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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 77 (FEBRERO DE 2015). “OBSERVEN LO QUE OCURRIÓ EN GAZA”

 Publicado: 02/11/2022

El Holocausto y los genocidios


Por Nicolás Grab


Nos informan las noticias que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu dijo esto el 28 de enero: “Sugiero que todos los que nos están desafiando en nuestra frontera del norte observen lo que ocurrió en Gaza”.

No necesita traducción. Nada impide que en el Líbano, país independiente, hagamos lo que hicimos en el territorio palestino que ocupamos en Gaza.

Que lo “observen”, recomienda Netanyahu. No busca que el mundo olvide lo que allí ocurrió, sino que sus vecinos lo tengan muy en cuenta: que sepan bien qué cosas pueden ocurrirles también a ellos.

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Tuve abuelos, tíos y primos a los que nunca conocí porque yo iba a la escuela en Montevideo cuando ellos fueron gaseados en Auschwitz. También tuve un pariente que se llamaba Pavel Grab, que fue deportado en diciembre de 1941 y gaseado en junio de 1944 a la edad de cinco años.

No debería hacer falta tener tal tipo de credenciales para poder opinar sobre las cosas del mundo. La condición de ser humano sensato y decente debería bastarle a cualquiera para poder condenar los horrores que ve. Pero la acusación de antisemitismo acecha de tal modo a cualquiera que critique al gobierno de Israel que, por aberrante que esto sea, más vale tener una defensa contra esa imputación descalificadora.

Nadie tiene motivos más imperiosos y vívidos que los judíos para reivindicar la dignidad común de todos los seres humanos. La discriminación y la descalificación irracionales fueron la causa de todos sus martirios, cuyo rosario se remonta milenios. Después de la opresión romana sufrieron los dramas de la diáspora y la persecución pertinaz contra los "deicidas" en que el cristianismo los convirtió. Con pretextos o sin preocuparse por darlos, se los persiguió con saña variable según los lugares y los tiempos, pero de hecho siempre. Y el exterminio sistemático organizado por los nazis, que dio a todo eso una escala nueva, pertenece todavía a la realidad actual. Varios cientos de sobrevivientes de Auschwitz acaban de congregarse allí mismo en 2015.

El antisemitismo, hoy, vive y prospera. El racismo antijudío existe y amenaza. Pero la defensa de los 13 millones de judíos que hay en un mundo de 7.000 millones no puede basarse en que Israel imponga su opresión a su entorno. Israel apoya su política en uno de los ejércitos más poderosos del mundo, con capacidad atómica, una sólida industria de armamentos y un mecanismo de espionaje de eficacia proverbial. Si todo eso estuviera latente al servicio de su propia protección, tal actitud podría tener razones válidas. Otra cosa es que el poderío militar esté activamente desatado para apuntalar una política de expansión y sojuzgamiento: la apropiación desembozada de Jerusalén Oriental y el Golán sirio; el aniquilamiento de toda vida normal en Cisjordania con la multiplicación de los enclaves judíos, los "puestos de control" y el Muro que, dentro de territorio palestino, divide ciudades, barrios y familias. Y la caldera explosiva en que Israel ha convertido la franja de Gaza. Porque Israel, desde mucho antes de los "castigos" que Netanyahu recomienda recordar, ya sometía a Gaza a un régimen genocida y criminal del que poco se dice al mundo.

Es aberrante que en nombre del pueblo judío -¡y de sus sufrimientos!- se cometan actos que a ningún judío pueden dejar de recordarle atrocidades que su propia gente sufrió. ¿Cómo no evocar otras situaciones ante las imágenes de eso mismo que Netanyahu recomienda tener presente: los dos meses de apocalipsis en que el estrago y la muerte llovieron en Gaza desde tierra, mar y aire, con blindados cañoneando edificios, hospitales, escuelas y refugios, arrasando, destrozando, matando, en un territorio bajo cerrojos con la población acorralada sin escape ni esperanza?

¿Cómo no recordar las teorías nazis sobre su necesidad de un "espacio vital" en tierras eslavas para que el pueblo alemán pudiera expandirse porque tal era su destino natural, cuando Israel acribilla la Palestina ocupada con asentamientos judíos en que ya viven 750.000 "colonos" y en cinco años serán 200.000 más?[1]

¿Cómo no ver en el sojuzgamiento metódico de la población árabe sometida una convicción de superioridad propia, una negación de su igualdad en la condición humana? Esto tiene nombre y hay que dárselo porque es el que le corresponde: es racismo.

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El espanto de la bestialidad nazi, causante del holocausto judío, nos dio como legado útil, después de la guerra, progresos muy grandes en el orden jurídico del mundo.

Desde luego que el derecho internacional siempre tuvo, en toda la historia, un cumplimiento relativo y limitado; las realidades de la fuerza siempre acotaron su vigencia efectiva. Esto es incuestionable, pero no contradice la importancia de esa evolución. Fue solo después de 1945 que se proclamaron los derechos humanos con enunciación concreta y mecanismos de control; que el racismo y la discriminación se condenaron por tratados mundiales; que se establecieron los crímenes de guerra y de lesa humanidad. Nunca antes una autoridad de gobierno había tenido que responder por tales actos, y la defensa de los jefes nazis invocó este argumento en los juicios de Nüremberg.

Ese proceso de formalización de normas internacionales culminó mucho más tarde, cuando en 1998 se aprobó el Estatuto de Roma que creó la Corte Penal Internacional y consagró, con una tipificación detallada y declarándolos imprescriptibles, los crímenes de genocidio, de guerra y de lesa humanidad. Israel y Estados Unidos figuraron entre los siete votos en contra cuando se aprobó el Estatuto. Después, en tiempos de Bush II, los Estados Unidos no solo no ratificaron el tratado, sino que presionaron y amenazaron para que otros países tampoco lo ratificaran. No pudieron evitarlo, y entró en vigor en 2002. La Corte Penal Internacional existe y funciona, y 123 países han aceptado su jurisdicción. Israel no figura entre ellos, y acompaña a Estados Unidos en su cerrada oposición.

La potencia hegemónica del mundo, que divide todo el planeta en regiones y tiene oficialmente para cada región un "comando" en su Departamento de Defensa, se niega a someter a sus soldados (y sus gobernantes) a una jurisdicción mundial por los crímenes que cometan. Esto es deplorable pero era previsible por completo. Mal podía esperarse otra cosa.

Pero que el país creado como patria de los judíos rechace y sabotee el mecanismo mundial que, ¡por fin!, instaura la condena explícita y el castigo concreto de los crímenes de genocidio, de guerra y de lesa humanidad es un hecho cuya aberración clama al cielo.

Y no menos clama al cielo la causa de ello. Porque esa causa rompe los ojos. Lo que se hizo en Gaza en julio y agosto pasados constituyó flagrantes crímenes de guerra. Lo que se hace en Gaza desde hace largos años, día tras día, es genocidio y crímenes de lesa humanidad. Y esto para hablar solamente de Gaza. De las cosas que Benjamin Netanyahu recomienda no olvidar.

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