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DE LA REICHSWEHR A LA WEHRMACHT Y A LA BUNDESWEHR
Generales mentirosos redomados
Por Fernando Britos V.
El Memorando Himmerod
En el otoño de 1950, un grupo de atildados caballeros, enfundados en discretos trajes de paño, ingresaron a la vieja abadía de Himmerod, en medio de los bosques del Eifel, cerca de la frontera con Luxemburgo. Un sitio tranquilo, todavía habitado por un puñado de monjes cistercienses. Eran quince señores de mediana edad (la mayoría de ellos nacidos en la última década del siglo XIX) cuyo porte aristocrático denotaba gente acostumbrada a mandar. Habían sido altos jefes militares del Tercer Reich. Se conocían y también estaban acostumbrados a obedecer, entre 1933 y 1945, al führer Adolf Hitler a quien habían prestado juramento.
Todos pertenecían a una casta de guerreros; todos habían hecho sus primeras armas en la Reichswehr de Guillermo II durante la Primera Guerra Mundial; todos habían formado parte de la Wehrmacht y habían planificado y ejecutado una guerra de agresión tras otra desde el 1º de setiembre de 1939. Todos –sin excepción– habían cometido crímenes de guerra, atrocidades contra la población civil, genocidio y pillaje. Todos habían quedado desocupados cuando la Wehrmacht fue disuelta, con su capitulación incondicional, el 8 de mayo de 1945. Todos habían sido prisioneros de guerra de los británicos o los estadounidenses y habían pasado algunos meses detenidos.
Sin embargo, no se habían reunido para hacer un retiro espiritual o para extasiarse tocando el famoso órgano de Johannes Klais. Habían sido invitados por Konrad Adenauer (1876–1967), el político católico conservador y anticomunista, un guerrero como ellos pero de la Guerra Fría, que poco más de un año antes había llegado a ser el primer Canciller de la República Federal de Alemania (RFA) a la cabeza del partido fundado por él, la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Adenauer los había convocado a una secreta reunión de trabajo, pretendía que estos militares formularan las bases técnicas de su proyecto político de rearme (Wiederbewaffnung) que habría de conducir a las nuevas fuerzas armadas de Alemania.
Con el estallido de la Guerra de Corea, el 25 de junio de 1950, los políticos estadounidenses y alemanes se plantearon decididamente el rearme resucitando a la Wehrmacht con algunos cambios cosméticos. Compraron el proyecto de Adenauer: el rearme alemán contra una posible invasión por parte de la Unión Soviética (URSS). Adenauer y Globke[1] (su jefe de gabinete con un oculto prontuario criminal) negociaron para apaciguar a los franceses que veían con preocupación un rearme alemán que, nadie ignoraba, sería una rehabilitación de la Wehrmacht nazi.
Los antecedentes de Adenauer, anticomunista acérrimo, hicieron que los jefes militares acudieran a su llamado sin vacilar. Adenauer se había opuesto a los Juicios de Nuremberg donde se condenó a los capitostes del nazismo. Incluso antes de ser Canciller de la RFA había reclamado la libertad de los criminales de guerra que permanecían presos en Spandau después de dichos juicios.
Estos gestos tenían un doble propósito, por un lado, buscaban convertirlo en gran promotor de la Guerra Fría, para que Estados Unidos de América (EUA) y Gran Bretaña, favorecieran la recuperación económica de Alemania, y por otro, eran un jugada electoral para hacer de su partido, la CDU, la principal fuerza política de la RFA y para granjearse la lealtad de los ex–nazis y criminales de guerra que le resultaban imprescindibles para estabilizar su régimen.[2]
Ese grupo de altos jefes militares desocupados se dedicó al trabajo con ardor. Entre el 5 y el 9 de octubre de 1950, nazis reciclados, conspiradores paramilitares y ex–altos jefes de la Wehrmacht, trabajaron en varias subcomisiones que abordaron los problemas políticos, éticos, logísticos y operativos de su futuro ejército. El resultado fue un documento que recogía las discusiones y se tituló “Memorando sobre la formación de un contingente alemán para la defensa de Europa Occidental en el marco de una fuerza de combate internacional”.
El Memorando Himmerod (Himmeroder Denkschrift) alcanzó las 40 páginas y además de proponer la creación de un nuevo ejército (púdicamente designado como “contingente”) se brindaba como una base para negociar con los EUA y sus aliados la transformación de dicho contingente en la punta de lanza de alta tecnología apuntada contra la URSS.
La mayoría de los participantes eran del ejército. Dos de ellos eran más jóvenes y Adenauer los veía como una promesa de futuro. Eran el aristócrata (conde) y ex–coronel Johann Adolf von Kielmansegg (1906–2006) y el ex–mayor y futuro general Wolf Graf von Baudissin (1907–1993). Entre los que más se destacaron mencionaremos al ex–general Adolf Heusinger (1897–1982) que había sido Jefe del estado Mayor del Alto Mando del Ejército (OKH) entre 1937 y 1944 y que llegó a ser el Inspector General de la Bundeswehr y Secretario del Comité Militar de la OTAN hasta su retiro. Ex–vicealmirante Friedrich Ruge (1894–1982) que llegó a ser Inspector General de la Bundesmarine de la RFA. Ex–general Hans Speidel (1897–1984) que llegó a ser el principal jefe militar de la RFA y fue Comandante Supremo de las Fuerzas Terrestres de la OTAN. Ex–general Heinrich von Vietinghoff (1887–1952) que pese a su deceso temprano fue redactor de importantes documentos y uno de los principales autores del Memorando Himmerod. Participaron también dos ex–generales de la Luftwaffe Robert Knauss (1892–1955) y Rudolf Meister (1897–1958).
Konrad Adenauer[3] no se andaba con vueltas y tenía un estilo autoritario. Mantenía una especie de Ministerio de Defensa fantasma, la Abt Blank , regenteada por un civil que era uno de sus colaboradores más cercanos. Había seleccionado cuidadosamente a esos quince hombres, todos los cuales habían escrito artículos y libros apologéticos acerca de su experiencia militar durante el Tercer Reich. La Abadía de Himmerod[4] fue el lugar escogido por Adenauer para que todo se desarrollara con la máxima discreción.
El Canciller contaba con que la responsabilidad de los participantes en crímenes de guerra le aseguraría su lealtad. Por otra parte ellos conocían los propósitos políticos de su patrocinador. De este modo, las condiciones que pusieron para incorporarse al rearme eran parte de un acuerdo de mutuo beneficio entre el Canciller y los ex–jefes. Ellos le suministrarían argumentos técnicos para ganarse el apoyo de los EUA y Gran Bretaña y él les rehabilitaría plenamente, los reincorporaría al trabajo y les reintegraría sus emolumentos y privilegios. Desde el punto de vista político el memorando fue una de las piedras fundamentales del mito de la Wehrmacht pura y honorable.
Entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945, las potencias aliadas que venían de derrotar al Tercer Reich se habían reunido en la Conferencia de Postdam, cerca de Berlín. Soviéticos, británicos y estadounidenses, encabezados respectivamente por Stalin, Churchill y Truman, abordaron las políticas de ocupación de Alemania que incluían la desmilitarización, la desnazificación, la democratización y la descentralización. Todo esto era lo que se proponía liquidar Adenauer aunque eso le llevara a sostener la partición de Alemania y la rehabilitación del nazismo (borrar lo imborrable, tolerar lo intolerable).
Para los habitantes de la futura RFA –donde la democracia cristiana, encabezada por Adenauer, se había hecho del poder– la cruzada de Hitler contra el bolchevismo parecía razón suficiente para terminar rápidamente con la desnazificación y la desmilitarización que se les aparecía como una mezcla de moralina y justicia de los vencedores. Hitler volvía a ser un visionario pragmático y sus crímenes fueron púdicamente ignorados sin perjuicio de que su desaparición favorecía que toda la culpa se concentrase en él.
Aparte de los aspectos técnicos, que veremos enseguida, el memorando planteaba en forma frontal tres reivindicaciones:
1) todos los militares alemanes convictos por crímenes de guerra debían ser liberados y rehabilitados.
2) la difamación de los soldados alemanes, incluidas las Waffen SS, debía cesar inmediatamente.
3) era imprescindible adoptar medidas para transformar la opinión pública, tanto nacional como internacional, en favor de los militares alemanes.
