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CINE E HISTORIA. HISTORIA Y CINE

 Publicado: 07/07/2021

“Quo vadis, Aida?”: infamia y memoria


Por Andrés Vartabedian


1.

La cámara recorre lentamente los rostros y cuerpos de tres hombres, casi inmóviles, sentados en el living de una casa. Inmediatamente, vemos una mujer, también sentada, sola en el cuadro, pero que parece compartir ese espacio, con la mirada fija hacia adelante, como perdida; la postura rígida de su cuerpo y una respiración casi agitada, la hacen ver tensa, a la vez que distante. Quizá no comparta el mismo tiempo. El plano comienza a cerrarse sobre ella.

La imagen siguiente nos distiende y distrae mínimamente: las ramas de un árbol se sacuden al compás de un viento suave; a través suyo contemplamos el sol por unos segundos… El cañón de un tanque de guerra lo cubrirá; acto seguido, el propio tanque destrozará el pequeño árbol. Nos encontramos, ahora, acompañando el avance de ciertas fuerzas de combate a campo traviesa. Aquí no hay lugar para la mirada bucólica.

2.

El 6 de julio de 1995, el ejército serbio de Bosnia y Herzegovina, comandado por Ratko Mladic, inició el ataque a la ciudad de Srebrenica; ciudad de 40.000 habitantes, mayoritariamente bosnios de religión musulmana, que había sido declarada, por la ONU, como una de las seis “zonas de seguridad” dentro de aquel territorio que fuera una de las repúblicas que integraron Yugoslavia hasta su disolución como régimen socialista, federal y multicultural, a inicios de los años 90.

Para el día 11 de julio, las fuerzas serbias habían tomado el control total del lugar. Habían comenzado disparando a los puestos de control de la ONU, intentando amedrentar a los cascos azules para que los abandonasen, y habían tomado rehenes entre ellos; posteriormente, avasallaron las defensas de la misión de paz, que contaba únicamente con unos 600 soldados. Alrededor de 25.000 personas habían huido y se habían congregado a las puertas del predio ocupado por dicha misión, en las afueras de la ciudad. Los mandos militares holandeses a cargo, esperaron y alentaron el accionar de la ONU o, en su defecto, el de la OTAN, para frenar el avance serbio y colaborar en la evacuación de la población. Nunca se produjo. Todo quedó en palabras -o silencios ensordecedores- y en dilaciones burocráticas. Lo atroz se catapultó.

“Bajo la dirección del general Radislav Krstic, el 12 de julio, 50 o 60 camiones y autobuses realizaron la deportación. Separaron a padres, hermanos, hijos, de sus esposas, hermanas o madres, bajo la consigna de que se volverían a ver pronto; debían saber si eran responsables de crímenes de guerra, decían. Los transportes que trasladaron a las mujeres a las proximidades de Tuzla -otra zona de seguridad- fueron detenidos en el camino para que los paramilitares serbios pudieran violar a quienes eligieran. El trayecto resultó tortuoso también por las imágenes de cadáveres de hombres al costado de la ruta, muchos degollados, mutilados.

Miles de los varones que nunca volverían fueron trasladados a un gimnasio, se les ordenó quitarse hasta la ropa interior para luego transportarlos, vendados, a plazas de ejecución en la pradera. Mientras llegaba su turno, debían esperar en autobuses o depósitos. En oportunidades, esos depósitos sirvieron para que los soldados serbios se apostaran en puertas y ventanas y abrieran fuego con sus rifles o arrojaran granadas dentro. Luego de los asesinatos, las topadoras preparaban el terreno para el siguiente grupo, llevando los cuerpos a las fosas comunes”.[1]

En pocos días, más de 8.000 varones musulmanes -se habla de 8.372- de esa localidad de Bosnia y Herzegovina fueron asesinados.

Aquellas guerras de los Balcanes o guerras yugoslavas, fueron las que introdujeron definitivamente en nuestro vocabulario el concepto de “limpieza étnica”. Sin embargo, no es un concepto jurídico en sí mismo, sino que se enmarca dentro de lo que conocemos como crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y crímenes de genocidio.

