiento es uno de esos términos cuya utilización cotidiana lo ha dotado de múltiples sentidos y significados. Su utilización generalizada, además, lo ha transformado en un término ambiguo y, por tanto, su utilización responde a diversos intereses. En todos los discursos, la palabra conocimiento está presente con el sentido que quiera darle su autor.
En consecuencia, podemos decir que el término conocimiento se ha transformado en un botín epistemológico para los que creen que el sentido del que se han apropiado es el que prevalece.
Desde hace mucho tiempo, el conocimiento ha adquirido un valor intrínseco como valor de mercado, mercantilizándolo y desplazándolo del concepto por el cual el conocimiento tenía un valor en sí mismo. Esta es la primera afirmación: el conocimiento adquiere valor solamente si ocupa un término en la ecuación económica.
Conocimiento no es lo mismo que información, pero, sin embargo, ambos términos se utilizan asimilados. Es común oír hablar de la sociedad de la información y la sociedad del conocimiento, a dúo, en par, como si uno fuera consecuencia de la otra. Esta es la segunda afirmación: el conocimiento ha sido confundido con la información.
En la realidad educativa actual se ha destacado como misión de la escuela, en sentido amplio, no la transmisión, enseñanza o circulación del conocimiento socialmente válido, sino el entrenamiento en habilidades y competencias. Esta es la siguiente afirmación: el conocimiento está al alcance de todos mediante las diversas tecnologías y la escuela simplemente debe enseñar las competencias para encontrarlo.
Estas afirmaciones tienen como consecuencia el afianzamiento de los procesos de mercantilización, vaciamiento e instrumentalización del conocimiento y conducen indefectiblemente hacia una sociedad de la ignorancia, si no hacemos nada para evitarlo. Esta es nuestra hipótesis fundamental.
Las instituciones educativas, la escuela, los liceos, las escuelas técnicas o la universidad no son las únicas transmisoras de conocimientos y saberes, claro que no. Pero han sido, a lo largo de estos últimos cuarenta o cincuenta años, las instituciones más atacadas por estos procesos de vaciamiento e instrumentalización de los saberes.
En determinado momento, la escuela entendió que debía prepararnos “para la vida” y renunció a enseñarnos, conformándose con prepararnos en algunas competencias básicas -que también son para la vida- pero no pueden desplazar a los conocimientos que nos transforman en personas y nos hacen realmente humanos.
El mercado entendió que el conocimiento válido es aquel con valor en la economía de mercado. El otro, el conocimiento que hemos acumulado y transmitido de siglo en siglo a lo largo de nuestra historia como humanidad, ese se busca. Por lo tanto, la escuela debe enseñar a buscarlo mediante las tecnologías.
Esta es la paradoja de nuestra sociedad actual: el conocimiento que debería permitirnos comprender, construir y transformar nuestra realidad y nuestro mundo es el que está disminuyendo y desvalorizándose.
Vivimos, gracias a la tecnología, en una sociedad de la información que ha resultado ser también una sociedad del saber, pero no nos encaminamos a una sociedad del conocimiento, sino todo lo contrario. Las mismas tecnologías que hoy articulan nuestro mundo y permiten acumular saber, nos están convirtiendo en individuos cada vez más ignorantes. (Brey, et al, cap. V)
Los procesos de mercantilización, vaciamiento e instrumentalización a la que se ha sometido a la escuela desde la segunda mitad del siglo XX, conducen a una sociedad de la ignorancia.
Las teorías pedagógicas y el lugar que el conocimiento ocupa en ellas dan como resultado aquellos modelos educativos en los que nos preguntamos si es más importante enseñar o informar.
Por más que lo intentemos por todos los medios y con todas las tecnologías, jamás podremos transmitir toda la información porque es inabarcable. Pero tampoco podemos renunciar a la transmisión de conocimientos con la excusa de que la información está a disposición de quien quiera acceder a ella.
Esto es absolutamente cierto, jamás vamos a encontrar buena información si no sabemos lo que estamos buscando.
Moreno Castillo (2005) sostiene que los contenidos y el conocimiento no son un pretexto, el conocimiento es el fin para que la educación tenga en definitiva un sentido humano. Cuando “se degrada intelectualmente a los alumnos, se les degrada también humanamente” (cap. Defensa de la memoria y los contenidos).
Al desplazar el interés por el conocimiento hacia un interés en función de otros factores, básicamente el mercado o el mundo del trabajo, hemos perdido definitivamente la posibilidad de conocer y aprender para ser más libres, más humanos.
Resulta paradójico el hecho de que vivimos en la era del conocimiento, en un mundo tecnológico, conectado y a nuestro servicio y, por otra parte, tan expuestos a una alienación revestida de una humanidad a la deriva.
El discurso dominante en educación reclama la formación o construcción de una “ciudadanía responsable” (De los Santos, 2010), pero esta pasa casi exclusivamente por el cultivo de ciertas competencias funcionales que garanticen una rápida inserción laboral.
Los que tenemos algunos años en esto aún escuchamos muchas veces que “el saber no ocupa lugar”. La desgracia es que, actualmente, aprender no debe ocupar demasiado tiempo de nuestras vidas.