El secretario del encuentro resumió los cambios requeridos en el ámbito de la política internacional de la siguiente forma: las naciones occidentales deben tomar medidas públicamente contra la caracterización prejuiciosa de los soldados alemanes y para alejar a las fuerzas armadas regulares del tema de los crímenes de guerra.
Los participantes del cónclave plantearon la creación de doce divisiones acorazadas y motorizadas, equipadas con el mejor armamento disponible. Para la marina planteaban una fuerza pequeña para la defensa costera en el Mar del Norte y en el Báltico (patrulleras, barreminas y nada mayor que un par de destructores). Para la fuerza aérea se proponía equiparla con aparatos estadounidenses y la adopción de la estructura y organización de la Fuerza Aérea de EUA–USAF (esto descartaba la organización de la Luftwaffe con alas y escuadrones). Para eso se proponía una dotación de 831 aparatos (180 de reconocimiento, 279 caza bombarderos, 372 cazas interceptores).
El memorando estaba muy sesgado hacia la concepción del ejército y esto era especialmente notorio en la organización que se proponía para la nueva fuerza aérea. Los generales del ejército de tierra pretendían una aviación subordinada a las unidades terrestres, al servicio del ejército y bajo su mando. Cuando los ingleses y los estadounidenses vieron la propuesta la rechazaron de plano, para ellos las fuerzas aéreas debían de gozar de autonomía estratégica y capacidad táctica bajo un mando propio.
Una vez que Adenauer tuvo el memorando en su poder pasaron dos cosas. Por un lado empezaron los contactos más orgánicos entre los expertos militares de la RFA y los estadounidenses que prepararon el camino para la instalación de la Bundeswehr, que se produciría en 1955. Por otro lado el Canciller se dedicó con alma y vida a paralizar los juicios a criminales de guerra, a conseguir su liberación y a promover la rehabilitación de los antiguos nazis y colaboradores del Tercer Reich.
El 2 de enero de 1951, se entrevistó con el Alto Comisionado estadounidense para conseguir que se conmutaran las penas de los presos en Landsberg. En esa prisión panóptica –donde Hitler había estado recluido en 1924 a raíz del putsch fallido y donde dictó Mein Kampf– había 102 presos, los más sangrientos criminales nazis que habían sido juzgados y condenados a muerte. Ante la gestión de Adenauer, el Alto Comisionado conmutó 95 condenas a muerte y dispuso que solamente siete serían ejecutados.
Los nazis habían utilizado esa cárcel para presos políticos deportados a Alemania. Desde principios de 1944 hasta el fin de la guerra, por lo menos 210 presos murieron allí por torturas o ejecutados por los SS. Entre 1945 y 1950 la prisión de Landsberg fue el sitio donde fueron ejecutados casi 300 criminales de guerra condenados a muerte. 259 fueron ahorcados y 29 fusilados. Las ejecuciones se desarrollaban expeditivamente. En mayo de 1946, 28 guardias SS del campo de Dachau fueron ahorcados en un lapso de 4 días. Los cuerpos no reclamados fueron enterrados en tumbas sin identificación.
Al crearse la RFA, en mayo de 1949, fue abolida la pena de muerte. Entonces se multiplicaron las presiones por parte de políticos, iglesias, industriales, artistas para que la Prisión Militar fuese cerrada y los presos liberados. Entre el segundo semestre de 1950 y 1951 se produjeron numerosas concentraciones delante de la cárcel de Landsberg reclamando el perdón para todos los criminales de guerra.
Los medios de comunicación de la RFA presentaban a los presos como víctimas inocentes de un linchamiento. Aunque los manifestantes y los organizadores aseguraban que su propósito era terminar con la pena de muerte y que no eran partidarios del nazismo, los hechos los desmintieron. El 7 de enero de 1951 un grupo de manifestantes judíos llegaron a Landsberg para reclamar que los 102 criminales fueran ejecutados. Entonces quienes reclamaban una amnistía los atacaron y golpearon al grito de ¡Juden raus!
El historiador alemán Norbert Frei ha señalado que la mayoría de los políticos que reclamaban la libertad de los condenados en muchas concentraciones frente a la cárcel, como el derechista Richard Jaeger, después resultaron ser promotores de la restauración de la pena de muerte por lo que queda claro que la mayoría de los manifestantes no se oponían a la pena de muerte sino a la aplicación de la pena de muerte a los criminales y verdugos nazis. Otro dirigente que hablaba en las protestas era Gebhard Seelos del Partido Bávaro que sostenía que los presos de Landsberg eran faros del Volk alemán en su lucha por la justicia, la paz y la reconciliación entre las naciones y comparaba el sufrimiento de los nazis condenados con los asesinatos en el Holocausto "igualmente inhumanos".
A mediados de la década de 1950 los criminales presos empezaron a ser calificados como presos políticos o prisioneros de guerra. Además el gobierno de Bonn estableció que los condenados por tribunales militares debían ser considerados como condenas en el extranjero y por lo tanto no obrarían en sus antecedentes. En mayo de 1958 los estadounidenses liberaron a los últimos cuatro detenidos, altos oficiales de las SS que habían sido condenados en los Juicios a los Escuadrones de la Muerte (Einsatzgruppen), y entregaron la prisión a las autoridades alemanas.
Adenauer se había puesto en campaña para que estadounidenses, británicos y franceses pusieran en práctica las exigencias del memorando en cuanto a la rehabilitación de los nazis. El resultado inmediato fue la conmutación de la pena de un gran número de condenados en los Juicios de Nuremberg y la suspensión de las investigaciones.
En enero de 1951, el general Dwight Eisenhower, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas, hizo una declaración pública elogiando la honorabilidad de la Wehrmacht. Para preparar esa voltereta, Eisenhower, que pocos años antes había calificado a la Wehrmacht como organización criminal, mantuvo una entrevista con los generales Adolf Heusinger y Hans Speidel., al cabo de la cual dijo que estaba muy impresionado por su profesionalismo y seriedad y que creía que había que distinguir a los honorables generales alemanes de Hitler y sus criminales.
Poco después, en el mismo año, los oficiales de carrera de la Wehrmacht fueron generosamente pensionados al amparo del artículo 131 de la Constitución provisional de la RFA. La declaración de Eisenhower había servido para sacar el asunto del ámbito estrecho de los oficiales de inteligencia y los promotores de la Guerra Fría y le dio un espaldarazo a los estudios revisionistas que ya habían hecho los alemanes para la División Histórica del Ejército de los EUA. Por su parte, Adenauer hizo unas declaraciones similares en el Bundestag (el Parlamento de la RFA). El objetivo era rehabilitar a la Wehrmacht y reafirmar el mito de los nobles guerreros.
Escritores mentirosos
La autobiografía del general Heinz Guderian, titulada Panzer Leader (Guderian general panzer), fue un éxito editorial en 1950. En ella se presentaba como un innovador y como el padre de las fuerzas blindadas alemanas, tanto antes de la guerra como durante la Blitzkrieg. El texto incluía exageraciones y ocultamientos pero fue uno de los primeros testimonios acerca de las fuerzas blindadas alemanas y cuando se tradujo al inglés en 1952, sus mentiras fueron adoptadas sin más por periodistas y teóricos como el tendencioso y superficial Basil H. Liddell Hart. Este autor británico cuyas incontables simpatías por la Wehrmacht eran conocidas, se entrevistó con un grupo de generales alemanes prisioneros, en su carácter de conferencista del Departamento de Inteligencia Política del ejército británico que participaba en un programa de reeducación de los presos.
En un esfuerzo para restablecer su prestigio como teórico y comentarista le preguntó a Guderian quien le dijo que se había basado en sus escritos para desarrollar sus teorías militares. Liddell Hart, encantado, se transformó en gran abogado del rearme alemán. Unos años después, los historiadores empezaron a cuestionar el mito que habían creado. Battistelli, por ejemplo, estableció que Guderian no era el padre de las fuerzas blindadas sino que apenas fue uno más de un grupo de innovadores. Se destacó de Lutz, uno de sus colegas más dotados, por dos razones, primero porque buscó exhibirse y segundo por su estrecha relación con Hitler. Adulando a los estadounidenses evitó ser entregado a los soviéticos que querían juzgarle por los crímenes de guerra que cometió.
Guderian fue un táctico y técnico capaz durante la invasión de Polonia, la batalla de Francia y durante las primeras etapas de la invasión a la URSS, especialmente en el avance sobre Smolensk y la batalla de Kiev. Sin embargo, al analizar su desempeño, los historiadores han demostrado que sus éxitos se basaron en posiciones donde disfrutaba de fueras netamente superiores a las de sus enemigos (situaciones en las que no se podía perder). Los problemas se plantearon cuando demostró que no era capaz de superar dificultades. Además, sus deficiencias superaban a sus virtudes. Deficiencias tales como crear animosidades entre sus fuerzas blindadas y el resto de las unidades, lo que aparejó desastrosas consecuencias.
Los textos de Guderian, que como la de la totalidad de los generales alemanes se dedicó frenéticamente a escribir sus memorias de guerra, ocultan sus fracasos y pasan rápido por situaciones que merecerían una explicación más detenida. Ni que hablar que su estrecha relación con Hitler jamás es mencionada.
Lo más objetable, en todos los memorialistas de la Wehrmacht, es el ocultamiento sistemático de los crímenes de guerra que cometieron en todos los frentes y en todas las situaciones. Además fueron partícipes plenos de todos los crímenes de lesa humanidad como el genocidio llevado a cabo contra la población de los países sometidos. Estos nobles guerreros fueron criminales que actuaron y animaron a actuar a sus subordinados con total desprecio por las leyes y convenciones de la guerra.
No fue Hitler sino el Alto Mando (el OKW) el que promulgó la llamada Orden del Comisario, que veremos más adelante. Aplicaron disposiciones que eximían de responsabilidad a cualquier soldado que matase civiles desarmados por la razón que fuese. Cumplieron sin escrúpulos las órdenes de Hitler respecto a las represalias contra la población civil. Miles de pueblos fueron arrasados y sus habitantes asesinados sin que mediara otro propósito que el terror o el genocidio.
Además, los nobles guerreros de la Wehrmacht fueron vulgares ladrones y mercachifles, incluyendo a los altos jefes. Virtualmente todos participaron del saqueo de las naciones sojuzgadas. Guderian y sus colegas nunca reconocieron los hechos comprobados de que su adhesión incondicional a Hitler, el juramento de lealtad al Führer, se cimentaba en las coimas y sobornos que aceptaban.
Esta faceta criminal a veces aparece en las memorias de Guderian. Por ejemplo reconoce que había recibido una finca como regalo cuyo valor se estimaba en 1.240.000 RM. Eran más de 800 hectáreas en Deipenhof, en el Warthegau, un área de la Polonia ocupada. Guderian que ya era latifundista encontró oposición del Gauleiter local, apoyado por Himmler, que consideraba excesivo que semejante regalo se le hiciera a un simple Coronel–General.
En 1950, Guderian publicó un folleto titulado “¿Puede Europa ser defendida?” En el que se lamentaba que las potencias occidentales hubieran elegido aliarse contra Alemania que solamente luchaba por su supervivencia y que era la defensora de Europa contra la amenaza bolchevique. Uno puede juzgar a Hitler como quiera –sostenía– pero en retrospectiva resulta que su lucha era por Europa aunque hubiese cometido grandes faltas y errores.
Sacando la pata del lazo, el general señalaba que solamente los administradores civiles nazis habían sido los culpables de las atrocidades contra la población que se cometieron en la Unión Soviética. En tanto, culpaba a Hitler y al invierno del fracaso de la Wehrmacht. Sostuvo que seis millones de alemanes habían muerto durante su expulsión de los territorios del Este por los soviéticos y sus aliados, y completaba sus tesis diciendo que los acusados en los Juicios de Nuremberg, por crímenes como el Holocausto, eran "defensores de Europa".
Ronald Smelser y Edward J. Davies, en su libro El mito del Frente Oriental concluyen que las memorias de Guderian están llenas de enormes mentiras, medias verdades y omisiones así como también de disparates. Esas mentiras incluían la afirmación de que la Orden del Comisario o el Decreto Barbarroja no fueron cumplidos por sus tropas porque "nunca le habían llegado" y se presentó como un solícito comandante, preocupado por la población civil y cuidadoso de sus bienes culturales, en suma un "libertador" de los pueblos soviéticos.
Algunos periodistas tomaron por buenas las mentiras de los generales alemanes que invariablemente se presentaban como personas honorables que habían ejecutado las órdenes recibidas como dedicados servidores del Estado. La verdad es que habían planificado y desarrollado una guerra de agresión tras otra y cuando comenzó la Operación Barbarroja participaron plenamente en el genocidio llevado a cabo. Esas mentiras tuvieron activos promotores en los medios de comunicación, como por ejemplo el ya citado Liddell Hart[5] que incluyó a Guderian en una serie hagiográfica de "grandes estrategas" junto a Escipión el Africano, Sun Tzu y tantos otros.
Los textos de Guderian fueron muy difundidos y traducidos a distintos idiomas. Aún en este siglo se siguen publicando reseñas elogiosas que hacen especial hincapié en una presunta separación entre los soldados profesionales alemanes y el régimen nazi, magnifican los presuntos aciertos y genialidades y ocultan sus errores, incompetencia y fundamentalmente su accionar criminal, es decir sus iniciativas en la comisión de crímenes de lesa humanidad y pillaje.[6]
El falsario I
Ninguna figura se destacó en la creación de mitos y falsedades como Franz Halder (1884–1972). Fue Jefe de Estado Mayor del Alto Mando del Ejército (OKH) desde 1938 hasta setiembre de 1942. Después de la guerra fue decisivo para la creación del mito de la Wehrmacht pura y honorable. También fue un criminal de guerra que planificó e implementó la Operación Barbarroja y fue promotor fundamental de la guerra de exterminio en el frente germano–soviético. Su equipo fue el que redactó tanto la Orden de los Comisarios (6/6/1941) como el Decreto Barbarroja (firmado por Hitler el 13/5/1941), antes de la invasión.
Halder, hijo de un alto oficial, se incorporó al Ejército Imperial Alemán en 1914. Sirvió a las órdenes de su padre. En 1937 tuvo su primer encuentro con Adolf Hitler y se volvió en su gran admirador. En 1939 participó en la planificación de la invasión a Polonia que marcó el inicio de la Segunda Guerra Mundial el 1º de setiembre de 1939. Los crímenes de guerra empezaron de inmediato; estaban previstos por los agresores.
Como estimaban que muchos soldados polacos y civiles armados podían quedar detrás de las unidades de la Wehrmacht de avanzada, con la debida antelación dispusieron que cualquier resistencia debía ser enfrentada con la mayor brutalidad. Era la concepción de la guerra total o guerra de exterminio, de la cual la Blitzkrieg o guerra relámpago era el capítulo de mostrar. La brutalidad se suponía que induciría a la población civil a acobardarse y eventualmente la transformaría en colaboradora.
El 24 de julio de 1939, cinco semanas antes del ataque, el general Eduard Wagner,[7] Intendente General del Ejército, produjo una serie de reglamentaciones que autorizaban a la tropa a tomar rehenes y ejecutarlos si sufrían ataques de francotiradores o partisanos. En algunas regiones, se había dispuesto que todos los varones polacos –ya fueran judíos o gentiles– entre los 17 y los 45 años debían ser tomados como prisioneros de guerra, estuvieran armados o no.
Previendo la demanda de tropas para el frente, el OKW rápidamente decidió que las unidades de las SS y de la policía debían dedicarse a las tareas de seguridad en la retaguardia. Pero Halder se había adelantado: informó a sus subordinados del Estado Mayor acerca de estas previsiones en abril de 1939, cinco meses antes de la invasión. Las SS empezaron sus preparativos en mayo.
A fines de 1939, Halder ya estaba trabajando en los planes para la invasión de los Países Bajos y Francia y, casi al mismo tiempo, en la ocupación de los Balcanes. En marzo de 1940 había asistido junto con otros doscientos altos oficiales a una reunión donde Hitler se refirió al próximo ataque contra la Unión Soviética. Halder estampó en su diario lo que consideraba el resumen del encuentro: debemos olvidarnos del concepto de camaradería entre soldados. Un comunista no es un camarada ni antes ni después de la batalla. Esta será una guerra de exterminio. Los comandantes deben hacer el sacrificio de superar sus escrúpulos personales.
En agosto de 1940 se empezó a preparar la invasión a la URSS, la Operación Barbarroja que comenzaría el 22 de junio de 1941. Desde mediados del año, Halder mantuvo un enfrentamiento sordo con Hitler acerca de los planes estratégicos. Halder tenía sus propios planes y siempre que podía los trasmitía modificando las intenciones del Führer. El Jefe del Estado Mayor cometió varios errores garrafales: desconocía el terreno en que se iban a desarrollar las acciones, ignoraba sus peculiaridades y en especial subestimó la capacidad del Ejército Rojo y la disposición de la población para enfrentar la invasión. La concepción misma de la guerra relámpago, que había sido exitosa en el occidente de Europa y antes en Polonia, no era trasladable a la URSS y junto con la subestimación del enemigo había incurrido en una sobreestimación de las propias fuerzas.