A partir de la masacre de Srebrenica, y luego de los dictámenes del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, siguiendo el espíritu de la Convención sobre Genocidio, quedó en evidencia que la comisión del delito de genocidio no implica, como suele suponerse erróneamente, centenares o millones de muertes y que, ante la ausencia de documentos probatorios de la intención de destruir al grupo, esta puede deducirse de las circunstancias que rodean la ejecución del crimen.

“En ese sentido, es sintomática la exposición que el fiscal estadounidense Mark Harmon realizara ante el tribunal al iniciarse el juicio a Krstic, el 13 de marzo de 2000. En ella señalaba cómo las pruebas demostraban la cuidadosa elaboración del plan de exterminio de la población de hombres y muchachos de Srebrenica y la celeridad con que se lo había llevado a cabo:

«Consideren por un momento lo que hizo falta para poner en marcha este operativo de matanza masiva:

    • Impartir, transmitir, y distribuir órdenes a todas las unidades que participaron o asistieron en el movimiento, la matanza, entierro y reentierro de las víctimas.
    • Reunir un número suficiente de autobuses y camiones para transportar a las miles de víctimas musulmanas hacia los centros de detención cercanos a los lugares de ejecución.
    • Obtener suficiente combustible para estos vehículos, en una época en que era escaso a causa del embargo de combustibles.
    • Identificar y obtener instalaciones de detención adecuadas cerca de los lugares de ejecución en donde reunir a los prisioneros antes de matarlos.
    • Conseguir vendas para los ojos y ligaduras suficientes para estos prisioneros.
    • Organizar los escuadrones de la muerte.
    • Requisar y transportar equipo pesado necesario para cavar fosas comunes.
    • Enterrar a las miles de víctimas ejecutadas en variadas localidades (y más tarde hacer lo mismo al reenterrarlas).
    • Preparar y coordinar propaganda de la división Drina y de todos los niveles militares y gubernamentales (...) para rebatir las bien fundadas afirmaciones de que se cometieron atrocidades». (POWER, 2005: 568)

En agosto de 2001, luego de 16 meses de juicio, Krstic fue declarado culpable de genocidio. La Convención no establece que se deba eliminar a todos los miembros del grupo para que se configure el delito. Krstic había sido absolutamente consciente de los efectos que causaría la muerte de todos los hombres para el futuro del grupo víctima. Las bases de reproducción de los musulmanes bosnios en ese lugar habían sido definitivamente atacadas”.[2]

3.

Como corresponde a la toma de ciertas decisiones vinculadas a la construcción de la narración dramática, Jasmila Zbanic, la directora bosnia (Sarajevo, 1974), también guionista, se saltea algunos de estos sucesos o los sintetiza de forma diferente a su desarrollo cronológico, de acuerdo a los intereses de la obra, variando detalles, creando personajes… Nada extraño: el cine no es Historia y no debe siquiera pretenderlo. Sin embargo, ello no es óbice para establecer que Zbanic se mantiene fiel a los acontecimientos en muchos sentidos y recrea buena parte de los terribles momentos que la población de Srebrenica debió padecer. En ese sentido, y de acuerdo a los conocimientos de este comentador, es la primera vez que la ficción cinematográfica los aborda con esta magnitud, transformándolos en el centro del relato.

Ese relato se concentra en aquellos pocos y lamentablemente inolvidables días de julio, en materia temporal y, básicamente, en torno a la base militar de las fuerzas de paz -interior y exterior-, en materia espacial. Zbanic (Sarajevo, mon amour; En el camino; For those who can tell no tales) nos sumerge de lleno en las vicisitudes vividas por la población civil, en las falsas negociaciones entre serbios y cascos azules, en lo atroz, estrictamente dicho, y en un hoy que se ubica entre la memoria y el olvido -o su intento-, permeando la convivencia entre víctimas y victimarios o entre víctimas y negacionistas -incluyendo la descendencia de todas las partes-. Lo hace sin melodías delicadas acompañando imágenes dolorosas, sin pomposas editorializaciones discursivas, sin utilizar a las víctimas y su sufrimiento para proporcionarnos golpes bajos, sin regodearse en el encarnizamiento y la violencia…  En ciertas circunstancias, el ruido de la metralla y el silencio de la muerte pueden ser lo suficientemente expresivos para dar cuenta del horror. Nuestros conocimientos históricos también harán su parte. En otros momentos dentro del filme, contaremos con todos los elementos necesarios para completar perfectamente el fuera de campo que nos propone.[3] Zbanic es simple y directa, su construcción cinematográfica es su mejor editorial. Basada en su puesta en escena y en el pulso con el que sostiene el ritmo de la acción, Quo vadis, Aida? se torna ágil, tensa y contundente; por momentos, trepidante, logrando transmitir todo el nerviosismo de la hora. Lo hará a través de su eje transversal, el personaje que encarnará y sintetizará todo el vaivén emotivo de los acontecimientos: Aida (Jasna Djuricic, notablemente intensa).

