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LA IZQUIERDA EN LA GLOBALIZACIÓN

 Publicado: 02/11/2022

El programa nacional y los cambios estructurales en el macrosistema


Por José Luis Piccardo


En los últimos tiempos hubo cambios de tal envergadura que la relación entre los factores exógenos y endógenos ha cambiado dramáticamente para los países. Es inevitable que en semejante escenario, que además puede modificarse de un día para otro por una crisis hipotecaria o una guerra, los Estados deban intentar su lugar en el mundo con programas que se inscriban en la nueva realidad internacional. La inversión, la producción, los servicios, el desarrollo científico y tecnológico y las condiciones de vida de la gente dependen cada vez más del conocimiento que se tenga del mundo global y de la capacidad que un Estado tenga para moverse en él.

Podría decirse que esto es así desde hace mucho. Sin embargo, hubo, en este siglo, cambios cualitativos lo suficientemente importantes como para que la inserción internacional deba reposicionarse en los programas de gobierno y en las estrategias-país de los partidos políticos. 

A título de ejemplo, basta ver lo que está sucediendo en el terreno comercial y de inversiones. Lincoln Bizzozero, politólogo experto en política exterior, señala que “en el transcurso de este siglo, en apenas dos décadas, se han ido plasmando varias iniciativas internacionales e interregionales de acuerdos de libre comercio y de inversiones que involucran vastas regiones del mundo, que dan cuenta de los cambios estructurales a nivel del macrosistema. Esos cambios afectan las macrorregiones continentales, los Estados, sus subregiones y las sociedades, condicionando a los tomadores de decisión en distintos niveles, mientras se van diseñando las nuevas bases geopolíticas y geoeconómicas del sistema internacional”.[1] 

Los diversos “tomadores de decisión” en los niveles de gobierno y de la política en cada país suelen estar demasiado absorbidos por el día a día. Se pierden de vista las cuestiones estratégicas y la conexión de los grandes temas nacionales con el mundo globalizado. En cambio, surgen discusiones de baja calidad sobre asuntos de escasa o discutible importancia, los que, de todos modos, sirven a algunos políticos para tener visibilidad y abrirse camino pensando en las próximas elecciones, además de cansar a mucha gente. 

La política nacional se cocina en su propia salsa, sin atender esos “cambios estructurales en el macrosistema” aludidos por Bizzozero. Mientras tanto, de ellos dependen, cada vez más, los logros y los fracasos de una sociedad.

Para los Estados, en general, y en especial para pequeños países como Uruguay, nada será fácil en esta nueva globalización compleja e inhóspita. Las metas que se imponen los gobiernos parecen cada vez menos accesibles. Hay decisiones que se toman en otros lados y repercuten rápida y sorpresivamente en cualquier lugar, al margen de la voluntad de los gobernantes de los países pobres, y también de los ricos. La guerra en Ucrania es un reciente y contundente ejemplo. 

Si tantas cosas importantes para la vida de la gente dependen cada vez más de los poderes fácticos, de cuestiones que suceden lejos de los ámbitos de decisión nacionales, es explicable que la política pierda importancia relativa para el ciudadano, lo cual es un gravísimo problema de nuestra época, que entraña peligros para la democracia, las libertades y los derechos humanos. 

En los discursos de la izquierda se señala, con razón, que el capitalismo tiene serias contradicciones que repercuten en perjuicio de los pueblos. Emergen nuevas (y viejas) manifestaciones de la ultraderecha, que en algunos países ha arribado al gobierno en alianza con una debilitada derecha liberal (el orden internacional liberal tal como surgió de la Segunda Guerra Mundial no va a perdurar). Al mismo tiempo, y vinculado a lo anterior, el mundo vive una crisis de la democracia, que baja sus defensas ante el embate de las fuerzas regresivas.