El historiador israelí Omer Bartov (n.1954) sostiene que el despliegue de la Wehrmacht asignaba un papel importante a la "barbarización de la guerra". Ese factor, más allá de los éxitos iniciales, iba a resultar ineficaz y fatal para los alemanes. Diez días después de que la Wehrmacht hubiese cruzado la frontera, Halder escribió en su diario: "la guerra está ganada". Ese espíritu fanfarrón primó en el Cuartel General durante todo el mes de julio.
El 11 de agosto, en la medida en que recibía nuevos informes desde las unidades en el frente, Halder anotó que había subestimado al coloso ruso. El 22 de junio consideró que los soviéticos disponían de 200 divisiones; en agosto los alemanes habían identificado que se enfrentaban con 360. Además se habían encontrado con los tanques T–34 y con aviones muy superiores a los que había combatido la Luftwaffe en los cielos de España.
Halder señalaba en su diario que una defensa de largo plazo del territorio conquistado era imposible tan lejos de bases amistosas. A mediados de setiembre el OKW tenía claro que la Blitzkrieg había fracasado en su objetivo de conseguir una rápida victoria.
El 2 de octubre comenzó la Operación Tifón cuyo objetivo era la toma de Moscú. Halder creía y Hitler lo reafirmó, que si Moscú caía en su poder, la URSS se desmoronaría. Las exitosas batallas de cerco de las semanas siguientes, en Viazma y Byalistok, parecieron darles la razón. Sin embargo, los planes ofensivos tenían el mismo defecto que la Blitzkrieg: los mandos en el frente no podían modificar los objetivos aunque en el terreno los mismos resultaran inasequibles. Las fuerzas atacantes no estaban dimensionadas ni equipadas para un ataque sostenido y la resistencia de los soviéticos hizo que Halder se planteara, en noviembre, que sería necesaria una retirada para asegurar líneas de defensa.
Las órdenes criminales (Decreto Barbarroja y Orden del Comisario) habían sido empleadas a fondo en la Operación Tifón. Miles de soviéticos indefensos fueron masacrados y sus poblados arrasados cada día. Para el 5 de diciembre el ataque alemán se había detenido definitivamente.
En la primavera de 1942, el OKW planificó una nueva ofensiva, el "Caso Azul", esta vez dirigida hacia el sur con el objetivo de alcanzar los yacimientos petrolíferos del Cáucaso. Hitler suscribió los planes de Halder en abril de 1942 y preveía una serie de operaciones escalonadas. La ofensiva comenzó el 28 de junio de 1942. Friedrich Paulus avanzó rápidamente superando posiciones defensivas y von Bock escribió en su diario: ya no les queda nada, el enemigo no ha podido organizar otra línea de defensa. Sucedía que los estrategas alemanes tenían nuevamente los figurines atrasados. El Alto Mando soviético había adoptado una estrategia distinta a la del año anterior: la defensa en profundidad. Estaban cediendo terreno en el sur, ganando tiempo mediante la entrega de espacio y escalonando sus fuerzas mientras la Wehrmacht estiraba sus líneas cada vez más.
En setiembre de 1942, cuando Paulus llegaba al Volga y chocaba contra Stalingrado, el avance en el Cáucaso dividía las fuerzas alemanas y los objetivos previstos seguían sin alcanzarse. El 24 de setiembre estalló la crisis cupular. Bock fue removido del comando del Grupo de Ejércitos Centro y reemplazado por Weichs. Halder fue reemplazado como Jefe de Estado Mayor por Kurt Zeitzler y mandado, sin destino, a la Reserva del Führer .
La Orden del Comisario
La Orden del Comisario (Kommissarbefehl ) fue emitida por el Alto Mando Alemán ( OKW ) el 6 de junio de 1941 antes de la Operación Barbarroja. Su nombre oficial era Pautas para el tratamiento de los comisarios políticos (Richtlinien für die Behandlung politischer Kommissare). Estableció que la Wehrmacht debía ejecutar sumariamente cualquier comisario político soviético identificado entre las tropas capturadas como un supuesto ejecutor de la ideología del "judeo–bolchevismo".
Según la orden, todos aquellos presos que pudieran ser identificados como "profundamente bolchevizados o como representantes activos de la ideología bolchevique" también deberían ser asesinados.
La planificación de la Operación Barbarroja comenzó en junio de 1940. En diciembre de 1940, Hitler comenzó a enviar vagas directivas preliminares a los generales de alto rango sobre cómo se llevaría a cabo la guerra, lo que le dio la oportunidad de evaluar su reacción a asuntos como la colaboración con las SS.
La Wehrmacht ya había participado en los asesinatos extra legales de la Noche de los Cuchillos Largos, cuando Ernst Rohm, sus compañeros de las SA y opositores políticos fueron eliminados en 1934. También había participado en el asesinato de comunistas en los Sudetes, en 1938, y de los exiliados políticos checos, alemanes y españoles en Francia, en 1940.
El 3 de marzo de 1941 Hitler explicó a sus asesores militares más cercanos cómo se iba a librar la guerra de exterminio. El Departamento de Operaciones del OKW o Wehrmachtsführungsamt (OKW/Wfa), y la Abteilung Landesverteidigung (Abt. L) o Sección de Defensa Terrestre, tomaron cartas en el asunto.
El OKW era definido por el propio Hitler como su Estado Mayor personal. Además de ocuparse de la alta planificación militar, el OKW/Wfa era el departamento encargado, a través del Abt. “L”, de confeccionar los informes necesarios para la correcta dirección de la guerra, así como realizar estudios y sugerencias sobre la solución más idónea para los diferentes problemas estratégicos que se pudiesen plantear.
Estos informes servían luego para dar solidez a las propuestas que el Jefe del Departamento, el Generaloberst Alfred Jodl, presentaba al Führer en la denominada conferencia diaria de mandos. Las decisiones adoptadas allí eran finalmente cursadas en forma de Directrices de Guerra, a partir de las cuales se orientaba el conjunto de la estrategia.
Ese mismo día, por lo tanto, las instrucciones que incorporaban las demandas de Hitler fueron a la Sección L del Oberkommando der Wehrmacht (OKW) (bajo el subdirector Walter Warlimont) y sirvieron de base para las "Directrices en Zonas Especiales de la Instrucción No. 21 (Caso Barbarroja)" que abordaban, entre otros asuntos, la interacción del ejército y las SS en el teatro de operaciones, derivada de la "necesidad de neutralizar de una vez a los líderes bolcheviques y comisarios".
Las discusiones prosiguieron el 17 de marzo durante una conferencia de situación, donde estuvieron presentes el Jefe del Estado Mayor General del OKH, Franz Halder, el Intendente General Eduard Wagner y el Jefe del Departamento de Operaciones del OKH Adolf Heusinger . Hitler declaró: "La intelectualidad establecida por Stalin debe ser exterminada. La violencia más brutal se utilizará en el Gran Imperio Ruso" (citado de la entrada del Diario de Guerra de Halder del 17 de marzo).
El 30 de marzo, Hitler se dirigió a más de 200 oficiales superiores reunidos en la Cancillería del Reich. Entre los presentes se encontraba Halder, quien registró los puntos clave del discurso. El Führer dijo que la guerra contra la Unión Soviética "no puede llevarse a cabo de manera caballeresca" porque era una guerra de "ideologías y diferencias raciales".
Declaró además que los comisarios tenían que ser "liquidados" sin piedad porque eran los "portadores de ideologías directamente opuestas al nacionalsocialismo". Hitler estipuló la "aniquilación de los comisarios bolcheviques y la intelectualidad comunista" (sentando así las bases de la Orden del Comisario), rechazó la idea de tribunales militares para los delitos graves cometidos por las tropas alemanas e hizo énfasis en las diferencias entre la guerra en el Este y la guerra en Occidente.
Hitler era muy consciente de que esta orden era ilegal, pero absolvió personalmente por adelantado a cualquier soldado que violara el derecho internacional al cumplirla. Afirmó que las Convenciones de La Haya de 1899 y 1907 no se aplicaban ya que los soviéticos no las habían firmado. La Unión Soviética, como entidad distinta del Imperio Ruso, no firmó, de hecho, la Convención de Ginebra de 1929.
