Compartir

LOS RANKINGS COMO PARADIGMA TANTO EN EL DEPORTE COMO EN LA EDUCACIÓN

 Publicado: 01/09/2021

Juegos Olímpicos, fútbol y educación: entre la digna participación y el fracaso


Por Julio C. Oddone


El deporte mundial tuvo su cita en el pasado mes de agosto con los postergados Juegos Olímpicos de Tokio. Poco antes, entre junio y julio, se disputó en Brasil la accidentada Copa América de fútbol, luego de la cancelación de las sedes de Argentina y Colombia.

Mientras tanto, el 5 de agosto, el Ministerio de Educación y Cultura, las autoridades de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), con sus Direcciones Generales representadas, presentaban el Plan de Desarrollo Educativo 2020-2024.

Aparentemente sin conexión, sin embargo, los tres acontecimientos tienen algo en común: todas y todos participamos como simples espectadores de algo sobre lo que, si bien nos toca muy de cerca, no tenemos ninguna incidencia.

Desde hace un montón de años, las competencias y el deporte de élite son inalcanzables para la mayoría de las competidoras y competidores uruguayos que llegan hasta la cita olímpica, en las pocas disciplinas en las que participamos.

En fútbol, los equipos uruguayos que han participado en las competencias continentales, salvo excepciones, lo han hecho de manera nominal y han sido rápidamente eliminados.

La selección uruguaya de fútbol parece apartarse de este panorama, logrando campeonatos de América (2011) y figuraciones en los tres últimos mundiales (2010, 2014 y 2018), llegando en uno de ellos a la cuarta posición, algo que no se lograba desde 1970.

Sin embargo, la sombra del fracaso surge como discurso desde varios medios de comunicación y periodistas que apuntan sus argumentos hacia el proceso del maestro Oscar Tabárez.

¿Es un proceso exitoso para nuestras posibilidades? Si pensamos que sí, ¿por qué desde hace varios meses el proceso de selecciones ha sido objeto de críticas reclamando el reemplazo del cuerpo técnico?[1]

¿Por qué la participación de las y los deportistas uruguayos fue “celebrada” como un lógico éxito teniendo en cuenta las abismales diferencias con otras y otros atletas internacionales? ¿Por qué al fútbol se le exigen éxitos y, en todo caso, los logrados –participar y figurar en mundiales– no son valorados como tales? ¿Qué éxitos son los reconocidos a las y los deportistas uruguayos que no se le reconocen a la selección de fútbol? Lo que es una digna participación en los Juegos Olímpicos, figurar en el puesto diez o el puesto quince, para el fútbol, aún con argumentos pocos convincentes, es un fracaso.

El deporte, cualquiera sea, o el fútbol, no son mi fuerte. Soy solo un aficionado, como muchas personas. Lo miro y me alegro si logramos alguna victoria. Si perdemos, perdemos. No entiendo la pasión que provoca emociones contradictorias según sean los resultados. Aun cuando pueda entender la expectativa por un partido de fútbol y que el éxito o el fracaso deportivo influyan en cierto ánimo social luego que juega la selección uruguaya, no comparto aquella pasión.

Por ello, no entiendo el concepto de fracaso solamente entendido como la ausencia del éxito. El “resultadismo” le hace mal a los procesos. Ellos no pueden estar solo condicionados por los resultados obtenidos.

Me voy a centrar en la educación pública que es el área en la que me desempeño y sobre la que todos los días trato de estudiar un poco más.

No es novedad que, desde hace varios años, la educación uruguaya pública está siendo sometida a un proceso creciente de privatización en el que los dominios y rigores del mercado dejan a los docentes, maestras, maestros y profesoras en la posición de aplicadores de políticas pensadas y diagramadas en otro lugar.

El resultadismo domina el debate educativo y las reformas que se vienen llevando a cabo, su razón de ser y fundamento. Estas se refieren al fracaso escolar entendido solamente como índices de repetición, deserción y malos resultados en matemáticas y lengua, que son, por otra parte, provistos por la aplicación de pruebas estandarizadas.

En esas pruebas, las y los estudiantes deben demostrar sus aprendizajes, y la calidad educativa es medida por la posición en un ranking entre los países que participan. El fracaso de las políticas educativas, más bien la calificación de “fracaso” de una gestión y el rol de quienes participan, es el reflejo de la posición en ese ranking.

El problema de base es que ese ranking y esas pruebas no toman en cuenta los contextos, las particularidades y las singularidades de cada sociedad y las complejidades de los sistemas educativos de los diversos países.

Por eso, ¿fracaso respecto a qué?, ¿a qué condiciones?, ¿a qué situaciones?, ¿en base a qué recursos, a qué equipamientos, a qué infraestructura?

No es posible hablar de fracaso educativo, al menos con cierta honestidad intelectual, si a la educación pública no se le garantizan los recursos y los insumos para un normal funcionamiento. No se debería hablar de fracaso si las y los estudiantes no cuentan con las condiciones socioeconómicas mínimas para poder estudiar.

El resultadismo educativo es una dinámica autodestructiva que tiene un doble efecto: por un lado, pone en cuestión las políticas anteriores, las desmerece o las desconoce y, por otro lado, es el telón de fondo para las nuevas reformas que se pretenden implementar. El resultadismo hace mal a cualquier proceso y condiciona su éxito a los resultados obtenidos.

Los rankings basados en resultados estandarizados son el nuevo paradigma de las reformas educativas en nuestro país y pretenden medir la calidad educativa de las instituciones. Surgen del ámbito deportivo en sus orígenes, de ahí que comenzara este trabajo con la comparación entre deportes olímpicos, fútbol y educación. Hoy en día, la calidad de las instituciones y, por lo tanto, la calidad de sus aprendizajes pretende verse reflejada en los rankings.

Ahora, esta cuestión requiere una mirada a mucho mayor largo plazo y por fuera de lo meramente coyuntural. Las reformas educativas basadas casi exclusivamente en la figuración en un ranking mundial requiere, como mínimo, una mirada cuidadosa.

Detrás de la búsqueda de la “calidad” en educación se esconden procesos de reformas que establecen dicotomías nocivas para los sistemas educativos y para los aprendizajes de las y los estudiantes: memoria y contenidos frente a competencias; motivación y esfuerzo de estudiantes y docentes frente a lo lúdico y las propuestas “amigables”; la modalidad del trabajo docente, las asignaturas versus el marco curricular.

Estos procesos de reformas educativas, se ha dicho en infinidad de oportunidades, son funcionales a una sociedad neoliberal basada en el mercado y mediada por los procesos de globalización. La educación, por tanto, es funcional a ese ideal de sociedad y de mercado.

Los rankings -tanto en los deportes, el medallero, la tabla FIFA de selecciones y las pruebas PISA en educación- son la cara visible de un proceso creciente de profesionalización, competitividad y búsqueda de triunfos. (Elías y Dunning, 2020)

El paralelismo que se suele realizar entre la figuración en un ranking y la calidad de los deportistas, las selecciones y la educación establece una correlación de ideas que se resumen en lo siguiente: tanto mejor según sea la figuración en el ranking.

El ranking se transforma en la tabla de salvación para los sistemas educativos, operando como un proceso ilusorio de falsa conciencia (Bueno, 2020), orientado a la inserción en el mercado de trabajo; transformándose este, en el objetivo primordial de la educación, en y para la sociedad y las condiciones actuales en que se desarrolla.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *