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LA VACUNA ANTICOVID, ¿VICTORIA DE LA COOPERACIÓN O MERCANCÍA DE ALTO PRECIO?

 Publicado: 03/03/2021

Las dos caras de la moneda


Por Luis C. Turiansky


Hace ya más de un año que la Covid-19, como han bautizado los científicos la enfermedad provocada por el novel coronavirus, recorre el mundo en busca de nuevas víctimas. La pandemia ha tenido la virtud de unir los intereses de toda la humanidad en la lucha contra el artero enemigo. 

Allí donde existen condiciones, es decir capacidad económica e infraestructura científica, aparecieron varios proyectos con el objetivo de obtener rápidamente un medicamento apropiado, una vacuna eficaz o, en el mejor de los casos, ambas cosas. Por iniciativa de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se lanzó un proyecto de cooperación científica, junto con la creación de un fondo destinado a ayudar a los países necesitados mediante el suministro de cantidades suficientes de vacunas certificadas. De modo que la salvación de la humanidad, en este siglo XXI de avances científicos y tecnológicos portentosos, podía basarse en la cooperación, por encima de las diferencias geográficas, nacionales, políticas o económicas. 

Pero la realidad del sistema capitalista impuso sus reglas. Los grandes consorcios farmacéuticos vieron en la situación creada nuevas posibilidades de ganancias fabulosas en el caso de tener éxito. Las condiciones estaban dadas para que la cooperación se transformara en competencia furiosa. En Europa, la lucha contra la pandemia coincidió con el retiro del Reino Unido de la Unión Europea (el famoso “Brexit”). Como veremos, esta circunstancia repercutió negativamente en las relaciones con los medios científicos británicos.

La mala hora

El germen llegó en mal momento. Hacía tiempo que se predecía el estallido de una nueva crisis sistémica, alimentada por el fenómeno más repudiable de hoy: la desigualdad creciente. Si no se consigue superarla para atender y salvar a la humanidad en su conjunto, esta pandemia no tendrá fin y puede llegar a ser la última. El Director General de la OMS, Dr. Tedros Ghebreyesus, se vio en la necesidad de calificar la situación patéticamente:

Para decirlo llanamente: el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral y el precio de este fracaso se pagará con muertos y el aumento de la miseria en los países pobres del mundo.[1]

El Dr. Ghebreyesus sabe lo que dice. Cuando se negó a aceptar las presiones políticas para bloquear la participación de China en la organización y propició en cambio un plan de colaboración para una distribución equitativa de vacunas a través de la creación del Fondo de Cooperación para la Vacuna Anti-Covid, conocido como “COVAX”, se vio atacado por el mismísimo presidente Donald Trump, quien acompañó sus críticas con la orden de que Estados Unidos se retirara de la organización. El nuevo presidente Joe Biden ya anunció que renovará la adhesión a la OMS, pero los desacuerdos con China, comerciales y políticos, siguen en pie. 

El proyecto de cooperación en la fabricación de la vacuna anti-Covid no era un “cuento chino”, si bien es cierto que China procuró aprovechar a su favor el momento con el fin de salvar su imagen como fuente de la pandemia. Lo que estaba en juego era la necesidad de combatir la enfermedad mediante una acción coordinada mundial, incluyendo también, lógicamente, el potencial científico chino. Uruguay participó en el proyecto COVAX y esto le permite acceder a mejor precio a las vacunas aprobadas regularmente por los órganos de control de medicamentos. 

En cambio, la Organización Mundial del Comercio (OMC) creyó conveniente aclarar que, si bien se postula por facilitar la distribución mundial de la vacuna en ciernes mediante el comercio libre, este debería ajustarse a los principios de la protección de la propiedad intelectual.[2] En consecuencia, es de prever que dicho comercio termine no siendo tan “libre” como se declara.

La abnegación de médicos y científicos no es suficiente

Casualmente, uno de los productos utilizados en las campañas de vacunación en el mundo es de origen británico: surgió en la Universidad de Oxford y lo realiza un consorcio sueco-británico, Astra Zeneca. Esta compañía tiene laboratorios trabajando para ello en varios países, entre ellos Bélgica. Tras hacerse efectivo el retiro de Gran Bretaña de la Unión Europea (UE), las modalidades de la exportación a Gran Bretaña de las vacunas producidas en territorio belga, incluido su traslado desde la República de Irlanda -miembro de la UE- a Irlanda del Norte -componente del Reino Unido-, podría ser objeto de aranceles con cargo a la categoría de “terceros países”, es decir, no miembros de la UE. En plena pandemia, fue necesario poner en marcha toda la maquinaria diplomática para aprobar una excepción.

