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PROSIGUE LA GUERRA DE UCRANIA

 Publicado: 06/04/2022

El camino del infierno (II)


Por Luis C. Turiansky


Debía ser una intervención rápida y apabullante. La ventaja militar rusa es indiscutible. El efecto sorpresa de una acción coordinada a gran escala, después de meses de repetir que nada de eso estaba en los planes, tenía que surtir efecto. Se había comprendido que Estados Unidos y la OTAN no iban a intervenir. Por algo el presidente ruso había pateado el piso y ordenado la puesta en estado de alerta de los dispositivos nucleares. También la población ucraniana, objetivo número uno, tenía que comprender que la cosa iba en serio.

Sin embargo, he aquí que las fuerzas ucranianas no se amilanaron y la población civil da muestras de un coraje admirable, enarbolando sus banderas frente a los soldados rusos alineados para el ataque. La solidaridad internacional no se hizo esperar. El plan de la invasión comenzó a empantanarse, obligando a Rusia a aceptar la negociación con sus declarados enemigos nacionalistas y fascistas. El ejército ruso se ha dedicado a atacar los suburbios de las ciudades y otros puntos estratégicos, como las centrales atómicas, la histórica Chernóbil, con su reactor accidentado cubierto con una enorme bóveda destinada a detener sus radiaciones, y también la nueva, de Zaporoyie. También se han inutilizado antenas trasmisoras de radio y televisión, sin duda peligrosas fuentes de terrorismo antirruso. El modelo pudo haber sido el bombardeo de la televisión yugoslava en Belgrado durante la guerra auspiciada por la OTAN en 1999 (“Operación Fuerza Aliada”). El fuego de la artillería y la aviación se centró también en las casas de vivienda, en prueba de que la población civil constituye el principal objetivo estratégico (los eventuales motivos ideológicos de la preferencia por la arquitectura habitacional prefabricada de la época soviética deben descartarse, en realidad lo que cuenta es la concentración de habitantes en barrios de alta densidad).

Es notorio que el plan inicial fracasó y la guerra tiene todas las características de un conflicto prolongado, acompañado de destrucción y sufrimiento en todo el país. Los expertos occidentales señalan, al respecto, las debilidades inesperadas de la máquina bélica rusa, los defectos estratégicos y de logística, etcétera. 

Pero también fracasó la respuesta occidental, en particular las esperanzas cifradas por los países vecinos de Rusia en la capacidad defensiva de la OTAN y la Unión Europea (UE). Esto último es un malentendido, porque la UE no tiene fuerzas armadas propias, pero ha demostrado su debilidad en la coordinación de la solidaridad de sus 27 Estados miembros. En ambos ambientes es natural que cunda la desilusión.

Veamos, para empezar, los objetivos declarados de la intervención y su realización.

La “desnazificación”

Uno de los objetivos declarados de la “operación militar especial” en Ucrania fue la pretendida “desnazificación” del país. ¿Será que los grupos neonazis tienen en Ucrania una influencia desmedida y están implantados en el gobierno?

En el medio ruso, el término evoca sin duda los años trágicos de la Segunda Guerra Mundial tras la invasión nazi (en cualquier otro país hubiera sido más común hablar de “fascismo”). Sucede sin embargo que, aun hoy, tendencias extremistas de este género existen por doquier, incluida la propia Rusia: el neonazismo es un producto de la crisis, contra el cual no hay vacuna. 

Durante los sucesos de “Maidán” (la Plaza) en Kiev, 2014, que produjeron muchas víctimas y obligaron al presidente en ejercicio Viktor Yanukovich a abandonar el país, varios grupos que podrían calificarse de extremistas fueron muy activos. Casualmente, muchos se extraían de las barras bravas del club Dínamo de Kiev, particularmente asiduos ocupantes del “sector de la derecha” de una tribuna de su estadio, lo que finalmente les sirvió de denominación política. El nuevo régimen entonces surgido, de marcado signo antirruso, les sirvió de aliciente y hoy el “Sector de Derecha” es una importante fuerza populista de ultraderecha que cuenta con el apoyo de otras corrientes europeas similares, como la Unión Nacional (ex Frente Nacional) de Francia y su líder Marine Le Pen, que se postula como presidente de la República.