Sin embargo, Alemania sí lo hizo, y estaba obligada por el artículo 82, que decía: "En caso de que, en tiempo de guerra, uno de los beligerantes no sea parte en la Convención, sus disposiciones seguirán vigentes entre los beligerantes que sean partes en ella". El orden de lo tratado fue el siguiente:
Directrices para el tratamiento de los comisarios políticos – En la batalla contra el bolchevismo, no se debe contar con la adhesión del enemigo a los principios de humanidad o al derecho internacional. En particular, se puede esperar que aquellos de nosotros que caigamos prisioneros seamos tratados con odio, crueldad e inhumanidad por comisarios políticos de todo tipo.
Las tropas deben ser conscientes de que: 1) En esta batalla, la piedad o las consideraciones del derecho internacional son falsas. Son un peligro para nuestra propia seguridad y para la rápida pacificación de los territorios conquistados. 2) Los creadores de los métodos bárbaros y asiáticos de guerra son los comisarios políticos. Por tanto, se deben tomar medidas inmediatas y sin vacilar contra ellos. Por ende, cuando son capturados en la batalla, como una cuestión de rutina, serán fusilados. También se aplican las siguientes disposiciones: 3) Los comisarios políticos como agentes de las tropas enemigas son reconocibles por su insignia especial: una estrella roja con una hoz y un martillo dorados en las mangas. Deben ser separados de los prisioneros de guerra inmediatamente, es decir ya en el campo de batalla. Esto es necesario para quitarles toda posibilidad de influir en los soldados capturados. Estos comisarios no deben ser reconocidos como soldados; la protección debida a los prisioneros de guerra en virtud del derecho internacional no les aplica. Cuando hayan sido separados, serán rematados. 4) No se debe molestar por el momento a los comisarios políticos que no se hayan hecho culpables de ninguna acción enemiga ni sean sospechosos de ello. Solo será posible después de una mayor penetración en el país decidir si los funcionarios restantes se pueden dejar en el lugar o se deben entregar al Sonderkommando. El objetivo debe ser que este último lleve a cabo la evaluación. Al juzgar la cuestión "culpable o no culpable", la impresión personal de la actitud y el porte del comisario debería, como cuestión de principio, contar más que los hechos del caso que tal vez no sea posible probar.
El primer borrador de la Orden del Comisario fue emitido por el general Eugen Müller el 6 de mayo de 1941 y pedía el fusilamiento de todos los comisarios para evitar que cualquiera de ellos llegara a un campo de prisioneros de guerra en Alemania.
El historiador alemán Hans–Adolf Jacobsen (1925–2016) sostuvo que nunca hubo duda alguna en la mente de los comandantes del ejército alemán de que la orden violaba deliberadamente el derecho internacional; esto se ve confirmado por el número inusualmente pequeño de copias escritas del Kommissarbefehl que se distribuyeron.
El párrafo en el que el general Müller pedía a los comandantes del ejército evitar "excesos" fue eliminado a petición del OKW. Brauchitsch enmendó la orden el 24 de mayo de 1941 adjuntando el párrafo de Müller y pidiendo al ejército que mantuviera la disciplina en la ejecución de la orden. El borrador final de la orden fue emitido por el OKW el 6 de junio de 1941 y estaba restringido solo a los comandantes de mayor rango, a quienes se les ordenó que informaran verbalmente a sus subordinados.
La gran mayoría de los oficiales y soldados de la Wehrmacht tendían a ver a los soviéticos como infrahumanos. La aplicación de la Orden del Comisario provocó miles de ejecuciones. El historiador alemán Jürgen Förster (n.1940) escribió en 1989 que no era cierto que la Orden del Comisario no se hiciera cumplir, como afirmaban la mayoría de los comandantes del ejército alemán en sus memorias y todavía afirmaban algunos historiadores alemanes como el derechista Ernst Nolte.
La mayoría de las unidades alemanas cumplieron la Orden del Comisario. Erich von Manstein pasó la Orden del Comisario a sus subordinados, quienes ejecutaron a todos los comisarios capturados. Después de la guerra, Manstein mintió sobre desobedecer la Orden del Comisario, diciendo que se había opuesto a la misma y que nunca la hizo cumplir.
El 23 de septiembre de 1941, después de que varios comandantes de la Wehrmacht pidieran que se suavizara la orden como una forma de alentar al Ejército Rojo a que se rindiera, Hitler declinó "cualquier modificación de las órdenes existentes con respecto al tratamiento de los comisarios políticos". Claus von Stauffenberg fue uno de los que apeló al Führer para que la orden fuera anulada cosa que finalmente hizo el 6 de mayo de 1942. La orden se utilizó como prueba en los Juicios de Nuremberg y como parte de la cuestión más amplia de "la obediencia debida" ante órdenes ilegales.
El Decreto Barbarroja
El Decreto Barbarroja (título completo "Decreto sobre la jurisdicción de la ley marcial y sobre medidas especiales de las tropas", designación formal C–50) es un documento firmado el 13 de mayo de 1941 por el jefe alemán del OKW , Wilhelm Keitel, durante la preparación para la Operación Barbarroja. Sus antecedentes son más antiguos que la Orden del Comisario.
El decreto se refiere a la conducta militar alemana en relación con civiles y partisanos soviéticos. Instruyó a las tropas alemanas a "defenderse sin piedad de todas las amenazas de la población civil enemiga". El decreto también estipuló que todos los ataques "de civiles enemigos contra la Wehrmacht, sus miembros y sus acompañantes deben ser repelidos en el acto con las medidas más extremas hasta la destrucción del atacante".
El 27 de julio de 1941, Keitel ordenó que se destruyeran todas las copias del decreto, pero sin afectar su validez. La orden especificaba: "Los partisanos deben ser eliminados sin piedad en la batalla o durante los intentos de fuga", y todos los ataques de la población civil contra los soldados de la Wehrmacht deben ser "reprimidos por el ejército en el lugar mediante el uso de medidas extremas, hasta la aniquilación de los atacantes. Todo oficial de la ocupación alemana en el Este del futuro (los territorios que pensaban ocupar) tendrá derecho a efectuar ejecuciones sin juicio, sin ninguna formalidad, eliminando a cualquier persona sospechosa de tener una actitud hostil hacia los alemanes" (lo mismo se aplica a los prisioneros de guerra). "Si no ha logrado identificar y castigar a los autores de actos anti–alemanes, el oficial al mando puede aplicar el principio de responsabilidad colectiva".
Las medidas colectivas contra los residentes de la zona donde ocurrió el ataque pueden aplicarse después de la aprobación del comandante de batallón o nivel superior de mando. Los soldados alemanes que cometan crímenes contra la población y los prisioneros de guerra estaban exentos de responsabilidad penal, incluso si cometían actos punibles según la legislación alemana.
Las "Directrices para la conducta de las tropas en Rusia" emitidas por el OKW el 19 de mayo de 1941 declararon que el "judeo–bolchevismo" es el enemigo más mortal de la nación alemana, y que "está en contra de esta ideología destructiva y sus adherentes a los que Alemania está haciendo la guerra". Las directrices pasaban a exigir "medidas implacables y vigorosas contra los incitadores bolcheviques, guerrilleros, saboteadores, judíos y la eliminación completa de toda resistencia activa y pasiva".
En una directiva enviada a las tropas bajo su mando, el general Erich Hoepner[8] del Grupo Panzer 4 declaró: la guerra contra Rusia es un capítulo importante en la lucha por la existencia de la nación alemana. Es la vieja batalla de los germanos contra el pueblo eslavo, de la defensa de la cultura europea contra la inundación moscovita–asiática y del rechazo del bolchevismo judío. El objetivo de esta batalla debe ser la demolición de la Rusia actual y, por lo tanto, debe llevarse a cabo con una severidad sin precedentes. Toda acción militar debe estar guiada en la planificación y ejecución por una resolución férrea para exterminar al enemigo totalmente y sin piedad. En particular, no se debe dejar libre a ningún partidario del sistema bolchevique ruso contemporáneo. Paradojalmente, el fervor de Hoepner no le salvó ni de la destitución ni de la horca a la que lo mandó el juez Freisler en 1944.
