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UNA UTOPÍA SIEMPRE NECESARIA

 Publicado: 01/09/2021

Nuestra América


Por Fernando Rama


El sucesor de Evo Morales en la presidencia de Bolivia reactivó el llamado proyecto plurinacional para su país, dando continuidad al programa del Movimiento hacia el Socialismo (MAS). Los símbolos del trascendente cambio son dos edificios. Uno de ellos es la Casa Grande del Pueblo, nueva sede de la presidencia del país, que sustituye al Palacio Quemado. La construcción de este edificio fue culminada durante la presidencia de Evo Morales, en 2018. El segundo edificio es más reciente y oficiará como sede del Parlamento. Al inaugurar el nuevo complejo arquitectónico, el presidente de la Cámara de Diputados, Freddy Mamani, señaló que la vieja sede legislativa “fue construida por nuestros abuelos con azotes y castigos”. 

El trasfondo de estos cambios se relaciona con una revalorización de los pueblos originarios y, en el caso de Bolivia, representa la fundación de un Estado Plurinacional. El nuevo edificio donde funcionará el Poder Legislativo tiene símbolos que representan a los 36 pueblos originarios reconocidos por la Constitución de 2009. Están allí plasmadas las imágenes producidas por las culturas andinas. Estas culturas están simbolizadas en la wiphala, una bandera que figura en pie de igualdad con la bandera de Bolivia que todos conocemos. La wiphala fue quemada durante el golpe de Estado que derrocó a Evo Morales. En un elocuente discurso, el vicepresidente David Choquehuanca señaló el inicio de una nueva etapa de nuestro proceso de cambio, que pugna por un pensamiento descolonizado, que permita “gobernarnos a nosotros mismos con leyes hechas por nosotros”.

También del gobierno boliviano proviene la iniciativa denominada Runasur, un propuesta que se extiende más allá de su territorio y propone un ámbito de integración regional con el objetivo de reunir a los pueblos indígenas y a sus respectivas organizaciones sociales. Evo Morales presentó los principios y objetivos de esta organización, que supone la descolonización y la despatriarcalización.

Con matices, hechos y propuestas diversos, otros países latinoamericanos se encaminan en la misma dirección. El nuevo presidente peruano, Pedro Castillo, recibió los juramentos de sus respectivos ministros en la localidad de Ayacucho, donde se verificó la derrota final de la colonización española en el continente. Castillo también propone una nueva Constitución donde se reconozca la pluralidad de naciones. En la misma dirección, la Convención Constitucional de Chile, recientemente electa, incluyó en su integración a representantes de los pueblos originarios.

En esta perspectiva de antropología política e ideológica, podríamos recorrer país por país para valorar la marcha de un proceso de larga duración que tiene inmensos contrastes y variantes. En Brasil, sin ir más lejos, bajo el gobierno de Bolsonaro, asistimos a la destrucción de la Amazonía, con la consiguiente marginación o extinción de poblaciones indígenas asentadas en la zona desde siempre. En el caso de Argentina, también se ha revalorizado la identidad de los pueblos originarios que sobrevivieron a las matanzas de Mitre y Roca, al sur y al norte de la Patagonia. De mayor envergadura es la posición del heroico pueblo guaraní, en Paraguay, que a pesar de las vicisitudes ocurridas a lo largo de su historia continúan bregando por erradicar la supremacía de una agresiva minoría blanca y oligárquica.

Por ahora no aparece, al menos en los discursos oficiales, el rol que deben desempeñar en el proceso de integración latinoamericana los pueblos afrodescendientes, trasplantados a América mediante el infame tráfico esclavista, ya sea para las economías de plantación o para el servicio doméstico en todos los países, con su punto alto en Brasil.

Muchos de estos temas aparecen explicitados en el discurso del presidente de México, Manuel López Obrador, pronunciado semanas atrás. En dicho mensaje, se señala la necesidad de generar un sustituto de la Organización de Estados Americanos (OEA) por una organización que deje de ser la expresión de la famosa doctrina Monroe -América para los americanos- y que profundice la integración continental. Esta integración no puede ser una copia de la Unión Europea, pero sí debe tener en cuenta que los recursos naturales, económicos y sociales del continente latinoamericano permiten la autosuficiencia y asegurarían el bienestar de nuestros pueblos sin necesidad de estar negociando de forma interminable con Europa o Asia mediante procesos diplomáticos que no han conducido, ni conducirán, a parte alguna. 

En 1891, José Martí publicó por partida doble, en la Revista Ilustrada de Nueva York (10 de enero) y la revista El Partido Liberal, de México (30 de enero), el notable artículo titulado “Nuestra América”. Me resulta difícil no transcribir algunos pasajes de dicho discurso:

Trincheras de ideas valen más que trincheras de armas […] Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades: ¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento y de la ayuda mutua, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

Y más adelante:

¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios y va de más a menos! [...] y el buen gobernante de América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas.

Y a mayor abundamiento:

No hay batalla entre civilización y barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. [...] Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden […] entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. […] No hay odio de razas porque no hay razas.

En lo personal, aún guardo la esperanza de que algún gobernante electo de estos países adopte, en su discurso inaugural, alguno de estos conceptos martianos, en lugar de las intrascendentes promesas de ocasión que suelen regalarnos.

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