Ahora bien, cuando Putin se dirige a su público ruso, suele referirse más bien a cierta glorificación, de moda en el ambiente ultraderechista ucraniano, de la figura de Stepán Bandera, líder nacionalista de preguerra y promotor de la independencia de Ucrania. La invasión de Alemania nazi, iniciada en 1941, fue vista por él como una oportunidad, y su movimiento, Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), colaboró estrechamente con las fuerzas alemanas. Terminada la guerra, Bandera se refugió en Alemania Federal, y en 1959 fue ultimado en Múnich por un agente secreto soviético.

En el enfrentamiento ideológico con Rusia, algunos políticos ucranianos han resucitado la imagen del tal Bandera como símbolo de la lucha por la separación de Ucrania de la URSS. En 2010, el presidente Víktor Yushchenko lo declaró “héroe nacional”, para gran malestar de la Unión Europea, Israel, Polonia y otras fuentes de opinión influyentes, hasta que el decreto fue anulado por decisión judicial, después de asumir el siguiente presidente, Víktor Yanukovich. Pero la polémica continúa y algunas iniciativas locales han logrado la erección de monumentos en honor a este dudoso personaje, como en Lviv o Lvov, y Ternopil, cerca de la frontera polaca.

Se trata más bien de fenómenos aislados, sin duda condenables y que infringen la ley, pero de hecho son admitidos. En todo caso, no cabe considerarlos representativos del régimen en vigor. Aun si se demostrara que responden a una intención oficial, jamás justificarían una guerra como la que desató Rusia contra su vecino. ¿Qué otro motivo puede haber inducido al presidente Putin a utilizar el argumento del neonazismo en su campaña de apoyo mediático?

“Desnazificar” parece funcionar como una palabra mágica. Lanzada por la cumbre política, da a entender que es necesario acabar con los “nazis” y poner en su lugar a gente de confianza. Actualmente, los medios oficiales rusos lo usan con bastante frivolidad: el diario moscovita Pravda, por ejemplo, lo ha empleado recientemente al criticar ciertas posiciones del gobierno polaco que no satisfacen del todo al Kremlin, señalando la necesidad de “desnazificarlo”. Esto explicaría por qué el presidente estadounidense Joe Biden, de visita en Varsovia, ha insistido en el carácter “sagrado” del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que impone la ayuda colectiva cuando un miembro es objeto de agresión (pero no si es el agresor).

En el caso ucraniano, sin embargo, el objetivo de cambio de gobierno no se ha realizado hasta ahora, ni parece real en un futuro inmediato, dado el fracaso de la ofensiva militar rusa sobre la capital, Kiev. En momentos de escribir esta nota, el comando ruso anuncia que concentrará sus esfuerzos “liberadores” en la región de Donbás, junto a la frontera rusa.

El “genocidio” de la población rusa

La carta más pesada utilizada por Putin para justificar su cruzada ucraniana es que debe proteger a la población rusa en el Donbás (rusos étnicos o simplemente de habla rusa) luego del presunto genocidio perpetrado por las fuerzas ucranianas.

Tratándose de una zona de enfrentamiento militar entre fuerzas separatistas y leales, se sobreentiende que el tal “genocidio” se refiere a las víctimas civiles y no a los caídos con las armas en la mano. Es de suponer asimismo que Putin sabe de qué habla: tampoco las balas perdidas son un motivo suficiente, puesto que, para calificar de genocidio los hechos denunciados, es necesario que el número de víctimas sea considerable y resulte de acciones deliberadas tendientes a liquidar a un grupo étnico en particular.

Sin embargo, según datos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que sigue atentamente la situación, se observa más bien una tendencia descendente del número de víctimas civiles en la zona mencionada, particularmente tras la firma de los Acuerdos de Minsk de 2015. Los efectos de la intervención armada actual, lógicamente, aún no se han cuantificado, pero teniendo en cuenta los datos conocidos relativos a toda Ucrania, sin duda elevarán considerablemente las cifras. ¿Serán los invasores más genocidas?