En el mismo espíritu, el general Friedrich–Wilhelm Müller, que era el oficial superior de enlace de la Wehrmacht para asuntos legales, en una conferencia ante jueces militares el 11 de junio de 1941, advirtió a los jueces presentes que "... en la operación venidera, los sentimientos de justicia deben dar paso a exigencias militares para luego volver a viejos hábitos bélicos ... Hay que acabar con uno de los dos adversarios. Los adherentes de la actitud hostil no se preservan, se liquidan”.
El general Müller[9] declaró que, en la guerra contra la Unión Soviética, cualquier civil soviético que obstaculizara el esfuerzo bélico alemán debía ser considerado un "guerrillero" y fusilado en el acto. El Jefe de Estado Mayor del Ejército, general Franz Halder, declaró en una directiva que en caso de ataques guerrilleros, las tropas alemanas debían imponer "medidas colectivas de fuerza" masacrando pueblos.
Los antecedentes de estas normas hay que buscarlos con bastante antelación. En noviembre de 1935, el laboratorio de guerra psicológica del Ministerio de Guerra del Reich presentó un estudio sobre la mejor manera de socavar la moral del Ejército Rojo en caso de que estallara una guerra germano–soviética. Trabajando en estrecha colaboración con el Partido Fascista Ruso,[10] la unidad de guerra psicológica alemana creó una serie de folletos, escritos en ruso, para su distribución en la URSS. Gran parte de ellos fueron diseñados para reavivar el antisemitismo. En un panfleto se califica a los "señores comisarios y funcionarios del partido" como un grupo de "judíos en su mayoría inmundos". El panfleto terminaba con el llamado a los "hermanos soldados" del Ejército Rojo a que se levantaran y mataran a todos los "comisarios judíos".
Aunque este material no se utilizó en ese momento, a finales de 1941 se desempolvó y sirvió de base no solo para la propaganda en la Unión Soviética sino también para la propaganda en el seno de la Wehrmacht, sin perjuicio de que, antes de Barbarroja, las tropas alemanas estaban expuestas a un violento adoctrinamiento antisemita y antieslavo a través de películas, radio, conferencias, libros y folletos.
Las conferencias fueron impartidas por "Oficiales de Liderazgo Nacionalsocialista", que fueron creados para ese propósito, y por sus oficiales subalternos. La propaganda del ejército alemán retrataba al enemigo soviético en los términos más crudos, describiendo al Ejército Rojo como una fuerza de Untermenschen (subhumanos) eslavos y salvajes "asiáticos" que participaban en "métodos de lucha bárbaros asiáticos" comandados por malvados comisarios judíos con quienes las tropas alemanas no tendrían piedad.
Típico de la propaganda del ejército alemán fue el siguiente pasaje de un panfleto publicado en junio de 1941: Cualquiera que haya mirado alguna vez a la cara a un comisario rojo sabe qué son los bolcheviques. Aquí no hay necesidad de reflexiones teóricas. Sería un insulto para los animales si uno llamara bestias a los rasgos de estos torturadores de personas, en su mayoría judíos. Son la encarnación de lo infernal, del odio loco personificado por todo lo que es noble en la humanidad. En la forma de estos comisarios somos testigos de la revuelta de los infrahumanos contra la sangre noble. Las masas a las que conducen a la muerte con todos los medios de terror gélido e incitación lunática habrían provocado el fin de toda vida significativa, si la incursión no se hubiera evitado en el último momento" (la última declaración es una referencia a la "guerra preventiva" que supuestamente era Barbarroja).
Como resultado de estas opiniones, la mayoría del ejército alemán trabajó con entusiasmo con las SS y la policía en el asesinato de judíos en la Unión Soviética. El historiador británico Richard J. Evans (n. 1947)[11] escribió que los oficiales subalternos tendían a ser especialmente celosos nacionalsocialistas y un tercio de ellos eran miembros del Partido Nazi en 1941.
La Wehrmacht no solo cumplió las órdenes criminales de Hitler para Barbarroja por obediencia, sino porque compartían la propaganda nazi de que la Unión Soviética estaba dirigida por judíos y que era necesario que Alemania destruyera completamente el "judeo–bolchevismo". Jürgen Förster[12] escribió que la mayoría de los oficiales de la Wehrmacht creían sinceramente que la mayoría de los comisarios del Ejército Rojo eran judíos, y que la mejor manera de derrotar a la Unión Soviética era matar a todos los comisarios para privar a los soldados rusos de sus líderes judíos.
Las órdenes criminales se ajustaban a los intereses del comando de la Wehrmacht, ansioso por asegurar las instalaciones logísticas y las rutas detrás de las líneas para las divisiones en el frente. El 24 de mayo de 1941, el mariscal de campo Walther von Brauchitsch, jefe del Alto Mando del Ejército Alemán (Oberkommando des Heeres – OKH), modificó levemente los supuestos del "Decreto Barbarroja". Sus órdenes eran utilizarlo procurando que la disciplina del ejército no sufriera, es decir que la bestialización de sus hombres no se volviera contra ellos mismos.
Como parte de la política hacia los "subhumanos" eslavos y para evitar cualquier tendencia en ver al enemigo como humano, se ordenó a las tropas alemanas que hicieran todo lo posible para maltratar a mujeres y niños en la URSS. En octubre de 1941, el comandante de la 12.ª División de Infantería envió una directiva que decía que "el transporte de información lo realizan principalmente jóvenes de entre 11 y 14 años" y que "como el ruso tiene más miedo a la porra que a las armas, la flagelación es la medida más aconsejable para el interrogatorio".
Los nazis habían prohibido las relaciones sexuales entre alemanes y trabajadores esclavos extranjeros. De acuerdo con las nuevas leyes raciales, emitidas en noviembre de 1941, el comandante de la 18.ª División Panzer advirtió a sus soldados que no tuvieran relaciones sexuales con mujeres rusas "infrahumanas", y ordenó que las mujeres rusas encontradas teniendo relaciones sexuales con un soldado alemán fueran entregadas a las SS para ser ejecutadas.
Un decreto dictado el 20 de febrero de 1942 declaró que las relaciones sexuales entre una mujer alemana y un trabajador o prisionero de guerra ruso darían lugar a que este último fuera castigado con la muerte. Durante la guerra, cientos de polacos y rusos fueron declarados culpables de "profanación racial" por sus relaciones con mujeres alemanas y ejecutados. Estas directivas se aplicaban solo a las relaciones sexuales consensuales. La visión que la Wehrmacht tenía de las violaciones fue mucho más tolerante.
El falsario II
Para fines de 1941, la guerra de exterminio producía el asesinato de miles de civiles y de prisioneros de guerra indefensos. La estrategia de Halder fracasó nuevamente y como ya vimos cayó en desgracia. Hitler lo destituyó y lo pasó a retiro. En 1944, después del atentado fallido del 20 de julio, la Gestapo detuvo a Halder y lo interrogó. No estaba vinculado con los conspiradores, sin embargo otros implicados indicaron que había participado en algunas intentonas anteriores por lo que fue recluido en subcampos de Flossenburg y Dachau bajo un régimen de prisión privilegiado (VIP) junto con su esposa.
El 31 de enero de 1945, Halder fue oficialmente dado de baja del ejército. A fines de abril, pocos días antes de la rendición incondicional fue transferido junto con un conjunto de prisioneros especiales (los Prominenten) hacia los Alpes en el Tirol italiano. Se trataba de 139 prisioneros destacados que permanecían en Dachau. Hitler ordenó el traslado, que quedó a cargo del Jefe de la Gestapo, Heinrich Müller, bajo la custodia de la unidad de la Calavera de las SS (SS–Totenkopfverbände) y del Servicio de Seguridad (Sicherheitsdienst Reichsführer SS).
La idea era intercambiar esos presos con los Aliados para obtener alguna concesión ante la inminente derrota. En el grupo había hombres, mujeres y niños de diferentes naciones. Casi una tercera parte eran parientes de Claus von Stauffenberg y de otros conspiradores que habían participado en el atentado contra Hitler del 20/07/1944. Fueron apresados bajo la ley de culpa colectiva (Sippenhaft) que castigaba a los familiares de los culpables de crímenes contra el Estado.
Había militares soviéticos desertores, cierto número de colaboracionistas de los países del Eje, un par de Jefes de Policía de Mussolini, algunos antiguos dirigentes políticos y generales que habían caído en desgracia, cierto número de saboteadores, espías, traidores, miembros de la resistencia, sacerdotes y muchas esposas e hijos de los personajes políticos. En suma: 5 austríacos, 2 checos, 6 daneses, 6 franceses, 29 alemanes, 3 polacos, 2 eslovacos, 6 rusos, 1 sueco, 14 británicos, 3 yugoslavos y 37 familiares de los complotados.