Poco antes, la compañía retaceó sus entregas a la UE, lo mismo que Pfizer+BioNTech y Moderna, estas últimas con sede en EE.UU., como consecuencia de lo cual Europa sufre actualmente una seria escasez de vacunas. ¿Será la amenaza de gravar las exportaciones una venganza de su parte?

El motivo de la suspensión de envíos, sin embargo, no necesariamente estaba vinculado al litigio entre británicos y miembros de la UE, ya que los consorcios farmacéuticos suelen ser proclives a no cumplir sus compromisos cuando aparece un cliente que les paga más. Tal el caso de Israel, campeón mundial en vacunación de la población, que no solo adquirió más unidades que las necesarias para vacunar a todas las personas residentes en el país, sino que, además, se dio el lujo de pagarlas más caro y ofrecer gratuitamente al laboratorio del caso (Pfizer, EE.UU.) los datos estadísticos sobre los efectos de la vacuna en las personas, con tal de asegurarse el primer puesto en la carrera en pos del apreciado producto.[3]

¿Resultado? Fareed Zakaria, en The Washington Post, “The pandemic will not end unless every country gets the vaccine” , 29.1.2120, pone las cosas en claro ya en el mismo título: “La pandemia no cesará a menos que todos los países accedan a la vacuna”, condición que no parece evidente. Señala al respecto: 

El problema básico consiste en la forma de distribuir la vacuna por el mundo, no según donde es más necesaria, sino donde hay más dinero. Los países más ricos han sufragado los costos de cientos de millones de dosis, muchas veces superando en gran medida sus necesidades. Canadá, por ejemplo, ha contratado una cantidad suficiente para vacunar cinco veces a su población total de 38 millones de habitantes.

Es un oportuno llamamiento a la realidad: de nada sirve proteger a una minoría privilegiada abandonando a su suerte a la mayoría. En el seno de esta mayoría pobre, el virus encontrará condiciones ideales para mutar y evolucionar, y sus descendientes, más virulentos y letales que el virus originario, atacarán un día a las metrópolis con mayor furia, aún.

En su artículo de nuestra edición anterior, nuestro compañero Martín Buxedas procedió a un análisis pormenorizado del interés económico que mueve a las empresas a involucrarse en esta guerra sin cuartel por la neutralización del coronavirus y por los nuevos mercados que la pandemia crea. Detengámonos un momento en las cifras acerca de las ganancias obtenidas o previstas: 

Tan solo los datos publicados al cierre del ejercicio 2020, aun antes de comenzar a vacunar a escala mundial, impresionan por su magnitud. La compañía Pfizer consigna, para el último trimestre de 2020, un aumento de sus ganancias con respecto al mismo período de 2019 en un 76,2%, totalizando la cifra de 594 millones de dólares. En el año en curso espera conseguir ventas por unos 15.000 millones de dólares. Al terminar este año espera beneficios cifrados entre 59.400 y 61.200 millones de dólares.[4]

La desigualdad daña la salud

Según el informe de la organización Oxfam al Foro Económico de Davos (que este año se realiza en forma virtual), “en tan solo nueve meses, las mil mayores fortunas del mundo han recuperado su nivel de riqueza previo a la pandemia, mientras que para las personas en mayor situación de pobreza esta recuperación podría tardar más de una década en llegar”.[5]

Hoy las compras al por mayor no se hacen en dinero contante y sonante, sino mediante la reserva de cupos de la producción futura. Los países ricos, que representan el 16% de la población mundial, han reservado ya hasta el 60% de las existencias previstas. Según los datos estadísticos publicados, si bien Australia, Canadá y Japón, por ejemplo, registran globalmente menos del 1% de índice de contagio en el mundo, dispondrán de más dosis que el conjunto de América Latina y el Caribe, donde los casos de infección representan el 17% del total mundial.