La otra cara de la moneda

En el otro bando, la invasión a Ucrania por las tropas rusas ha producido, sobre todo en Europa, un repudio generalizado, dando lugar a medidas de solidaridad sin precedentes. Esta solidaridad es mucho mayor que la que correspondió a otros actos de agresión militar semejantes o aún peores, que no faltaron en estos tiempos de violencia. La campaña mediática es, sin duda, robusta y aplastante, de modo que crea una atmósfera de miedo imposible de soslayar, semejante a la que Louis Aragon, en tiempos de restauración ideológica y acallamiento del pensamiento independiente, calificó de “Biafra cultural”.[1]

En muchos sitios hoy, en el mundo de la cultura, se asiste a una ofensiva de la política de supresión (cancel policy), aplicada a la herencia cultural rusa. Un compositor como Piotr I. Chaikovsky, que nada tiene que ver con la invasión a Ucrania y solo es “culpable” de haber sido el compositor oficial de todos los regímenes rusos hasta hoy, desaparece de las carteleras. En Praga, el Teatro Nacional ha suprimido de su programación de este año la ópera Cherevichki (“Los zapatitos” o “Las zapatillas de la zarina”, son algunos de los títulos utilizados en español, según Wikipedia), basada en Nochebuena, relato de Nikolái Gógol (ucraniano él), porque exalta un acto de caridad atribuido a la célebre zarina rusa Catalina la Grande en beneficio de un humilde herrero ucraniano. Otro ejemplo de subordinación de la cultura a la política ha sido la cancelación “por motivos políticos” (sic) de la visita a Praga de un teatro serbio, debido a la política de ese país de apoyo a Rusia, pese a que se trataba de un elenco totalmente independiente del Estado.

La República Checa, donde yo vivo, actúa, sin estar en guerra, como si lo estuviera. Así, por ejemplo, el fiscal general de la República hizo distribuir una advertencia a la población, según la cual quien manifieste su acuerdo con la invasión rusa a Ucrania sería pasible de penas de prisión de varios años. En la misma postura militante actúa una dependencia gubernamental destinada a “combatir la difusión de información falsa” (fake news), sobre lo cual decide a discreción una comisión independiente que no está obligada siquiera a justificar sus decisiones. A tal fin, ya fueron bloqueados varios portales informativos por haber reproducido informaciones de origen ruso.

Es lo que el politólogo norteamericano Sheldon Wolin definió en 2003, refiriéndose a su propio país, como “totalitarismo al revés” (“inverted totalitarianism”). En realidad, no es tan invertido como se pretende hacernos creer: no olvidemos que el término en cuestión no es de origen comunista, sino que fue ideado por Benito Mussolini y con valor ponderativo, para que sirviera de modelo de la sociedad corporativa a la que aspiraba el fascismo italiano original.[2]

En todo caso, la idea de “inversión”, siguiendo a Sheldon Wolin, viene a corroborar que el término se dedicó en la Guerra Fría especialmente a las sociedades socialistas, a fin de denigrarlas mediante el uso de un concepto directamente asociado al fascismo, sin prever que la concentración del capital llevaría a las sociedades capitalistas desarrolladas a adoptar estructuras similares.[3]

El papel del presidente ucraniano

Sobre el joven presidente ucraniano Volodímir Zelinski se pueden tener opiniones varias, pero una cosa es cierta: ha conseguido unir a la nación ucraniana y dar el ejemplo de coraje, fidelidad al pueblo y franqueza de palabra. No es un político profesional, en realidad se recibió de abogado, pero ganó fama más bien como actor y, para que la cosa sea aún más extravagante, se dedicó al género cómico. Una especie de ensayo general de su misión actual fue el papel protagónico de una serie televisiva donde, como presidente improvisado, sufría toda clase de infortunios, decidido no obstante a “servir al pueblo”, pasara lo que pasara. Confieso haber llegado a temer que, en su función de presidente real, sería algo parecido a las tristes comedias de Borat y demás personajes de mal gusto del irreverente Sasha Baron Cohen. Pero me equivoqué: la guerra despertó en él sus cualidades de líder de la nación y cumple a la perfección la misión de jefe de Estado en medio de una guerra injusta y brutal.

Un testimonio lo pinta entero: cuando diplomáticos occidentales le ofrecieron sacarlo del país para que continuara su trabajo con mayor seguridad desde el exterior, respondió: “Yo, lo que necesito son municiones, no viajar”. Del mismo modo, según la nueva costumbre que ha introducido, al dirigirse por videoconferencia a los diversos parlamentos del mundo, no se preocupa por la diplomacia y critica abiertamente las actitudes hipócritas de los Estados, sus declaraciones rimbombantes de apoyo moral, pero sin consecuencias prácticas. “Estamos esperando sus armas, ¿por qué no nos las mandan? lanzó sin tapujos a los sorprendidos diputados israelíes.

