Juan Mastromatteo

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NICOLÁS GRAB. IN MEMORIAM

 Publicado: 18/03/2020

Los hombres fieles


Por Juan Carlos Ferreira


I’ll hear thy waves wash under my death-bed, Thy salt is lodged for ever in my blood.

William H. Davies - Dreams Of The Sea

 

EL PINTOR 

Sin duda fue una curiosa figura para los transeúntes del París que el Barón Haussmann había transformado entre 1853 y 1870 (para felicidad de los paseantes y agilidad de las tropas del Emperador). Con su barba larga y el ojo derecho tapado por un apósito, Camille Pissarro tenía el andar propio de un hombre de campo más que de un parisino. (En una foto junto a su esposa parece un explorador). La moderna capital, abierta al sol por bulevares y edificios de altura uniforme y techos en mansarda estaba por presenciar una de las revoluciones más profundas en la historia de la pintura: la de los Impresionistas.

Entre 1874 y 1886 realizaron ocho exposiciones. Se adelantaron a las vanguardias del siglo siguiente en èpater le bourgeois. Fueron confrontativos y geniales y ante la reaccionaria pintura del Salón hicieron un Salón propio y se refugiaron en un grupo que tomó su nombre de la expresión peyorativa formulada por un crítico de pocas luces. Influyeron en los colores de los campos sembrados de Van Gogh y de las escenas prostibularias de Toulouse-Lautrec, abrieron el camino a los fauves y uno de ellos, Cézanne, al Cubismo.

El horcón del medio de ese refugio fue Camille Pissarro, nacido en las Antillas bajo la bandera de Dinamarca, francés por adopción y anarquista. Fue el único que estuvo presente en todas las exposiciones (Monet, el líder, participó en cinco) y también el único en exponer junto a uno de sus hijos, Lucien. 

Dacriocistitis, epífora, son términos que se refieren a la enfermedad que padeció desde un poco más de sus cincuenta años y que lo llevó a pintar no tanto en exteriores -lo había hecho siempre- sino en el interior de algún edificio parisino -un hotel, un ático- mirando hacia la calle. En 1897 le escribió a su médico: Temo que tengo de nuevo una inflamación en este ojo desgraciado, pero estoy muy ocupado en una serie de cuadros de los bulevares y no puedo dejar de pintar a la hora de su consulta, por la luz. ¿Podría intentar venir a visitarme a casa? Estoy todas las mañanas en puesto de observación hasta el mediodía”. 

Se fue del mundo -como el marino de Davies- vibrando hasta el final con su pasión: los colores que había descubierto y el mundo no había sabido ver. Su último autorretrato es de setiembre de 1903. Él murió en noviembre.

EL INGENIERO QUÍMICO Y EL ABOGADO

En Moral para intelectuales Vaz Ferreira se refirió a las dos clases de hombres que vuelan en un globo: el que asciende sin carga (es decir, deja responsabilidades en el suelo) y el que sí asciende con la pesada carga de las responsabilidades y la conducta. El primer vuelo siempre es más fácil. 

Cuando conocí a Nicolás Grab en el Tribunal de Conducta Política (TCP) del Frente Amplio solo sabía de él que era un abogado de gran prestigio y defensor de presos políticos, quien al regreso del exilio había trabajado en la primera Intendencia frenteamplista con Tabaré.

Puestos a tratar un caso y asumiendo él la responsabilidad de realizar el borrador del dictamen, la impresión que me dio fue la de un especialista en estructuras, que decía: “Este es el esqueleto del edificio”, mientras enseñaba un papel con dibujos de líneas gruesas, hechas -digamos- con un 6B.

No faltaba nada allí: los espacios que albergaban los arduos temas legales estaban en un nivel y los espacios de los temas políticos estaban en otro, pero todos integrados en un edificio que, sabíamos, no podía tener defectos.

Las discusiones y los consensos trajeron otros borradores hasta llegar al texto definitivo. En ese devenir se produjo una trasformación: el especialista en estructuras se había transformado en un cirujano que con precisión manejaba el bisturí para llegar a ciertos músculos y ciertos órganos con el pulso firme, tan firme que no afectara los tejidos sanos. 

Le tocó a Nicolás presidir el Tribunal en tiempos de tormenta. Debió ser capitán del barco y enfrentar tempestades. Alguien mintió, alguien trató a los miembros del Tribunal de mentirosos, alguien se negó a responder. 

Tiempos difíciles escribió el gran Dickens. Cedieron las tormentas, pero el 2019 se llevó a Jorge Brovetto.

A Jorge lo había conocido en la Universidad, cuando “allá afuera” -expresión montevideana si las hay- éramos la Regional Norte conducida con brillantez por el Escribano Eugenio Cafaro (en un edificio de la Curia cuyos techos de tejas, en épocas de entrega, sabían de las andanzas nocturnas de los estudiantes de Arquitectura). En 2007, como Presidente del Frente nos recibió un cinco de noviembre para integrar el Tribunal de Conducta Política junto a Jorgelina Martínez, José Pedro Montero, Uberfil Monzón, Germán Lezama, Guillermo Chifflet y Ennio Martínez, el actual Presidente del TCP. 

Años después, Jorge se integró al Tribunal. Recuerdo la primera vez que salimos juntos de una reunión pues fui testigo de algo que se repetiría sistemáticamente. Era muy difícil caminar de forma normal hacia la calle Colonia pues cada compañero con quien nos cruzábamos, cada compañera que había trabajado con Jorge lo detenía para saludarlo con afecto. Nunca vi a un alto dirigente (en la estructura orgánica del Frente, Jorge había sido el más importante) estar tan en el llano como él y tampoco vi a un académico cuya brillantez solo pudiera igualarse con su sencillez. 

El tiempo pasó y junio fue implacable. Imagino que antes de irse Jorge escuchó las voces amadas y también las de Berkeley, del CDC[1] y el Ministerio, de la Mesa Política y el Plenario. (Sólo Hugo Alfaro me ha transmitido el mismo sentimiento: Jorge se reiría si le dijera “frenteamplismo químicamente puro”).

Cuando nos recuperábamos de su partida, octubre se llevó a Nicolás. Habíamos aprobado el Reglamento que tanto le preocupara y al que dedicara tantas horas. Ya internado, quizás lo último que vio fue aquella carita que brillaba en la pantalla de su celular. 

El marino tenía la sal del mar en su sangre; Jorge y Nicolás, su pasión: la bandera del Frente Amplio. Como en la Moral... de Vaz Ferreira, supieron elevarse con la pesada carga que les fue dada y volaron. Siempre supieron que navegar es necesario y vivir… no.

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