El manto

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AL PIE DE LAS LETRAS

 Publicado: 04/04/2018

El abuelo


Por Ethel Afamado


El hombre se acerca. Viene montado en un zaino joven de buen andar.

Su cara curtida irradia, a pesar de su gesto adusto, una nobleza especial.

Viene montado casi en pelo y estriba con un solo dedo como sus antepasados indios. A la entrada del poblado aminora la marcha reteniendo el ímpetu de su cabalgadura. Unos pocos ranchos a orillas de la ciudad lo reciben.

La clara tarde de otoño disimula la pobreza del lugar.

Se detiene en uno de los ranchos y golpea las manos.

Una mujer joven, de tez bronceada y rasgos delicados, se asoma con un mate en la mano.

¡Buenas tardes Tata Juan! Ya lo estábamos extrañando.

Bueno, ya estoy acá. Cómo están las cosas, dice casi sin preguntar.

Bien; estamos bien; pero… sin noticias de Trallano todavía....

Seguro que antes que d’entre el invierno andará de vuelta. Allá en el norte la cosa está difícil ¿sabés? Precisás alguna cosa m’hija? No quiero que pasés necesidá. Te traje unos pesos… y cualquier cosa, ya sabés…

Gracias Tata; me voy arreglando por ahora, con los lavados y algún trabajo que encuentran los mayorcitos... ¿gusta un amargo?

El hombre asiente con un gesto pero no baja del caballo. Nunca lo hace cuando los visita. Tiene una actitud serena y una dignidad que agranda su figura. La frente es despejada; el pelo negro y lacio cae hacia los costados de las sienes.

Aún no asoman canas, pero su rostro denota el paso de los años. No su cuerpo recio y entero. Los muchachitos que están en distintas tareas lo saludan de lejos; lo miran con respeto.

El Tata Juan llega a ver a su nuera y a sus nietos cada unos veinte o veinticinco días, ahora que su hijo Trallano está trabajando en sur del Brasil.

Toma unos mates sin desmotar del caballo y cambia algunas palabras con su nuera. Su voz es profunda y serena. Ella siente el amparo.

¿Alguna novedá por allá don Juan?

No m’hija; sigue la seca nomás.

Ella es quien sostiene el diálogo. Pero sabe respetar los silencios.

Ahora que la María está preñada usté se queda en las casas, ¿no?

Anduve en las sierras; cazando.

¿Se queda sola? ¡Esta María siempre tan guapa!

Así es m’hija. La Casilda está cerca por un si acaso. Pero hay tiempo. Todavía no se hace la luna.

Tuvo suerte Tata, de no quedarse solo después que murió la pobre Rosa.

Así es m’hija.

Hay un ambiente de confianza entre los dos que va más allá de las palabras. Una confianza que descansa en la seguridad que irradia el hombre y la tranquila naturalidad de la mujer.

Pocas palabras más; el mate de una mano a otra y el silencio que no pesa, hasta que llega el gracias final.

La mujer sonriendo, llama al más chico de los muchachitos.

¡Nani, venga acá, salude al abuelo!

El chico de cuatro o cinco años que ha estado observando al Tata, casi escondido desde la puerta del rancho, se acerca tímido.

Ese abuelo que viene de visita cada tanto, que no sonríe, que no desmonta de su cabalgadura, lo atemoriza un poco.

Levanta la vista, pero entre sus ojos y los del hombre oscuros y profundos, se interpone el pie de éste, con el dedo pulgar grueso y grande encajado en el estribo como si hubiera nacido allí.

Cada vez que viene el abuelo, ese dedo atrapa su atención y no puede dejar de mirarlo asombrado.

El chico se aparta ligeramente y espera.

La figura del hombre ahí en medio del patio, fuerte, altísimo, se le ocurre casi omnipotente.

Él está consciente de la impresión que causa en el niño.

Hay un regocijo burlón que solo pudiera ver quien supiera mirar muy adentro, en el fondo de sus ojos.

Entonces, en un tono diferente coloquial y amistoso… ¿cómo anda mi amigo, se porta bien? ¿Ayuda a su madre? y sin esperar respuesta que de todos modos no llega, se inclina sobre el caballo, acaricia apenas el pelo ensortijado del gurí y deja en su manito ya estirada, cumpliendo con un consabido ritual, tres pequeñas monedas brillantes.

Nani aprieta su regalo en el puño; y aún enredado en esa mezcla de temor y respeto que lo invade, se queda allì, sobrecogido, absorto, observando la figura del abuelo, que adusto, erguido, como invulnerable, azuza apenas con sus talones al zaino, que comienza a alejarse en un trote ágil y acompasado.

2 comentarios sobre “El abuelo”

  1. hermoso relato, de una època patriarcal, que se ve a primera lectura , en unos parrafos atesorables. Gracias una vez màs a la generosidad de Ethel Afamado, su autora ,

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