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PALABRAS MÁS PALABRAS: LA SUSTANCIA ILUSORIA DEL PASADO
Pertenecer a la historia: breves apuntes para una estética del decir
Por Santiago Cardozo
“[…] si hay historia es porque los seres humanos, antes de sembrar y cosechar, son seres que hablan, seres cuya vida individual y colectiva está tomada por palabras que flotan, palabras que no designan hechos, clases de propiedades o estados de cosas bien identificados”.
“Esto hace que nunca haya orden natural o relación natural entre las palabras y las cosas, y quizás por esto hay política y no simplemente gestión de las poblaciones, historia y no simplemente sociología”.
Jacques Rancière – Historia y relato
1.
Cuando se habla de “nuestra historia”, quedamos inhumados en la operación referencial del sintagma en cuestión. Así, olvidamos prontamente, como parte de una necesidad inherente al lenguaje, que las palabras no envían a las cosas del mundo de manera lineal, simple, no problemática, en suma, transparente, y que, incluso, envían a ellas como una ilusión. No nos despabilamos del hecho de que nombrar algo es definir un nudo en el que se articulan las palabras y las cosas, el lenguaje y la realidad, pero un nudo en el que esta no existe por fuera de aquel, de su nominación: para “llegar” a ella, es preciso nombrarla, de lo que se deduce que la realidad es ya de por sí una mediación (Hegel había sido especialmente elocuente al respecto[1]). Dicho de otra forma: toda realidad está siempre ya mediada, entre ella y el lenguaje se ubica el propio lenguaje como la condición de posibilidad y el “obstáculo” irreductible para la comprensión de la realidad, incluso desde el planteo mismo de la palabra “realidad”. Agamben habla de “mitologema originario”,[2] la aporía con la que choca permanentemente el lenguaje.
Jacques Lacan decía que no hay metalenguaje. Desde luego, esta formulación no tiene que ver con el hecho de que no exista la posibilidad de emplear la lengua para hablar de la lengua: “¿Qué quiere decir ‘paparruchas’?”, interroga el niño a su madre; “¿Cómo se escribe ‘haber’?”, pregunta el alumno a la maestra; “Hay que seguir en la lucha, como dijo Artigas”, profiere un vendedor ambulante en un ómnibus. Estos tres ejemplos ilustran diversas formas de la reflexividad de la lengua y del discurso, diferentes modos del metalenguaje. Está claro, entonces, que Lacan no se refería a esto. La formulación “no hay metalenguaje” alude al hecho de que no podemos salirnos del lenguaje para mirar, desde su exterior, su funcionamiento, la lógica que lo rige, la verdad que lo anima. La propia distinción interior/exterior del lenguaje es una necesidad de este para poder funcionar, para plantear la referencia en términos de objetos referidos, situados al “otro lado” del lenguaje. Así pues, si por algún pase mágico pudiéramos salirnos del lenguaje y ubicarnos en su exterior, la propia distinción interior/exterior se desvanecería con nosotros y, por tanto, no estaríamos ni en el lenguaje ni en la realidad. De ahí que se pueda sostener que la realidad es un efecto del lenguaje, de la mediación siempre ya instalada.
Por consiguiente, como sostiene Žižek,[3] decir que “no hay metalenguaje” significa también que no hay lenguaje sin objeto: este es estructuralmente necesario para la existencia del lenguaje.[4] Así, la operación referencial (el vínculo entre una palabra o expresión y el objeto al que envía) es constitutiva del funcionamiento del lenguaje, y su “magia”, el nudo de lo que articula, consiste en hacerse olvidar como nudo, como punto de anudamiento indispensable entre los dos órdenes heterogéneos vinculados: el de las palabras y el de las cosas.
2.
Considerada de esta manera, la referencia queda subsumida en el referente, de modo que los hablantes solemos ver un objeto donde hay, en rigor, un significante. En este sentido, el sintagma “nuestra historia”, lejos de designar una porción de pasado específica, caracterizada por tales y cuales aspectos, produce el pasado como un tejido hecho esencialmente de sentido, como una necesidad introducida en una serie de contingencias. Concomitantemente, “nuestra historia” provoca efectos de interpelación ideológica, por medio de los cuales se nos fuerza a adoptar una posición de sujeto específica, ya sea política, jurídica, histórica, identitaria en fin. En otras palabras: antes que referir a un “objeto” de la realidad (una porción del tiempo y del espacio del pasado oriental-uruguayo), el sintagma “nuestra historia” produce aquello a lo que refiere, construyendo una historia (un discurso) sobre el territorio virgen del pasado y una historia “propia”, “nuestra”. Así, ambos efectos trazan una unidad u homogeneidad a partir de un punto inicial, cuya existencia resulta necesaria y que nos permite entender las cosas como una historia y como algo a lo que pertenecemos o que poseemos. Habría, pues, una continuidad que siempre se sobrepone a las diversas escansiones que pudieran amenazarla, de forma tal que la propia continuidad asegura, como si se tratara de una sustancia esencial, la existencia de un pasado oriental-uruguayo del que pudiéramos hablar, en particular, elaborando un discurso histórico que nos explique cómo fue posible su constitución.
En suma, el sintagma “nuestra historia” propone una hipótesis de inteligibilidad del pasado como pasado nacional, cuyo devenir da como resultado, entre otras cosas, una identidad oriental-uruguaya, susceptible de ser descripta en términos de atributos o rasgos y cuya descripción vendría a funcionar como la garantía y la legitimación de que, en efecto, hay un pasado oriental-uruguayo.
Esta forma de funcionamiento de la referencia implica obturar la pregunta por la manera en que se constituye el referente de “nuestra historia”, no ya en el plano de una semántica de la denotación, sino en una retórica del sentido, y por el sujeto que habla, su deseo y su goce. Hipótesis de inteligibilidad, decía, que es siempre una hipótesis de sensibilidad: cosas que se ven (sensibles, perceptibles) y de las que se puede hablar y cosas que no se ven (no sensibles, imperceptibles) y de las que no se puede hablar; espacio de enunciación y de silencio que configura la forma misma de la realidad como tejido de significantes, producidos incansablemente por las prácticas discursivas y encarnados en el goce colectivo y/o individual. He aquí, si se quiere, una estética política: la enunciación de “nuestra historia” determina el contenido del enunciado que produce (“nuestra historia” en el nivel imaginario de su producción); sin embargo, la operación referencial oculta la manera como la enunciación afecta al enunciado, desbordándolo, mostrando que el pasado del que se habla es efecto del presente que lo dice, un presente siempre deseoso, que tuvo la necesidad histórica de definir un Año I de “nuestra historia” para poder narrar “lo que somos”, con todas las sumas de goce que esto implica.