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EMPRESAS Y GOBIERNO
Pandemia de desigualdades
Por Martín Buxedas
Los gobiernos salen de compras
Desatada la pandemia, los gobiernos y COVAX, un fondo gestionado por organismos de las Naciones Unidas, comenzaron negociaciones con las empresas que abordaron el desarrollo de vacunas.[1]
En los países de Occidente, el ámbito de este artículo, ha variado ampliamente la premura en cerrar dichas negociaciones, lo mismo que la cantidad de vacunas compradas en relación a la población. Estados Unidos y la Unión Europea (UE) adquirieron rápidamente grandes cantidades, asumiendo el riesgo de que no resultaran exitosas o autorizadas. Tenían a favor la magnitud de su poder de compra, los volúmenes adquiridos y la relación con las empresas. En el otro extremo diversos países, básicamente de bajo o mediano desarrollo, solo contrataron con el sistema COVAX la vacunación de una parte de su población.[2]
Así, a comienzos de 2021 Nueva Zelanda, uno de los pocos países sin transmisión comunitaria del virus, había contratado vacunas para una vez y media su población, Canadá para dos veces y media, en tanto que Uruguay se aseguraba una por cada cinco habitantes. El gobierno de este país anunció el 23 de enero compromisos de compra adicionales.
Fondos públicos, beneficios privados
El desarrollo de la vacuna se basa en conocimientos científicos llevados adelante principalmente por gobiernos y universidades. Los primeros también autorizan su uso y los procedimientos de producción. En el caso de la Covid-19, adicionalmente, algunos gobiernos y organizaciones filantrópicas han aportado el 76% de los fondos requeridos para el desarrollo y la producción de las vacunas.[3] Esto ha sido necesario para que las empresas asumieran los riesgos de la vacuna en poco tiempo, de modificarla sucesivamente para enfrentar sus mutaciones y de que fuera utilizada solo una vez (probablemente, al igual que la gripe, la Covid-19 podría requerir vacunación todos los años).
Rápida y exitosa reacción de la industria
Ante la urgencia de la demanda y el favorable acceso al financiamiento, algunas empresas farmacéuticas medianas y otras del núcleo fuerte se embarcaron en la aventura científica y tecnológica de producir la vacuna. El premio significaría enormes beneficios, bajo la condición de llegar en el pelotón cabecera.
A comienzos de 2021, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), existían 60 vacunas en análisis clínicos avanzados, y algunas de ellas ya se estaban utilizando. Sin duda, una extraordinaria demostración de habilidades, si se tiene en cuenta que los plazos para desarrollar y producir nuevas vacunas oscilan normalmente en alrededor del par de lustros.
Las empresas engordan sus cuentas
No obstante la dimensión social del problema y de que algunos gobiernos y filántropos han sido los principales financiadores, las empresas desarrolladoras adquieren el derecho exclusivo a producir las vacunas que patenten.
La magnitud y la velocidad de la producción pasa a ser así un tema fundamental: la duración de la penuria sanitaria depende de las estrategias que adopten las empresas que detentan el monopolio sobre las vacunas. De hecho, ni siquiera durante una pandemia tan grave como la actual se han encontrado alternativas para ampliar su producción más allá de esas empresas, particularmente en países de ingresos medios y bajos.
En lo que concierne a la demanda, las compras de algunos países, a menudo excesivas, aumentan los precios de las vacunas y dificultan su compra por el COVAX y los países con economías más débiles, según ha denunciado el Director General de la OMS.
En ese contexto, varias empresas están abocadas a engordar sus cuentas. Alguna, como AstraZeneca–Oxford, se ha comprometido a ofrecer su vacuna al precio de costo durante la pandemia. Aun en este caso no todo es paz y amor; como lo explica un economista en entrevista concedida a El País de Madrid “ninguna (firma) ha renunciado explícitamente a hacer dinero más adelante, cuando ya no estemos en esta fase de la pandemia y se sigan necesitando vacunas”.
