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EL CESE DEL FUEGO ENTRE ISRAEL Y GAZA

 Publicado: 02/06/2021

¿Cuánto durará la paz?


Por Luis C. Turiansky


El cuadro previo

En las elecciones palestinas de 2006, la lista radical promovida por el grupo islamista Hamás (“Fervor”, en árabe, a la vez que sigla de “Movimiento de Resistencia Islámico”) ganó la mayoría absoluta en la Franja de Gaza y se escindió de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). En el resto del territorio considerado jurisdicción de la Autoridad Palestina, en cambio, ganó el movimiento Al Fatah, del fundador Yasir Arafat. Un año después, Hamás formó su propio gobierno en la Franja, expulsando a los partidarios del Fatah. Tras el deceso de Arafat, este movimiento histórico pasó a ser dirigido por el actual presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.

Un intento fracasado de reconciliación tuvo lugar en 2017, pero la brecha ideológica y estratégica que existe entre la opción de lucha armada de Hamás y el lento y difícil camino de negociación en el marco internacional hacia la coexistencia de dos Estados nacionales, sostenido por la representación oficial de la Autoridad Palestina, no parece que sea fácil de superar.

El ejército subterráneo

En las relaciones con Israel, la actitud de Hamás ha sido, en todos los casos, de franco enfrentamiento y, desde 2007, fueron incontables los incidentes violentos, no pocas veces transformados en verdaderas guerras, con el resultado de millares de muertos y heridos y gran destrucción material, sobre todo del lado palestino. Por otra parte, Hamás ha construido una complicada red subterránea de abastecimiento y movimientos tácticos, utilizada también para el contrabando y las acciones veladas en Israel, de ahí que el bombardeo israelí elija de preferencia estos objetivos, con la consiguiente mayor destrucción del medio urbano.

En el curso de los años, el poderío militar de Hamás parece haberse fortalecido. Si bien al comienzo se limitaba a protestas pacíficas o al envío hacia territorio israelí de cometas y globos incendiarios, hoy, por lo visto, cuenta con un importante arsenal de cohetes, cuyo uso ininterrumpido hasta el acuerdo sobre el cese de las hostilidades parece indicar que las reservas son cuantiosas, tal vez guardadas en los túneles bajo tierra o en escuelas y hospitales no atacados por la aviación israelí, en principio.

Se supone que el principal proveedor de Hamás en materia de dinero y armas es Irán, a través de su grupo adicto Hizbollah (“Partido de Dios”), activo en El Líbano desde la invasión israelí de 1982. También funciona el contrabando a través de medios marítimos y aéreos que saben burlar el bloqueo israelí, y algunos observadores no excluyen la posibilidad de que ciertas armas y otros pertrechos puedan fabricarse directamente en Gaza en lugares secretos, tal vez ocultos bajo las dunas del desierto.

Para los pobladores de Gaza, las exhortaciones de la Autoridad Palestina por una paz negociada, que incluye también la pelea diplomática por Jerusalén y la totalidad de la Cisjordania ocupada (que Netanyahu pretende anexar, en su momento con el aval de Trump), no es más que una pérdida de tiempo. Ya al fundarse en 1987, el movimiento Hamás declaró su designio con estas palabras: “Haced que entiendan que la violencia no engendra más que violencia, que la muerte no trae más que muerte”, llamamiento unilateral que bien podría aplicarse a ambos bandos.

Foto publicada por The Economist, 20.05.2021.

Es una opción producto de la desesperación y, de hecho, hasta ahora no ha producido nada positivo para la causa palestina. En el fondo, dado el desenlace previsible de todo enfrentamiento militar con la maquinaria bélica israelí, es el enemigo exterior que más conviene a las fuerzas nacionalistas en el poder en Israel.

