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RÉQUIEM DESDE EL AIRE
Concomitancias políticas en América Latina
Por Jorge Meléndez Sánchez
Perón es el primer soldado que ha quemado su bandera y el primer católico que ha quemado sus iglesias.
Winston Churchill
En la historia política uno se encuentra con concomitancias ajenas a los que han tratado de construir historias nacionales que suponen precisar procesos muy propios y relevantes. El intento de precisar da, de pronto, un solaz de satisfacción porque la objetividad aísla y promueve la lógica y el análisis. Sin embargo, uno puede también pensar en la permeabilidad de los hechos por ecos invisibles, convertidos en referentes que alimentan particularidades, sin enterarse de los hechos ajenos que coadyuvan en entendimiento y comprensión.
Por eso hablo hoy del General Domingo Perón, por recordarlo tan desafiante, confiado en una nación con fuerzas concentradas de todas las migraciones de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Una nación que nos enseñó[1] de tango y de fútbol, que bautizó el occidente colombiano con las cenizas de Gardel y nos iluminó los estadios con las lumbreras de Pedernera y Di Stéfano, está cerca de nosotros resaltada y aceptando sus aprendizajes de la educación competitiva, que para muchos resulta excluyente, pero que trae su dosis de optimismo y gallardía. Como no estoy en plan de establecer continuidades históricas, sino de conjurar algunas cercanías del fenómeno dictatorial, sugiéreme la concreción de unos años que van de 1948 a 1955.
Esto porque el 9 de abril de 1948, un año luctuoso por las circunstancias políticas de la Conferencia Panamericana que decretó la Organización de los Estados Americanos, la muerte del caudillo popular Jorge Eliecer Gaitán facilitó el desorden de unos manifestantes que en medio de la frustración política siguieron, con ingenuidad, a quienes los llevaron al saqueo de almacenes y, en especial, a los importadores de licores, promoviendo una confusión que permitió incendiar el antiguo centro de la Bogotá -evento llamado el Bogotazo- y facilitar la represión instalada en las torres de algunas iglesias, con francotiradores disfrazados de sacerdotes, y con otros que hacían de noveles milicianos para enfrentar improvisados luchadores, cuyo entrenamiento consistía en la ingesta de alcohol; aunque algunos sugieren el papel activo de policías liberales a quienes la amenaza de relevo se les venía encima. Aquella alocada manifestación de fuerzas para nada politizadas fue carne de cañón para una mortandad que, careciendo de estadísticas oficiales confiables, muchos multiplican ante el espectáculo del arrume de cadáveres anónimos. El profesor Hebert Braun publicó una importante investigación al respecto del Bogotazo, con el título de Mataron a Gaitan. Vida pública y violencia urbana en Colombia (Universidad Nacional, Bogotá,1987).
¿Por qué hago mención al Bogotazo para hablar de Perón? La respuesta está en quienes con el calor de la ideología política destacan la presencia de Fidel Castro y Rómulo Betancur en esos eventos, pretendiendo darle a los hechos una supuesta autoría en los términos de la lucha internacional soviética. El asunto es de poca importancia, por darles responsabilidades a unos jóvenes que apenas se iniciaban en las luchas políticas, pero cuya presencia se destaca, de acuerdo al gobierno conservador de la época, por atribuir el crimen a los soviéticos y, en desaforada decisión, llevaron al rompimiento de relaciones diplomáticas. Lo que sí resultaba cierto, para muchos, era la citación a un congreso de estudiantes latinoamericanos, patrocinado por Perón y que, supuestamente, tendría carácter contestatario de la diplomacia norteamericana, y hasta ahí va un empalme.
Con el Bogotazo se incrementa el anticomunismo de la posguerra, bajo la égida del Macartismo, y se inicia una especie de autodefensa campesina, en áreas de colonización y en algunas azotadas por bandas y por la policía política de la época, concretando el periodo llamado de la violencia conservadora, lo cual remitía a los años 30 del siglo XX para hablar de una venganza, pero en la práctica fue la oportunidad para estrenar estrategias de control militar en las regiones más afectadas. Lo llamativo es que dicha etapa coincide con tendencias similares en Venezuela, que arrancan con fuerza en 1949, y en la Argentina con Perón, quien no ocultaba sus simpatías políticas con una línea poco afecta a Inglaterra y a Estados Unidos y, desde luego, “a las oligarquías”. La justificación ideológica de estas dictaduras, llevó a promover un nacionalismo que revindicara el origen nacional, mediante propuestas “filosóficas” inspiradas en el Arielismo y en las posibilidades de un pensamiento regional ajeno al pragmatismo anglosajón y a las tradiciones democráticas herederas del liberalismo europeo.
A decir verdad, lo más osado de la tendencia “nacionalista” estaba en el peronismo, por ser parte de una nación aventajada en el concierto mundial, precisamente hasta que llegó Perón, con la misión inicial de recomponer la Justicia Social, con la bonanza fiscal provocada en abonos de los abastecimientos agropecuarios a Inglaterra y a los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Un país que bien había iniciado la industrialización en los decenios anteriores, ingresa a una época de asistencialismo que le permite a Perón, y a su esposa Eva, transformarse en imagen redentora, por los abundantes presupuestos sociales permitidos por la transitoria bonanza de los pagos. De ahí los epítetos de “Salvador de la Republica” y de “Jefa Espiritual de la Nación”, formas expresivas de un culto a la personalidad y de consuelo ante la disminución de las arcas oficiales, promovidas por el peronismo.