Oportunos anuncios en los medios (deliberados o “filtrados”) han determinado la rápida valorización de algunas empresas en la bolsa de valores, incluso antes de la aprobación oficial de sus vacunas. Algunos titulares son expresivos: Farmacéuticas ganan 190,000 millones de dólares en valor de mercado (El Economista); Especulación millonaria con la vacuna. Las farmacéuticas disparan su valor con medicamentos aun sin eficacia demostrada (El País de Madrid); Designing vaccines for people, not profits (“Diseñar vacunas para las personas, no para las ganancias”, Social Europe).
Un bichito chico protagonista en un mercado grande y opaco
Si algo resulta transparente es la opacidad del mercado de vacunas contra la Covid-19. No es una opinión nuestra ni controvertible: los propios gobiernos y empresas han declarado públicamente que sus negociaciones y contratos están sujetos a acuerdos de confidencialidad.
Precios: cuando la información enfurece
Algo tan básico para cualquier teoría económica como los precios, son confidenciales en el caso de estas vacunas. El 5 de enero UNICEF informaba que sus precios oscilaban entre 2,15 y 40 dólares, un dato perfectamente inútil. En las compras de Estados Unidos y Naciones Unidas, los precios de cada dosis han variado ampliamente, incluso para la misma vacuna: Astra Zeneca-Oxford de 4 a 8,1 dólares, Moderna de 25 a 37 dólares, Pfizer de 18,34 a 19 dólares, SINOVAC 13,6 a 21,5 dólares. Además, incluso el rango más bajo de los precios mencionados resulta más alto que los pagados por la UE, según lo reveló por error una ministra belga a fines de 2020, para indignación de las empresas: AstraZeneca-Oxford, 1,99 dólares; Moderna, 18 dólares; y Pfizer, 13,4 dólares. Según imprecisas estimaciones, es muy amplio el rango de precios entre las diferentes vacunas y también el de cada una de ellas.
Confidencialidad sí, transparencia no
Además del precio, los contratos establecen fechas de entrega y otras condiciones, entre las cuales: compromisos de compras futuras y de asunción por parte de los gobiernos de los riesgos de reclamos por problemas derivados de la vacunación. Los acuerdos de confidencialidad impiden divulgar muchos detalles de las negociaciones y los contratos. Los ciudadanos e instituciones no tienen derecho a conocer los precios y las condiciones de compra de la vacuna.
Los gobiernos no han querido o no han podido exigir a las empresas que informen públicamente los precios y otras condiciones. La confidencialidad beneficia principalmente a las empresas y, en ciertos casos, a los países con mayor poder de mercado, que negocian simultáneamente con varias firmas.
“El mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral y el precio de este fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres del mundo”, son palabras del Director general de la OMS, Tedros Adhanon, para quien “el acaparamiento y un mercado caótico podrían retrasar las entregas de COVAX y la prolongación de disrupción social y económica”.[4]
El juicio del director general de la OMS sobre la distribución de vacunas ha sido terminante: “No es correcto que los adultos más jóvenes y sanos de los países ricos se vacunen antes que los trabajadores de la salud y las personas mayores en los países más pobres”. La OMS también ha expresado preocupación por la distribución desigual de las vacunas en Israel, donde los palestinos de los territorios ocupados y la franja de Gaza aún no han recibido ninguna vacuna, dijo un funcionario el lunes 25 de enero.
No todo es mercado, pero…
La conjunción de los esfuerzos de gobiernos, donantes y empresas ha tenido un éxito sorprendente en el rápido desarrollo de vacunas eficaces. Sin embargo, hay una distancia entre la realidad y el ideal de que las vacunas contra la Covid-19 alcancen a todas las poblaciones al mismo tiempo. La combinación de mercado y política, también en este caso, genera desigualdades.
Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, fue más allá que el director de la OMS al señalar que la pandemia “dejó en evidencia la enorme desigualdad y el mal funcionamiento del mercado”, aunque como tantas novelas, remató con un final feliz: la esperanza de que la crisis desate nuevas normas que apuntalen un desarrollo más igualitario.[5]
Mucho antes un filósofo había escrito que en el capitalismo todo es mercancía. Sin dudas exageró, pero no estaba tan alejado de la realidad, incluso en medio de una pandemia.