El 5 de mayo de 1945 Halder fue detenido por los estadounidenses e internado a la espera de ser juzgado o liberado. No fue encartado en los Juicios de Nuremberg y en cambio fue sometido a un tribunal alemán acusado de haber ayudado al régimen nazi. Halder negó todos los cargos, dijo desconocer las atrocidades cometidas por la Wehrmacht y señaló que había estado al margen de las decisiones políticas. Finalmente fue declarada su inocencia. Durante el juicio, la Fiscalía obtuvo los diarios de Halder que dejaban al descubierto que había sido quien formuló la Orden del Comisario y el Decreto Barbarroja por lo que se solicitó que fuera juzgado nuevamente.
Para ese entonces, Halder estaba trabajando para la División Histórica del Ejército de los EUA, proporcionando información acerca de la URSS, y los jefes estadounidenses se negaron a permitir un nuevo juicio a su contratado estrella. Finalmente, en setiembre de 1950, todos los cargos fueron retirados.
Sin embargo, en materia de inteligencia militar Halder tenía un competidor, se trataba de Reinhard Gehlen (1902–1979) un teniente general que había sido jefe de la inteligencia militar de la Wehrmacht en los territorios del este (Fremde Heere Ost – FHO) desde 1942.
Gehlen, con sus archivos cargados en un camión y acompañado por un grupo de sus colaboradores, corrió a entregarse al Cuerpo de Contrainteligencia de los estadounidenses y les ofreció sus servicios. Desde 1946 formó la Organización Gehlen y le vendió al G–2 del Ejército estadounidense y a la OSS (antecesora de la CIA) la idea de formar una organización, con antiguos miembros de las SS, la Gestapo y oficiales de la Wehrmacht, para desarrollar acciones de espionaje, sabotaje y provocación en la URSS y otros países.
Gehlen, que había sido colaborador de Halder, parecía haber superado a su antiguo jefe en esa materia. Trabajó para la CIA entre 1946 y 1956 y desde este año su equipo formó el cerno del Servicio Federal de Inteligencia de la RFA (Bundesnachrichtendienst). Lo cierto es que Gehlen distaba de ser el perfecto maestro de espías. Su propio servicio fue infiltrado por los soviéticos y él mismo se mostraba indolente y descuidado. También fue corrupto y practicante del nepotismo (en determinado momento 16 familiares suyos trabajaban en su servicio). En 1968 fue jubilado como Director Ministerial debido a escándalos internos y pasó a gozar de una suculenta pensión.
A la hora de la verdad el trabajo de Halder para los EUA resultó mucho más importante y duradero como arma de la Guerra Fría. Supervisó directamente la redacción de más de 2.500 artículos por parte de más de 70 antiguos oficiales nazis. Halder fue un verdadero jefe de redacción, estableció los temas, dispuso qué cuestiones debían ser eliminadas, ocultadas o alteradas para no perjudicar la imagen de la Wehrmacht. Fue autor y libretista del mito de la Wehrmacht pura y honorable.
En suma, cultivó una de las mayores falsificaciones históricas conocidas. Primero se granjeó la confianza de los círculos militares de los EUA, después abarcó las dirigencias políticas de los países de la OTAN y finalmente intoxicó al gran público con un mito fundamental para el desarrollo de la Guerra Fría. A nivel mundial consiguió exonerar a la Wehrmacht de las atrocidades y crímenes de lesa humanidad que cometieron sus integrantes, en todos los frentes y particularmente en la URSS y demás países de Europa central y oriental.
En 1961, recibió el Premio al Mérito del Servicio Civil de los EUA, otorgado por el Presidente John F. Kennedy. De este modo se transformó en el único individuo en haber sido condecorado por Hitler y por un presidente estadounidense. Los elogios que recibió contrastan brutalmente con las realidades de su carrera militar, su incompetencia notoria y las atrocidades que promovió primero y ocultó después.
El falsario III
La mentira empezó a cultivarse realmente en Island Farm, un campo de prisioneros de guerra británico ubicado en Gales del Sur, cerca de Bridgend. Originalmente se construyeron unos barracones para alojar a miles de mujeres que trabajaban en las fábricas de municiones ubicadas en el pueblo. Los alojamientos eran tan malos que las operarias preferían viajar la distancia que fuera desde sus hogares antes que pernoctar allí.
Hacia fines de 1944 las autoridades británicas consideraron que las instalaciones eran demasiado confortables para simples soldados rasos y resolvieron transformar el campo en una prisión para oficiales superiores alemanes. Desde su llegada los prisioneros intentaron escapar mediante túneles que pasaban por debajo de la cerca perimetral. Alguno de esos intentos tuvo éxito. Varios de los 86 fugados consiguieron llegar a Birmingham o permanecer ocultos durante días; tres nunca fueron capturados.
A raíz de esta fuga, tres semanas después, el 21 de marzo de 1945, los ingleses trasladaron a los 1.600 oficiales, denominaron al sitio Campo Especial 11 y lo emplearon para recluir exclusivamente a 160 jefes superiores, generales, mariscales, almirantes y muchos de los mandos más cercanos a Hitler. Siete de los más destacados fueron:
Mariscal Gerd von Runstedt (1875–1953). Era el jefe de la derecha y por ello disponía de una suite privada con living comedor y dormitorio. Uno de los admirados por Liddell Hart, que lo elogiaba por su porte aristocrático. Cuando se enteró de que no sería juzgado como criminal de guerra –aunque había sobrados motivos para hacerlo– pidió presentarse en los Juicios de Nuremberg como testigo de la defensa de los nazis acusados.
Mariscal Erich von Manstein (1887–1973). Fiel servidor de Hitler, al ser consultado sobre la posibilidad de derrocar a Hitler habría proferido su frase "Preussische Feldmarschälle meutern nicht" (los mariscales prusianos no se amotinan). En octubre fue enviado a Nuremberg. Allí, mientras esperaba el juicio, Manstein fue coautor (junto con el general Siegfried Westphal) de un texto de 132 páginas empleado en la defensa del Estado Mayor y el OKW, en agosto de 1946.
Este fue otro de los antecedentes del mito de la Wehrmacht pura y noble. Manstein también dio testimonio acerca de los Einsatzgruppen, el trato de los prisioneros de guerra y el concepto de la obediencia debida, especialmente en relación con la Orden del Comisario que aseguró haber recibido pero que no cumplió. Después fue enviado de vuelta a Island Farm donde se mantenía apartado de los demás presos, daba caminatas en solitario y escribía sus memorias. En cambio mantuvo estrecho contacto con su admirador Liddell Hart que operaba como su agente de prensa y propaganda.
En 1948, en razón de la presión ejercida por los soviéticos, se decidió que Manstein, Rundstedt, Brauchitsch y Adolf Strauss fueran transferidos a Munsterlager para ser juzgados por crímenes de guerra. Brauchitsch murió en octubre de 1948, y en marzo de 1949 Runsdtedt y Strauss fueron liberados "por razones de salud".
Manstein enfrentó 17 acusaciones, tres de ellas por actuaciones en Polonia y 14 en la URSS. Defendido por un famoso abogado inglés, Reginald Thomas Paget, el mariscal resultó condenado por nueve cargos a 18 años de prisión. En febrero de 1950 la sentencia fue reducida a 12 años. Entre tanto Liddel Hart desarrollaba una intensa campaña para que el criminal fuese liberado. En mayo de 1953, Manstein quedó libre merced a las presiones interpuestas por Winston Churchill, Konrad Adenauer, Paget y otros. Vivió hasta los 85 años siendo figura destacada de la RFA y su entierro fue acompañado por los más altos honores militares.
Mariscal Walter von Brauchitsch (1881–1948). Fue Comandante en Jefe entre 1938 y 1941. En noviembre de este último año sufrió un infarto, posiblemente cuando se le responsabilizó por el fracaso de la Operación Tifón (el ataque a Moscú) y pasó el resto de la guerra en retiro. En agosto de 1945 fue arrestado en el latifundio de su propiedad. Pasó por Island Farm y cuando fue enviado a Alemania para ser juzgado por crímenes de guerra murió en un hospital británico de Hamburgo a consecuencia de una neumonía.