Como todo gobierno, tiene sus adherentes y sus opositores. La diferencia está, en ese momento, en que quienes disienten pueden ser encarcelados y sometidos a tratamientos ilegales y fuertes, lo cual produjo las condiciones de oposición ante la censura de la radio y la prensa, junto con el control a la libre opinión ciudadana. En 1953, dos bombas provocaron una decena de muertos en la Plaza de Mayo y ello motivó a Perón a señalar a los partidos opositores y, con ello, promover un ataque violento a las sedes de los partidos opositores.
En 1954, la situación se agrava por la censura moral de la Iglesia al gobernante que escandaliza con conductas personales arbitrarias. Esta censura se asimila a una confabulación de fuerzas opositoras y origina la prohibición de un acto litúrgico como el Corpus Cristi, en mayo de 1955. Dicen los opositores que si no es Peronismo, lo destacado, no vale la celebración; esto colmó la copa.
Al mes siguiente, el 16 de junio, mientras Perón departía con el Embajador de Estados Unidos, el ruido de aviones bombardeando la Casa Rosada y disparando metralla a civiles en la Plaza de Mayo, obra de la Fuerza Aérea y la Marina, en acción disidente, trata de dar un golpe de Estado, pero fracasa. El saldo de 200 muertos, entre bombardeo y combate, logra partir el espíritu de los argentinos y tendrá, con ello, la cicatriz perpetua que busca con desasosiego soluciones, en momentos de crisis socioeconómicas y políticas del país, que algunos califican de izquierda, de centro, de derecha, de acuerdo a opiniones convencionales. Perón refugiado en la sede del mismo ejército que dice combatirlo, logrará un intermedio de tres meses, en asilo voluntario en Paraguay, para después renunciar, sin mayores expectativas; la historia posterior será con presagio permanente de su justicialismo en medio del militarismo y la democracia, pero no es del tema de hoy.
Volvamos al Bogotazo… Decía antes que la violencia, en Colombia, ya enmarcada en el desencuentro bipartidista, algo dudoso pero muy mencionado, se inaugura con una etapa de sustentación del hispanismo, en algo equivalente a la filosofía “nacionalista” del gran país del cono sur, pero conducente aquí a la validación plena del discurso teocrático católico, bajo la propuesta de un franquismo tropical de la mano del ideólogo mayor, Lucio Pabón Núñez, con el respaldo del Presidente designado Roberto Urdaneta Arbeláez y desde luego, en 1953, con la anuencia del General Gustavo Rojas Pinilla quien, afina las charreteras con semejante santidad. Eso sí, impuesto el franquismo, la violencia cede ante el decreto de amnistía y se relega a pequeños rincones en manos de jefes de origen popular y condicionados por los eventos violentos, anteriores.
La crisis de la dictadura, en Colombia y Venezuela, establecida en similares condiciones ideológicas, llega cuando la coyuntural bonanza del café cede y cuando los norteamericanos presentan la opción democrática en términos de dependencia. En 1957 cae Rojas y al año siguiente, cae Rafael Pérez Jiménez, acusado de excesos autoritarios y de corrupción. Lo destacable es que estas dos dictaduras avecinadas por razones de la naturaleza caribeña, aceptaron el relevo, sin gran derramamiento de sangre y porque el civilismo, sobre todo en Colombia, así lo exigía; se decía que Rojas comparado a otras dictaduras, había sido un hermano cristiano. La ideología hispanista, amparada en el culto a Bolívar y a la religión Católica, llegó a su estado crítico, y luego sería retomada, en términos conciliadores, por el Concilio Vaticano II, por el tratamiento científico a la lengua en manos del Instituto Caro y Cuervo, por la aparición, posterior, de la Nueva Historia, que empezó a estudiar el período colonial para extraer de él la adecuada explicación de muchos fenómenos socioeconómicos, políticos y culturales, todo dentro de la propuesta del modelo democrático norteamericano que servía al Frente Nacional, en Colombia, y a los gobiernos de Acción Democrática y del Copey, en Venezuela.
El movimiento opositor al Frente Nacional daría cause, por la extrema derecha, a la ANAPO, Alianza Nacional Popular, en 1961, y por la izquierda nerviosa de los jóvenes comprometidos en acciones armadas, para el resto del siglo. Venezuela pudo disfrutar de la gran bonanza petrolera con beneficio de subsidios de todo orden a los sectores sociales y resistió, con vaivenes, hasta 1998, dentro de las formalidades democráticas. Esto es asunto para otros ensayos.
Lo que unificó el criterio dictatorial fue la referencia a Perón, constituido en el hombre fuerte de Argentina y con un ejército moderno. La modernización del ejército venezolano también fue fuerte, tan fuerte que muchas veces hablaron, desalentadoramente, de las relaciones fronterizas con Colombia, en los decenios siguientes. Argentina siguió ese curso como gran exportador agropecuario, pero con signos de industrialización ya dentro de las condiciones de la posguerra.
En nuestros días el peronismo mantiene las líneas básicas del asistencialismo, pero en condiciones retadoras por la deuda externa, generada en urgencias de la inversión pública y en la asistencia a algunos sectores populares. En sí parece una terquedad populista ante la cual no han podido expresarse, con éxito, quienes disienten del modelo. Desde aquel réquiem desde el aire, Argentina se polarizó de tal manera que difícilmente podría verse una salida por fuera del peronismo.