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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 41 (FEBRERO DE 2012). LAS INVASIONES INGLESAS EN EL ESPAÑOL NUESTRO DE CADA DÍA

 Publicado: 18/03/2020

SALE en el Outlet: todo 20% Off


Por Nicolás Grab


Según los criterios o las manías de cada uno, los injertos extranjeros en el español pueden parecerle innovaciones ingeniosas o corrupciones repudiables. Puede ver eso como moderno, o ridículo, o admirable, o sublevante. O indiferente por completo, claro está.

La introducción de expresiones de otros idiomas es un hecho natural y universal. El idioma hablado por cualquier pueblo estuvo siempre bajo la influencia de otras lenguas con las que ese pueblo tuviera contactos. Buen ejemplo (aunque cualquier otro sirve) es la lengua más difundida hoy en el mundo. El inglés salió de un crisol que mezcló el habla de los anglos y los sajones con los aportes de cuantos invasores hubo en la tormentosa historia de Inglaterra (noruegos, daneses, normandos…), más los vecinos celtas, más el latín de la Iglesia, más los comerciantes holandeses o bretones, más todo lo que llegó después cuando los ingleses desparramaron su imperio por el mundo. Poco menos enrevesada es la historia del castellano. A esas incorporaciones se añaden las adoptadas de fuentes más estrambóticas, como las que nos dieron en español el "coche" que vino del húngaro, o el "robot" que copiamos del inglés pero que ellos tomaron del checo.

También es corriente que las expresiones extranjeras adquieran un significado distinto del que tienen en la lengua de origen. El propio inglés está lleno de palabras tomadas del francés a las que ha dado otros significados. Un ejemplo entre muchos miles: sensible, que en francés quiere decir lo mismo que en español, en inglés es "sensato" o "razonable". Yo trabajé como locutor en un tiempo en que la palabra "locutor" tenía muy poco uso entre nosotros: se hablaba del "espíquer", el speaker. Sin embargo, en inglés esta palabra tiene otros significados muy distintos y no se aplica a un locutor, que es un announcer.

La proliferación de extranjerismos que hoy se observa en la publicidad y en los medios de difusión no es una simple manifestación de ese proceso normal por el que las lenguas siempre incorporan elementos de otras. En esto hay causas y móviles diferentes. ¿Por qué empezaron los comerciantes uruguayos a escribir en sus vidrieras la palabra OUTLET? No fue por influencia de visitantes de habla inglesa. Tampoco porque faltara un término español capaz de expresar lo que ellos quisieran decir. No: les pareció más atractivo y más eficaz; sonaba a técnico y a moderno. Poco importaba que "outlet", en inglés, lejos de ser un término técnico preciso, sea en realidad una expresión vaga y amplísima, mucho menos concreta aun que "tienda". No importa que "20% off" sea una construcción que hace aceite y agua con la estructura del español. Lo que cuenta es el prestigio atribuido a esas expresiones extranjeras, o al idioma del que provienen. Cuanto menos sepa de ellas el lector, más se logra generar un aura de distinción. Nada de esto es invención reciente. La triquiñuela de engatusar revistiendo el producto con un prestigio falaz, recurriendo a supuestas superioridades o exotismos atrayentes por la vía de retorcer el idioma, es tan vieja como la publicidad.

Al margen de la introducción de palabras, la influencia de la lengua extranjera también se manifiesta cuando se adoptan sus giros peculiares o los significados distintos que da a palabras análogas. Si tantas veces hemos oído que alguien "cometió suicidio" es por la única razón de que en inglés no hay ningún verbo que quiera decir "suicidarse", y el que se suicidó "committed suicide". Si el informativo nos dice que alguien está en custodia, en vez de decir que está preso o detenido, es porque en inglés estaría "in custody". Si en vez de hablarnos de tripulantes nos hablan de miembros de la tripulación es porque en inglés son "crew members". El que habla así no busca vender nada ni engatusar a nadie. Lo suyo no es triquiñuela: no es más que torpeza o ignorancia. Detrás de estas cosas hay un proceso perverso. Primero, el aluvión de traducciones chambonas infesta el español con aberraciones diversas. Después, esos mismos disparates adquieren prestigio entre quienes creen que son formas refinadas o superiores de expresarse.