Aida es maestra, pero desde la instalación de la misión de paz, trabaja como traductora de inglés para esta. Está casada con Nihad y tiene dos hijos varones: Hamdija y Sejo, ambos muy jóvenes. Se encuentra ubicada en el centro de todos los sucesos, maneja información que otros no poseen, es el puente entre la población indefensa y sus “protectores” y, en ocasiones, entre alguna de esas partes y los agresores. Es quien dará voz a una buena porción de lo que allí acontezca; también, será la voz del drama al que asistiremos; será, de algún modo, nuestro guía. A la vez que ejerce su función, intentará salvar a sus seres queridos por todos los medios. A pesar de sus fundados temores, su resistencia y coraje serán el sostén psicológico y emocional de ese núcleo familiar. Su esposo, profesor de Historia, director de una escuela secundaria, se muestra timorato, dubitativo y hasta con cierta inocencia en relación a los hechos que lo rodean. Mientras tanto, su hijo menor posee rasgos suyos, pero aún es un adolescente, y su primogénito, más parecido a su padre, sumará problemas nerviosos, producto de la situación límite a la que se ven expuestos. Aida será el relato y la memoria.

Su rol no es meramente funcional a la historia. En Srbrenica, son las mujeres las portadoras de la lucha por verdad y justicia, las que aún se reúnen para reclamar, las que siguen buscando y tratando de identificar los restos de las fosas comunes que aún hoy continúan hallándose, las que resisten la desmemoria y el negacionismo y sostienen la esperanza… Las que continúan cumpliendo sus labores cotidianas, tanto dentro como fuera de sus casas, incluso a cuenta de sus propias llagas. Zbanic las reivindica en su cotidianidad, sin epopeyas ni monumentos.

Atrás (¿atrás?), el calor de los platos que se preparaban cuando la ciudad les fue arrebatada; la convivencia de décadas entre seres a los que luego convencieron de que su vecino era su enemigo y de que la pertenencia a cierta “nación” los hacía superiores; los gritos del bullicio y del desorden de multitudes apiladas, el hedor de tanta reunión sin condiciones de aseo e higiene mínimas; la falta de pan y de agua; la humillación del otro al proporcionárselos cual dádiva a un animal encerrado en un viejo zoológico; el engaño al que fueron sometidos, ya que el pan no era sinónimo de vida; la desidia, la inoperancia y el desinterés político y humano de una comunidad internacional que de “comunidad” tiene muy poco; el registro fílmico que realizó Ratko Mladic de todas estas instancias -con tenor falseado-, tanto para su "gloriosa posteridad", como para estafar al mundo, preparando ya la negación ulterior del delito (varios de estos registro ubicables en internet)… Zbanic es clara y dura con todo ello, además de profundamente humana.

Pero la vida puede más, y las sociedades se reconstruyen. Los niños vuelven a la escuela y las maestras a sus lugares de trabajo; en ocasiones, para educar, también, a los hijos de los asesinos. Y aunque haya quienes escondan los lugares de enterramiento, las fosas se siguen abriendo y las mujeres persisten en identificar a sus familiares, recorriendo los restos encontrados… esos huesos, esos retazos de ropa, esos zapatos, esas piezas dentales… Alguien cae arrodillada... los sollozos forman parte del sonido ambiente de la consuetudinaria búsqueda… Ello no impide continuar.

Lamentablemente, las sociedades se mueven entre el deseo de ver y el de esconder, y no sabemos si asumirán cerrar los ojos o abrirlos definitivamente.

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