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¿RALLY ROUND THE FLAG?

 Publicado: 07/07/2021

Pandemia y política en Uruguay


Por José Luis Piccardo


Para ilustrar acerca de la aceptación que tiene el presidente uruguayo Luis Lacalle Pou en gran parte de la población, varios politólogos han recurrido a la expresión inglesa rally round the flag, equivalente a algo así como “todos alrededor de la bandera”, situación que se daría cuando una sociedad se encuentra ante un hecho excepcionalmente grave que lleva a cerrar filas en torno al líder, en quien deposita la confianza para salir adelante. Puede ser una guerra o, como en este momento, una pandemia. De todos modos, es discutible que esta supuesta conducta colectiva explique el fenómeno en el caso uruguayo.

El buen manejo de los aspectos sanitarios en los primeros meses de la pandemia parece haber dejado instalada la confianza en el presidente, y eso se mantuvo después que la situación se revirtió y Uruguay pasó a ubicarse entre los peores a nivel global en contagios y fallecimientos. El politólogo Ignacio Zuasnabar señala que hubo “un factor sorpresa” tras el estallido de la Covid-19. Sostiene que “Lacalle Pou terminó sorprendiendo a uruguayos que no lo votaron y a algunos que lo votaron en segunda vuelta pero que no necesariamente confiaban en sus competencias para ser presidente, y terminó mostrando que tenía esas competencias”.[1] Los efectos de ese “factor sorpresa” parecen haber durado más que el periodo en el que Uruguay exhibió muy buenos resultados en la comparación internacional. Se instaló en gran parte de la población la convicción de que el presidente y su gobierno sabrían librar el resto de la batalla. En cambio, en países donde se arrancó peor, se resintió de entrada la confianza en los gobernantes, lo que siempre es difícil revertir.

En América Latina el prestigio de la mayoría de los jefes de Estado anda por el suelo. Lo cual, dicho sea de paso, ha hecho retroceder la idea de que la llamada “era progresista” fue sustituida por una era opuesta, políticamente conservadora. A casi todos los líderes y partidos que en América del Sur encabezarían ese supuesto “cambio de época” no les puede estar yendo peor en cuanto a adhesión popular.

Uruguay es un caso especial: gobierna, con una considerable adhesión popular, un presidente junto a una coalición de derecha encabezada por el Partido Nacional, hay una oposición política ejercida por una de las organizaciones de izquierda más fuertes del continente -el Frente Amplio- y actúa un movimiento social con gran capacidad de movilización constituido por el Pit-Cnt, que agrupa a casi todos los sindicatos, y por diversas organizaciones de la sociedad civil, algunas de ellas también con importante convocatoria social.

Tomando la totalidad del periodo desde el comienzo de la pandemia, Uruguay no está, al menos por ahora, entre los países que tienen las peores cifras en el combate al coronavirus. Según el sitio Our World in Data, de la Universidad de Oxford, desde el comienzo de la pandemia hasta ahora ocupa el puesto número 30 en cantidad de fallecidos con Covid-19 por millón de habitantes, pero es actualmente (comienzos de julio), el séptimo país del mundo en cantidad de fallecidos diarios, también con relación a la población. Desde el pasado abril, Uruguay estuvo muchos días en el primer lugar.

El costo ha sido alto. Está siendo alto, pese a que es uno de los países a nivel global que estaban mejor preparados para afrontar este desafío, no solo por sus acumulaciones previas en atención a la salud sino también por sus fortalezas económicas, financieras, sociales y culturales, aspectos a los que se dedicó un reciente artículo en Vadenuevo.[2]

Aunque incuestionablemente los avances en la vacunación gravitan y contribuyen a cambiar el ánimo de la gente, la situación está lejos de ser manejable, como lo fue en los primeros meses de pandemia. Es difícil saber cómo evaluará el proceso de la Covid-19 la población uruguaya si este objetivo no se alcanza en los próximos meses. Así como desde el oficialismo hubo quienes celebraron la victoria antes de tiempo, y eso le costó caro al país a partir de la primavera del año pasado, podría pensarse que ciertas expectativas de apertura manejadas actualmente por algunas autoridades también resultan contraproducentes para superar una situación que sigue siendo grave. 

Está extendida la convicción, entre la población, de que en todo el mundo el costo humano fue alto y que los gobiernos en general no han podido evitarlo. Mientras, la mayoría de los uruguayos sigue creyendo que la gente no se cuida y que es ella la responsable de los contagios.

Por otra parte, parece no haber calado suficientemente en la opinión pública el hecho de que Uruguay invirtió financieramente muy por debajo de sus posibilidades para compensar los efectos económicos y sociales de la pandemia.[3] Esto se destaca incluso en la comparación, en función del producto interno bruto, con los países de la región. 