El halo de prestigio que hoy rodea al inglés entre nosotros no es tampoco un fenómeno nuevo. Otros idiomas lo tuvieron antes. Aquí en Uruguay, en la primera mitad del siglo XX era el francés "la lengua de la cultura" (y de la diplomacia, y de muchas cosas), y en el liceo se enseñaba durante cuatro años. En España misma el peso de lo francés era enorme desde dos siglos antes. Por más que allí la influencia francesa fuera polémica y muchos pretendieran combatirla, el idioma se impregnaba de injertos que le venían del norte. Sigue pasando hasta hoy. Por influencia del francés nuestra computadora es un ordenador en España, y lo que para nosotros se enlentece para ellos se ralentiza. Análogamente hay zonas muy vastas en Europa Central y Escandinavia que durante siglos vieron en el alemán la lengua prestigiosa por excelencia. En otras regiones del mundo tuvieron sus zonas de influencia cultural, y de penetración en otras lenguas, idiomas como el ruso, el japonés o el chino.

* * * * *

Hay, sin embargo, cosas que son nuevas; y conviene distinguirlas.

En primer lugar hay novedad en la universalización del inglés como lengua influyente en todo el mundo. Antes habían coexistido múltiples "sistemas planetarios" con una lengua central en cuyo ámbito orbitaban otras que absorbían sus aportes. Hoy vemos al inglés en una primacía sin disputa, o disputada en vano. El inglés desplaza y sustituye al alemán en Praga o Estocolmo, al ruso en Riga y al japonés en Seúl, como al francés en Montevideo.

Otro aspecto novedoso está en la transformación de las técnicas de manipulación propagandística en objeto de una ciencia. Tanto la retórica política como la publicidad comercial en todas sus formas -escrita, oral, gráfica y las mil formas nuevas- son materia de investigación y análisis sistemático, tanto especulativo como empírico, con los aportes auxiliares de la sicología, la sociología, la estadística y cuantas disciplinas pueden contribuir. Los medios para influir en las percepciones y en el comportamiento, que antes nacían de ingeniosas ocurrencias intuitivas, hoy tienen una ciencia a su servicio.

También hay un fenómeno de aceleración e intensificación que forma parte de una tendencia más general: cosas que antes existieron como hechos ocasionales se convierten en bombardeo sistemático. Es razonable ver en esto un real cambio cualitativo.

Pero a la hora de reseñar lo nuevo en el auge de los extranjerismos queda por mencionar lo primordial: un aspecto en que la realidad de nuestro tiempo contrasta con todo lo que se vio antes, en una diferencia que tiene efectos trascendentales. Se refiere a la eficacia de los modelos y su influencia en la evolución de las lenguas.

Esfuerzos por influir en el habla existieron en toda la historia de la civilización, generalmente con la pretensión de darle "corrección" o "pureza". En realidad, hasta no hace mucho tiempo las únicas reflexiones referentes al lenguaje apuntaban justamente a eso: no se buscaba analizar ni explicar fenómenos y procesos, sino imponer preceptos y denostar "vicios". Ese empeño de gramáticos y profesores siempre resultó fútil. En nuestro tiempo, en cambio, se observan por primera vez influencias reales en la evolución de las lenguas, no por la prédica de normas sino por la difusión de modelos de expresión. En el pasado ningún modelo pudo llegar nunca más allá de ámbitos insignificantes. Un orador o predicador podía influir en quienes lo oyeran y nada más. El libro exigía el conocimiento de la lectura, estaba limitado por su número de ejemplares, y además no revelaba los aspectos orales. Nunca hubo, hasta hace algunas décadas, la posibilidad de que "los hablantes de un idioma", considerados colectivamente, conocieran algún modelo de su empleo. Hoy es diferente y no hace falta demostrarlo.

