Compartir

VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 32 (MAYO DE 2011)

 Publicado: 02/02/2022

Montevideo: ciudad libre de silencio sin vacunación


Por Jorge “Cuque” Sclavo


¿Ud no ha notado que los perros ladran más que antes? ¿Será porque la gente habla más que antes? ¿Porque hay más coches parlantes que antes? ¿Por qué hay más alarmas y bocinas que antes?

Antes sonaba una alarma y provocaba en el barrio un alud de comentarios que comenzaban por la mera sospecha de robo hasta terminar en que debió ser una incursión marciana y hasta alguna vieja en la feria, al otro día, comentaba que ella, anoche, había visto unas luces raras y de todos colores allí donde vivía el Pocho, la casa que ahora está abandonada. Ahora suena una alarma y debe ser el nieto de alguien que se le da por jugar de puro viejo choto que es. Además, como todas las alarmas suenan iguales, nadie les da pelota y todos se dicen: ¡qué va a ser la mía!, ¡debe ser la de otro!

Así como el mail sustituyó a la carta, la bocina hizo lo propio con la palabra. Aquellas hermosas “carillas azules pálidas y rosa” que tomaban placenteras horas entre que borrar y hacer buena letra, dejar aletear libremente pensamientos plagiados de otros libros, tratar de explicar a su vez los sentimientos inefables que nos pasaban por dentro nuestro y luego meterlas en la panza del romántico buzón, aquel que esperaba tangueramente en la esquina. También, a veces se la enviaba, según el bolsillo y la racha, acompañada por un ramo de flores y el mensajero (que llevaba también las apuestas clandestinas de carreras y quinielas de la mensajería y salón de lustrar).

Hoy, paradójicamente, los mail son los esqueletos fríos de aquellas cartas, borradores llenos de faltas. Hasta de corazón (si hay cosa que extraño es que no haya corazón en las carnicerías y el pan rondín en las panaderías).

El encuentro de dos uruguayos siempre tuvo la estructura de la murga clásica. Presentación, despedida y cuplé de actualidad. La presentación abarcaba estado del tiempo y saludes respectivas.

Cuplé de actualidad: política, fútbol y chimentos de la épica barrial.

Despedida: Promesas de volver a encontrarnos con cafecitos, ¡asados!, copejas.

Y si habían discutido por algo, descongelar con:

– ¿Sabés el último de gallegos?

Hoy son veinte palabras a lo más. ¿Qué tal? Bien. Y vos, ¿todo bien? Todo bien. ¡Qué riqueza de lenguaje!

O si no, todo eso se arregla con un buen par de bocinazos, siempre que el celular y la bolsa de bizcochos no les tengan las manos ocupadas.

El uruguayo de esquina fue sustituido por el de semáforo. Allí con un buen alarmazo se evita ese perdedero de tiempo que hay que ahorrar para poder llegar siempre tarde a todos lados. También sirve para anunciar que uno llegó a casa o que está bien por llegar o simplemente para anunciarle al propio auto que su dueño está por treparse a él, que ya Clint Eastwood está por montarlo y acomodando sus cananas para salir a luchar contra el mundo.

Ud. que es un contra amargado podrá decir cualquier cosa adversa de esta tierra que lo dio a luz, la acusará de todo, pero no negará que este país está siempre en plena reconstrucción. En cualquier lugar, en una esquina, en un sótano, en un baldío siempre hay alguien martillando, taladrando, golpeando, rompiendo, demoliendo, aserrando, rompiendo calles, aceras, cañerías. No se vende, no se alquila: se recicla. Cada vez somos menos, dicen las estadísticas. ¡Pero cómo rompemos!

Somos los mismos uruguayos, pero reciclados. En caso contrario no podríamos hacer tanto ruido. Las canchas de fútbol están vacías pero las radios están llenas y la tele también. Y nosotros, ni te digo. También es el caso de la cantidad de casas vacías y las calles llenas. Montevideo no ha sido explotada turísticamente como la ciudad histórica que es. De día es moderna, con sus coches de todos los tiempos y máquinas de toda la aldea global automotriz.

De noche y hasta la madrugada, cobra el aire medieval con el trotar de los cascos de los caballos que evocan las carretas gauchas con el grito de sus conductores alentando a sus equinos a subir las empinadas cuestas.

No están ajenos los perros que completan la agreste estampa, con reiterados diálogos  dándole vida a ese paisaje rural nocturnal.

Durante las últimas décadas se ha venido estimulando, además, una política que acrecienta el índice demográfico de la raza canina. A medida que los jóvenes emigran buscando nuevos horizontes se hace más necesaria la presencia de perro en las casas, no solo como vigilancia sino como compañía para los ancianos. El perro cumple también la función de pasear a los gerontes por ramblas, plazas y parques. Y también contribuyendo al equilibrio del sistema ecológico, abonan verdes pasturas, dándole color a una ciudad tradicionalmente criticada por su grisura, y pintando con diversos tonos que van desde el ocre mostaza al marrón intenso a todas sus veredas.

Como recompensa, se les da a los perros un lugar de residencia tanto en balcones como en azoteas. Allí los animalitos contemplan el mundo y su acontecer. Y se calientan, tal como cualquiera de nosotros. No en vano son los mejores amigos del hombre.

Excepto cuando uno quiere dormir. Pero el hombre ama al perro y no escatima en estimular su natural forma de comunicación sonora.

Para ello ha ideado el carrito parlante, esa alegría del profuso folclore montevideano que difunde las virtudes de supermercados, los horarios, teléfonos y descuentos de farmacias  donde al son de Para Elisa o las cumbias deleitan nuestras siestas o despertares matutinos. Los disfrutables gritos de los locutores, la vivacidad de las cumbias, los alaridos de los íconos populares impelen tal algarabía en los inocentes animales, que les provocan una suerte de gregaria y fiel alianza contra el silencio. El poeta dijo: Dónde terminan las palabras comienza la música.

Parafraseándolo, digamos: dónde termina el silencio comienza Montevideo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *