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BUENAS INTENCIONES
“5 Sangres”: ...que continúa derramándose
Por Andrés Vartabedian
La historia de cuatro excombatientes de la Guerra de Vietnam -o Guerra de Resistencia contra América, como se la conoce en aquel país-, que vuelven al sudeste asiático casi 50 años después en busca de los restos del líder de su pelotón y de un tesoro millonario, ambos enterrados entre el bosque y la selva otrora bañados en sangre y napalm, podría dar lugar a pensar que se trata de una película de aventuras más. Tanto la región como el conflicto ya son parte de la iconografía cinematográfica estadounidense y, por ende, -producto de la diseminación cultural que han logrado a fuerza de imposición-, son parte de la iconografía cinematográfica universal -o casi-. “Todos” podríamos reconocer fácil y rápidamente la ubicación espacio-temporal del filme, lo que nos acercaría más y mejor a los vaivenes del relato, permitiéndonos concentrarnos en los personajes y la acción, sin distraernos en lecciones de Geografía e Historia.
Algo de todo ello, o todo ello en alguna medida, encontramos en esta 5 Sangres de Spike Lee (Atlanta, Georgia, 1957; Haz lo correcto, Malcolm X, La hora 25, Infiltrado del KKKlan). Hasta allí, nada especial. Las particularidades comienzan cuando conocemos que esos veteranos de guerra autoconvocados son únicamente afrodescendientes; que el líder de su unidad de infantería no era tan solo un jefe militar con el que podrían haber tenido un vínculo afectivo estrecho, sino que ejercía un liderazgo político -en el sentido que nos vincula a todo asunto público-, moral y hasta espiritual en ese pequeño cuerpo de combate, logrando, con sus palabras y acciones, hermanarlos para siempre en cierta conciencia en torno al grupo social al que pertenecían; y que ese tesoro que intentarán ubicar -millones de dólares en lingotes de oro- representa para ellos una especie de devolución del gobierno de los Estados Unidos de América a la comunidad negra por tantos siglos de opresión y tantos muertos entregados a la causa de la construcción del país norteamericano. Algo asimilable a una indemnización extraoficial que correrá por cuenta de estos exsoldados al distribuirla en causas abocadas a enfrentar las diversas situaciones de vulneración de derechos de los afrodescendientes, allí.
Para lograr su misión, deberán contar con contactos locales, guías, intermediarios, contrabandistas; deberán enfrentarse a una sociedad vietnamita completamente diferente a la que conocieron, al igual que a las secuelas del conflicto bélico; deberán lidiar con los fantasmas de la guerra y los de su propia historia en ella; deberán re-conocerse entre sí como “hermanos” (bloods), si es que tantos años no los han transformado; deberán afrontar los desafíos de la propia naturaleza... Habrá quien deba resistir los embates de su culpa, e intentar, por otra parte, que la paranoia que arrastra como efecto postraumático no lo domine; alguno hasta se encontrará con un pasado en el que además de muerte pudo sembrar vida… Todos, en definitiva, deberán asumir sus facetas virtuosas tanto como las mezquinas -la avaricia, por ejemplo-, e intentar convivir con ellas. Observarse y observar aquel tiempo pretérito a través de un velo romántico puede ser un gran error.
El diseño fílmico al que apela Spike Lee para hilar todos estos elementos anecdóticos y dar forma a su obra, incluye material de archivo de noticieros de distintos períodos históricos; imágenes de declaraciones de líderes afroamericanos, de varias épocas pero sobre todo de los años 60 -los que se alternan con los sucesos ficcionales durante todo el filme-; tres relaciones de aspecto de la imagen (relación entre su ancho y su altura) diferentes para sus encuadres, de acuerdo a las variaciones en los períodos de tiempo y las distintas ubicaciones espaciales abordadas por Lee -panorámica para las escenas de la ciudad; formato casi cuadrado, y en película 16 mm, para la recreación de sucesos del pasado, al estilo de las imágenes de aquellos años y de aquella guerra; y un formato envolvente 16:9 para la incursión del grupo en la selva-; alguna escena filmada con cámara Super 8 (mm), e incluso ilustraciones de sucesos del pasado a través del dibujo. A ello le suma varias “citas” cinéfilas, entre el homenaje y la referencia, ya sea desde lo visual, lo sonoro, como desde las propias líneas de diálogo: El tesoro de la Sierra Madre (1948) de John Huston -su película favorita-, El puente sobre el río Kwai, de David Lean (1957), Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola (1979), Los valientes, de Ted Kotcheff (1983), etcétera.
Todo lo mencionado denota las ambiciones de este proyecto (hasta la propia duración de la película habla de lo mismo, quizá). Sin embargo, lejos de concretarse en un trabajo mayor y recordable (más allá de premios obtenidos a lo largo y ancho de los Estados Unidos y de su casi segura candidatura a los Óscar), todos estos elementos parecen tornarse contraproducentes, de acuerdo al resultado final obtenido. En el intento de abarcar demasiado, Spike Lee se torna confuso, irregular, errático... no logra ser efectivo ni en la aventura, ni en el drama bélico, ni en la épica, ni en la locura. Solo cierto humor, cierto tono paródico, logra sacarnos de tanta acción infundada y giros argumentales poco verosímiles o certeros. Y si este último fuera el tono con el que debiéramos leer 5 Sangres, tenemos que decir que también queda a mitad de camino de su concreción. A Spike Lee no parece interesarle sostener una apuesta clara por ningún género, y eso puede ser un mérito, en ocasiones; pero aquí todo queda convertido en una gran mélange, entre la que es difícil reconocer qué es lo importante y lo propiamente buscado. Por lo tanto, los buenos momentos que sí presenta 5 Sangres se diluyen, pasan desapercibidos o se olvidan rápidamente.
Lo más acabado que presenta el filme, sin dudas, es su discurso político-ideológico antiimperialista y antirracista. Dejando de lado cierto didacticismo, en él sí la contundencia toma cuerpo. Discurso directo, claro, sin ambages, con una selección de fragmentos de archivo breves y precisos, ubicados con determinación y cuidado, le otorgan a la película hasta cierto sentido poético en esos momentos -únicos con tales características, por otra parte-, sobre todo al reproducir el decir de Martin Luther King. A este se sumarán, entre otros, Malcom X, Bobby Seale, y hasta el mismo Crispus Attucks, conocido como el primer mártir de la revolución estadounidense en lo que se suele denominar la Masacre de Boston. Por encima del oro robado a la CIA, a ser repartido entre causas nobles, ellos son los que sostienen sin ambigüedades la línea editorial antisistema de Lee, uno de sus sellos personales. He aquí parte de la actualidad e importancia de esta obra, en el acuerdo o el disenso.
Más allá de la justicia de sus reclamos, siempre necesarios, en este momento histórico pocos serán los que se atrevan a disentir públicamente con las posturas sostenidas por Spike Lee, y al Hollywood políticamente correcto, que de un tiempo a esta parte intenta enjugar sus culpas en cada ocasión que le es propicia, este discurso le calzará como anillo al dedo. Indudablemente, esto trasciende a Lee y a su planteo surgido desde la honestidad intelectual más verosímil. De todos modos, no es suficiente para que un filme se sostenga como pieza dramática solvente y memorable.