Los seres humanos aprendemos a hablar oyendo hablar, y durante toda la vida lo que oímos decir influye en la forma en que hablamos. El adulto puede no imitar lo que oye, o resistir deliberadamente su imitación, pero lo común es que los usos del entorno se adopten, sobre todo inconscientemente. Ocurre con palabras, giros, significados, formas de pronunciación o entonaciones. El montevideano siente como extraña la entonación de porteños o cordobeses; pero si se instala en Buenos Aires o en Córdoba acaba adoptándola en alguna medida. Puede "pegársele" o no, pero le dejará efectos perceptibles.

En la vida actual, pocas personas de nuestro entorno privado nos hablan tanto como quienes lo hacen desde la pantalla de televisión. Puede tratarse del informativista, el comentarista deportivo o los personajes de programas de cualquier clase. Piense el lector en los que ve más a menudo, y pregúntese cuántos son los parientes o conocidos a los que oye hablar más que a ellos. Se añade a esto la autoridad canónica que adquiere todo lo dicho en la televisión. Esas personas, entonces, al dar modelos que influyen realmente en el uso del idioma, desempeñan un papel que simplemente no tuvo parangón en la historia anterior del mundo. Si expresan admiración y entusiasmo exclamando "¡uau!", el uso de ese ladrido ganará adeptos. Si dicen que el sospechoso quedó en libertad por falta de evidencias, pondrán otro clavo en el ataúd de la terminología jurídica.

No puede haber -no debería haber- poder sin responsabilidad. En el profesional que esgrime semejante arma no es tolerable que cause con ella un daño irresponsable. No solo cuando sus móviles son espurios, sino también cuando lo hace por ignorancia, por desidia o por bobera.

¿Importa todo esto? ¿Tiene sentido preocuparse? ¿No es absurdo detenerse en semejantes disquisiciones cuando hay problemas agudos "de carne y hueso"?

Lo que no tiene sentido es esta contraposición. No hay tal disyuntiva. La necesidad de mejorar la producción o de combatir el hambre o la criminalidad no impide que se cultive la crítica cinematográfica y se fomente la apreciación de la pintura.

Pero ¿hay valores en juego en todo esto? Sí: hay. Aquí es importante evitar equívocos. No se trata de la preservación maniática e irracional de formas de expresión consagradas. Ese criterio plagó durante muchos siglos la actitud "purista" sobre la defensa de la lengua. Pero el idioma que empleamos es uno de los más importantes del mundo por su difusión y su acervo. Ocupa un sitial y nos da ventajas que muchas veces no valoramos olvidando que son privilegios. El representante de Uruguay en cualquier organización internacional habla en su propio idioma gracias a que el español es oficial, como no puede hacerlo el representante de Brasil ni el de Suecia; y lo que otros digan en árabe o en ruso puede oírlo en español.[1] La preservación del español importa a todas las sociedades que comparten su uso. Esa preservación no significa "pureza" absurda e imposible, ni anquilosamiento, sino el desarrollo de su vitalidad propia en su normal evolución. Un idioma (todos los idiomas, cualquier idioma) es mucho más que un simple código convencional porque corresponde a determinadas estructuras del pensamiento. El español pensado en inglés introduce cuerpos extraños indigeribles dislocando la lógica que le es propia. Se corrompe el idioma, no en sentido moral ni estético, sino porque se desarticula su estructura y su funcionamiento al agredir la coherencia de su organización.

¿"Trece hectáreas de bosque fueron quemadas"? ¿"La joven mujer"? ¿"Soporte técnico"? ¿"Marca recomendada por odontólogos"? ¿"Químicos tóxicos"? No, por favor.[2]

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