Mientras miles de unidades terminaban en Israel en los dispositivos de eliminación de fármacos vencidos, en Europa faltan vacunas, porque los grandes productores no cumplen sus compromisos, debido, entre otras cosas, a que carecen de la estructura productiva que se necesita para responder a la tremenda demanda existente en los plazos perentorios que se exigen, y dan preferencia a quien les paga más. En la República Checa, donde este autor reside, las autoridades tuvieron que subir el límite de edad mínima para la primera fase de vacunación prioritaria, que pasó sin motivo plausible de 65 a 80 años, una categoría etaria obviamente menos abundante, a fin de poder abordar la tarea con menos dosis disponibles.

Existen también motivos políticos que descartan de entrada a algunas vacunas debido a su origen: la rusa Spútnik V (92% de eficacia) y la china Sinovac. Hungría, miembro de la Unión Europea, no tiene problema en comprarlas y aplicarlas, porque de todos modos su primer ministro, Viktor Orbán, ya hoy es un personaje mal visto en Bruselas y no va a mejorar su imagen haciendo caso a las recomendaciones de la Unión. Tampoco Serbia teme adquirir lo que encuentre en el mercado, en su caso porque no está todavía en la UE.

A mediados de febrero, la OMS informó que sus equipos asesores acababan de aprobar el uso en emergencia de la vacuna de Astra Zeneca, que algunas fuentes calificaban de tener bajo rendimiento (60% de éxito inmunizador) e inconveniente para personas de edad avanzada; posteriormente, la Agencia Europea de Medicamentos (EMA, por su sigla en inglés) la aprobó para su uso indiscriminado en Europa. A diferencia de las vacunas de producción norteamericana, las dosis antiCovid de Astra Zeneca pueden guardarse sin congelar en heladeras comunes y son más baratas. En una palabra, sería “la vacuna ideal para los pobres”. De esta manera, tal vez se convierta en un símbolo de la desigualdad que reina en el mundo. 

Pero no todo es ovación en la opinión pública mundial. Existe un importante sector que no cree en la amenaza viral y se inclina a pensar que es un invento destinado a descalabrar la sociedad humana. Entre los negacionistas gana de lejos (inclusive a nuestro vecino Bolsonaro) el presidente de Tanzania John Mugufuli, quien ha prohibido la importación de vacunas antiCovid y afirma que su país venció al virus mediante plegarias. En lugar de ellas, aconseja a la población más bien rezar, comer mucha verdura y hacer inhalaciones con el humo de maderas sagradas incineradas. Sépase que en Tanzania no predominan las creencias tradicionales y la mayoría de la población, y el propio presidente, son católicos. A lo mejor, al papa Francisco se le ocurre algo para salvar a ese pueblo.

Los ejemplos de acuerdos entre los consorcios farmacéuticos a los efectos de cooperar en la producción para satisfacer una demanda creciente, en lugar de enternecernos más bien nos ponen en guardia pensando en la posibilidad de que establezcan acuerdos menos meritorios y hasta ilícitos, como el establecimiento de precios de cártel y condiciones contractuales leoninas.

Igual que una guerra, la crisis sanitaria provocada por la pandemia repercute también en otras esferas de la actividad humana. Es en este contexto que, por ejemplo, Argentina tuvo el coraje de aprobar el Impuesto Extraordinario a la Riqueza, que puede convertirse en un precedente verdaderamente revolucionario. ¿No habrá llegado el momento de considerar el impuesto a la plusvalía

Mientras no se encuentren soluciones de fondo a estos desafíos, seguirá profundizándose la crisis moral que aqueja al mundo. Al decir de Jiří Svoboda, director de cine checo que fuera durante un corto período presidente del partido comunista renovado tras la “revolución de terciopelo” de 1989: “Salen a la superficie los instintos más bajos y la gente influyente se abre camino a codazos para alcanzar los botes de salvamento que representan las vacunas, mientras el Titanic se hunde”.[6]

En definitiva, el aspecto positivo de la lucha contra la pandemia es que pone de relieve que la solidaridad es algo natural en el ser humano, mientras que, por otro lado, el sistema económico dominante no tiene nada de natural, salvo el hecho de haber sido creado por el hombre. Pero precisamente por ello, el hombre puede hacerlo cambiar. ¿Seremos capaces?

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