También llamó a los hombres de buena fe de todo el mundo a ir como voluntarios a defender a Ucrania, especie de reedición de las “brigadas internacionales” que combatieron en España entre 1936 y 1939. Es algo que podría cambiar radicalmente la imagen del conflicto y su contenido político.

Finalmente, también ha sabido evolucionar conforme a la situación. Al principio, era un firme partidario de la OTAN y basó su campaña electoral en el ingreso inmediato de Ucrania a dicho tratado, así como a la Unión Europea.[4] En el curso de sus conversaciones con los líderes occidentales, comprobó rápidamente que el interés por esta expansión del bloque transatlántico había decaído. “No nos vamos a prosternar a la puerta para pedir que nos dejen entrar”, declaró entonces.

Esta readaptación de pronto facilite la búsqueda de una salida al conflicto con Rusia. Porque incluso si cayera Putin, es muy poco probable que su sucesor cambie la política rusa de rechazo a la expansión de la OTAN hacia sus fronteras occidentales, ya que se trata de una cuestión elemental de autodefensa. La neutralidad de Ucrania, junto con las garantías internacionales del caso, podrían sentar las bases del posible acuerdo o armisticio, salvo que, de parte de Rusia, el problema de la OTAN solo haya sido una excusa.

Sigue en cambio en pie, como motivo de desacuerdo, la reiterada reivindicación de devolución de la península de Crimea, anexada por Rusia en 2015, así como de las “repúblicas populares” de Donbás, que declararon su independencia recientemente. Otra complicación es la condición establecida por Zelinski, de que todo acuerdo entre ambos países sea refrendado por voto popular en Ucrania. Suena muy democrático, pero en el caso de aplicarse uniformemente a todo el país, la minoría rusa, que es por el contrario mayoría en la parte oriental, quedaría desaventajada.

Por el contrario, si Zelinski se viera obligado a ceder en estos puntos conflictivos, le sería difícil convencer al electorado en la mitad occidental del país, mayoritariamente ucraniano, para que acepte el acuerdo. Hasta podría verse obligado a renunciar.

En caso de armisticio, debe resolverse la delicada cuestión de la separación de las fuerzas en zonas militares distintas y tal vez no sería fácil imponer su carácter estrictamente transitorio (Corea, por ejemplo, cuya guerra terminó en 1953, sigue dividida hasta hoy). También los aspectos humanitarios y de reconstrucción del país, el deber del agresor en materia de reparaciones y demás, serán otros tantos puntos difíciles de negociar. Esperemos, para el bien de ambas naciones y del mundo entero, que se resuelvan rápidamente. Probablemente, para ello será necesario ejercer una presión mayor sobre Putin y su elenco. Pero restará sin duda en el platillo de los méritos la honestidad con que actúa hasta ahora el presidente ucraniano. La de su interlocutor, tengo la impresión, no viene al caso.

A los amigos de Rusia aconsejo, al levantarse cada mañana, repetir frente al espejo el mantra siguiente: “Rusia no es la URSS, Putin no es progresista, no basta oponerse a Estados Unidos para ser antiimperialista”.

2 comentarios sobre “El camino del infierno (II)”