Mariscal Paul Ludwig Ewald Kleist (1881–1954). Fue comandante del Primer Ejército Blindado y tuvo entre sus subordinados a Guderian. Actuó en todos los frentes, especialmente en el germano soviético hasta 1944, cuando fue pasado a retiro por discrepancias con el OKW en relación con la lucha en Ucrania. Kleist fue arrestado en 1945 en Baviera por los estadounidenses, entregado a los británicos y remitido por estos a Yugoeslavia, en setiembre de 1946, donde fue juzgado por crímenes de guerra y condenado a 15 años de prisión. En 1948 fue extraditado a la URSS donde fue juzgado y condenado a 25 años de prisión. Murió de un paro cardíaco en 1954.
Coronel General Heinrich von Vietinghof (1887–1952). Fue el principal redactor del Memorando Himmerod, en 1950.
Coronel General Gotthard Heinrici (1886–1971) Se entregó a los británicos 20 días después de la rendición incondicional del 8 de mayo de 1945. Permaneció en Island Farm, excepto por un traslado en octubre de 1947 a los EUA. Allí colaboró en el establecimiento de la Sección de Historia Operativa Alemana del Centro de Historia Militar del Ejército de los EUA en 1950.
Después de la meditación conjunta en Island Farm, el mito empezó a materializarse en el llamado Memorando de los Generales, elevado al Tribunal Militar Internacional, en Nuremberg. El título era "El ejército alemán de 1920 a 1945" y lo suscribían Halder, Brauchitsch y Manstein. Además era apoyado por otros jefes. El objetivo central del texto consistía en presentar a las fuerzas armadas alemanas como apolíticas e inocentes de los crímenes cometidos por el régimen nazi. Ese objetivo fue desarrollado por el abogado alemán Hans Laternser (1908–1969), especializado en jurisprudencia anglosajona que se desempeñó como el principal defensor en los Juicios de Nuremberg.
El promotor del Memorando de los Generales fue el estadounidense William J. Donovan (1883–1959). Donovan, conocido como "Wild Bill" (Bill el salvaje), fue un militar, abogado y oficial de inteligencia (de hecho el jefe de la OSS y después fundador de la CIA). Fue un típico agitador de la Guerra Fría para quien todos los recursos debían dirigirse contra la Unión Soviética, apelando a la experiencia de los generales alemanes cuyos crímenes había documentado.
Su anticomunismo delirante se transformó en demencia. En 1957 estando en Tailandia sufrió una crisis y debió ser internado. Mientras estaba en el hospital vio al Ejército Rojo invadiendo Manhattan y se escapó a la calle en pijama para dar la alarma. Dos años después falleció de complicaciones propias de su enfermedad mental. Aunque participó en los Juicios de Nuremberg como fiscal auxiliar, Donovan era de los que creían que los militares nazis no debían ser juzgados y por el contrario deberían incorporarse a la lucha contra el comunismo que le obsesionaba.
Para los altos jefes alemanes enjuiciados, su presentación como "defensores de Europa" y "escudo contra los bolcheviques o la barbarie asiática" era un pretexto, reciclado de la propaganda nazi, que usaban para cubrir el rastro de sus actividades criminales y para conseguir nuevos y jugosos empleos durante la Guerra Fría. Para el Salvaje Bill se trataba de la materialización de su delirio.
La falsificación de la historia producida por Halder y los suyos fue un ingrediente fundamental de la Guerra Fría y un aliciente para los poderosos intereses del complejo militar–industrial estadounidense que la promovía. El mariscal manejó el asunto como una operación militar. Siempre había sido oficial de Estado Mayor y esta vez no cometió los errores que hizo dirigiendo la guerra.
Tenía claro el objetivo y fuertes apoyos políticos, no solamente por parte de Donovan sino, en lo fundamental, por Konrad Adenauer. Tenía a su disposición una mano de obra desocupada constituida por miles de oficiales que aspiraban a retomar su carrera y tenía clientes ávidos para consumir las historias falsas, entre los militares británicos y estadounidenses, entre los periodistas y autores de memorias y autobiografías y en general entre los militares y gobernantes de muchos países que habían sentido admiración por los fascistas y nazis.
Halder constituyó un grupo de varios cientos de autores. Creó un equipo de control, su Estado Mayor, y seleccionó con cuidado algunas verdades, algunas medias verdades, muchas mentiras y las distorsiones que se debían practicar. El grupo de control revisaba todos los textos producidos, daba indicaciones para "mejorar" contenidos, vetaba algunos y ofrecía recursos y testimonios que podían ser usados para alterar lo sucedido.
El delegado de Halder en el grupo de control era Adolf Heusinger (que vimos actuar en Himmerod). Era un hombre muy ocupado porque, al mismo tiempo, estaba trabajando para la Organización Gehlen, el grupo al servicio de la inteligencia militar estadounidense que operaba en Alemania. Halder exigía que se le diera el trato de General por parte de los equipos de escritores y se manejaba como si efectivamente fuera el Comandante en Jefe de los escribidores.
La versión vertebral a la que debía atenerse todo lo que se escribía era que la Wehrmacht había sido una víctima de Hitler, cuyos errores garrafales se descargaban sobre los pobres generales que hacían lo mejor posible para cumplir las órdenes del mandamás. Todo lo que los generales desarrollaban con gran cuidado era arruinado por los impulsos insensatos del Führer. El que se oponía era eliminado y todos aquellos caballeros de buenas familias prusianas temblaban de miedo ante el mandón. Los buenos generales se habían opuesto a las órdenes despiadadas de Hitler, las recibían pero no las cumplían corriendo graves riesgos para preservar a los civiles inocentes.
Los escribidores debían destacar la caballerosidad y la decencia de los oficiales y soldados alemanes. Los culpables de actos criminales eran los jefes de las SS. Amparados por el paraguas protector de los británicos y los estadounidenses, tenían una posición privilegiada; los periodistas, los editores de diarios y revistas debían dirigirse al "general" para obtener información. Las instrucciones de Halder eran registradas por el mariscal Georg von Küchler (1881–1968), un criminal de guerra que fue condenado a 25 años de prisión en 1948 y liberado gracias a los pedidos de Adenauer en 1953. Küchler señala que las instrucciones de Halder eran claras: lo que hay que destacar son las acciones alemanas, vistas desde el punto de vista alemán; eso es lo que debe quedar en las memorias de la guerra. Las críticas a las órdenes de los dirigentes no son relevantes y no se debe permitir que nadie sea incriminado en tanto se destacan los logros de la Wehrmacht.
El historiador militar Bernd Wegner (n. 1949) sostiene que la historia alemana de la SGM y en particular los trabajos de Halder sobre el frente oriental, fue durante dos décadas y en parte hasta el presente –y mucho más de lo que la gente cree– producto de los derrotados. Su colega Wolfram Wette (n.1940) advirtió que en los trabajos de la División Histórica, las huellas de la guerra de exterminio han sido ocultadas.
Los falsificadores de la historia no tienen empacho en mentir descaradamente. Halder, por ejemplo, para poner distancia entre él y Hitler, el nazismo y las atrocidades cometidas, sostuvo que por su parte se opuso al ataque a la URSS y que advirtió a Hitler acerca de los riesgos que entrañaba su "aventura en el Este". Asimismo sostuvo que, en definitiva, la invasión a la Unión Soviética había sido una medida preventiva para salvar a Occidente.
A Donovan y los suyos, creyentes ávidos de Halder y su grupo, les sonaban como música celestial esas declaraciones anti soviéticas y consideraban que esas versiones confirmaban sus temores acerca de una agresión comunista. Por otra parte, Halder había entrenado a muchos generales, por ejemplo Guderian, dedicados a la confección de sus autobiografías apologéticas.
En 1949, el mismo Halder escribió Hitler als Feldherr (Hitler como comandante) que describe a un comandante en jefe imaginario con el que se identificaban los mariscales germanos y después lo compara con Hitler. El comandante ideal es noble, sabio, opuesto a la guerra en el Este y desde luego totalmente ajeno a cualquier crimen. Hitler, en cambio, es el único responsable del mal causado a los pueblos, su absoluta inmoralidad contrasta con la elevada ética del comandante ideal.
Además de exonerar a la Wehrmacht de los crímenes cometidos: asesinatos masivos, genocidio, pillaje, Halder asegura que si la Blitzkrieg que él proponía se hubiese dirigido decididamente hacia Moscú la guerra se habría ganado antes de diciembre de 1941. Esta fantasía del mariscal viene a ser el complemento falaz del delirio de Donovan que veía a los rusos llegando a Manhattan.