Se impuso entre la población la idea promovida desde el oficialismo de que el país estaba muy mal cuando asumió el actual gobierno, lo que se contradice con los hechos,[4] y que con la pandemia se complicaron las cosas -algo que nadie osaría discutir-, por lo que poco más podría haberse hecho para asistir las emergencias.

En los últimos sondeos de opinión pública, el respaldo ciudadano a Lacalle Pou y el gobierno ha disminuido, si se desglosan los temas: se registra una caída en ítems como el empleo y la situación económica, en especial entre quienes votaron a la oposición. Se mantiene el apoyo mayoritario a la gestión sanitaria, y algunos otros temas inciden también en la evaluación positiva general. Entre dichos temas, se destaca la seguridad, aunque sea difícil determinar cuánto ha influido la pandemia en la disminución de los delitos -fenómeno que se da a escala internacional-, si se trata de una tendencia consolidada, y si no es prematuro sacar conclusiones acerca de una mayor efectividad en el combate al delito, lo cual estaría desmentido, entre otros hechos, por las fallas de la actual administración en un aspecto clave para la convivencia ciudadana como lo es el narcotráfico. El tiempo ayudará a esclarecer esta y otras dudas. O no.

Cabe subrayarlo: la pandemia golpeó a la economía y hay sectores gravemente afectados. Hubo una disminución de los ingresos de la mayoría de la población. No obstante, Uruguay posee una extensa clase media, una cobertura social potente -que se fortaleció durante los gobiernos anteriores, aunque el actual ha impulsado medidas que limitan algunos derechos y pueden llevar a retrocesos- y vastos sectores mantienen niveles de vida decorosos. Por otro lado, se extienden y no dan abasto las ollas populares en la atención solidaria a los más vulnerables.

Hay diferentes opiniones sobre la evolución de la economía en los próximos tiempos. Son auspiciosos algunos datos recientes, como los de actividad (no así de empleo) y de exportaciones, pero habrá que esperar para confirmar tendencias. Lo que suceda en esta área fundamental incidirá de una u otra manera en el humor de la población. A medida que retroceda la pandemia, temas como los ingresos y el empleo ocuparán cada vez más los primeros lugares entre las preocupaciones de los uruguayos. 

No es posible medir ahora cómo y cuánto repercutirá esta etapa de la vida del país en la evaluación que vaya a hacer la ciudadanía sobre los actores políticos. Aunque la pandemia siga golpeando, la disminución de los contagios y de las defunciones ya está incidiendo favorablemente en el estado de ánimo de los uruguayos. Muchos están esperanzados, y alentar la esperanza siempre es bueno. Templa los ánimos para proseguir, pese a todo. 

El Frente Amplio tiene ante sí la responsabilidad de acompañar a la gente en estas complejas etapas. Por sus valores, por su historia y por su capacidad de incidencia en la sociedad, debe cumplir su papel en el acompañamiento a un pueblo que ha sufrido mucho, procurando interpretar sus sentimientos, sus confusiones, sus anhelos y sus frustraciones. La tarea demandará mucha comprensión y sensibilidad. Se resume en un recurrente consejo: tratar de entender al otro. Deponer soberbias, ofuscaciones y sectarismos, y cierta turbación que a veces dificulta a los frenteamplistas la sintonía con la sociedad. 

Más allá del explicable impacto que significó perder el gobierno nacional tras ejercerlo quince años, si desde el Frente no se intentara comprender la nueva realidad -que incluye, en primer lugar, el estado de ánimo popular-, resultaría difícil incidir más y mejor en la política del país. Y esto último es imprescindible: el Uruguay necesita al Frente Amplio, y lo va a necesitar cada vez más. 

Todo será diferente tras la pandemia. Aquí y en el mundo. Han quedado lejos las certezas sobre el futuro. Sí habrá que afrontar un gran costo humano y material: casi seis mil muertes por Covid-19 hasta ahora, en un país de tres millones y medio de habitantes, más los otros daños, muchos también irreparables.

Independientemente de las valoraciones políticas -que suelen cambiar, y muy probablemente lo hagan de manera significativa en los próximos tiempos-, mirando al país y a su gente, el saldo es duro. Esto es lo relevante. Nunca se sabrá qué pudo haberse evitado con más y mejores medidas para disminuir los contagios, iniciando antes la vacunación y apelando en mayor medida a los recursos que el país pudo disponer para abordar las consecuencias económicas y sociales más graves. Esto sería contrafáctico, aunque todo el mundo tiene derecho a reivindicar lo que propuso para que las cosas fueran mejor. 

Tras la ansiada y postergada caída del telón, más allá de cuándo caiga y cómo caiga, el país deberá apelar más que nunca a sus valiosos recursos humanos y a su solidez institucional, en unidad nacional, sin adelantar tiempos electorales, levantando la mira. 

Qué fácil es decirlo; qué difícil será transitar los próximos tiempos.

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