  1. La impresión que produce este artículo, es de un profundo tinte europeo, estado unidense. La invasión rusa no ha tenido hasta ahora las características de las varias decenas de invasiones de EEUU, y de la OTAN, es decir EEUU, donde se bombardea a mansalva ciudades e infraestructuras civiles, con cientos de miles de civiles muertos, algunos dicen millones, como terrible saldo. También debe decirse que esas invasiones no sufrían ninguna amenaza en las fronteras de sus territorios. Los varios casos de las últimas décadas, son tan presentes, que no es necesario enumerarlos. Solamente como símbolo que los convoca a todos, los varios millones masacrados y quemados vivos po el napalm en Vietnam, símbolo de la bestialidad imperial. En esta materia, por lo menos hasta ahora, no se conoce el bombardeo a mansalva de Rusia sobre ciudades, pueblos o aldeas abiertas de Ucrania, a pesar de de la dictadura mediática impuesta por gran parte del mundo occidental. La guerra es una barbarie humana, y esta trágica situación del pueblo ucraniano por la invasión rusa, es una guerra provocada. Puesto que no puedo extenderme, llama la atención que el articulista no analice esta causa, tampoco el golpe de estado del 2014, con extrema violencia y muertos en la plaza Maidan (qué casualidad, con el mismo método lo intentaron en una plaza, la Altamira, en Caracas, y en Libia) con la reconocida intervención de la «embajada», alentando la rusofobia, donde confluían organizaciones auto declaradas nazis…parece que la estrategia para usar a Ucrania para presionar y o agredir a Rusia comenzó en esa época. El Sr. Turiansky olvidó en su artículo, que se realizaron en el 2015 encuentros entre Ucrania, Rusia, Alemania, Francia, Bielorusia, que resultaron en los Acuerdos de Minsk, ( muy especialmentesobre el Donbas) que durante años – 8 años – Rusia ha reclamado al gobierno de Ucrania su incumplimiento. (bombardeo permanente del gobierno ucraniano sobre esa región, se mencionaba más de 14 mil muertos). Ese incumplimiento era, es, para mantener el objetivo de la OTAN, es decir EEUU, de cercar a Rusia. La unipolaridad que ejerce EEUU en el mundo, corre peligro ante la posibilidad de una Rusia en crecimiento, y su cercanía – o alianza – con la poderosa China. EEUU, productor de invasiones, de guerras, de dolor y sufrimiento de pueblos enteros, es el causante de esta guerra, de esta invasión, que sin ninguna duda no le convenía ni le conviene a Rusia.

  2. La impresión que produce este artículo, es de un profundo tinte europeo, estadounidense. La invasión rusa no ha tenido hasta ahora las características de las varias decenas de invasiones de EEUU, y de la OTAN, es decir EEUU, donde se bombardea a mansalva ciudades e infraestructuras civiles, con cientos de miles de civiles muertos, algunos dicen millones, como terrible saldo. También debe decirse que en esas invasiones el o los agresores no sufrían ninguna amenaza en las fronteras de sus territorios. Los varios casos de las últimas décadas, son tan presentes, que no es necesario enumerarlos. Solamente como símbolo que los convoca a todos, los varios millones masacrados y quemados vivos por el napalm en Vietnam, símbolo de la bestialidad imperial. En esta materia, por lo menos hasta ahora, no se conoce el bombardeo a mansalva de Rusia sobre ciudades, pueblos o aldeas abiertas de Ucrania, a pesar de la dictadura mediática impuesta por gran parte del mundo occidental. La guerra es una barbarie humana, y esta trágica situación del pueblo ucraniano por la invasión rusa, es una guerra provocada. Puesto que no puedo extenderme, llama la atención que el articulista no analice esta causa, tampoco el golpe de estado del 2014, con extrema violencia y muertos en la plaza Maidan (qué casualidad, con el mismo método lo intentaron en una plaza, la Altamira, en Caracas, y en Libia) con la reconocida intervención de la «embajada», alentando la rusofobia, donde confluían organizaciones auto declaradas nazis…parece que la estrategia para usar a Ucrania para presionar y o agredir a Rusia comenzó en esa época. El Sr. Turiansky olvidó en su artículo, que se realizaron en el 2015 encuentros entre Ucrania, Rusia, Alemania, Francia, Bielorusia, que resultaron en los Acuerdos de Minsk, ( muy especialmente sobre el Donbas) que durante años – 8 años – Rusia ha reclamado al gobierno de Ucrania su incumplimiento. (bombardeo permanente del gobierno ucraniano sobre esa región, se mencionaba más de 14 mil muertos). Ese incumplimiento era, es, para mantener el objetivo de la OTAN, es decir EEUU, de cercar a Rusia. La unipolaridad que ejerce EEUU en el mundo, corre peligro ante la posibilidad de una Rusia en crecimiento, y su cercanía – o alianza – con la poderosa China. EEUU, productor de invasiones, de guerras, de dolor y sufrimiento de pueblos enteros, es el causante de esta guerra, de esta invasión, que sin ninguna duda no le convenía ni le conviene a Rusia.

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