Sin embargo, en esos discursos, informes y declaraciones, pocas veces se hace mención a la crisis global de la izquierda, que es parte importante de ese escenario internacional. Tuvo un desenlace impactante con la caída del “socialismo real”, pero se venía gestando desde bastante antes. En los últimos años continuó acentuándose, incluso en el continente donde nació y ha sido más fuerte: Europa. El panorama para la izquierda latinoamericana es, por lo menos, complicado, más allá de victorias en algunos países, tema que daría para varios artículos; se han registrado alianzas de la izquierda con la derecha y la centroderecha para impedir el peor desenlace para la democracia; los resultados, en general, vienen quedando por debajo de las aspiraciones de justicia social que inspiraron a tantos luchadores latinoamericanos a lo largo de la historia. La realidad asiática -con esta China “comunista” ferozmente capitalista transformada en gran potencia, no sin contradicciones e incertidumbres- no se presenta hoy como un territorio fértil para la izquierda. Tampoco lo es la postergada África, donde las expresiones políticas progresistas gestadas en la lucha contra el colonialismo han tenido extremas dificultades para consolidarse. 

No es raro que en estas condiciones del mundo, los ciudadanos cada vez perciban menos diferencias entre algunos resultados de la izquierda y la derecha democrática. Ello no significa que no haya entre ambas distintos sentidos de sociedad. Pero, para la izquierda, la batalla ideológica debe ser mucho más intensa y profunda, y la construcción de políticas públicas mucho más exigente y efectiva en cuanto a logros. Y esto tiene mucho que ver con lo esbozado anteriormente respecto a la necesidad de asumir las nuevas tensiones entre lo global y lo nacional.

Los referidos problemas del mundo contemporáneo contribuyen a dificultar el análisis y el sinceramiento sobre varios temas, además de inducir a los gobiernos de izquierda a rebajar las aspiraciones de cambios estructurales, a debilitar la faz propositiva de su accionar, a intentar adaptarse a los escollos en vez de luchar para vencerlos. De tal manera, aunque apele al lenguaje radical, se debilita el carácter transformador de la izquierda.

Uruguay

En este marco general, corresponde destacar que casi no existe en el mundo una unidad de la izquierda como la que hay en Uruguay con el Frente Amplio (FA), lo que es motivo de justificado orgullo para sus integrantes. De todos modos, de los balances que haga la fuerza política -que más allá de sus logros y fortalezas perdió la última elección- debería formar parte un examen de la crisis mundial de las izquierdas. Entre otras razones, porque también le “pega” al FA, que no existe en una burbuja que lo preserve de lo que sucede más allá de las acotadas fronteras geográficas, económicas y políticas del Uruguay. Por algo le ha costado tanto avanzar en la reflexión sobre algunos temas internacionales, como las causas y consecuencias de la caída del “socialismo real”, su escuálida y solitaria expresión en Latinoamérica: Cuba, o Venezuela y el chavismo.

Tras perder las últimas elecciones, el FA ha esbozado algunas autocríticas. Aunque en su gestión tuvo aciertos que le son reconocidos desde los más diversos ámbitos, los cambios quedaron “cortos”. No logró, al cabo de quince años de gobierno, eliminar la pobreza dura (que se incrementó con la pandemia y la política económica y social del actual gobierno de derecha), las carencias en vivienda, de larga data, la insuficiente promoción de oportunidades para la juventud, la escasa diversificación de la producción -que es una hipoteca sobre el desarrollo en tanto limita la capacidad de crecimiento-,[2] y los problemas sociales derivados de estos y otros retrasos. 

No parece haber otro camino que construir programas que respondan a los intereses populares y democráticos en el marco de una profunda renovación de la inserción en el mundo, en base a la concepción del multilateralismo no alineado, con esfuerzos sistemáticos para fortalecer al Mercosur en el caso de Uruguay y sus vecinos, pero construyendo o reconstruyendo este acuerdo para que sea protagonista de peso a nivel internacional. Un Mercosur que pueda responder al concepto de regionalismo abierto, especialmente necesario para un país como Uruguay, y que contribuya a vencer el débil papel que está teniendo América Latina en el mundo pese a su potencialidad. Ello resultará imprescindible para fortalecer a los países miembros, y al conjunto de América Latina. Será fundamental para construir el programa y encarar la acción política que le posibiliten al Uruguay mejores condiciones para avanzar hacia el desarrollo, en un amplio sentido.

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