Pero no podría durar tantos años si no fuera por el apoyo con que cuenta entre la población local. Para comprenderlo, hay que tener en cuenta la realidad de la Franja, separada del territorio de la Cisjordania ocupada y encerrada en un cerco terrestre y marítimo entre Israel y Egipto, que la convierte en un enorme campo de reclusión al aire libre, donde se hacinan, la mayoría en la pobreza absoluta, casi medio millón de personas, lo que representa una densidad de población cercana al millar de habitantes por kilómetro cuadrado.[1]

La política de expulsión

Esta vez, el enfrentamiento ha tenido lugar como resultado de la decisión de la autoridad judicial israelí de conceder a sendos colonos judíos un cierto número de domicilios ocupados por palestinos en Jerusalén Oriental. Es de suponer que estos desalojados irían a acrecentar el número de refugiados, justamente en Gaza. El lanzamiento de cohetes contra el territorio israelí, incluido Jerusalén, fue calificado por Hamás como un “acto de solidaridad con las familias palestinas desalojadas”. 

La aviación israelí, por su parte, se ensañó con “objetivos militares” con resonancias políticas, como la destrucción de un edificio de oficinas y residencias particulares donde también vivía el jefe del movimiento Hamás, como quien dice un “jerarca del partido de gobierno”. Que también funcionara allí la representación de la agencia de noticias Associated Press de EE.UU. es un detalle más que debe haber sensibilizado al presidente Biden. Los mandos militares israelíes tuvieron la gentileza de avisar, para que los ocupantes abandonaran a tiempo las instalaciones. Del edificio de 12 plantas en cuestión no quedaron más que los escombros. 

La relación 10:1 es aplicable al número de víctimas (militares y civiles) y a los daños materiales entre Gaza e Israel. Puede estar vinculada a la ventaja técnica de la “cúpula de hierro” de antimisiles israelí y la pericia de sus soldados, pero también es posiblemente un objetivo premeditado, destinado a amedrentar al enemigo. 

El otro rasgo nuevo es que, por primera vez, un enfrentamiento armado entre fuerzas israelíes y palestinas ha tenido repercusiones en la propia población civil de Israel y se han registrado actos de violencia entre ambas comunidades étnicas. Entre los incidentes más graves se cita que un grupo de jóvenes palestinos atacó y dio muerte a una pobladora judía. Casi simultáneamente, un anciano palestino fue prácticamente “linchado” por judíos ortodoxos. Comentaristas extranjeros han señalado estos fenómenos como anuncios de una posible guerra civil en Israel en un futuro no muy lejano.[2]

Es difícil prever hasta qué punto esta previsión se cumpla. En todo caso, los hechos descritos han tenido lugar en el marco de una situación política efervescente en Israel, como consecuencia de la incapacidad de formar un gobierno que obtenga la confianza del Parlamento y la inculpación del primer ministro Benjamin Netanyahu ante los tribunales, por corrupción y abuso de poder.

Las dos opciones históricas dignas de mención se mantienen en pie en lo que respecta a la solución del problema palestino-israelí: el camino sudafricano, simbolizado por Nelson Mandela, el fin del apartheid y la fundación de la República Sudafricana democrática y multirracial, o bien, más antiguo, el camino argelino que, en 1962, terminó con la colonización francesa y condujo al destierro a la mayoría de colonos europeos, los llamados “pies-negros”,[3] un trauma que hasta hoy se vive en las generaciones siguientes de las familias francesas concernidas.

En el caso palestino-israelí, el segundo camino sería mucho más doloroso, equivalente a otro “holocausto” para el pueblo judío. Saben los palestinos, por experiencia propia, que una injusticia histórica no puede ser redimida por otra injusticia. Mucho mejor sería seguir el ejemplo de Sudáfrica.

Mientras tanto, ya Benjamin Netahyahu anunció que no esperará hasta que los palestinos se decidan a atacar a Israel con cohetes, sino que Israel adoptará las “medidas preventivas” que considere pertinentes. En consecuencia, si se cumple esta amenaza, no parece que la frágil paz lograda vaya a ser de larga duración.

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