Compartir
VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 71 (AGOSTO DE 2014). CON JUAN JOSÉ VIQUE
La violencia es aprendida; varón es sinónimo de dominante
Entrevista por Alicia Sadetzki
La violencia en la vida familiar es una realidad desde tiempos remotos; sin embargo, solo es visualizada como problema grave desde hace cincuenta años. En los años 60 se empezó a hablar del “síndrome del niño golpeado”. En los 70, los movimientos feministas comenzaron a plantear la violencia hacia la mujer. La violencia hacia los ancianos y la violencia sexual hacia los niños son temas aun más recientes.
—¿Cómo enmarcaría el tema de la violencia en la vida familiar y su experiencia profesional sobre él?
—Los hombres predominan en las conductas violentas a pesar de que el contexto es el mismo para hombres y mujeres. Tanto los hombres como las mujeres que son víctimas de homicidio mueren en general a manos de hombres. El 92% de los presos son hombres. El 78% de los suicidios también son de hombres. Respecto a los accidentes de tránsito, una causa muy importante de muerte, son causados en su mayoría por hombres jóvenes. El 95% de la violencia doméstica es ejercida por varones. Hacia los niños, la violencia sexual, física y psicológica es ejercida mayoritariamente por hombres.
—¿Qué factores culturales o educativos influyen en esta realidad?
—No hay duda de que la violencia es aprendida. Las estructuras más significantes en la vida de un individuo moldean su vida cotidiana, y en Uruguay ser varón es sinónimo de ser dominante. Esto lo trasmiten la familia, la escuela, la Iglesia, el Estado.
Se asocian las conductas de riesgo a una pretendida mayor masculinidad, sometida esta a presiones y a ritos masculinos. Antes eran, por ejemplo, los ritos iniciáticos a nivel sexual en los adolescentes. Ahora pueden ser, por ejemplo, los del tránsito y otros. También hay conductas inspiradas por el deseo de demostrar que no se es homosexual.
Los niños formados en la violencia doméstica no quedan al margen de ella. Los hombres violentos tienden a ser personas que fueron violentadas por sus padres y madres: cuando los padres son ausentes, muchas veces las madres son muy dominantes, insultan y golpean. Y en el ámbito doméstico, si bien las mujeres ejercen violencia sicológica y física hacia sus hijos, los niños que llegan al hospital con fracturas, quemaduras de cigarros y maltratos o abusos sexuales suelen ser víctimas de hombres.
—¿Quiénes llegan a su consultorio?
—Llegan varones por dos vías. Antes eran derivados por sicólogas, siquiatras, y siempre por mujeres profesionales; no por abogados ni por médicos. De alguna forma esto sucede porque los varones no ven la violencia. Pero desde hace más o menos cuatro años, tenemos varones que llegan a consulta remitidos por otros varones. El que egresó del tratamiento conversa con otro sobre el tema. Esto no es general: no sucede como con las mujeres, que socializan más las cosas. El hombre tiende a hablar del trabajo, de deportes, de economía, pero no de la esfera íntima.
—¿Cómo se puede combatir la violencia doméstica en la sociedad, o qué pistas importan en el tema?
—La intervención profesional con varones violentos busca quitar naturalidad al ejercicio de la violencia. Trata de proporcionar herramientas para la resolución de los conflictos de manera no violenta y respetuosa, deconstruir el modelo de masculinidad afianzado en estereotipos tradicionales. Se trabaja en la construcción de un programa que ayude al varón a reconocer sus limitaciones y sus potencialidades y le permita desarrollar otros intereses que trasciendan el campo familiar y laboral.
Es muy importante deconstruir el modelo de varón “duro”; lograr que se internalice la posibilidad de ser fuerte en algunas cosas y débil o sensible en otras. En realidad, los estereotipos niegan la pluralidad de sentimientos.
