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DE VICIOS Y VIRTUDES
“Otra ronda”: bailar la vida con y sin alcohol
Por Andrés Vartabedian
Dinamarca es uno de los países con mayor índice de consumo de alcohol per cápita, entre su población, en general, y entre sus adolescentes, en particular. Tal vez podamos encontrar en ello uno de los disparadores de este filme, que aborda, en cierto modo, la problemática -sin loas y sin condenas-, pero que la trasciende con creces.
A partir de la hipótesis -que no teoría- del psicólogo y profesor universitario noruego Finn Skårderud, de que nacemos con cierto déficit de alcohol en sangre (un 0,05 %, aproximadamente) y que, por ello, beber cierta cantidad diaria lejos de dañarnos, nos beneficiaría, cuatro amigos y colegas deciden emprender un experimento intentando mejorar, optimizar, sus vínculos profesionales, familiares… sociales, pues.
Martin, Thommy, Nikolaj y Peter son docentes de bachillerato, de mediana edad, con vidas -rutinas- más o menos estables. Sin embargo, no aparecen del todo satisfechos; no asoman plenos en dicha estabilidad, que se asemeja bastante al aburrimiento existencial lindante con el tedio. Cierta angustia vital ronda sus “normales” vidas, cargadas de habitualidad. Una habitualidad que comienza a filtrar desapego y desidia por la mayoría de sus poros. Las consecuencias de todo ello golpean la puerta de manera cada vez más fuerte. Ya comienzan a oírse.
Durante una salida, uno de estos amigos refiere la hipótesis de Skårderud. Entonces, otro de ellos, Martin (una vez más, un fenomenal Mads Mikkelsen), quien ostenta el semblante más lánguido y atribulado, producto de un vivir especular, carente de motivación y energía, decide poner a prueba tal hipótesis, intentando que el alcohol le devuelva parte del espíritu y el desenvolvimiento perdidos. Así, comenzará a beber antes de ingresar a sus clases.
Enterados de esto, sus camaradas decidirán doblar la apuesta y acompañar al pionero en sus incursiones diarias en el alcohol, aprovechando la ocasión para iniciar un estudio psico-sociológico -podríamos decir- en el que someter a escrutinio la idea de Skårderud y, a su vez, beneficiarse en su cotidianidad de los posibles efectos positivos de su “ensayo clínico” (los diferentes momentos del estudio harán las veces de capítulos dentro del filme, el que también presentará prólogo y epílogo). Sostendrán su idea, también -cual bálsamo de autocomplacencia-, en los ejemplos diarios e históricos de figuras públicas de los más diversos ámbitos que han sobresalido en sus respectivas áreas y de las que se conoce fehacientemente su propensión al alcohol y el actuar bajo sus efectos. En su intento de encauzar el asunto de la mejor forma llegarán, incluso, a tomar algunas de sus “sugerencias”.
En determinado momento, Vinterberg realiza un compilado de imágenes de archivo, de políticos contemporáneos en estados asociables al etílico, que nos exime de mayores comentarios. Observarlas se transforma en uno de los momentos más frescos y graciosos del filme, y a su vez, la selección le permite a Vinterberg retratar el patetismo, y a nosotros, visualizarlo -en el sentido de dar imagen a cierta abstracta idea-.
Sin embargo, lo que comienza con apariencias de juego, se torna rápidamente experimento, y tal experimento, en apariencia “controlado”, resulta en exceso. Los desafíos deben crecer, entienden estos cuatro individuos. Cada uno de los estadios de la experiencia comportará sus respectivas consecuencias, claro está -ya sean más duras o más benévolas, ya sean gratas o su contrario-, como corresponde a cada acción emprendida por el hombre. Pensada desde este ejercicio intelectual que es la crítica, podríamos establecer la previsibilidad de este devenir como parte del debe de Otra ronda; sin embargo, durante el desarrollo del filme, el crescendo dramático se logra sin apariencia de forzamiento alguno, el desarrollo del relato fluye de tal forma que no reparamos en ello como síntoma de flaqueza. He allí parte de la maestría de Vinterberg (Copenhague, 1969; La celebración, Submarino, La cacería, La comuna). La cuota de humor que va sembrando aquí y allá, colabora enorme, satisfactoria y cálidamente para diluir lo presumible y permitir el engaño, la dulce y pactada manipulación del arte.
Y no podremos negar lo placentera que resultará dicha manipulación. Sin perder nunca cierta madurada calma, Vinterberg nos trasladará, cual estados en un proceso de alcoholización, a través de diversas emociones. Los climas se sucederán tanto producto del exquisito manejo de la luz, como del ritmo de la selección musical, ya sea que esta provenga desde el mundo ficticio del relato -como en el caso de las ejecuciones corales por parte de escolares y liceales-, cuanto si se trata de melodías extradiegéticas. Y si de tiempos marcados por la música se trata, el silencio también tendrá algo que decir.
¿Y sobre qué hablará ese silencio, esa música, esa luz, esos ojos constantemente retratados, escudriñados, esos hombres en un viaje de alcohol, esos adolescentes consumiendo más de la cuenta? Dirán sobre expectativas y sueños, de los realizados y de los rotos; dirán de la alegría de vivir, de las ganas y el desenfreno; hablarán de ocaso y juventud; de pausas necesarias y nuevas oportunidades; de exigencias a sobrellevar y de la carga de las frustraciones; dirán sobre proyectos sembrados, nunca cosechados; de logros concretados y de los que parecía, pero…; de la angustia que ocasiona ser en el mundo y de las fortalezas necesarias para existir; de lo falible que somos y de cuánto nos cuesta asumirlo; de ternura y compasión; de intentar juzgar con menos saña; de permitirnos el perdón.
Hablarán, en definitiva, de los sinsabores propios de la hermosa aventura de vivir. ...que vivir también es morir de a poco.