Homenaje al 60

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LAS AQUIETADAS RAÍCES DE LOS ÁRBOLES

 Publicado: 04/04/2018

Descontento ciudadano pese a los logros, y retos difíciles para un FA debilitado


Por Rodolfo Demarco


¿Por qué está tan extendido el descontento en un país que crece ininterrumpidamente desde hace 15 años y en el que la mayoría de la población se ha beneficiado de ese crecimiento, que ha sido con equidad e importantes avances sociales? La interrogante suele tener diversas respuestas. Van desde el escasamente fundamentado “desgaste” que sufrirían indefectiblemente los gobiernos luego de cierto tiempo, pasando por cuestionamientos de la gestión cumplida, como en los casos de Ancap y Pluna, que costaron al gobierno un importante precio político, hasta la convicción de que los logros de estos años han sido incorporados como derechos adquiridos por la población, que, al ver que ha sido posible llegar hasta aquí, demanda más. Y aunque estas respuestas, y varias otras que puedan ensayarse, tengan sus fundamentos, siempre algo falta para que la explicación sea completa. Tal vez intentar esto último sea un esfuerzo vano, pero la reflexión puede ayudar a entender algunos nuevos fenómenos de la sociedad contemporánea, además de errores del gobierno.

El descontento con los gobiernos no es algo que se dé solo en Uruguay, ni cosa que se parezca, pero el comentario se va a centrar en este país. Aceptar que se trata exclusivamente de disconformidad con el gobierno se contradice con el alto nivel de indecisos, indiferentes y desinformados que registran las encuestas de opinión pública, concomitante con el nulo o casi nulo crecimiento de los partidos opositores, incluso cuando falta poco más de un año para el inicio del ciclo electoral (que tendrá lugar en el otoño de 2019 con las llamadas “elecciones internas” de los partidos).

Hay un “clima” de fastidio con la gestión de las instituciones, tanto públicas como privadas, que puede observarse en la espera de un trámite en un organismo estatal o de la consulta médica en una mutualista privada, y en cualquier lugar público a donde la población concurra para obtener algún servicio. Una mezcla de fastidio y resignación: las cosas no van a mejorar, expresan muchos. Las quejas pueden llegar a recaer sobre un cajero, el despachante de un comercio o un funcionario que se limita a comunicar una disposición que no fue establecida por él. Negativismo, escepticismo, desconfianza, malestar. Ira también. Aunque no se ha llegado al terrible grito argentino contra la política: “que se vayan todos”, se siente con demasiada frecuencia por estos pagos la simplificación de que los políticos “son todos iguales”.

Estos estados de ánimo, que, por supuesto, no son los de toda la población ni se desencadenan ante cualquier circunstancia, se canalizan hacia la política. Y hacia su expresión más clara y poderosa: el gobierno. Dicho esto sin olvidar que hay poderes de alcance universal por encima de los gobiernos y que inciden en los asuntos de los países. Una característica de estos tiempos que se ha acentuado.



CUESTIONAMIENTOS A LA POLÍTICA Y LA DEMOCRACIA


Pero hay un plano de valoración donde los sentimientos y las convicciones –muchas veces confusos y contradictorios– confluyen en un preocupante rechazo a la política como actividad, independientemente de la gestión de gobiernos y partidos. Este es un problema generalizado en occidente en esta época, y seguramente responde a factores objetivos y subjetivos globales que no sería posible esbozar aquí.

Se percibe un rechazo inconsciente a las instancias institucionales, incluso en un país tan republicano como Uruguay. También parece expandirse caóticamente un estado de ánimo reacio al intercambio político constructivo (se lo percibe claramente en las redes sociales, donde suele predominar la agresión sobre la argumentación); se procesa una degradación del diálogo (de la razón en última instancia), y una subestimación de la negociación como instancia donde se opina y se escucha, donde se aporta y se recibe. Solo parecen prosperar el empobrecimiento intelectual, la chatura y la mezquindad.

Emergen sentimientos regresivos, como la subestimación de los derechos humanos, de la solidaridad, de la justicia, del respeto. Y afloran el egoísmo, el individualismo, la xenofobia y ciertas manifestaciones similares a las que ambientaron y terminaron justificando regímenes de corte fascista. Se trata de fenómenos mundiales, que han asumido características agudas en muchos países desarrollados y en diversas regiones (Latinoamérica es una de ellas, sin duda), y que están llegando también a este tradicionalmente democrático, republicano y politizado Uruguay.

Hay señales de una subvaloración preocupante de la democracia. Aunque Uruguay es el país de América Latina y el Caribe mejor posicionado en cuanto a la valoración de la democracia por parte de la población, según lo registran diferentes relevamientos de opinión pública, también ha disminuido el respaldo a ese sistema, que de todos modos continúa siendo ampliamente mayoritario.

Paralelamente a este declive de la democracia en la consideración popular se viene dando el debilitamiento de los partidos. Incluso en un país con un sólido sistema político, como Uruguay, ello se está percibiendo también en la organización más fuerte y que desde 2005 ejerce el gobierno nacional: el Frente Amplio (FA).

Los partidos parecen ir perdiendo el control de ciertas cuestiones que son de su intransferible competencia, además de estar demasiado expuestos (por sus propios errores y los cambios culturales aludidos) a fallas en los controles éticos y en la observancia de la transparencia que le deben a la sociedad, así como a debilidades ante las “tentaciones del poder”. En este sentido América Latina está mostrando un pavoroso cuadro de corrupción y corruptelas, con participación de varios gobiernos, partidos, empresas e instituciones públicas y privadas.



