Pedro García

Compartir

FOTORREPORTAJE

 Publicado: 07/12/2022

Lecciones que imparte Colonia del Sacramento


Por Néstor Casanova Berna


El tiempo, ese arquitecto hosco

Hay una virtud en ese estado de necesidad que vuelve a todos los gestos del hombre reducidos a lo esencial. Cuando el ambiente y la vida son ásperos, las construcciones emergen depuradas de toda superfluidad. Y entonces los muros, las cubiertas, los umbrales y las sombras adquieren una contundencia que no transige sino con un afán tozudo por perdurar en el ser. Entonces es cuando el tiempo, como arquitecto hosco, se aplica de modo despiadado a probar cómo apenas se ha incurrido en lo imprescindible.

 

El hálito del lugar

Los lugares son atmósferas que anhelan los hálitos de la vida. Para registrar la peculiar contextura de sus cadencias, las ventanas suelen portar cortinas, como suertes de sutiles sismógrafos de la salud de las habitaciones. Velámenes de impasibilidad, los cortinajes deben constituir un derecho inalienable de toda ventana de registrar su comercio pertinaz con las brisas. Mientras que las telas susurran su tiempo quedo, la paz obtiene su textura doméstica y la casa se adormila.

 

Umbral

En todo umbral se vislumbra un signo de la condición humana. Es que es imposible apreciar una puerta en forma independiente del acto posible de abrirla, atravesar el umbral e irrumpir en el Otro Lado. Somos seres liminares, habitantes aplomados de las fronteras entre lo público y lo íntimo, entre lo social y lo reservado, entre la ética y la moral. Existimos, en nuestra peculiar situación, constituyendo conatos de lo que podrá ser. En toda puerta habita el fantasma de todos aquellos que pudieron, acaso, afincarse expectantes sobre la vida mundana, con toda la sombra del pasado atrás, hospitalaria.

 

Contrapunto

Existe una manera de concebir la construcción como una actividad depredadora: un furor tan constructivo a la vez que destructivo que se ensaña con toda preexistencia para erigir lo nuevo por encima del olvido de lo previo. Pero también hay otro modo de ejercer el noble arte de la arquitectura y es, en este caso, un cultivo moroso del lugar, un juego de contrapunto donde la novedad sirve para poner en valor el paisaje ya existente. Es difícil no encantarse con esta segunda opción y es aterrador resignarse frente a la prepotencia de la primera. ¿Cuándo el respeto al patrimonio cultural de nuestras ciudades dejará de constituir una preservación defensiva y residual para pasar a la vanguardia de la sensatez?

 

La entrevisión de ciertos patios, de ciertas regiones reservadas del mundo

El fisgoneo indiscreto a través de ciertas rejas nos revela metonímicamente que, tras los muros, un mundo otro se escabulle, reservándose sus mejores horas para quienes lo habitan de aquel lado. Es que hay vanos por los que fluye la intriga por lo que se distancian tan honda, sorda y largamente como en espesor de un contundente muro de piedra. Pero mientras las paredes resisten mudas e impasibles, ciertas ventanas chismorrean en voz muy baja. Y así, la arquitectura de todos los tiempos sigue jugando, invariablemente, su magnífico juego de llenos y vacíos, para solaz del espíritu.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *