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LOS “TALIBANES” DE NUEVO AL PODER EN AFGANISTÁN
Veinte años no es nada
Por Luis C. Turiansky
El atentado aéreo contra las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de setiembre de 2001, fue sin duda el mayor acto terrorista perpetrado hasta ahora en el territorio de Estados Unidos. Oficialmente se acusó del mismo al movimiento islamista “Al Kaida”, dirigido desde Afganistán por un tal Osama Bin Laden, de origen saudí. Por entonces, gobernaba Afganistán un movimiento de jóvenes estudiosos del Corán, denominados por tal motivo “talibán”, que simplemente quiere decir “estudiantes”, en plural (Wikipedia). Su ideología es el islamismo radical, una dictadura feroz a cargo de “guardianes de la fe” y la marginación de la mujer. El presidente George W. Bush los acusó, además, de sostener al movimiento terrorista Al Kaida y, por tal motivo, organizó una campaña punitiva con la ayuda de varios países amigos suyos y con el sello de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Es como si, en realidad, el objetivo de la intervención no haya sido la derrota del islamismo radical, sino todo lo contrario, su afianzamiento en el poder. Los jóvenes de antes son hoy hombres maduros con barbas bien tupidas, pero su visión del mundo no ha cambiado. Esto tiene cierta coherencia si se tiene en cuenta que, en su origen, el movimiento Talibán surgió de las filas de los combatientes rebeldes Muyahidín, enfrentados a la intervención soviética (1978-1988) con el apoyo y el estímulo de Estados Unidos.
Afganistán iba ser, para los soviéticos, lo que fue el síndrome de Vietnam para los norteamericanos. En 1989, el primer y último presidente soviético Mijaíl Gorbachov ordenó la retirada de las tropas y, hasta hoy, la derrota pesa en los espíritus de los rusos. Por algo, cierto jerarca ruso, al responder a una pregunta de un periodista, comentó irónicamente la decisión de EE.UU. de abrir las hostilidades en Afganistán con estas palabras: “Puede ser que ellos también quieran ser derrotados en ese país”.
La verdad es que la tierra afgana, árida y montañosa, junto con su pueblo, orgulloso y combativo, fueron muchas veces en la historia el teatro de notorias palizas recibidas por los imperios, empezando por el británico.
Balance ingrato
Algunas imágenes del caos reinante en el aeropuerto internacional de Kabul han llegado a compararse con las de Saigón tras caer esta ciudad (hoy Ho Chi Minh) en manos de las fuerzas revolucionarias unidas del norte y el sur de Vietnam, en 1975. Pero es una ilusión óptica: una cosa es la victoria del pueblo vietnamita, la unificación del país y la huida caótica de las fuerzas norteamericanas, el personal civil y parte de la población vietnamita, y otra la huida, igual o más caótica, de gente anónima ante la perspectiva de caer en manos de los nuevos dueños de Afganistán. Sobre todo, conociendo cómo fue la vez anterior.
Aeropuerto de Kabul: Al asalto de cualquier nave que los lleve fuera del alcance de los “talibanes”. (Foto: Servicio Informativo Nacional, Rep. Dominicana).
Lo que sí puede compararse en uno y otro caso es la desesperación del bando vencido y quizás el efecto duradero que probablemente tenga para las generaciones futuras de norteamericanos. Algún día se preguntarán muchos a qué sirvieron veinte años de guerra, con su saldo de muertos y sus pérdidas millonarias.
En efecto, la guerra que sostuvo EE.UU. en Afganistán fue la de mayor duración en toda su historia. Ellen Knickmeyer, de la agencia Associated Press (AP), ha reunido, en The cost of the Afghanistan war, in lives and dollars, ABC News, 12.07.2021, datos del ambiente académico sobre los gastos bélicos del erario, rubros de la deuda pública y compromisos del Estado por créditos hasta al año 2050, que elevan la suma estimada total a 6,5 billones de dólares.
En cuanto a las pérdidas humanas, los datos oficiales señalan que, en el lado norteamericano, la guerra costó la vida de 2.448 soldados de servicio y 3.846 contratados externos, así como, en el lado afgano, 66.000 militares y policías, 47.245 civiles, además de 1.144 soldados de otros Estados adheridos a la OTAN o aliados circunstanciales, 51.191 combatientes del Talibán, 444 asistentes sanitarios y 72 periodistas.[1]
El sacrificio es enorme, para un resultado prácticamente nulo. El mismo día en que los talib entraron a Kabul, tuvieron la gentileza de dejar a las animadoras de la televisión en sus puestos, pero las obligaron a velarse el rostro. Pese a los éxitos alcanzados en los recientes Juegos Olímpicos, probablemente también el deporte femenino afgano tendrá que desaparecer de los estadios.