Los varones, a diferencia de las mujeres, deben transitar a lo largo de su vida por diferentes ritos de masculinidad, que en general provocan tensiones, sufrimientos, temor a la pérdida. Se ha sostenido que los varones se construyen por la oposición: no ser mujer, no ser homosexual. El enfoque fenomenológico o individual de la violencia familiar es una estrategia que utiliza a los varones que la ejercen como chivos expiatorios, descuidando analizar las responsabilidades del Estado y de otras instituciones por formar varones en otro paradigma que no sea la violencia familiar como forma de dominación.
—¿Se logran cambios con la terapia? ¿Cuánto tiempo lleva?
—Es posible lograr cambios, absolutamente, y puede llevar hasta treinta y seis meses. Es posible lograr cambios si hay un apoyo técnico. Debe naturalizarse el hecho de que existen formas de ser varón que no pasan por el dominio.
—Luego del tratamiento, ¿las mujeres permanecen con los hombres violentos?
—Se dan diferentes situaciones. Los varones que sostienen la intervención social hasta el final logran desaprender sus conductas violentas y comunicarse en un plano respetuoso de las diferencias. Lo que acontece con las parejas no depende solo de las modificaciones en las formas de ver y resolver problemas por parte del varón, sino de la historia de la relación, los niveles de afectación vincular de la familia donde la violencia se puso de manifiesto. Hay parejas que recontratan la relación e inician una nueva etapa. Otras, principalmente por iniciativa femenina, se separan. De cualquier forma, en estos casos los varones continúan con la atención, conscientes de que repetirán el modelo con otra pareja, ya que es su problema y no del vínculo.
Cuando el problema emerge, ya hay una larga trayectoria de conflicto de entidad muy variable. Se han dado situaciones de manipulación, control, aislamiento, celos. El violento, por su propia inseguridad, lo justifica todo; su celotipia parte de una gran inseguridad, de un miedo a quedarse solo, a no ser aceptado.
En el tratamiento se da al varón elementos para que construya otras fortalezas, que no pasen solamente por la pareja. Esos hombres, en muchos casos, son obsesivos y esta obsesión se dirige a la pareja; por ello aíslan y se aíslan ellos mismos. Todo queda reducido al ámbito doméstico, la vida es la pareja, es solo el hogar. Si se construyen otras fortalezas en el hombre, deja de estar tan inseguro y no piensa continuamente que otro puede quitarle su lugar.
Cabe destacar que en la etapa de seducción son hombres muy sobreprotectores, que pueden seducir desde su caballerosidad, parecen empáticos. A veces se sienten atraídas por ellos mujeres que vienen de otras historias de padres violentos o ausentes y que buscan la sobreprotección.
—¿Qué programas tiene el Estado, o qué políticas hay en un país donde cada pocos días muere una mujer por violencia doméstica?
—Desde el año 2000 la Intendencia de Montevideo tiene un programa para varones que ejercen violencia doméstica. Por otro lado, el Ministerio del Interior, junto al Ministerio de Desarrollo Social, tienen el programa que incluye las tobilleras, que además de controlar a estos hombres, les hace terapia. Pero la experiencia del programa se limita a Montevideo, y últimamente se extendió a Canelones.
—¿Por qué continúan existiendo carencias en la atención estatal a los problemas de violencia familiar, incluida la escasez de programas de atención a quienes la provocan?
—Posiblemente sea consecuencia de la cultura patriarcal de la cual somos parte: si los varones fueran las víctimas, seguramente ello no acontecería. Por otro lado, esta cultura machista, estereotipada, no incluye en los programas de salud la prevención en el hombre del cáncer de colon, como sí hay programas para las mujeres sobre prevención del cáncer de colon, de mama y de útero. Existen formas de invisibilidad que cronifican el problema. Respecto a la salud, la lectura sería que los hombres no se enferman, o los hombres son duros.
Los recursos económicos para el tema de la violencia de género son menos que para otros temas; solo existen políticas fragmentarias. Por otro lado, en la Universidad no existen programas de formación: existen seminarios y materias de género insertas en posgrados, pero no existe una formación específica en el tema, ni tampoco la hay en el sistema penitenciario.