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AL PIE DE LAS LETRAS

 Publicado: 03/03/2021

Poemas inéditos


Por Alicia Preza


ESCENA 23

Siento que anoche fui un pez de enormes aletas filosas, de colores rebosantes y con la posibilidad de poder camuflarse. Creo que anduve por piezas ajenas de la casa, me encontré con un hombre que dijo ser anoche un felino. Me llegan reminiscencias, sí, yo escuché los maullidos pero no pude salir de mi pecera. Me quedé inmóvil en la fascinación. ¿Cómo podría un hombre transformarse y cómo haría yo para narrar mi investidura animal? En la misma noche y en habitaciones diferentes. Desde pequeña me hacía preguntas que difícilmente tenían respuesta. Entonces, la mirada perdida, ni sueño ni vigilia sino un estremecimiento del mar cuando la noche entra furibunda a personificar la dicha. Siento que mis preguntas prosiguen, en la belleza del recuerdo estamos vivos, aquí en esta hora y en diversos habitáculos. A veces Dios se presenta en los ojos de mi gata y me encandila de repente la belleza. El interrogante abierto, insinuador. Esta noche precisamente tengo una sensación extraña y para colmo todos mis compañeros de radio llevan cara de pez.

Creo que ya sé por dónde pregona aquel felino.

 

ESCENA INÉDITA

Hoy desperté con muchos animales en la casa. Algunos acostados en el suelo, otros en rincones seleccionados especialmente para el regocijo. Me miran todos a la vez y la belleza irrumpe en la sala. Mi gata rasga la sombra con sus patas blancas y rosadas. Mi perra alumbra la tarde desde sus orejas. Después, habitan otros animales de diversas especies pero no me atrevo a nombrarlos. “Hay que cuidarse de los humanos, mija” –le dijo su abuela. Entonces la niña se pone ojos de gato para salir. Dicen que hace un siglo vive en un aljibe de este pueblo.

 

ESCENA 0

Esa tarde caminaba por el barrio, escuchando a los pájaros en un grito continuo y dorado.

No sé cómo ni en qué punto cardinal, pero de golpe estaba mirando la fachada de la casa de Aurelia. Otra vez observando detenidamente las ventanas cubiertas por cortinas marrones, idénticas. Y arriba la buhardilla, donde se iluminaba la ventana cóncava por las noches. Eran velas, presumo, por el movimiento velérico de la luz. Corría el año 2021 y en una tarde de febrero la vi salir. No era la mujer que describían los vecinos, con los ojos tapados por el cabello y encorvada. Mi sorpresa fue que vi salir a una mujer con un vestido de flores naturales que se abrían sobre la falda del cerro. Se cimentaba el paisaje en su peregrinación. Había nuevas cosechas y las ovejas estaban más contentas que nunca. Bastaba con observar la comisura saliente y ese gesto de satisfacción cuando la hierva es buena. Yo me quedé frente a la casa de Aurelia mirando las ventanas tapadas y observando desde lejos su vestido de nuevas razas florales. Yo no sabía cómo había llegado a ese pueblo. Me acerqué a mirar los cuadros del pintor de la esquina, y me impresionó ver mi rostro multiplicado en las calles. Nadie jamás me había hecho un retrato digno, y menos tan reiterado. Me alejé rápidamente en la inmensidad de los valles. “Ya vino la noche” –gritaban los vecinos. Arriba, otra vez, la luz velérica irradiando una danza de letras en el cristal empañado. El poema trepando por una larga escalera cubierta de helechos. Se acerca con mucha sed, y un hambre inasequible.

Lo no saciado regresa.

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