Tampoco parece haber tenido el efecto esperado la “guerra del opio”, es decir el bombardeo sistemático de los campos de adormidera, de la que se extrae el opio. Afganistán es el principal proveedor de opiáceos en el mundo y sus principales mercados son Estados Unidos y Rusia, sobre todo de heroína. Justin Rowlatt, en How the US’military opium war was lost, BBC News, 25.04.2019, expresa la sospecha de que, en realidad, el blanco de las bombas fueron chozas de barro. Expertos religiosos sostienen que la prohibición del cultivo de la droga es inconsistente con el islam, ya que se usa principalmente en medicina. No ha trascendido, sin embargo, que los talib fumen opio o consuman drogas ellos mismos, de modo que cabe suponer que utilizan el cultivo de adormidera únicamente como fuente de recursos. De todos modos, es de suponer que esta práctica registrará un nuevo auge con el regreso de estos “estudiantes” al poder.
El general (retirado) Petr Pelz, que fue, además, embajador checo en Afganistán, por lo cual conoce a fondo ese medio, afirma, en una entrevista publicada por Parlamentní Listy el 27.08.2021, refiriéndose a la rapidez con la que el Talibán derrocó al gobierno y ocupó militarmente casi todo el país: “Eso no fue una acción militar”. Según él, solo puede ser el producto de un acuerdo previo, de otro modo es “militarmente imposible”. Esto explicaría el exilio inmediato elegido por el presidente depuesto Ashraf Ghani, personaje odiado incluso entre sus propios correligionarios. “Hay que decir -acota el entrevistado- que los acuerdos entre los bandos enemigos forman parte de la cultura tradicional afgana; por otra parte, lo acordado suele cumplirse, por lo menos hasta el acuerdo siguiente”.
Perspectivas
Las fotos de Kabul nos hacen ver que el miedo cunde entre muchos afganos. Mientras sea posible en el marco de los acuerdos de evacuación, los intentos de salir del país se acrecentarán. Esta gente se sumará a la migración salvaje que espera ser aceptada en cualquier país desarrollado con libertades individuales, lanzándose, por ejemplo, a la peligrosa aventura del cruce clandestino del mar Mediterráneo en botes salvavidas. Ya hoy se movilizan los enemigos de la inmigración y abundan los comentarios negativos en la prensa.
En su evolución interior, sin duda Afganistán pasará por un período complejo. Todo da a entender que las nuevas autoridades proclamarán el emirato islámico y tal vez impongan el derecho islámico o “sharía”. Su influencia, sin embargo, no es tan evidente. En diversos sitios han tenido lugar acciones de protesta. La región de Pandjshir, al norte de la capital, se ha erigido en líder de esta resistencia, con el hijo del histórico jefe “León” Massud al frente. Está con ellos también el ministro de Defensa saliente. Los sublevados tienen armas e incluso cuentan con carros blindados. El estallido de una guerra civil no se excluye, lo que complicaría aún más la situación.
Por el momento no hay claridad acerca de la postura de las otras dos potencias, Rusia y China. La prensa rusa se ha limitado a destacar que “Occidente” también perdió su guerra en Afganistán. En todo caso, la embajada rusa en Kabul no ha cerrado, como sí lo han hecho las pertenecientes a los miembros de la OTAN. Tampoco China se niega a tratar con los nuevos gobernantes del país, su vecino. Siguiendo su tradicional pragmatismo, probablemente estaría dispuesta a incrementar el intercambio comercial, por ejemplo, a través de la modernización de la red vial afgana a cambio de sus ricos minerales.
En cuanto a Estados Unidos, sin duda el desenlace del plan de retiro y evacuación de las fuerzas de ocupación, sus colaboradores y otros civiles, repercutirá en la pérdida de prestigio del presidente Biden, pese a que él solo se limitó a cumplir una decisión de su predecesor. Hoy la oposición republicana y no pocos demócratas le piden la renuncia. Hasta qué punto esto afectará el papel dominante de EE.UU. en el mundo, aún no se sabe.