EL FA Y SUS PROBLEMAS DE LARGA DATA


En el caso de Uruguay, el debilitamiento de las organizaciones políticas se da incluso, como se ha indicado, en el Frente Amplio, que es la más estructurada y arraigada en la sociedad, y la de mayor militancia, aunque ésta es desde hace muchos años reducida –al menos en la comparación histórica– y está sobrerrepresentada en la estructura de la organización.

El FA ha abandonado varias responsabilidades básicas de un partido, y en especial de una organización de izquierda, que se construyó con una gran participación de sus bases y se desplegó en las más diversas y difíciles condiciones: en la oposición, en la resistencia a la dictadura (1973–1984) y en el período de reinstitucionalización del país.

Ha dejado casi de ejercer una de las funciones que debería tener una organización política que aspira a transformar la sociedad, a renovarla e impulsarla por nuevos caminos: ser una usina de ideas. Lo percibió Liber Seregni, su líder histórico, cuando ya retirado de la Presidencia del FA constituyó el Centro de Estudios Estratégicos 1815 –que funcionó desde 1997 hasta poco antes de la muerte de su fundador, en 2004–, promotor de debates estratégicos y generador de ideas que ya desde entonces no podían desarrollarse en el Frente, o que tenían en la estructura de éste serias trabas para plasmarse y proyectarse hacia la sociedad. Y no puede decirse que eso acontecía por el “desgaste” que conlleva el poder, porque el FA aún no había llegado al gobierno nacional.

Las referidas debilidades se manifiestan en circunstancias, como las de hoy, en las que resulta imprescindible contar con partidos fuertes: vivimos una época de baja participación política (aunque hay nuevas expresiones de movilización social), desconfianza en ciertos valores que hacen a la vida democrática, cuestionamientos ciudadanos muchas veces justificados por falta de transparencia en la función pública. Y no sería justo ignorar el cuadro global en el que transcurren estos procesos nacionales: un mundo extraordinariamente desigual y sometido a grandes poderes interesados en que predomine la opacidad sobre los asuntos políticos, económicos, medioambientales, militares, de seguridad alimentaria, relacionados a las migraciones, de transparencia institucional y otros.

Los gobiernos frenteamplistas iniciado en 2005 fueron promotores de importantes reformas estructurales, además de tener que correr detrás de los problemas que se fueron generando durante la propia gestión: tras los avances vienen, consecuentemente, nuevas demandas de la sociedad, lo que conlleva más exigencias a los gobiernos. Como se ha indicado, en tales circunstancias ha resultado imperioso que el FA se implicara en la promoción de ideas y la elaboración de propuestas.

Pero no es esa la única función de una organización política, aunque sea una de las principales. También, y prioritariamente, tiene la responsabilidad de ser vínculo entre el programa (ejecutado por el gobierno central con la contribución de la bancada parlamentaria) y la sociedad. Asimismo debe ser enlace entre el gobierno y el sistema político, y entre aquel y las organizaciones de la sociedad civil. En estas responsabilidades el FA viene fallando desde bastante antes de asumir el gobierno nacional. Los frenteamplistas y demás activistas de todos los partidos no deberían justificar esas dificultades por el hecho de que ellas se inscriban en una crisis mundial de la política, que, como se señaló, es una de las manifestaciones del descaecimiento de un conjunto de valores inherentes a la democracia y a la convivencia social.

A modo de (mal) consuelo los frenteamplistas podrían decir que los partidos de la oposición cometen errores y tiene debilidades, lo que tampoco contribuye al fortalecimiento de la política. Incluso en el concierto internacional el FA sigue siendo una de las organizaciones más estructuradas y arraigadas en la sociedad, con una rica historia en la que se construyó un sentido de pertenencia partidario que es de los más fuerte del mundo. Y, sin embargo, las fallas y las insuficiencias están presentes.

Ya en la perspectiva de los cercanos tiempos electorales, la vida parece exigirle al Frente Amplio comunicar mejor lo mucho que se le reconoce al gobierno haber hecho en beneficio del país, exhibir sentido autocrítico y hacerle propuestas claras a la ciudadanía de cara al futuro. Los uruguayos en general y los propios frenteamplistas (en especial los más descontentos) reclaman que los tiempos venideros no sean solo ni principalmente de preservación de los logros sino de renovación. Una renovación que contará con lo realizado como sólida plataforma para proyectarse, pero que deberá implicar una nueva etapa que, más le valdrá al FA y al país, tendría que ser removedora. Sí, retomando la imagen de Tabaré Vázquez, acaso haya que hablar nuevamente de la necesidad de “hacer temblar las raíces de los árboles”.

5 comentarios sobre “Descontento ciudadano pese a los logros, y retos difíciles para un FA debilitado”

  1. El FA fracasara por su falta de firmeza y contenido ideológico
    De hecho su programa se ha transformado en un licuado laxo e insípido sin más objetivo que alcanzar el gobierno
    Los frentes populares policlasistas han fracasado a través de la historia por sus contradicciones dialécticas.
    No es nuevo ni exclusivo de éste barrio planetario

  2. en general comparto todo el análisis, tal vez también y que juega a favor del FA es que todavía advierto un nivel de autocrítica y de hacer política por fuera totalmente de las «estructuras», de mucha gente(que puede obviamente desencantarse si no hay propuestas nuevas y contundentes hacia futuro), que incluso salvó las castañas en las últimas elecciones, no se olviden las caras de nuestros dirigentes con los primeros resultados…que me hacen pensar que todavía queda un resto para no fracasar como en otros países, y sí todo tiene que con lo ideológico sin dudas.

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